Vlad_Empalador
Será en Octubre
La mitad de la destrucción de empleo desde el inicio de la crisis del cobi19 corresponde a menores de 35 años
De izquierda a derecha: Alicia García, Belén Amoraga, Nerea Gómez y Adam Choukrallah.
MIGUEL ÁNGEL GARCÍA VEGA
Madrid - 09 MAY 2020 - 00:30 CEST
El bichito ha confinado las expectativas y el futuro de cientos de miles de chicos. Ser joven —defienden algunos— es el mejor momento de la existencia. La prosperidad del trabajo, la formación de un hogar, el amor y el desengaño, los hijos (quien los elija), aprender, viajar, equivocarse, sufrir, arrepentirse; la vida. Unos 6,5 millones de jóvenes españoles (aquellos que tenían entre 20 y 29 años en 2008 y de 32 a 41 años durante 2020) podrían recordar solo los verbos más tristes de esa frase en las próximas décadas. Representan el 14,2% —según el INE— de toda la población y afrontan su segunda crisis económica mundial en solo 12 años. La Gran Recesión de 2008 y ahora la esa época en el 2020 de la que yo le hablo. Todo sin aviso. Ed è súbito sera. “Y de repente, la noche”, escribió el poeta y Nobel italiano SalvatorFe Quasimodo. Nadie puede negar esa carencia de luz. En abril, el paro entre quienes tienen de 25 a 29 años creció un 13,1%. Fue el segmento que más aumentó. Fiel a una inercia contagiosa, el primer trimestre terminó con una tasa de desempleo para los menores de 25 años del 33%, dos puntos y medio más que al cierre de 2019. Los números que se han conocido en abril dejan una tierra baldía de esperanza. La mitad de la destrucción del empleo (unos 460.000 puestos de trabajo) desde el inicio de la crisis corresponde a menores de 35 años.
Sin duda, la fragilidad irrumpe en el peor instante. Los chicos que salieron al mercado laboral entre 2008 y 2013 (en plena depresión) viven este hundimiento cuando podrían empezar a estabilizarse en sus puestos de trabajo. Y solo parece caer la noche. “El impacto será profundo porque los jóvenes parten de entrada de una situación ya muy vulnerable, marcada por la temporalidad y aún no han terminado de pagar la factura de la crisis anterior”, observa María Ángeles Davia Rodríguez, profesora en la Universidad de Castilla-La Mancha. Y añade: “El tamaño de esa cuenta tendrá también mucho que ver con el nivel de seguridad del puesto de trabajo frente a la esa época en el 2020 de la que yo le hablo. Es decir, si han podido y pueden seguir teletrabajando o si se enfrentarían a un contacto social intenso cuando se retome la actividad”.
Pero tampoco de ahí parece que lleguen ni luz ni esperanza. La consultora CEPR Policy calcula que actualmente solo el 25,4% de los trabajos en España se puede desempeñar de forma segura desde casa. Un porcentaje que podría llegar al 43% en el escenario de unas restricciones mínimas. Otra vía de agua para que anegue la injusticia. “Hay una separación entre aquellos jóvenes que tienen el privilegio de tener empleos que pueden efectuarse de manera remota (por ejemplo, los financieros o informáticos) y quienes desarrollan profesiones (restauradores, minoristas) basadas en el cara a cara”, alerta David Grusky, director del Centro de Pobreza y Desigualdad de la Universidad de Stanford. Y advierte: “Son nuevas fuerzas de la injusticia”.
Todas las generaciones se han definido por acontecimientos traumáticos. Sucesos escritos, generalmente, por el miedo y la incertidumbre. Sucesos que cambian la forma en la que las personas entienden el mundo, el pasado y el futuro y que afectan a cómo toman decisiones y asumen riesgos. Y en este viaje vital, la relación entre el espacio y la velocidad, o sea, el tiempo, condiciona la vida. “Incorporarse en el mercado laboral en épocas de recesión tiene consecuencias nefastas y persistentes en la trayectoria salarial de los jóvenes españoles. Su repercusión permanece a lo largo de los años y puede durar hasta una década”, describe Nuria Rodríguez-Planas, catedrática de la City University de Nueva York (Queens College).
Conoce bien ese problema. Junto a su colega, Daniel Fernández-Kranz, ha cartografiado (The Perfect Storm: Graduating during a Recession in Segmented Labor Market) el atlas de los números. Si pensamos en los licenciados universitarios —cuenta la docente— la reducción, en promedio, a lo largo de los primeros diez años es del 6,4% cuando la persona se incorporó al mercado con un paro del 18% en vez del 10%. En otras enseñanzas el destrozo es mayor. Las pérdidas resultan superiores para quienes han cursado bachillerato (10%) y Formación Profesional (12,5%). Estos porcentajes imponen el abandono o llevan al límite proyectos vitales como la independencia, la vivienda o una familia. Y el barquero reclama su diezmo. La experiencia histórica revela que la inseguridad económica retrasa la formación de los hogares y reduce la fertilidad.
Infinidad de trabajos atestiguan lo que les espera de prolongarse la recesión causada por el bichito. Si eres joven y llegas al mercado laboral en plena depresión o en esta agorafóbica economía vas a sangrar. Los expertos de CaixaBank Research narran que entre 2008 y 2016 el salario medio para los trabajadores de 20 a 24 años cayó un 15% mientras quienes estaban entre los 25 y 29 años perdían el 9%.
Otros informes (Desempleo juvenil en España, publicado por Papeles de economía española) hienden la herida. Sus páginas analizan las vidas de los jóvenes en la horquilla que enlaza los 36 y los 40 años. Un tiempo en el que, pese a haber atravesado la primera fase (2005-2012) de la Gran Recesión, deberían tener sus existencias encauzadas. El resultado es una especie de “envidia demográfica”. Un concepto que imaginó Douglas Coupland en su novela Generación X. Aquel retrato atravesado de inequidad y McJobs de los jóvenes estadounidenses durante los años noventa. Más cerca. El estudio español descubrió —resume María Ángeles Davia— que la probabilidad de caer en el paro para esos adultos era significativamente mayor entre quienes habían engrosado el desempleo antes de los 30 años. Y ese estigma resultaba más intenso cuanto más larga era la experiencia del paro en la juventud.
Sin embargo, es razonable intuir que la frustración de los mileniales que hoy se encuentran en esos tramos de edad será aún superior. Porque además cargan con la devaluación de los salarios que siguió a la reforma laboral de 2011. “Lo que deben sentir es que nunca verán un espacio de seguridad económica en sus vidas”, comenta Markus Gangl, profesor de Sociología en la Universidad Goethe de Fráncfort (Alemania). Porque son el vórtice de una tormenta que arrastra sus existencias hacia la pérdida. “Van a perder salarios, empleo y el ascenso en sus carreras y tendrán que aplazar la educación mientras los trabajadores de mayor edad intentarán trabajar durante más tiempo, lo que limita las futuras ofertas de empleo”, desgrana Jason Dorsey, presidente de la consultora The Center for Generational Kinetics. “Y no solo eso. Deberán soportar buena parte de la carga de impuestos que estos días pagan los beneficios que están recibiendo las personas más mayores”.
Comparación desigual
En el fondo, miles de jóvenes sienten que otras generaciones se han llevado el mejor trozo de la tarta y han colocado alambre de espino alrededor de lo que quedaba. Muchos miran con envidia la situación de sus padres, prejubilados a los 60 años. Sin embargo, esa existencia va quedando lejos y ese número posee hoy un sentido distinto. Unos 60 millones de puestos de trabajo en Europa están en riesgo. Es el porvenir que describe la consultora McKinsey. Su concepto de peligro mezcla reducción de horas de trabajo pagadas, una avalancha de expedientes temporales y despidos definitivos. Y son los jóvenes, una vez más, quienes salen azotados por los vientos. Enhebrado con hilo de seda oscilan los empleos de siete millones de chicos de entre 15 y 24 años. ¿La imagen es dura? “La imagen podría ser peor si en los próximos años los Gobiernos europeos introducen nuevas medidas de austeridad para hacer frente a la presión presupuestaria creada por la crisis. Porque ya sabemos lo que significa: condiciones más débiles para los trabajadores y un recorte profundo en los gastos sociales”, reflexiona Michele Raitano, profesor de Economía Política de la Universidad de La Sapienza de Roma.
Pero urge proteger los empleos. Cada trabajo salvado retiene la productividad y el consumo, reduce la dependencia de los sistemas públicos y tiene un efecto positivo en la salud y el bienestar. Hay que derribar los números. Esta curva no basta con aplanarla. En abril, el paro entre los menores de 25 años aumentó en 31.262 chicos frente al mes anterior. Casi el 11%. Cenizas sobre las cenizas en un país que incluso en los años del milagro dorado ha tenido poblaciones, especialmente en el sur, con un desempleo juvenil del 40%. “La situación de los jóvenes ya era difícil antes de la crisis y ahora han empezado a formar parte del paro estructural; o sea, del desempleo crónico”, advierte Raquel Llorente Heras, profesora de Economía de la Universidad Autónoma de Madrid.
Amenazas
Acorralados miles de ellos en contratos temporales, los días se cuentan por amenazas. Sobre todo, cuando termine el estado de alarma. Tras el final del confinamiento resulta posible que “se produzca una importante destrucción de empleo temporal”, prevé Llorente. ¿Qué hacer? ¿Les daremos la espalda? “Una opción sería una renta mínima que actúe como trampolín para acceder al mercado de trabajo”, propone Rafael Doménech, responsable de análisis económico de BBVA Research. Y matiza: “Pero debería estar diseñada para que el joven no dependa de ella y ser temporal”. Da igual su geometría. Casi todos coinciden en el adjetivo que emplea Raquel Llorente para calificarla: “Necesaria”.
Hay que proteger a las cohortes más jóvenes, especialmente en un mundo donde serán más frecuentes las crisis sanitarias y económicas. Entre 2007 y 2009 el paro juvenil, acorde con la Organización Mundial del Trabajo, aumentó en 7,8 millones de personas. En comparación, durante la década anterior a la Gran Recesión, el número de desempleados jóvenes creció solo en 191.000 chicos de media al año. Es una instantánea en alta resolución de las generaciones desfavorecidas. “Son las menos afectadas por el bichito, pero están más expuestas a las consecuencias económicas de la esa época en el 2020 de la que yo le hablo”, asume Stefano Scarpetta, director de empleo, trabajo y asuntos sociales de la OCDE. “En una segunda fase de la crisis y más adelante habrá que prestar atención a cómo enfrentamos esta desigualdad a través de políticas que vayan al origen. Por ejemplo, las lagunas en los sistemas de protección social o los jóvenes poco cualificados”, añade. Pues los chicos, advierte Jordi Fabregat, profesor de Esade, entre 30 y 35 años que no tengan una buena formación “lo pasarán mal”.
De momento, la crisis de la el bichito-19 llega a España antes del fin del curso escolar y ha complicado el acceso a la búsqueda de trabajo de miles de jóvenes que deberían licenciarse o acabar sus estudios este año. Nadie sabe con certeza qué consecuencias tendrán en su futuro unas aulas vacías. Semeja esa línea de Cien años de soledad: “El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre”. Otras, sí lo tienen. No acuden por sorpresa. Carlos Martín, director del gabinete económico de CC OO, entiende que se puede evitar el deterioro de las expectativas de los chicos. “Hay que elevar los impuestos hasta homologar la contribución fiscal española con la media europea, suprimir la inmensa flexibilidad de la contratación temporal, que provoca existencias inestables y garantizar el acceso a la vivienda para acabar con ‘las vidas aplazadas’ que padecen jóvenes y no jóvenes”, relata. Y propone respuestas frente a ese aislamiento. Establecer precios máximos en el alquiler, gravar las casas vacías, restringir los apartamentos turísticos y crear un parque público de hogares en alquiler que no se pueda descalificar.
Pero como todos los días son un estado de ánimo, también hay motivos para la esperanza. “En estos momentos debería ser casi delito el tremendismo”, dice el jurista Antonio Garrigues Walker. “Soy optimista. El ser humano, especialmente los jóvenes, es muy resiliente y siempre ha sabido adaptarse. Tendrá que hacer cambios, pero tampoco demasiados. La Humanidad ha atravesado otras pandemias y las ha superado”.
Esa misma fortaleza de los chicos actuales es la que elogia Santiago Íñiguez de Onzoño, presidente ejecutivo de IE University. “Los jóvenes son quienes están sufriendo menores tasas de infección y podría ser el colectivo que antes vuelva al trabajo y ser parte de la solución”, analiza Josep Mestres, economista de CaixaBank Research. “Además es una generación que se adapta muy bien a los cambios estructurales que llegan como el teletrabajo o las nuevas tecnologías”. Dentro de esas trasformaciones, el mundo global vive su propia recesión. Los países van a recuperar fábricas, cadenas de suministros y ciertas actividades vitales —sobre todo las relacionadas con la salud— volverán a casa. Nadie en Europa quiere que China siga fabricando el 80% de los antibióticos. “Vamos a recuperar tejido productivo y esto dará oportunidades profesionales a los jóvenes”, lanza Roberto Scholtes, responsable de estrategia de UBS España. “Tengo esperanza”.
Toda generación se alza, toda generación declina. Entre medias ha habido desde hace décadas un pacto implícito de prosperidad. Las plegarias serán atendidas y cada salto generacional disfrutará de una vida mejor. Incumplir este compromiso es regresar al otoño de la Edad Media o al invierno del Antiguo Régimen. “Pues si no se puede prometer a la gente que su vida será mejor, entonces porqué deberían respaldar el sistema”. Esta reflexión es de Grace Blakeley, una joven economista inglesa de 26 años. Pero es compartida por millones de chicos, sobre todo del sur de Europa, menores de 35 años, que afrontan su segunda recesión mundial en solo 12 años.
Es tentar al abismo. La quiebra del pacto social conduce a la radicalización, los populismos y al enfrentamiento entre generaciones. La miseria económica prende la miseria económica. Bajos salarios ahora conducen a bajos salarios después y, finalmente, a pensiones ínfimas. Mientras, el aire está inflamado con un desempleo que empieza a ser estructural en España. ¿El inicio de la tensión?
División
“En parte, ya existe ese enfrentamiento. Las estadísticas empiezan a mostrar que durante la crisis de 2008 las rentas que mejor evolucionaron fueron las de las personas de mayor edad mientras se debilitaban las de los jóvenes. Esto ha generado una división”, advierte Rafael Doménech, de BBVA Research. El país comienza a pisar una dudosa luz del día. “Una de las secuelas que deja la crisis es una creciente tensión social”, alerta Emilio Ontiveros, presidente de Analistas Financieros Internacionales. “Pero no veo una guerra entre generaciones. Lo que sí habrá es una contestación más arraigada frente al sistema. Los jóvenes no serán antisistema. Sin embargo, van a defender con fuerza el espacio público (sanidad, educación)”.
Un 42% de los jóvenes estadounidenses —acorde con el centro de estudios Pew Research Center— tiene una valoración positiva del concepto “socialismo”. A través de su dialéctica se entiende parte de la realidad. “No existe un conflicto generacional sino de clase. La élite económica tiene interés en sustituir uno por otro para salvaguardar su statu quo. Con el fin de evitar medidas de reequilibrio fiscal, laboral o inmobiliario que recorten sus beneficios de manera estructural. Por eso su propaganda promociona ideas del tipo: los viejos les quitan los derechos a los jóvenes y para evitarlo hay que recortar pensiones; o los indefinidos les roban los derechos a los temporales (muchos jóvenes) y la solución es rebajar la indemnización por despido de los fijos”, critica Carlos Martín. Y añade. “Que nadie lo dude. Los hijos y las hijas de la élite no verán mermadas sus expectativas, sino, como mucho, reorientadas”. No sucederá lo mismo con los chicos españoles más desfavorecidos y que antes de que apareciese la el bichito-19 ya soportaban un paro del 30%. “Para resolver esa tensión generacional hace falta crear empleo. Nadie en una sociedad puede estar tranquilo sin trabajo, especialmente los jóvenes”, avisa Gonzalo Sánchez, presidente de PwC.
MIGUEL ÁNGEL GARCÍA VEGA
Madrid - 09 MAY 2020 - 00:30 CEST
El bichito ha confinado las expectativas y el futuro de cientos de miles de chicos. Ser joven —defienden algunos— es el mejor momento de la existencia. La prosperidad del trabajo, la formación de un hogar, el amor y el desengaño, los hijos (quien los elija), aprender, viajar, equivocarse, sufrir, arrepentirse; la vida. Unos 6,5 millones de jóvenes españoles (aquellos que tenían entre 20 y 29 años en 2008 y de 32 a 41 años durante 2020) podrían recordar solo los verbos más tristes de esa frase en las próximas décadas. Representan el 14,2% —según el INE— de toda la población y afrontan su segunda crisis económica mundial en solo 12 años. La Gran Recesión de 2008 y ahora la esa época en el 2020 de la que yo le hablo. Todo sin aviso. Ed è súbito sera. “Y de repente, la noche”, escribió el poeta y Nobel italiano SalvatorFe Quasimodo. Nadie puede negar esa carencia de luz. En abril, el paro entre quienes tienen de 25 a 29 años creció un 13,1%. Fue el segmento que más aumentó. Fiel a una inercia contagiosa, el primer trimestre terminó con una tasa de desempleo para los menores de 25 años del 33%, dos puntos y medio más que al cierre de 2019. Los números que se han conocido en abril dejan una tierra baldía de esperanza. La mitad de la destrucción del empleo (unos 460.000 puestos de trabajo) desde el inicio de la crisis corresponde a menores de 35 años.
Sin duda, la fragilidad irrumpe en el peor instante. Los chicos que salieron al mercado laboral entre 2008 y 2013 (en plena depresión) viven este hundimiento cuando podrían empezar a estabilizarse en sus puestos de trabajo. Y solo parece caer la noche. “El impacto será profundo porque los jóvenes parten de entrada de una situación ya muy vulnerable, marcada por la temporalidad y aún no han terminado de pagar la factura de la crisis anterior”, observa María Ángeles Davia Rodríguez, profesora en la Universidad de Castilla-La Mancha. Y añade: “El tamaño de esa cuenta tendrá también mucho que ver con el nivel de seguridad del puesto de trabajo frente a la esa época en el 2020 de la que yo le hablo. Es decir, si han podido y pueden seguir teletrabajando o si se enfrentarían a un contacto social intenso cuando se retome la actividad”.
Pero tampoco de ahí parece que lleguen ni luz ni esperanza. La consultora CEPR Policy calcula que actualmente solo el 25,4% de los trabajos en España se puede desempeñar de forma segura desde casa. Un porcentaje que podría llegar al 43% en el escenario de unas restricciones mínimas. Otra vía de agua para que anegue la injusticia. “Hay una separación entre aquellos jóvenes que tienen el privilegio de tener empleos que pueden efectuarse de manera remota (por ejemplo, los financieros o informáticos) y quienes desarrollan profesiones (restauradores, minoristas) basadas en el cara a cara”, alerta David Grusky, director del Centro de Pobreza y Desigualdad de la Universidad de Stanford. Y advierte: “Son nuevas fuerzas de la injusticia”.
Todas las generaciones se han definido por acontecimientos traumáticos. Sucesos escritos, generalmente, por el miedo y la incertidumbre. Sucesos que cambian la forma en la que las personas entienden el mundo, el pasado y el futuro y que afectan a cómo toman decisiones y asumen riesgos. Y en este viaje vital, la relación entre el espacio y la velocidad, o sea, el tiempo, condiciona la vida. “Incorporarse en el mercado laboral en épocas de recesión tiene consecuencias nefastas y persistentes en la trayectoria salarial de los jóvenes españoles. Su repercusión permanece a lo largo de los años y puede durar hasta una década”, describe Nuria Rodríguez-Planas, catedrática de la City University de Nueva York (Queens College).
Conoce bien ese problema. Junto a su colega, Daniel Fernández-Kranz, ha cartografiado (The Perfect Storm: Graduating during a Recession in Segmented Labor Market) el atlas de los números. Si pensamos en los licenciados universitarios —cuenta la docente— la reducción, en promedio, a lo largo de los primeros diez años es del 6,4% cuando la persona se incorporó al mercado con un paro del 18% en vez del 10%. En otras enseñanzas el destrozo es mayor. Las pérdidas resultan superiores para quienes han cursado bachillerato (10%) y Formación Profesional (12,5%). Estos porcentajes imponen el abandono o llevan al límite proyectos vitales como la independencia, la vivienda o una familia. Y el barquero reclama su diezmo. La experiencia histórica revela que la inseguridad económica retrasa la formación de los hogares y reduce la fertilidad.
Infinidad de trabajos atestiguan lo que les espera de prolongarse la recesión causada por el bichito. Si eres joven y llegas al mercado laboral en plena depresión o en esta agorafóbica economía vas a sangrar. Los expertos de CaixaBank Research narran que entre 2008 y 2016 el salario medio para los trabajadores de 20 a 24 años cayó un 15% mientras quienes estaban entre los 25 y 29 años perdían el 9%.
Otros informes (Desempleo juvenil en España, publicado por Papeles de economía española) hienden la herida. Sus páginas analizan las vidas de los jóvenes en la horquilla que enlaza los 36 y los 40 años. Un tiempo en el que, pese a haber atravesado la primera fase (2005-2012) de la Gran Recesión, deberían tener sus existencias encauzadas. El resultado es una especie de “envidia demográfica”. Un concepto que imaginó Douglas Coupland en su novela Generación X. Aquel retrato atravesado de inequidad y McJobs de los jóvenes estadounidenses durante los años noventa. Más cerca. El estudio español descubrió —resume María Ángeles Davia— que la probabilidad de caer en el paro para esos adultos era significativamente mayor entre quienes habían engrosado el desempleo antes de los 30 años. Y ese estigma resultaba más intenso cuanto más larga era la experiencia del paro en la juventud.
Sin embargo, es razonable intuir que la frustración de los mileniales que hoy se encuentran en esos tramos de edad será aún superior. Porque además cargan con la devaluación de los salarios que siguió a la reforma laboral de 2011. “Lo que deben sentir es que nunca verán un espacio de seguridad económica en sus vidas”, comenta Markus Gangl, profesor de Sociología en la Universidad Goethe de Fráncfort (Alemania). Porque son el vórtice de una tormenta que arrastra sus existencias hacia la pérdida. “Van a perder salarios, empleo y el ascenso en sus carreras y tendrán que aplazar la educación mientras los trabajadores de mayor edad intentarán trabajar durante más tiempo, lo que limita las futuras ofertas de empleo”, desgrana Jason Dorsey, presidente de la consultora The Center for Generational Kinetics. “Y no solo eso. Deberán soportar buena parte de la carga de impuestos que estos días pagan los beneficios que están recibiendo las personas más mayores”.
Comparación desigual
En el fondo, miles de jóvenes sienten que otras generaciones se han llevado el mejor trozo de la tarta y han colocado alambre de espino alrededor de lo que quedaba. Muchos miran con envidia la situación de sus padres, prejubilados a los 60 años. Sin embargo, esa existencia va quedando lejos y ese número posee hoy un sentido distinto. Unos 60 millones de puestos de trabajo en Europa están en riesgo. Es el porvenir que describe la consultora McKinsey. Su concepto de peligro mezcla reducción de horas de trabajo pagadas, una avalancha de expedientes temporales y despidos definitivos. Y son los jóvenes, una vez más, quienes salen azotados por los vientos. Enhebrado con hilo de seda oscilan los empleos de siete millones de chicos de entre 15 y 24 años. ¿La imagen es dura? “La imagen podría ser peor si en los próximos años los Gobiernos europeos introducen nuevas medidas de austeridad para hacer frente a la presión presupuestaria creada por la crisis. Porque ya sabemos lo que significa: condiciones más débiles para los trabajadores y un recorte profundo en los gastos sociales”, reflexiona Michele Raitano, profesor de Economía Política de la Universidad de La Sapienza de Roma.
Pero urge proteger los empleos. Cada trabajo salvado retiene la productividad y el consumo, reduce la dependencia de los sistemas públicos y tiene un efecto positivo en la salud y el bienestar. Hay que derribar los números. Esta curva no basta con aplanarla. En abril, el paro entre los menores de 25 años aumentó en 31.262 chicos frente al mes anterior. Casi el 11%. Cenizas sobre las cenizas en un país que incluso en los años del milagro dorado ha tenido poblaciones, especialmente en el sur, con un desempleo juvenil del 40%. “La situación de los jóvenes ya era difícil antes de la crisis y ahora han empezado a formar parte del paro estructural; o sea, del desempleo crónico”, advierte Raquel Llorente Heras, profesora de Economía de la Universidad Autónoma de Madrid.
Amenazas
Acorralados miles de ellos en contratos temporales, los días se cuentan por amenazas. Sobre todo, cuando termine el estado de alarma. Tras el final del confinamiento resulta posible que “se produzca una importante destrucción de empleo temporal”, prevé Llorente. ¿Qué hacer? ¿Les daremos la espalda? “Una opción sería una renta mínima que actúe como trampolín para acceder al mercado de trabajo”, propone Rafael Doménech, responsable de análisis económico de BBVA Research. Y matiza: “Pero debería estar diseñada para que el joven no dependa de ella y ser temporal”. Da igual su geometría. Casi todos coinciden en el adjetivo que emplea Raquel Llorente para calificarla: “Necesaria”.
Hay que proteger a las cohortes más jóvenes, especialmente en un mundo donde serán más frecuentes las crisis sanitarias y económicas. Entre 2007 y 2009 el paro juvenil, acorde con la Organización Mundial del Trabajo, aumentó en 7,8 millones de personas. En comparación, durante la década anterior a la Gran Recesión, el número de desempleados jóvenes creció solo en 191.000 chicos de media al año. Es una instantánea en alta resolución de las generaciones desfavorecidas. “Son las menos afectadas por el bichito, pero están más expuestas a las consecuencias económicas de la esa época en el 2020 de la que yo le hablo”, asume Stefano Scarpetta, director de empleo, trabajo y asuntos sociales de la OCDE. “En una segunda fase de la crisis y más adelante habrá que prestar atención a cómo enfrentamos esta desigualdad a través de políticas que vayan al origen. Por ejemplo, las lagunas en los sistemas de protección social o los jóvenes poco cualificados”, añade. Pues los chicos, advierte Jordi Fabregat, profesor de Esade, entre 30 y 35 años que no tengan una buena formación “lo pasarán mal”.
De momento, la crisis de la el bichito-19 llega a España antes del fin del curso escolar y ha complicado el acceso a la búsqueda de trabajo de miles de jóvenes que deberían licenciarse o acabar sus estudios este año. Nadie sabe con certeza qué consecuencias tendrán en su futuro unas aulas vacías. Semeja esa línea de Cien años de soledad: “El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre”. Otras, sí lo tienen. No acuden por sorpresa. Carlos Martín, director del gabinete económico de CC OO, entiende que se puede evitar el deterioro de las expectativas de los chicos. “Hay que elevar los impuestos hasta homologar la contribución fiscal española con la media europea, suprimir la inmensa flexibilidad de la contratación temporal, que provoca existencias inestables y garantizar el acceso a la vivienda para acabar con ‘las vidas aplazadas’ que padecen jóvenes y no jóvenes”, relata. Y propone respuestas frente a ese aislamiento. Establecer precios máximos en el alquiler, gravar las casas vacías, restringir los apartamentos turísticos y crear un parque público de hogares en alquiler que no se pueda descalificar.
Pero como todos los días son un estado de ánimo, también hay motivos para la esperanza. “En estos momentos debería ser casi delito el tremendismo”, dice el jurista Antonio Garrigues Walker. “Soy optimista. El ser humano, especialmente los jóvenes, es muy resiliente y siempre ha sabido adaptarse. Tendrá que hacer cambios, pero tampoco demasiados. La Humanidad ha atravesado otras pandemias y las ha superado”.
Esa misma fortaleza de los chicos actuales es la que elogia Santiago Íñiguez de Onzoño, presidente ejecutivo de IE University. “Los jóvenes son quienes están sufriendo menores tasas de infección y podría ser el colectivo que antes vuelva al trabajo y ser parte de la solución”, analiza Josep Mestres, economista de CaixaBank Research. “Además es una generación que se adapta muy bien a los cambios estructurales que llegan como el teletrabajo o las nuevas tecnologías”. Dentro de esas trasformaciones, el mundo global vive su propia recesión. Los países van a recuperar fábricas, cadenas de suministros y ciertas actividades vitales —sobre todo las relacionadas con la salud— volverán a casa. Nadie en Europa quiere que China siga fabricando el 80% de los antibióticos. “Vamos a recuperar tejido productivo y esto dará oportunidades profesionales a los jóvenes”, lanza Roberto Scholtes, responsable de estrategia de UBS España. “Tengo esperanza”.
Toda generación se alza, toda generación declina. Entre medias ha habido desde hace décadas un pacto implícito de prosperidad. Las plegarias serán atendidas y cada salto generacional disfrutará de una vida mejor. Incumplir este compromiso es regresar al otoño de la Edad Media o al invierno del Antiguo Régimen. “Pues si no se puede prometer a la gente que su vida será mejor, entonces porqué deberían respaldar el sistema”. Esta reflexión es de Grace Blakeley, una joven economista inglesa de 26 años. Pero es compartida por millones de chicos, sobre todo del sur de Europa, menores de 35 años, que afrontan su segunda recesión mundial en solo 12 años.
Es tentar al abismo. La quiebra del pacto social conduce a la radicalización, los populismos y al enfrentamiento entre generaciones. La miseria económica prende la miseria económica. Bajos salarios ahora conducen a bajos salarios después y, finalmente, a pensiones ínfimas. Mientras, el aire está inflamado con un desempleo que empieza a ser estructural en España. ¿El inicio de la tensión?
División
“En parte, ya existe ese enfrentamiento. Las estadísticas empiezan a mostrar que durante la crisis de 2008 las rentas que mejor evolucionaron fueron las de las personas de mayor edad mientras se debilitaban las de los jóvenes. Esto ha generado una división”, advierte Rafael Doménech, de BBVA Research. El país comienza a pisar una dudosa luz del día. “Una de las secuelas que deja la crisis es una creciente tensión social”, alerta Emilio Ontiveros, presidente de Analistas Financieros Internacionales. “Pero no veo una guerra entre generaciones. Lo que sí habrá es una contestación más arraigada frente al sistema. Los jóvenes no serán antisistema. Sin embargo, van a defender con fuerza el espacio público (sanidad, educación)”.
Un 42% de los jóvenes estadounidenses —acorde con el centro de estudios Pew Research Center— tiene una valoración positiva del concepto “socialismo”. A través de su dialéctica se entiende parte de la realidad. “No existe un conflicto generacional sino de clase. La élite económica tiene interés en sustituir uno por otro para salvaguardar su statu quo. Con el fin de evitar medidas de reequilibrio fiscal, laboral o inmobiliario que recorten sus beneficios de manera estructural. Por eso su propaganda promociona ideas del tipo: los viejos les quitan los derechos a los jóvenes y para evitarlo hay que recortar pensiones; o los indefinidos les roban los derechos a los temporales (muchos jóvenes) y la solución es rebajar la indemnización por despido de los fijos”, critica Carlos Martín. Y añade. “Que nadie lo dude. Los hijos y las hijas de la élite no verán mermadas sus expectativas, sino, como mucho, reorientadas”. No sucederá lo mismo con los chicos españoles más desfavorecidos y que antes de que apareciese la el bichito-19 ya soportaban un paro del 30%. “Para resolver esa tensión generacional hace falta crear empleo. Nadie en una sociedad puede estar tranquilo sin trabajo, especialmente los jóvenes”, avisa Gonzalo Sánchez, presidente de PwC.