Clavisto
Será en Octubre
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A fines de agosto de 2015 mi padre empezó a escupir sangre. Aquel fin de semana no dijo nada a nadie, pero cuando al levantarse el lunes vio que seguía igual le dijo a su mujer que tenían que ir al hospital. Primero lo tuvieron en observación en los boxes de Urgencias y ya por la tarde le dieron habitación en planta, como tantas otras veces durante los últimos veinte años, desde que justo en el día después de que su PP por fin ganara unas elecciones tuvimos que ir deprisa y corriendo al hospital porque, como entonces me dijera nuestro médico privado haciendo un discreto aparte conmigo, mi padre se estaba muriendo: "coge a tu padre y vete a toda leche al hospital" Luego, con otras palabras, se lo dijo a él; y cuando yo ya estaba al volante de su BX como si fuera a hacer la carrera de mi vida me dijo:
- Tranquilo. Y primero paras en casa para recoger a tu progenitora
- Pero es que...
- He dicho que primero paras en casa para recoger a mama
Paré en casa, la recogimos y nos fuimos para el hospital.
El día anterior, la mañana del domingo, mi padre ya tenía muy mala cara cuando a eso del mediodía llegué al bar para echarle una mano. Recuerdo que un familiar, un tío lejano, una vez que mi padre se pasó al baño, me dijo que si "¿no ves la cara de MUERTO que tiene tu padre?" Yo le dije que sí, pero que no quería ir al médico.
- ¡jorobar, pues cógelo tú y llévalo, leche! ¿no ves que no puede estar aquí?
Ciertamente llevaba un tiempo fatigándose sobremanera; tanto que, según él mismo reconocería después, tenía que pararse dos o tres veces en el trayecto que había del bar a casa, no más de doscientos metros. Pero mi padre no era hombre de quejarse. Después de todo, ¿cual puede serlo siéndolo de cinco hijos todavía jóvenes? Yo por entonces tenía 23 años y el pequeño, 10. Los dos mayores ya habíamos dejado de estudiar desde hacía tiempo pasándolo entre jugar a trabajar y hacer el fulastre por ahí, con el tercero ya a las puertas de lo mismo, mientras los pequeños, viendo el ejemplo de sus mayores, hacían lo que podían y más.
Aquella vez se libró de la fin por un par de horas: un pulmón a rebosar de sangre y el otro más allá de la mitad.
Hace tiempo de esto. No recuerdo si llegaron a dos los meses que estuvo ingresado, pero sí que fue el suficiente como para que yo, viendo moribundo a Dios, me quitara de encima al ejército de pájaros que anidaban en mi cabeza. Y he de reconocer, pasados los años y todo lo que vino después, que mi "tío", su primo hermano, su socio, su cruz, en el tiempo que mi padre estuvo ausente se comportó conmigo con un cariño que jamás olvidaré.
Durante aquella primera convalecencia todo cambió en nuestra casa. Todos, los cinco, empezamos a ayudar a nuestra progenitora en todas aquellas cosas que dábamos por supuestas en casa: hacer las camas, hacer la comida, hacer la limpieza, hacer el orden...Ella no se separaba de él ni por un momento. Ella, la maltratada niña que con trece años mandó a esparragar a ese tío chulo de 19 las primeras veces que osó acercarse a la dura, durísima, órbita de ese naciente sol en el que se estaba convirtiendo, ahora, treinta años después, no dejaría a su valiente planeta errante ni aunque en ello fuera la resurrección de su padre que tanto quiso y que tan pronto murió.
Y ante la estupefacción de casi todos, nuestro padre salió adelante. Y con su eterno buen humor, enseguida se reincorporó al bar.
Dejó de fumar. Tampoco era hombre de muchos cigarrillos. Dejó de beber alcoholes duros, aunque eso ya hacía años, cuando ante el escándalo de su padre lo fue por quinta vez y siguió adelante como si nada hubiera pasado, como si todo lo demás de la vida, las discusiones con unos y con otros, los problemas económicos (él, que era tan malo para todas esas cosas siendo tan bueno para dibujarlas), las movidas políticas que tres huevones le importaban mientras todavía quedara un poco de buen sentido para llevar las cosas por sus cauces, ya fueran gente de izquierdas o azules, que todos eran padres y él lo fue de cinco hijos...
- Mira, Kufisto -me dijo una de esas tardes que pasábamos juntos viendo una de vaqueros durante la enfermedad que al final pudo con él- No hay cosa más bonita que tener a tu hijo en tu pecho. Todo lo demás...ná. Recuerdo tenerte a ti, a todos, a tus hermanos...Yo venía del bar, comía con tu progenitora e iba a echarme la siesta. Entonces te cogía a ti, o a Marcos, que vosotros fuisteis del tirón, jajaja...Y te ponía sobre mi panza...Y tu piel era tan fina, eras tan...no sé decirlo, de verdad, no soy tan inteligente como tú...pero era tan bonito...Hay que ser padre para entender lo que se hace por un hijo.
- Tranquilo. Y primero paras en casa para recoger a tu progenitora
- Pero es que...
- He dicho que primero paras en casa para recoger a mama
Paré en casa, la recogimos y nos fuimos para el hospital.
El día anterior, la mañana del domingo, mi padre ya tenía muy mala cara cuando a eso del mediodía llegué al bar para echarle una mano. Recuerdo que un familiar, un tío lejano, una vez que mi padre se pasó al baño, me dijo que si "¿no ves la cara de MUERTO que tiene tu padre?" Yo le dije que sí, pero que no quería ir al médico.
- ¡jorobar, pues cógelo tú y llévalo, leche! ¿no ves que no puede estar aquí?
Ciertamente llevaba un tiempo fatigándose sobremanera; tanto que, según él mismo reconocería después, tenía que pararse dos o tres veces en el trayecto que había del bar a casa, no más de doscientos metros. Pero mi padre no era hombre de quejarse. Después de todo, ¿cual puede serlo siéndolo de cinco hijos todavía jóvenes? Yo por entonces tenía 23 años y el pequeño, 10. Los dos mayores ya habíamos dejado de estudiar desde hacía tiempo pasándolo entre jugar a trabajar y hacer el fulastre por ahí, con el tercero ya a las puertas de lo mismo, mientras los pequeños, viendo el ejemplo de sus mayores, hacían lo que podían y más.
Aquella vez se libró de la fin por un par de horas: un pulmón a rebosar de sangre y el otro más allá de la mitad.
Hace tiempo de esto. No recuerdo si llegaron a dos los meses que estuvo ingresado, pero sí que fue el suficiente como para que yo, viendo moribundo a Dios, me quitara de encima al ejército de pájaros que anidaban en mi cabeza. Y he de reconocer, pasados los años y todo lo que vino después, que mi "tío", su primo hermano, su socio, su cruz, en el tiempo que mi padre estuvo ausente se comportó conmigo con un cariño que jamás olvidaré.
Durante aquella primera convalecencia todo cambió en nuestra casa. Todos, los cinco, empezamos a ayudar a nuestra progenitora en todas aquellas cosas que dábamos por supuestas en casa: hacer las camas, hacer la comida, hacer la limpieza, hacer el orden...Ella no se separaba de él ni por un momento. Ella, la maltratada niña que con trece años mandó a esparragar a ese tío chulo de 19 las primeras veces que osó acercarse a la dura, durísima, órbita de ese naciente sol en el que se estaba convirtiendo, ahora, treinta años después, no dejaría a su valiente planeta errante ni aunque en ello fuera la resurrección de su padre que tanto quiso y que tan pronto murió.
Y ante la estupefacción de casi todos, nuestro padre salió adelante. Y con su eterno buen humor, enseguida se reincorporó al bar.
Dejó de fumar. Tampoco era hombre de muchos cigarrillos. Dejó de beber alcoholes duros, aunque eso ya hacía años, cuando ante el escándalo de su padre lo fue por quinta vez y siguió adelante como si nada hubiera pasado, como si todo lo demás de la vida, las discusiones con unos y con otros, los problemas económicos (él, que era tan malo para todas esas cosas siendo tan bueno para dibujarlas), las movidas políticas que tres huevones le importaban mientras todavía quedara un poco de buen sentido para llevar las cosas por sus cauces, ya fueran gente de izquierdas o azules, que todos eran padres y él lo fue de cinco hijos...
- Mira, Kufisto -me dijo una de esas tardes que pasábamos juntos viendo una de vaqueros durante la enfermedad que al final pudo con él- No hay cosa más bonita que tener a tu hijo en tu pecho. Todo lo demás...ná. Recuerdo tenerte a ti, a todos, a tus hermanos...Yo venía del bar, comía con tu progenitora e iba a echarme la siesta. Entonces te cogía a ti, o a Marcos, que vosotros fuisteis del tirón, jajaja...Y te ponía sobre mi panza...Y tu piel era tan fina, eras tan...no sé decirlo, de verdad, no soy tan inteligente como tú...pero era tan bonito...Hay que ser padre para entender lo que se hace por un hijo.