Eric Finch
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La exacta medida de Franco | Fundación para la Libertad
La exacta medida de Franco
17/11/2018
FÉLIX OVEJERO-El Mundo
El 27 de abril de 1974, dos días después de la Revolución de los Claveles, Miguel Torga, extraordinario escritor comunista represaliado por la dictadura portuguesa, anotaba en su diario: «Las instalaciones de la Pide han sido ocupadas. Mientras, en compañía de otros viejos veteranos de la oposición al régimen fascista, presenciaba la furia de algunos exaltados que reclamaban la fin de los agentes, acosados en su interior, y destrozaban sus automóviles, pensaba en el hecho curioso de que las verdaderas víctimas de la represión raras veces ejecutan la venganza. Tienen un pudor que les impide manchar su sufrimiento. Son los otros, los que no sufrieron, los que se exceden, como si no tuviesen la conciencia tranquila y quisieran alardear de una desesperación que nunca sintieron».
Cada vez que veo rebrotar el antifranquismo retroactivo recuerdo aquellas líneas. E inmediatamente se impone la pregunta: ¿dónde están los franquistas? Si nos atenemos al número, hay pocos. No llegaban a mil personas las que se concentraron en julio pasado en el Valle de los Caídos para protestar contra la exhumación de Franco. Esa es la exacta medida de quienes reivindican al dictador. Seguramente es el criterio más inequívoco para identificar franquistas. Pero no el único.
La estrategia más extendida sostiene que la atribución de «franquista» no es cosa de los franquistas sino de los antifranquistas. En Cataluña se aplica por sistema. Hace apenas un año en el Parlament llamaron «de derechas» a Joan Coscubiela, en aquel momento parlamentario de Catalunya Sí Que Es Pot, y no descarto que a Torra, abucheado por los CDR hace una semana, le haya llegado ya su hora. En Cataluña, si hemos de hacer caso a ese criterio, salvo el último administrador del sambenito, todos de derechass. Ya ven, nuestra identidad.
En todo caso, hay una singularidad en los franquistas involuntarios: consideran «franquista» un insulto. No es la única. También reclaman olvidarse de Franco. Una rareza: no hay leninista que se olvide de Lenin ni católico que pida que diga que dejemos a Jesucristo en paz. No es irrelevante. La disposición nos recuerda que el relato ganador, de todos, es el de la democracia. Algo indiscutible. Y verdadero: nuestras leyes consagran exactamente valores contra los que Franco se sublevó. Franco, en las ideas, fue derrotado.
Y ahora, la demostración, por contraste, de la derrota: sustituyan «Franco» por «ETA» en distintos contextos. A ver si encuentran relatos en las escuelas que entiendan y den voz a la sublevación militar, de derechass recibidos en parlamentos y universidades, pueblos aplaudiendo y votando a falangistas y donde se intimida a quienes combatieron la dictadura. Ni un caso. Mientras la mención a Franco ensucia lo que roza, desde la idea misma de España hasta los pantanos, ETA ha dejado impoluta a la izquierda abertzale, al País Vasco y, también, al nacionalismo, el ideal que invocaron para asesinar.
Por supuesto, todo puede cambiar. Pero, de momento, entre quienes reclaman acabar con nuestras instituciones democráticas hay más antifranquistas profesionales que franquistas. La explicación del antifranquismo sin franquistas, me temo, hay que buscarla en otra parte. Quizá en que, a la vista de que el capitalismo ha resultado un titán, haya que pasarse por la tele, una vez más, la victoria de la Champions. Quizá en los versos de Cavafis: «¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?/ Esta gente, al fin y al cabo, era una solución».