La desnazificación de Alemania

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La desnazificación de Alemania - Jot Down Cultural Magazine

La desnazificación de Alemania
Publicado por Javier Bilbao

“Pasaremos a la Historia como los mayores estadistas de todos los tiempos, o como los mayores criminales” Joseph Goebbels

“Hay que enseñar al pueblo alemán su responsabilidad por la guerra, y durante mucho tiempo deberían tener solo sopa para desayunar, sopa para comer y sopa para cenar” Franklin D. Roosevelt
.
El 12 de abril de 1945 en un Berlín sitiado y en ruinas, el Ministro de Armamento Albert Speer ordenó restituir brevemente el suministro eléctrico para que la Orquesta Filarmónica pudiera interpretar El crepúsculo de los dioses, de Richard Wagner. “Un gesto melancólico y patético a la vez ante el fin del Reich”, escribió posteriormente. A la salida del concierto miembros de las Juventudes Hitlerianas regalaban cápsulas de cianuro entre los asistentes. Hitler, con esa visión de las cosas tan marcadamente dualista que le caracterizaba, había hecho una apuesta de todo o nada con la guerra y ahora tocaba escoger la nada. Solo la fin podía lavar el deshonor de la derrota. Era el final apoteósico, el Ragnarök que la cosmovisión nacionalsocialista tanto apreciaba. El propio Führer, Joseph Goebbels, Heinrich Himmler, Hermann Goering, Robert Ley y otros muchos optaron por esa vía en diferentes momentos. Solamente en la ciudad checa de Brüx se mataron a sí mismos más de 600 alemanes de los veinte mil que allí vivían. En Después del Reich, Giles Macdonogh habla de la conmoción que supuso para los soldados británicos llegar a Berlín y ver los lagos de los barrios más prósperos llenos de cadáveres de mujeres que se habían arrojado allí, en bastantes casos tras haber sido forzadas por las tropas del Ejército Rojo. Pero mientras unos se suicidaban en masa otros seguían la consigna oficial de luchar hasta la última bala lanzada por Goebbels: “se ha llegado tan lejos que, en caso de que perdamos la guerra, ellos nos harán a nosotros lo que nosotros les hicimos a ellos”. Según un soldado británico que combatió en 1945 en Alemania: “Lo que nos resultaba tan desalentador era la terrible necesidad de los alemanes de, literalmente y con pedantería, representar su derrota”. Si había que perder entonces la derrota debía ser total y absoluta.

Durante los últimos 98 días de la guerra murieron nada menos que 1,4 millones de soldados alemanes y, en las dos últimas semanas, para vencer la resistencia de Berlín fue preciso lanzar 40.000 toneladas de bombas, que afectaron al 75% de sus edificios. La lucha era tan intensa que los rusos en lugar de ir por las calles, optaron por avanzar por el interior de las casas, tirando una pared tras otra. Finalmente a las 2:41 de la mañana del 7 de mayo se firmaba la rendición incondicional del Tercer Reich. Los años previos a ese momento circulaba el comentario sarcástico entre los alemanes “disfruta de la guerra, porque la paz será terrible”. Y efectivamente así fue. Más de dos millones murieron desde entonces debido a las consecuencias de la guerra y varios más sufrieron toda clase de calamidades.

Cada palmo de terreno conquistado por el Ejército Rojo fue una nueva oportunidad de satisfacer los deseos de venganza soviéticos por lo que los nazis previamente les habían hecho. Se estima que aproximadamente unos dos millones de mujeres alemanas fueron forzadas. Algunas para intentar impedirlo fingían ser ancianas echándose ceniza en la cara o pintándose manchas rojas, se vestían de campesinas o se quitaban los dientes postizos. Pero se trataba de intentos infructuosos, al fin y al cabo para los soldados la violación era más un recurso de guerra, una forma de humillar al enemigo (el General Eisenhower por su parte se limitó a orinar en el Rin como forma de marcar el territorio conquistado) que una manera de obtener placer. Era una conducta alentada o al menos consentida por el alto mando, como dijo Stalin a un interlocutor que le preguntó por las violaciones masivas: “¿No puede comprender que un soldado que ha pasado por la sangre, el fuego y la fin, pase un buen rato con una mujer o se lleve alguna cosilla?”. Hubo casos extremos, como el de una mujer forzada en más de 60 ocasiones o el de otra que fue amada sin consentimiento ininterrumpidamente durante 13 horas por un batallón de tanquistas. Las agresiones sensuales pasaron a ser algo tan cotidiano que algunos niños aprendieron a jugar al “Frau, komm mit!” (¡Mujer, ven conmigo!) con los niños representando el papel de soldados y ellas el de forzadas. Respecto a esto, hay una película durísima y muy recomendable, Anónima: una mujer en Berlín (Max Färberböck, 2008). Plasma en la pantalla el diario personal de una de las supervivientes, publicado anónimamente a finales de los años cincuenta con considerable escándalo. Muestra por ejemplo cómo aquellas que se resistían a la violación cuando los rusos asaltaban los sótanos en los que se escondían las mujeres, niños y ancianos, eran reprendidas por sus compañeros, que las acusaban de ponerlos a todos en peligro. La protagonista, al igual que otras muchas mujeres en esa época, finalmente optó por buscar la protección de un alto mando, para evitar así los abusos de los soldados rasos. Como consecuencia de estas violaciones masivas nacieron unos 150.000 “niños rusos” que, en bastantes casos, fueron abandonados por sus madres.

Peor suerte aún corrieron los alemanes residentes en países como Checoslovaquia, Hungría o Rumanía en los momentos inmediatamente posteriores a la liberación. Los años de opresión que sufrieron los habitantes de esos países por parte del Tercer Reich generaron un ansia de venganza que desbordó cualquier límite que pudiera marcar la piedad o la civilización. Cierto estudio psicológico estadounidense reciente —que ahora no recuerdo dónde leí— señalaba cómo un alto porcentaje de la población ve colmado su deseo de venganza si hace caer la represalia no ya contra quien lo agravió, sino contra cualquier otra persona que pueda tener un vínculo real o imaginario con el agresor. Basta para ello con que comparta algún rasgo por trivial que pueda ser, como el tonalidad de la piel o la nacionalidad. Ahí suele estar la fuente del racismo y la xenofobia. Pues bien, eso es en muchos casos lo que pasó. Gran número de personas de origen alemán —no ya soldados ocupantes, sino residentes en esos lugares desde generaciones atrás— así como otros acusados más o menos fundadamente de “colaboracionismo” fueron sometidos a palizas, fusilamientos y humillaciones públicas de todo tipo, como caminar a gatas en largas filas mientras eran pateados y escupidos. En Praga, un grupo de mujeres alemanas se les rasuró la cabeza, les pintaron cruces gamadas en la frente y las exhibieron en camiones obligándolas a gritar “¡somos las pilinguis de Hitler!”. Otros muchos fueron internados en campos de prisioneros e incluso se reutilizaron los campos de concentración alemanes para alojarlos a ellos. En Checoslovaquia se estableció que debían portar un brazalete blanco que los identificaba como alemanes y tenían prohibidas actividades como ir al cine, teatro o bar, usar tras*porte público e incluso caminar por las aceras.

Los saqueos sistemáticos y la falta de abastecimiento de medicinas y alimentos diezmaron las localidades de población alemana que, en virtud de los acuerdos Aliados, habían pasado a pertenecer a otros países. Por ejemplo Königsberg, la apacible ciudad en la que Kant pudo escribir en el siglo XVIII su ensayo Sobre la paz perpetua —en el que abogaba por un orden mundial cosmopolita y pacífico con ciudadanos libres e iguales ante la ley— contaba en junio de 1945 con 73.000 habitantes, de los que solo pudieron sobrevivir a la ocupación soviética apenas la tercera parte. Todos los demás murieron asesinados o víctimas de enfermedades y hambrunas, que dieron lugar a algunos casos de canibalismo. Tres años después, los pocos supervivientes fueron deportados a Berlín y la ciudad, ahora poblada por rusos, pasó a llamarse Kaliningrado.

Tal como se acordó en la Conferencia de Postdam del 17 julio al 2 agosto de 1945, los alemanes residentes en Polonia, Checoslovaquia, Hungría y Rumanía debían emigrar a Alemania. Así mismo debían regresar a sus países los casi 7 millones de trabajadores, muchos de ellos esclavos, que el Tercer Reich empleó en sus fábricas durante la guerra. Aunque algunos optaron por quedarse, dado que en la posguerra la situación e sus países no era mucho mejor. En el caso de los soviéticos existía además el miedo a las represalias que pudieran sufrir por haber vivido en el oeste, así que parte de ellos se organizaron en bandas que recorrieron pequeñas localidades centroeuropeas violando y saqueando cuanto encontraban a su paso. En la Unión Soviética, por su parte, había casi 3 millones de soldados alemanes prisioneros, de los que murieron durante el cautiverio el 14%. El resto pudieron regresar tarde o temprano. A ese respecto es ilustrativa la película Hasta donde los pies me lleven (Hardy Martins, 2001) sobre el penoso retorno desde Siberia de uno de ellos. En total 13 millones de personas tuvieron que desplazarse, la mayoría forzosamente, en la nueva distribución de población y de líneas fronterizas que fue acordada con el fin de que cada Estado fuera más homogéneo étnicamente. Aunque teóricamente el traslado debía realizarse de forma ordenada y humanitaria, dio lugar a toda clase de abusos y horrores. La corresponsal del New York Times Anne O’Hare McCorimck dejó escrito que:

“Las dimensiones de este reasentamiento y las condiciones en las que tiene lugar no tienen precedentes en la historia. Nadie que haya presenciado sus horrores puede dudar de que se trata de un crimen contra la humanidad por el que la historia exigirá un terrible castigo”.

En algunos casos se usaron trenes de ganado y algunos pasajeros —especialmente los niños más pequeños— llegaron a morir por congelación ante la impotencia e histeria de sus madres, que entonces debían ser atadas para evitar que agredieran a nadie. Los judíos liberados en los campos de concentración tampoco tuvieron mejor suerte: murieron el 40% en los días posteriores, debido a que su estado de desnutrición y las enfermedades que padecían estaban demasiado avanzadas como para poder sanarlos, más aún en el estado de ruina y desabastecimiento de gran parte del continente europeo, tal como puede leerse en La tregua de Primo Levi, sobre su largo y penoso viaje a casa tras salir de Auschwitz.

Desmilitarización, desnazificación y descartelización

Estos emigrantes o deportados, al llegar a Alemania encontraron un país sumido en el caos, con epidemias de tifus y de difteria y tal falta de alimentos que en los informativos del cine se explicaba qué plantas del campo eran comestibles. El país estaba dividido en cuatro zonas controladas por las cuatro potencias Aliadas: la Unión Soviética, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia. Aunque la inclusión de esta última en el reparto fue algo un tanto incomprensible teniendo en cuenta el papel que jugó en la guerra. El objetivo que acordaron todos ellos en la Conferencia de Potsdam era la desmilitarización, la desnazificación y la descartelización de la economía germana.

Con la instalación de las tropas, las violaciones finalmente llegaron a castigarse severamente. Y aunque inicialmente la consigna era no confraternizar con la población, los soldados poco a poco fueron entablando contacto, ya fuera con los niños que se les acercaban pidiéndoles chocolatinas, chicles o cigarrillos, con las chicas o bien contribuyendo al floreciente mercado neցro. Según el testimonio del soldado norteamericano que puede verse aquí, “ibas por la calle, veías a una chica guapa y le decías “tengo chocolate y medias de nylon” y no hacía falta nada más. Y nosotros teníamos mucho chocolate…”. El film El matrimonio de Maria Braun (Rainer Werner Fassbinder, 1979) muestra este tipo de relaciones que se crearon entre los soldados y las guapas fräulein (chicas solteras). Aunque debido a la guerra quedaban pocos hombres alemanes, con una proporción en algunos barrios de 1/6 entre los jóvenes, no veían con buenos ojos este flirteo: “durante seis años estuvimos arriesgando nuestras vidas por ellas, y ahora están corriendo alrededor de los americanos”.

El primer objetivo, la desmilitarización, fue aplicado con prontitud. Se prohibió celebrar tradiciones militares, realizar entrenamientos, exhibir medallas, condecoraciones y uniformes oficiales de cualquier tipo salvo los de policías y bomberos. Se prohibieron memoriales, monumentos, carteles, placas y estatuas que evocaran al ejército germano. Se requisaron de librerías y bibliotecas todos los ejemplares de libros que fomentasen la violencia y el militarismo. En la zona británica, todos los profesores que quisieran continuar en su trabajo debían comprometerse a no glorificar el militarismo, ni a preparar a sus estudiantes para la guerra.

La desnazificación fue algo más complicada. El partido nancy tenía 8 millones de afiliados al finalizar la guerra, así que en las zona occidentales se distribuyeron 16 millones de cuestionarios políticos, los Fragebogen . Se trataba de un documento de 12 páginas y 133 preguntas que debía responder cada ciudadano, explicando si había formado parte del NSDAP o de alguna otra organización nacionalsocialista, si les había votado, si había contribuido de alguna manera al régimen… etc. Según las respuestas se distinguía entre “culpable principal”, “comprometido”, “medianamente comprometido”, “simpatizante” y “exonerado”. Cada clasificación daba derecho a diferentes cartillas de racionamiento o acceso a puestos de trabajo. Aunque pronto se encontraron con el problema de que en altos cargos de la administración había tal número de ex-afiliados al Partido nancy que no era posible realizar la purga sin colapsar el funcionamiento de la sociedad. Por otra parte, el concepto de culpa y de responsabilidad era también objeto de discusión filosófica. Karl Jaspers, un pensador que conoció de primera mano el Tercer Reich, afirmaba:

“Bajo el régimen nancy, Alemania era una prisión. La culpa de haber ido a parar a ella era una culpa política. Sin embargo, una vez que se cerraron las puertas, dejó de ser posible una huida desde dentro. Cualquier responsabilidad, cualquier culpa atribuida a los encarcelados, —donde quiera que surja— debe inducirnos a plantear la cuestión de si había algo que los prisioneros pudieran hacer”.

Por su parte, el dirigente socialdemócrata Kurt Schumacher se mostraba indignado con la política Aliada:

“No puedes imaginar el efecto espantoso que ha tenido en los alemanes opuestos al nazismo la campaña propagandística para imponer a nuestros compatriotas la ‘culpa colectiva’. Los hombres y mujeres de nuestro país que arriesgaron tanto en la lucha contra el nazismo y el mundo de los grandes negocios antes incluso de 1933, y que tras la toma del poder en un momento en el que las actuales potencias vencedoras seguían firmando tratados con el régimen de Hitler, trabajaban en la clandestinidad y eran encarcelados y recluidos en campos de concentración ¿deben reconocerse culpables? No tienen que hacerlo de ninguna manera”.

Los Aliados estaban de acuerdo en que era necesario capturar y castigar a los altos cargos del nazismo, aunque no en el procedimiento. Unos optaban por fusilarlos o ahorcarlos directamente, pero la opción final fue la de realizar un juicio público. Evidentemente no podían juzgarlos de acuerdo a la legislación del Tercer Reich y por entonces no existía una legislación internacional por la que condenarlos. Así que primero se elaboraron los “Principios de Núremberg” —fusionando para ello el Código de la Haya de 1907 y la Convención de Ginebra de 1928— y a continuación se les juzgó de acuerdo a ellos. Esto obviamente vulnera por completo el Estado de Derecho, dado que uno de sus fundamentos es la irretroactividad penal. Es decir, uno no puede ser juzgado por algo que en el momento de hacerlo no sea delito. Por lo tanto la comparación que hicieron algunos de los acusados con los juicios-farsa del estalinismo contra algunos disidentes en los años 30 no iba tan desencaminada… Pero en el otro lado de la balanza es necesario señalar que estos procedimientos judiciales crearon jurisprudencia —ya que desde entonces sí pueden ser juzgados esa clase de crímenes contra la Humanidad— y tuvieron también un gran valor como representación ante el mundo, pero muy especialmente ante el pueblo alemán, pues, como decía Eisenhower sucintamente “todos los nazis son malos, pero no todos los alemanes son nazis”. Los Juicios de Núremberg sirvieron además como forma de exponer los crímenes cometidos por el nazismo, señalar a los culpables y castigarlos. En cierta forma eso permitía que Alemania quedase purificada y pudiera reintegrarse al escenario internacional. Como escribió uno de los acusados en ese juicio y condenado a 20 años de prisión, el ministro Speer al que citábamos al comienzo del artículo:

“Al que hasta ahora fue el Gobierno del pueblo alemán alza la culpa general del destino que ahora aguarda a este pueblo. Pero cada uno de los que intervinieron en el Gobierno debe cargar con ella de manera que esta culpa que, de otro modo, podría trascender a todos los alemanes, se circunscriba a estos individuos”.

Para cumplir esa función informativa acudieron a Núremberg más de 250 periodistas de todo el mundo, que retransmitían partes diariamente. Las autoridades aliadas se aseguraron de que que hubiera suficiente papel, un bien escaso en aquellos días, para que los periódicos alemanes pudieran exponer con detalle el proceso. En el juicio principal, de 24 acusados 11 fueron condenados a fin, aunque el principal dirigente de entre todos ellos, Hermann Goering, logró suicidarse en su celda antes de ser ahorcado.

La discusión sobre la culpabilidad alemana no cesó ahí y desde entonces ha dado muchísimo que hablar en ese país, con infinidad de artículos, ensayos, novelas, debates públicos y películas. Una de las últimas aportaciones es Yo no. El rechazo del nazismo como actitud jovenlandesal de Joachim Fest, en el que cuenta que tanto él como sus padres sí se opusieron al nazismo, era posible hacerlo y por tanto no puede eximirse de responsabilidad a todos aquellos que se dejaron llevar.

Así mismo, desde el comienzo de la ocupación Aliada se prohibió la exhibición de toda clase de símbolos nazis, desde esvásticas hasta el “saludo alemán” realizado con el brazo en alto. Se trata de una prohibición vigente hoy en día y parece que no muy conocida fuera del país, dado que cientos de turistas son detenidos cada año por fotografiarse en algún lugar emblemático de Alemania mientras bromean haciendo dicho saludo, informa el Telegrah. También se mostraban películas sobre campos de concentración como Die Todesmuhlen (aquí puede verse online) y Welt im Film No. 5 (aquí), pero muchos espectadores decidían apartar la cara ostensiblemente para demostrar que no querían ver nada de lo que se proyectaba. En el campo de concentración de Ettesberg, grupos de habitantes de la vecina localidad de Weimar eran guiados para que pudieran contemplar por sí mismos las montañas de cadáveres. Además se colocaron carteles por las calles con imágenes de campos de concentración y el lema “Estas atrocidades: ¡Culpa Tuya!”.

Pero no bastaba con castigar y señalar culpables, también había que reeducar en los valores democráticos. Tras 12 años de intenso adoctrinamiento del régimen de Hitler, ahora había que mostrar al pueblo alemán que la visión del mundo del nacionalsocialismo, por la que millones de sus compatriotas habían perdido la vida, era algo que debían aborrecer. La estrepitosa derrota militar ayudaba a ello, pero no era suficiente. Había que convencer a los alemanes para que resultara viable establecer un régimen democrático y no volvieran a invadir y aniquilar a sus vecinos. Tal como constató el investigador Eric A. Johnson, los más fervientemente nazis eran los más jóvenes, al fin y al cabo es lo único que habían conocido en sus vidas. Una anécdota que da idea de ello fue lo ocurrido en Augsburgo en 1946 durante una exposición de arte abstracto, considerado durante el nazismo como “arte poco equilibrado”, indignó de tal manera a alguno de los asistentes, especialmente a los estudiantes, que lanzaron gritos pidiendo que se pegase un tiro al autor e incluso clamando enfurecidos “¡Campo de concentración!”. Había que intervenir en el sistema educativo y en los medios de comunicación.

Una de las acciones más influyentes fue la fundación el 17 de Octubre de 1945 del periódico Die Neue Zeitung. Financiado por el ejército americano se trataba, literalmente, de “un diario estadounidense para la población alemana”. El comandante de los Aliados en el Frente Occidental y posterior presidente de Estados Unidos, Eisenhower, escribió una columna en la portada del primer número explicando que debía ser un medio para inculcar que “las ideas militaristas deben ser eliminadas de la mente alemana. Para todas las naciones civilizadas de la Tierra, la agresión es inmoral; sin embargo, los alemanes deben ser educados en esta verdad evidente”. Sus redactores eran en bastantes casos judíos que se habían exiliado a Estados Unidos unos años antes y ahora volvían de nuevo al país. Su propósito era convertir este periódico en un medio de calidad y dar voz a las mentes alemanas más agudas, para fomentar los valores del liberalismo político y del internacionalismo. Dado que el papel de periódico estaba restringido no había demasiada oferta, pero aún así la respuesta del público fue entusiasta. Para enero de 1946 ya alcanzó una tirada de 1,6 millones de ejemplares y más de 10 millones de lectores. Paradójicamente este medio llegó a ser en ocasiones muy crítico con Estados Unidos, pero dado que el fin último era promover la democracia y la libertad de expresión en Alemania, el gobierno americano continuó financiándolo pese a ello.

En la zona soviética el interés no era el de instaurar un régimen de elecciones libres sino uno satélite de Moscú. Un joven que estuvo encarcelado durante el nazismo debido a su militancia comunista, de nombre Erich Honecker, fue puesto al frente de la organización que debía suceder a las Juventudes Hitlerianas, la FDJ, Juventud Libre Alemana. Mientras que la Gestapo tuvo como sucesora a la K-5, que posteriormente sería llamada Stasi. Por su parte, el programa denominado GYA (German Youth Activities) que debían realizar las bases militares estadounidenses, consistía en clubes para jóvenes en los que se les daba chocolate, Coca-Cola, se les proyectaban películas de Hollywood, escuchaban música jazz y jugaban a deportes americanos. También se celebraban fiestas como la del 4 de Julio. Los mandos estadounidenses querían fomentar los valores democráticos, pero en ocasiones eran incapaces de distinguir “América” y “democracia”.

El clásico de Orson Wells El tercer hombre muestra esa política cultural Aliada, cuando el protagonista, un escritor de ***etines de Oeste recién llegado a Viena, es invitado por un mando británico a que dé conferencias en la ciudad. Se organizó además un Seminario de Estudios Americanos de Salzburgo, inaugurado en 1948 y que llevaba a profesores estadounidenses a dar conferencias sobre el pensamiento y el modo de vida americano. La emisora de radio la Voz de América, que en 1945 estuvo cerca de su cierre con el fin de la guerra, tuvo un considerable aumento presupuestario a partir de 1948. El motivo fue el rápido distanciamiento entre la Unión Soviética y los aliados occidentales (que habían unificado sus zonas), que tuvo su punto álgido con el bloqueo de Berlín y el consiguiente puente aéreo de respuesta. Así que la política cultural de Estados Unidos y sus aliados en Alemania pasó de la desnazificación a centrarse en la oposición al comunismo. Este giro de las circunstancias políticas influyó en el hecho de que en 1952 el 25% de la población de la RFA todavía siguiera teniendo una buena opinión de Hitler. Ahora las prioridades eran otras. Alemania estaba en una posición estratégica para contener a los rusos y por otra parte una Europa arruinada en la posguerra era un caldo de cultivo idóneo para la expansión del comunismo, así que la solución fue el Plan Marshall. Atrás quedo la posibilidad planteada por el Plan Morgenthau de convertir el país en una sociedad agrícola para que no pudiera rearmarse. Desde finales de los años 40 y a lo largo de los 50 tuvo lugar el “milagro económico alemán”, un desarrollo económico espectacular que hizo posible una tasa de paro en 1960 de apenas un 1,3%. Tras un primer medio siglo con tal cúmulo de desastres por fin llegaba la prosperidad y, con ella, la tan ansiada estabilidad política en Europa.

De la mano del crecimiento económico llegó la democracia. En 1949 se proclamó la Ley Fundamental para la República Federal de Alemania, su nueva constitución. Contenía la llamada “cláusula de eternidad” que blinda aquellas partes que un hipotético nuevo gobierno autoritario podría verse tentado a reformar. Se trata de los artículos 1 y 20, que aluden a los derechos fundamentales y a la organización del Estado como federal, democrático y social. Al final del Artículo 20 incluso se llega a reconocer un “derecho de resistencia”, de forma que “contra cualquiera que intente eliminar este orden todos los alemanes tienen el derecho de resistencia cuando no fuere posible otro recurso”. Además, desde 1953 la RFA y posteriormente la Alemania reunificada ha pagado al Estado de Israel una indemnización de unos 46.000 millones de euros al cambio actual y consiente que intervenga en su sistema educativo, concretamente en la enseñanza del Holocausto. El 5 de mayo de 1955 la RFA pudo ser de nuevo una nación soberana e independiente en el escenario internacional.

Desde entonces, intelectuales como Jürgen Habermas y Dolf Sternberger, han popularizado el concepto de “patriotismo constitucional”. El sentimiento de pertenencia a la nación —considerada como herrenvolk o “Pueblo de Señores”— que fomentó el nazismo ya no era admisible en la Alemania posterior a la guerra, así que para rellenar ese vacío teorizaron un tipo de patriotismo o “republicanismo” para Alemania semejante al estadounidense y francés, ambos originarios de la Ilustración (e incluso de las mismas personas, en el caso de Thomas Jefferson, Benjamin Franklin y Thomas Paine, presentes tanto en la independencia americana como en la Revolución Francesa). Se trataba de que los alemanes se sintieran vinculados a una comunidad política basada en principios universales de democracia, libertad e igualdad, en lugar de en especificidades étnicas e identitarias. Una polis en lugar de una tribu.


Bibliografía:

– Después del Reich, Giles MacDonough
– After Hitler, recivilicing germans 1945-1995, Konrad H. Jarausch
– Posguerra, Tony Judt
– Vida y fin en el Tercer Reich, Peter Fritzsche
– La paz simulada, varios autores
– Memorias, Albert Speer
– Guerra fría y propaganda, varios autores
Foro Segunda Guerra Mundial - Página principal

Ya podemos poner una comisión de expertos a estudiar aquel proceso y tomar buena nota, que hay mucho por hacer aquí cuando acabe toda esta farsa.
 
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Atrás quedo la posibilidad planteada por el Plan Morgenthau de convertir el país en una sociedad agrícola para que no pudiera rearmarse. Desde finales de los años 40 y a lo largo de los 50 tuvo lugar el “milagro económico alemán”, un desarrollo económico espectacular que hizo posible una tasa de paro en 1960 de apenas un 1,3%. Tras un primer medio siglo con tal cúmulo de desastres por fin llegaba la prosperidad y, con ella, la tan ansiada estabilidad política en Europa.

A este articulo tan tendencioso, se le olvida que ademas de dejar que Alemania fuera un pais normal, el resto de paises permitieron reestructurar su deuda en el Acuerdo de Londres de 1953.

https://es.wikipedia.org/wiki/Acuerdo_de_Londres_de_1953_sobre_la_deuda_alemana

El Acuerdo sobre la deuda externa alemana de 1953 o Acuerdo de Londres de 1953 consistió en la quita o anulación de parte de la deuda externa alemana en un 62%; tanto las deudas contraídas en el período de entreguerras (Primera Guerra Mundial y Segunda Guerra Mundial) como las deudas resultantes de la postguerra -fin de la Segunda Guerra Mundial- por parte de 25 países acreedores.



Si se hubiera aplicado el Plan Morgenthau, Alemania seria un pais tan perversos como ha dejado el capitalismo a Bulgaria, Albania o Rumania.

Demasiado buenos fueron los vencedores con Alemania. Y ahora se dedican a aplastar a los griegos con corralitos y medidas economicas inhumanas, o imponen cuotas de emigrantes y politicas economicas a los paises del Sur inaceptables.
 
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