Vermiculus
Abstencionario en el monte
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Maravilloso tochaco escrito por Dalmacio neցro.
La temperatura política estaba subiendo en España debido principalmente, pero no sólo, al problema catalán. Un problema de toda España, insoluble mientras se reduzca la política a inventar regulaciones y recaudar impuestos a los acordes del tango Cambalache para proteger al pueblo de sí mismo y entretenerle con dimes y diretes y pasteleos. A ello se ha sumado la política para “dignificar la democracia” del Dr. Sánchez y su gobierno de intelectualos (–as y –es) -algunos también doctoros (-as y –es)-, entre ellos un astronauta; sin duda, como refuerzo para combatir el cambio climático. Gobierno con grandes proyectos, que supera al desgobierno del Sr. Rajoy, quien, como buen registrador, se limitaba a registrar y repartir lo recaudado, y al de su antecesor, que es mejor no nombrar. En ese ambiente, las elecciones regionales andaluzas pueden haber alterado seriamente el statu quo del “sacro imperio de las autonomías”, impuesto pero votado en 1978, al perderlas el partido socialista, que ha desgobernado feudalmente Andalucía durante casi cuarenta años.
1.- Es muy significativo, que haya crecido la abstención acercándose al temido 50%, indicador de la ilegitimidad de facto de los regímenes políticos. Por eso es obligatorio el voto en bastantes países escasamente o nada democráticos, en contraste con aquellos en que se considera una obligación jovenlandesal, y los relativamente pocos en que votar es simplemente un derecho, no una obligación política-jurídica o jovenlandesal.
1,1.- Este último es, por ejemplo, el caso de Estados Unidos, donde apenas suele inscribirse previamente el 50% de los ciudadanos con derecho a elegir a sus representantes en un censo electoral ad hoc, aunque luego tampoco votan todos los inscritos. Lo que no significa allí deslegitimación de la democracia, sino todo lo contrario. Es una precaución, para que el voto no sea rutinario sino meditado, responda a intereses u opiniones reales del pueblo y participen sólo aquellos que crean tener algo que decir: para que la elección sea lo más realista posible. Y como es por distritos y del tipo mayoritario, los votantes tienen también el derecho de exigir a los representantes, que les rindan cuentas de su gestión; pues una vez elegidos quedan sometidos jurídicamente al mandato imperativo medieval heredado de Inglaterra y abolido en el Continente por las monarquías estatales. La República norteamericana no es un Estado formalmente republicano. El depositario del poder sigue siendo el pueblo, de modo que la res publica o cosa común, lo Político, es propiedad de todos los ciudadanos, como en la antigua Roma y en la Edad Media, donde no se consolidó del Estado como una forma política artificial. En Estados Unidos, la democracia –el control del gobierno y los representantes por el pueblo- es un corolario de la República: garantiza que gobierne la res publica el demos, el pueblo soberano, por medio de sus representantes o mandatarios, no de reyes o monarcas, aristocracias u oligarquías separados de la realidad efectiva. Así pues, el mandato imperativo no distingue entre jovenlandesal pública y jovenlandesal privada ni entre derecho público y derecho privado. Pende como una espada de Damocles sobre los representantes: el Presidente, un rey-monarca no hereditario, congresistas, senadores y jueces, elegidos todos por separado, de abajo arriba, no de arriba abajo. De este modo, tienen que cuidar lo que dicen –la retórica es la lógica de la política- y lo que hacen y es casi imposible que la democracia derive en cleptocracia, salvo como una excepción normal que confirma la regla.
1,2.- En otras naciones, especialmente donde existe el Estado de los Partidos –en general en toda Europa salvo Suiza-, da lo mismo que los candidatos sean prácticamente desconocidos en su circunscripción -pueden ser “cuneros” como sucede con frecuencia en España- o que sean inmorales en su vida privada, pues los votantes no fiscalizan su actuación. Se vota a partidos y la democracia deriva fácilmente en clepto o crisocracia. Lo más que pueden hacer los ciudadanos es esperar a la siguiente elección, si no se vota a listas cerradas. En este caso se vota directamente a los partidos –de hecho, a sus jefes, en la práctica los únicos ciudadanos de pleno derecho-, no a los aspirantes a ser representantes. La gente corriente vota movida porque se le obliga bajo penas, que suelen ser multas, o porque se le ha hecho creer que votar es una obligación jovenlandesal y requisito imprescindible para ser demócrata. El resultado es que, a pesar de lo del “voto útil” –el voto a la contra de los conformistas inconformistas decía el sociólogo suizo Hans Zbinden-, las opiniones de los votantes apenas difieren de las de los políticos, o sea, de la opinión publicitada de los partidos dueños del Estado. Son votos religiosos, no políticos, al consenso. Como suelen decir los eclesiásticos confundiendo las elecciones intra ecclesiam con las elecciones dentro del Estado en las que se vota sobre opiniones, votar es una obligación de conciencia (puede serlo en casos extremos y si el candidato merece confianza).
2.- El resultado de la contienda electoral andaluza no hubiera tenido mayor interés, si no hubiese irrumpido inesperadamente el nuevo partido Vox, paralelo en el tiempo y en cierto modo por su programa al movimiento, por ahora apartidista, de los gilets jaunes franceses. Sin su intromisión, los partidos que fungen como la derecha del consenso socialdemócrata hubieran cambalacheado sin más con los que hacen de izquierda para que todo siga igual con independencia de quien hubiese ganado y conseguido más o mejores empleos, que era en realidad lo que se disputaba. El tango Cambalache ilustra muy bien la naturaleza del consenso y su manera kurzfristig, a corto plazo, de entender la política. La irrupción de Vox ha conmocionado el panorama político y amenaza distorsionar la política infantil del toma y daca o yo soy mejor (y más demagogo o mentiroso o menos corrupto) y tu o vosotros peor.
Como Vox está fuera del sistema político monopolizado por las oligarquías consensuadas, se le sataniza con la habitual jerga política “antifascista” de la democracia pseudoprogresista, la democracia siempre in fieri de las nomenklaturas:es fascista, ultraderecha, franquista, homófobo, populista, euroescéptico, etc. Algún periodista llega a acusar a Vox por su intransigencia al exigir la abolición de la ley totalitaria andaluza de la violencia de género y sus addenda incluidas las subvenciones por mor de la justicia social, de “revivir la guerra civil con su programa”. Por lo menos en este momento, pues otros dicen que “va de farol”; es decir, que está dispuesto a renunciar a sus principios higiénicos a cambio de poder chanchullear. Aparte de esas opiniones, se le acusa del pecado más grave de todos, que no tiene remisión. El pecado contra el Espíritu Santo de ser anticonstitucionalista en un país en el que la Constitución «se votó para gobernar por encima, por debajo, alrededor y a través de ella, pero nunca honradamente con ella», como decía Salvador de Madariaga de la de 1876.Como ejemplo basta mencionar el cambalache del procés.
Al consenso, le molestan sobre todo dos cosas de Vox. Una es la promesa de suprimir la Kleinstaaterei constitucional evocada por la periodista antes mencionada recordando la del Sacro Imperio Romano de la Nación Alemana, del que decía Pufendorf era un “monstro simile”.Las Autonomías son muy útiles en el Estado Clientelar -el “despotismo oriental” criticado por Marx- de la “democracia avanzada”: multiplica los tentáculos de las oligarquías consensuadas que se configuran en ellas como oligarquías locales y les sirven de chiringuitos caladeros de empleos y viveros de negocios improductivos económicamente, pero rentables crematísticamente para los negociantes. La otra, en parte un pretexto para doblegar al intruso, es la exigencia de Vox de poner fin a la dictadura LGTB, de la que está la gente cansada y hasta temerosa. Condición que pudo haber motivado que el partido multifronte –catch-all party– Ciudadanos se aliara –en realidad lo estaba deseando- con el partido socialista o que hubiera habido nuevas elecciones. Como decía Lenin, “cuanto peor, mejor” y, en esta ocasión, las dos cosas le habrían venido seguramente muy bien a Vox in short y long run.
3.- El magro éxito de Vox, debido al aburrimiento, la corrupción estructural y el hartazgo del clientelismo -mayor que en el resto de España, incluidas Cataluña y Galicia- existentes en la autonomía andaluza, le suena al consenso como una rebelión de la opinión del pueblo contra la opinión pública inventada. La España real y la España oficial de Ortega. El sentimiento de frustración ha superado al de resignación o miedo entre los que se han decidido a votarle. Y lo peor para los partidos consensuados es, que se ha percibido como una esperanza de liberación nacional de las castas políticas, que puede atraer a multitud de electores en el resto de la Nación harta del desgobierno: No cabe elegir a los representantes bajo mandato imperativo, prohibido por la Constitución, pero practicado en las Cortes y el Senado donde votan los elegidos bajo el mandato imperativo de los jefes de los respectivos partidos que les dicen cómo y qué tienen que votar. Pero los electores podrían al menos desbancar a los partidos consensuados y ese pecado mortal no se puede permitir: se interrumpiría la marcha hacia la democracia avanzada, el principio rector consagrado en el preámbulo de la Constitución (principio sexto), que ayuda a entender los avatares de la interminable tras*ición.[8] Podría irse al traste la Monarquía de Partidos como decía Antonio García-Trevijano.
El éxito de los escasos votantes de Vox ha llamado también la atención en el exterior, ante la posibilidad de que se rompa el consenso sovietizante que atenaza a la Nación igual que a otras naciones europeas, y no europeas, en las que están aflorando populismos y gilets jaunes.
4.- El programa de Vox es, en efecto, contrario a la democracia avanzada y al marxismo-leninismo cultural y contracultural antifascista adjetivado en España como antifranquista: «los bolcheviques culturales no tienen otra cosa de que hablar salvo del antifascismo», decía hace bastantes años el austríaco Wolfgang Caspart. Vox pretende nada menos que suprimir, como se dijo arriba, el bodrio de las autonomías y la citada dictadura de la ideología de género. Su gran problema, si quiere de verdad cumplirlo, es el de Einstein: “los problemas no se resuelven con quiénes los han creado”. Tendría que crecer mucho en el resto de España teniendo enfrente la infantería, la artillería, la ingeniería, la aviación, la marina y, lo que es el mayor obstáculo, la intendencia del consenso que usurpa la soberanía de la Nación. Cuenta a su favor, la hostilidad de los consensuados y en especial la del partido atrapacargos Ciudadanos, que, instalado en el sistema, teme su competencia dada su propia incompetencia. «Ciudadanos evidencia de forma brutal que no sabe dónde está ni quién le vota», escribe otra periodista independiente. Si se hubiera quedado en Cataluña, no se le notaría tanto que está muy afectado por el principio de Peter y quizá por el de Hanlon.
5.- En fin, es una incógnita si el nuevo partido se plegará definitivamente al consenso, se mantendrá firme por lo menos hasta las próximas elecciones para fortalecerse con más electores e incorporarse después al sistema, o seguirá oponiéndose al tinglado como hizo Podemos, impaciente por la lentitud de la democracia avanzada, antes de instalarse en él.
Vox, en realidad, no tenía nada que perder y podría haber ganado mucho a medio, y, luego, a largo plazo, si se hubieran repetido las elecciones andaluzas o se hubiera aliado Ciudadanos con el partido socialista. La guerra es cultural, de principios, y, como Zamora, no se gana en una hora. La diosa Fortuna le ha sonreído, la tendencia del Zeitgeist -Hungría y las naciones eslavas exsoviéticas, Trump, Italia, Austria, chalecos amarillos, Bolsonaro- coincide con sus principios y no le conviene perder sus favores. Maquiavelo se dio cuenta de que Clío le deja a Fortuna decidir in politicis el cincuenta por ciento de los asuntos. O más. Federico el Grande, paradigma del maquiavelismo práctico, creía que su maestro se quedó corto: calculaba que dependen del azar dos tercios del éxito político.
6.- Según la famosa definición de Clausewitz, la guerra es la continuación de la política con otros medios. Políticamente, el objetivo de una guerra, no es vencer o perder en una batalla, sino ganarla. Lord Palmerston decía “Inglaterra no tiene aliados permanentes sino intereses permanentes” y Oliveira Salazar aclaraba que «sólo es posible ceder a tener flexibilidad [la política tout court, cortoplacista], después de que la política ha vencido. Antes de eso, es perder por completo». La prudentia, virtud fundamental en el cálculo político, aconsejaba a Vox mantenerse fiel a sus principios y a sus electores y simpatizantes. Si no hubiese pactado en Andalucía con los partidos del consenso –con la “derecha” que baila preferentemente el tango de Santos Discépolo, mientras a la “izquierda” le gusta más el del médico ginecólogo Alberto Castillo Todos queremos más-, hubiera adquirido la virtú maquiavélica capaz de mantener seducida a Fortuna. Y, dada la necessitá delle cose -la necesidad del pueblo de que el gobierno sea político-, podría haber ganado seguramente langfristig, a largo plazo, la guerra político-cultural, ciertamente civil pero justa, que ha emprendido.
La temperatura política estaba subiendo en España debido principalmente, pero no sólo, al problema catalán. Un problema de toda España, insoluble mientras se reduzca la política a inventar regulaciones y recaudar impuestos a los acordes del tango Cambalache para proteger al pueblo de sí mismo y entretenerle con dimes y diretes y pasteleos. A ello se ha sumado la política para “dignificar la democracia” del Dr. Sánchez y su gobierno de intelectualos (–as y –es) -algunos también doctoros (-as y –es)-, entre ellos un astronauta; sin duda, como refuerzo para combatir el cambio climático. Gobierno con grandes proyectos, que supera al desgobierno del Sr. Rajoy, quien, como buen registrador, se limitaba a registrar y repartir lo recaudado, y al de su antecesor, que es mejor no nombrar. En ese ambiente, las elecciones regionales andaluzas pueden haber alterado seriamente el statu quo del “sacro imperio de las autonomías”, impuesto pero votado en 1978, al perderlas el partido socialista, que ha desgobernado feudalmente Andalucía durante casi cuarenta años.
1.- Es muy significativo, que haya crecido la abstención acercándose al temido 50%, indicador de la ilegitimidad de facto de los regímenes políticos. Por eso es obligatorio el voto en bastantes países escasamente o nada democráticos, en contraste con aquellos en que se considera una obligación jovenlandesal, y los relativamente pocos en que votar es simplemente un derecho, no una obligación política-jurídica o jovenlandesal.
1,1.- Este último es, por ejemplo, el caso de Estados Unidos, donde apenas suele inscribirse previamente el 50% de los ciudadanos con derecho a elegir a sus representantes en un censo electoral ad hoc, aunque luego tampoco votan todos los inscritos. Lo que no significa allí deslegitimación de la democracia, sino todo lo contrario. Es una precaución, para que el voto no sea rutinario sino meditado, responda a intereses u opiniones reales del pueblo y participen sólo aquellos que crean tener algo que decir: para que la elección sea lo más realista posible. Y como es por distritos y del tipo mayoritario, los votantes tienen también el derecho de exigir a los representantes, que les rindan cuentas de su gestión; pues una vez elegidos quedan sometidos jurídicamente al mandato imperativo medieval heredado de Inglaterra y abolido en el Continente por las monarquías estatales. La República norteamericana no es un Estado formalmente republicano. El depositario del poder sigue siendo el pueblo, de modo que la res publica o cosa común, lo Político, es propiedad de todos los ciudadanos, como en la antigua Roma y en la Edad Media, donde no se consolidó del Estado como una forma política artificial. En Estados Unidos, la democracia –el control del gobierno y los representantes por el pueblo- es un corolario de la República: garantiza que gobierne la res publica el demos, el pueblo soberano, por medio de sus representantes o mandatarios, no de reyes o monarcas, aristocracias u oligarquías separados de la realidad efectiva. Así pues, el mandato imperativo no distingue entre jovenlandesal pública y jovenlandesal privada ni entre derecho público y derecho privado. Pende como una espada de Damocles sobre los representantes: el Presidente, un rey-monarca no hereditario, congresistas, senadores y jueces, elegidos todos por separado, de abajo arriba, no de arriba abajo. De este modo, tienen que cuidar lo que dicen –la retórica es la lógica de la política- y lo que hacen y es casi imposible que la democracia derive en cleptocracia, salvo como una excepción normal que confirma la regla.
1,2.- En otras naciones, especialmente donde existe el Estado de los Partidos –en general en toda Europa salvo Suiza-, da lo mismo que los candidatos sean prácticamente desconocidos en su circunscripción -pueden ser “cuneros” como sucede con frecuencia en España- o que sean inmorales en su vida privada, pues los votantes no fiscalizan su actuación. Se vota a partidos y la democracia deriva fácilmente en clepto o crisocracia. Lo más que pueden hacer los ciudadanos es esperar a la siguiente elección, si no se vota a listas cerradas. En este caso se vota directamente a los partidos –de hecho, a sus jefes, en la práctica los únicos ciudadanos de pleno derecho-, no a los aspirantes a ser representantes. La gente corriente vota movida porque se le obliga bajo penas, que suelen ser multas, o porque se le ha hecho creer que votar es una obligación jovenlandesal y requisito imprescindible para ser demócrata. El resultado es que, a pesar de lo del “voto útil” –el voto a la contra de los conformistas inconformistas decía el sociólogo suizo Hans Zbinden-, las opiniones de los votantes apenas difieren de las de los políticos, o sea, de la opinión publicitada de los partidos dueños del Estado. Son votos religiosos, no políticos, al consenso. Como suelen decir los eclesiásticos confundiendo las elecciones intra ecclesiam con las elecciones dentro del Estado en las que se vota sobre opiniones, votar es una obligación de conciencia (puede serlo en casos extremos y si el candidato merece confianza).
2.- El resultado de la contienda electoral andaluza no hubiera tenido mayor interés, si no hubiese irrumpido inesperadamente el nuevo partido Vox, paralelo en el tiempo y en cierto modo por su programa al movimiento, por ahora apartidista, de los gilets jaunes franceses. Sin su intromisión, los partidos que fungen como la derecha del consenso socialdemócrata hubieran cambalacheado sin más con los que hacen de izquierda para que todo siga igual con independencia de quien hubiese ganado y conseguido más o mejores empleos, que era en realidad lo que se disputaba. El tango Cambalache ilustra muy bien la naturaleza del consenso y su manera kurzfristig, a corto plazo, de entender la política. La irrupción de Vox ha conmocionado el panorama político y amenaza distorsionar la política infantil del toma y daca o yo soy mejor (y más demagogo o mentiroso o menos corrupto) y tu o vosotros peor.
Como Vox está fuera del sistema político monopolizado por las oligarquías consensuadas, se le sataniza con la habitual jerga política “antifascista” de la democracia pseudoprogresista, la democracia siempre in fieri de las nomenklaturas:es fascista, ultraderecha, franquista, homófobo, populista, euroescéptico, etc. Algún periodista llega a acusar a Vox por su intransigencia al exigir la abolición de la ley totalitaria andaluza de la violencia de género y sus addenda incluidas las subvenciones por mor de la justicia social, de “revivir la guerra civil con su programa”. Por lo menos en este momento, pues otros dicen que “va de farol”; es decir, que está dispuesto a renunciar a sus principios higiénicos a cambio de poder chanchullear. Aparte de esas opiniones, se le acusa del pecado más grave de todos, que no tiene remisión. El pecado contra el Espíritu Santo de ser anticonstitucionalista en un país en el que la Constitución «se votó para gobernar por encima, por debajo, alrededor y a través de ella, pero nunca honradamente con ella», como decía Salvador de Madariaga de la de 1876.Como ejemplo basta mencionar el cambalache del procés.
Al consenso, le molestan sobre todo dos cosas de Vox. Una es la promesa de suprimir la Kleinstaaterei constitucional evocada por la periodista antes mencionada recordando la del Sacro Imperio Romano de la Nación Alemana, del que decía Pufendorf era un “monstro simile”.Las Autonomías son muy útiles en el Estado Clientelar -el “despotismo oriental” criticado por Marx- de la “democracia avanzada”: multiplica los tentáculos de las oligarquías consensuadas que se configuran en ellas como oligarquías locales y les sirven de chiringuitos caladeros de empleos y viveros de negocios improductivos económicamente, pero rentables crematísticamente para los negociantes. La otra, en parte un pretexto para doblegar al intruso, es la exigencia de Vox de poner fin a la dictadura LGTB, de la que está la gente cansada y hasta temerosa. Condición que pudo haber motivado que el partido multifronte –catch-all party– Ciudadanos se aliara –en realidad lo estaba deseando- con el partido socialista o que hubiera habido nuevas elecciones. Como decía Lenin, “cuanto peor, mejor” y, en esta ocasión, las dos cosas le habrían venido seguramente muy bien a Vox in short y long run.
3.- El magro éxito de Vox, debido al aburrimiento, la corrupción estructural y el hartazgo del clientelismo -mayor que en el resto de España, incluidas Cataluña y Galicia- existentes en la autonomía andaluza, le suena al consenso como una rebelión de la opinión del pueblo contra la opinión pública inventada. La España real y la España oficial de Ortega. El sentimiento de frustración ha superado al de resignación o miedo entre los que se han decidido a votarle. Y lo peor para los partidos consensuados es, que se ha percibido como una esperanza de liberación nacional de las castas políticas, que puede atraer a multitud de electores en el resto de la Nación harta del desgobierno: No cabe elegir a los representantes bajo mandato imperativo, prohibido por la Constitución, pero practicado en las Cortes y el Senado donde votan los elegidos bajo el mandato imperativo de los jefes de los respectivos partidos que les dicen cómo y qué tienen que votar. Pero los electores podrían al menos desbancar a los partidos consensuados y ese pecado mortal no se puede permitir: se interrumpiría la marcha hacia la democracia avanzada, el principio rector consagrado en el preámbulo de la Constitución (principio sexto), que ayuda a entender los avatares de la interminable tras*ición.[8] Podría irse al traste la Monarquía de Partidos como decía Antonio García-Trevijano.
El éxito de los escasos votantes de Vox ha llamado también la atención en el exterior, ante la posibilidad de que se rompa el consenso sovietizante que atenaza a la Nación igual que a otras naciones europeas, y no europeas, en las que están aflorando populismos y gilets jaunes.
4.- El programa de Vox es, en efecto, contrario a la democracia avanzada y al marxismo-leninismo cultural y contracultural antifascista adjetivado en España como antifranquista: «los bolcheviques culturales no tienen otra cosa de que hablar salvo del antifascismo», decía hace bastantes años el austríaco Wolfgang Caspart. Vox pretende nada menos que suprimir, como se dijo arriba, el bodrio de las autonomías y la citada dictadura de la ideología de género. Su gran problema, si quiere de verdad cumplirlo, es el de Einstein: “los problemas no se resuelven con quiénes los han creado”. Tendría que crecer mucho en el resto de España teniendo enfrente la infantería, la artillería, la ingeniería, la aviación, la marina y, lo que es el mayor obstáculo, la intendencia del consenso que usurpa la soberanía de la Nación. Cuenta a su favor, la hostilidad de los consensuados y en especial la del partido atrapacargos Ciudadanos, que, instalado en el sistema, teme su competencia dada su propia incompetencia. «Ciudadanos evidencia de forma brutal que no sabe dónde está ni quién le vota», escribe otra periodista independiente. Si se hubiera quedado en Cataluña, no se le notaría tanto que está muy afectado por el principio de Peter y quizá por el de Hanlon.
5.- En fin, es una incógnita si el nuevo partido se plegará definitivamente al consenso, se mantendrá firme por lo menos hasta las próximas elecciones para fortalecerse con más electores e incorporarse después al sistema, o seguirá oponiéndose al tinglado como hizo Podemos, impaciente por la lentitud de la democracia avanzada, antes de instalarse en él.
Vox, en realidad, no tenía nada que perder y podría haber ganado mucho a medio, y, luego, a largo plazo, si se hubieran repetido las elecciones andaluzas o se hubiera aliado Ciudadanos con el partido socialista. La guerra es cultural, de principios, y, como Zamora, no se gana en una hora. La diosa Fortuna le ha sonreído, la tendencia del Zeitgeist -Hungría y las naciones eslavas exsoviéticas, Trump, Italia, Austria, chalecos amarillos, Bolsonaro- coincide con sus principios y no le conviene perder sus favores. Maquiavelo se dio cuenta de que Clío le deja a Fortuna decidir in politicis el cincuenta por ciento de los asuntos. O más. Federico el Grande, paradigma del maquiavelismo práctico, creía que su maestro se quedó corto: calculaba que dependen del azar dos tercios del éxito político.
6.- Según la famosa definición de Clausewitz, la guerra es la continuación de la política con otros medios. Políticamente, el objetivo de una guerra, no es vencer o perder en una batalla, sino ganarla. Lord Palmerston decía “Inglaterra no tiene aliados permanentes sino intereses permanentes” y Oliveira Salazar aclaraba que «sólo es posible ceder a tener flexibilidad [la política tout court, cortoplacista], después de que la política ha vencido. Antes de eso, es perder por completo». La prudentia, virtud fundamental en el cálculo político, aconsejaba a Vox mantenerse fiel a sus principios y a sus electores y simpatizantes. Si no hubiese pactado en Andalucía con los partidos del consenso –con la “derecha” que baila preferentemente el tango de Santos Discépolo, mientras a la “izquierda” le gusta más el del médico ginecólogo Alberto Castillo Todos queremos más-, hubiera adquirido la virtú maquiavélica capaz de mantener seducida a Fortuna. Y, dada la necessitá delle cose -la necesidad del pueblo de que el gobierno sea político-, podría haber ganado seguramente langfristig, a largo plazo, la guerra político-cultural, ciertamente civil pero justa, que ha emprendido.