Enrique de Diego no debe vender su libro "Dando Caña" que destapa las cloacas de Intereconomía. Es una pena, el libro es entretenido y los tipos de Alerta Digital están publicando el libro por capítulos.
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Dando caña: Mariscada con Rajoy (I) | Alerta DigitalDando caña: Mariscada con Rajoy (I)
Por Enrique de Diego.- Julio Ariza, pelo blanco, navarro recriado en Barcelona, exsecretario general del PP de Cataluña y exdiputado en el Parlamento autonómico, presidente del Grupo Intereconomía iba a agasajar con una mariscada a Mariano Rajoy. En ese momento, año 2009, era un presidente del Partido Popular y jefe de la oposición sin contestación interna, después de las procelosas tormentas internas y mediáticas desatadas en la antesala del Congreso de Valencia.
Aún quedaba tiempo para que accediera a la presidencia del Gobierno y carecía del más mínimo interés en acelerar los tiempos, y no estaba dispuesto a correr riesgo alguno, como presentar moción de censura. A pesar de ello, ya tenía mando en plaza y un poder autonómico y local que le respaldaba. La elección de la lujosa marisquería Portonovo, km 10,500 de la carretera de La Coruña, paralela a la cuesta de las Perdices, indicaba la relevancia que Ariza quería dar al encuentro y al que había convocado a todos sus comunicadores con proyección. Cerca del medio centenar de comensales, lo que, desde luego, implicaba un formato poco propicio a la confidencia informativa.
El hecho de que Mariano Rajoy sea gallego podría hacer inteligible la opción por la langosta, la nécora y el percebe. El marisco ha tenido un papel estelar en la intrahistoria de Intereconomía. Cuando Julio Ariza, un político metido a empresario que nunca ha dejado de ser lo primero, descabalgado del PP catalán en la operación –decretada por Aznar y ejecutada por Francisco Álvarez Cascos- de desmantelamiento del vidalquadrismo, arribó a Madrid y adquirió Radio Intereconomía, una de su primeras gestiones fue cerrar un intercambio publicitario con la marisquería O’Pazo, una de las más renombradas de la capital de España. Ariza compró por las deudas la Radio a Carlos E. Rodríguez, un gallego periodista del Movimiento franquista reconvertido en liberal, que se había desgajado, con las publicaciones económicas, del Grupo Z de Antonio Asensio y había fracasado en la aventura. Radio Intereconomía era una emisora marginal y Ariza consideró que nadie querría reunirse con él salvo que hubiera mariscos de por medio, a lo que casi ninguno, tampoco los señores del mundo, los empresarios de las grandes corporaciones del Ibex, en los que había puesto su ojos.
El agasajo a Rajoy era volver a los orígenes. Obvio que Julio Ariza concedía al encuentro un interés comercial y que nosotros, los variopintos periodistas que había ido acumulando en su incipiente imperio, éramos convidados de piedra. Qué pretendía el político metido a empresario, orgulloso de ser de derechas, del centrista jefe de filas de su antiguo partido era algo que no desvelaría hasta el momento de los puros, después de la copiosa mariscada. En ese momento, Intereconomía podía presentarse como un Grupo en expansión, aunque estuviera lejos de los grandes, pero Ariza, instalado en un intenso sentido providencialista, parecía dispuesto a una galopada acumulativa.
A la pequeña radio se habían añadido la revista Época, marca señera puesta en marcha y prestigiada por el gran Jaime Campmany, y, sobre todo, Intereconomía TV, adquirida por un euro más las deudas, en la habitual estrategia de Ariza, al Grupo Recoletos y que Xavier Horcajo había conseguido integrar en el Grupo Intereconomía y darle vuelo y que contaba con un programa de éxito, El gato al agua, a pesar de las notorias carencias de su presentador, Antonio Jiménez, hombre de escasa cultura y lacayuno compromiso político.
La proeza de Horcajo no le sería nunca reconocida por un Ariza que tiende a utilizar a las personas como kleenex y con el que Horcajo, de manera unilateral y no correspondida, mantiene una relación freudiana. Luego se añadían algunas constelaciones que no pasaban de marcas vacías y en algunos casos ruinosas como Trámite parlamentario, una curiosa revista, hecha para adular a alcaldes y presidentes autonómicos que sólo se vendía en instituciones a cambio de entrevistas de aliño.
Tan peculiar engendro periodístico, que pretendía servir o aprovecharse de la nutrida nómina de políticos españoles y la selva de administraciones, la dirigía Josep María Francás, otro expolítico, también exdiputado en el Parlamento catalán, especializado en biología educativa –materia rayana en lo esotérico- y que carecía de cualquier pericia periodística. Francás era capaz de insertar páginas de publicidad falsa, de relleno, para justificar la existencia de la publicación y el disfrute de su jugoso sueldo.
Descubierta la artimaña, andando el tiempo se pondría fin a la penosa historia de la revista y Francás pasaría a la posición de confidente de su antiguo compañero de partido, materia, la de la adulación y el cotilleo, a la que se iría haciendo adicto Ariza y que generaría una buena colección de chivatos que, con tal de sobrevivir, irían haciendo irrespirable el ambiente de Intereconomía. No pocos de lo que ese día peleaban con el centollo engrosarían las filas de ese batallón de espías de pasillo a tiempo parcial.
Otra de las marcas del Grupo era la agencia Faxpress, de tradición fundacional de izquierdas o progresista, que carecía de mercado real, pero que incluía a algunos nombres sonoros de la izquierda mediática, como Pilar Cernuda o José Cavero, que Ariza había querido sumar como una coartada de pluralidad y que ese día exhibía ante Rajoy como trofeos. Faxpress se pretendía sacar adelante solicitando contratos con suscripciones masivas por amiguismo con autonomías, ayuntamientos y cajas del Partido Popular. No fue posible ni por tan expeditivo y oscuro método justificar su existencia y la redacción de Faxpress fue absorbida por la de La Gaceta, el gran error de la megalomanía política de Ariza, que aún no existía y a cuyo frente pondría a uno de los periodistas más romo, sectario y de peor estilo del panorama mediático, Carlos Dávila. De la profesionalidad e ingenuidad del antiguo jefe de prensa de Francisco Fernández Ordóñez, José Cavero da muestras el que, abierto el turno de preguntas, pretendiera sonsacar alguna información a Mariano Rajoy con preguntas atinadas que fueron eludidas. Era obvio que no se trataba de eso. Que estábamos allí de comparsas.
Formábamos parte de un decorado. Más avezado. Antonio Jiménez, con su gracejo andaluz, intervino bordando el papel de adulador, el único en el que se siente a gusto. Dando cuenta del pulpo da feira y los langostinos, todo en abundancia, regado el almuerzo con buen Alvariño, había algunas presencias femeninas destacadas. La citada Pilar Cernuda, musa de la tras*ición, quien a penas pisaba por su puesto de trabajo. Eugenia Viñes que había sido el ariete de una de las más exitosas operaciones de Ariza: la defensa a capa y espada de César Alierta, frente a las acusaciones de tráfico de influencias a favor de su sobrino en el caso Tabacalera. Con armas de mujer, Eugenia Viñes había grabado al abogado valenciano que, al dictado y sueldo de El Mundo, encabezaba la operación de acoso judicial contra el presidente de Telefónica.
Por aquel servicio, Viñes entró a la plantilla de Intereconomía. Andando el tiempo sería protagonista del mayor desfonde ético-periodístico del Grupo de Ariza –aunque hay varios accionistas minoritarios, de los que luego trataremos. Intereconomía ha sido siempre una autocracia, para lo bueno y para lo malo- cuando, sin otro objetivo que subir las ventas de la revista Época se acusó a Jaime de Marichalar, ya divorciado de Elena de Borbón, de aficionado a las líneas blancas sin venir a cuento, sin prueba alguna y con una redacción deleznable. Aunque Eugenia Viñes no hizo otra cosa que cumplir el pedido de Carlos Dávila, personaje con más limitaciones incluso que ambición, de compulsiva tosquedad y a la búsqueda del triunfo fácil.
Dávila iría ascendiendo en Intereconomía a medida que la huida hacia adelante de Ariza se hacía más patente y veloz y sería el director de esa aventura absurda de La Gaceta, que internamente fue bautizada como La Galleta, por su sonoro fracaso, y que Dávila convirtió en una instrumento para su exclusivo medro personal, de exuberante manifestación de fibias y folias, de defensa a ultranza de todos los corruptos del Partido Popular y de adulación patética a los dirigentes de dicha formación política. Una exhibición constante de periodismo mediocre y de partido. La Gaceta fue el gran error de Ariza y se gestó ese día entre langosta, nécora y percebe.
Entre los comensales de aquella escenificación del pacto de la corrupción jovenlandesal entre Julio Ariza y Mariano Rajoy, entre el PP e Intereconomía, había otra comensal destacada que se movía entre los dos polos. Se trata de la burgalesa Pilar García de la Granja, que si atendemos a las informaciones del periodista Graciano Palomo, en realidad se llama Pilar Cubero. Aunque Pilar es persona muy cercana a José María Aznar, sobre todo es la protegida de Luis Abril, el hombre que lleva la cuenta de publicidad en ese gran foco de corrupción jovenlandesal que es Telefónica. Pilar es cuota de Telefónica que ha podido ser la dueña de Intereconomía, por sus generosos convenios, y no ha querido porque resultaba más creíble la defensa a ultranza de César Alierta desde medios supuestamente libres.
Con ese aval, y capacidades resaltables para la intriga y la adulación, con el despacho siempre abierto del autócrata Ariza y conexión telefónica constante, Granja ha protagonizado algunas escenas estrambóticas como reunir a todo el personal de Informativos para explicarles que mandaba ella y que el jefe de Informativos, Javier Algarra, no pintaba nada. Eso sería más adelante. En el momento en que nos encontramos, mientras se da cuenta del marisco y corre el Alvariño, Pilar estaba recién llegada de Estados Unidos, con su esposo Alredo Timermans. Pilar García de la Granja conoció a Timermans cuando éste era secretario de Estado de Comunicación de Aznar. Estaban llamados a conocerse. Ambos tienen la pasión del poder y el cuajo para moverse en la corte. Alfredo, que empezó en el equipo de Gustavo Villapalos para pasar después al de Aznar, fundó en su etapa universitaria en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense, junto con otros dos destacados pretorianos aznaristas, Gabriel Elorriaga y Baudilio Tomé, la Asociación 1812 de corte liberal. Aunque en su labor como ayudante de Aznar pudieron más la razón de Estado y los vaivenes del corazón que el primigenio y ya ajado liberalismo. Timermans, con dos matrimonios y familia numerosa, había decidido abandonar la política y había pactado con Luis Abril un suculento sueldo como directivo de Telefónica en Estados Unidos; un precedente de Iñaki Urdangarín. Al tiempo, la sucursal mediática de Abril-Telefónica, Intereconomía colocaba a la segunda esposa de Timermans, Pilar García de la Granja, como corresponsal. Telefónica es más y menos que una empresa, es un chiringuito político, uno –como he dicho- de los mayores focos de corrupción jovenlandesal de España.
El matrimonio Timermans-Granja había hecho previamente un gran servicio a Telefónica y había perpetrado una grave agresión a la libertad, pues en su calidad de secretario de Estado de Información Timermans había sido el principal impulsor de la fusión de las Plataformas de Prisa y Telefónica, poniendo fin a la guerra mediática iniciada por Miguel Ángel Rodríguez y seguida a las órdenes de Aznar, por su amigo de pupitre Juan Villalonga, que representaba una sangría de dinero tanto para Prisa como para Telefónica. Era generar un monopolio, pero eso a Timermans-Granja no les importaba, pues eran más importantes las finanzas familiares. La libertad tiene un precio y ellos están dispuestos siempre a cobrarlo. Timermans tampoco podía, legalmente, pasar a ser empleado de Telefónica durante dos años, pues podía haber tomado decisiones sobre la empresa contratante y de hecho las había tomado.
Cuando saltó el escándalo, el tortuoso Luis Abril encontró fácil la solución: Timermans, que es Licenciado en Derecho, aunque sólo ejerció poco tiempo como meritorio en La Caixa, fue colocado en un despacho de abogados en Nueva York cuyo principal cliente es Telefónica. Granja, por supuesto, ejerció de corresponsal de Ariza-Abril en Nueva York, con las mejores conexiones técnicas. Todo este tipo de francachelas las pagan los españoles en su recibo de la luz.
Pilar García de la Granja es la trepa de empresa en niveles superlativos. Tiene una ambición que desconoce sus numerosos límites. Se pretende una triunfadora y antes de cualquier intervención en radio o televisión su grito de guerra es “a triunfar”. Pero su triunfo se basa en las relaciones. Organiza, con frecuencia, cenas en su casa con políticos y directivos de empresas reguladas y si bien se mueve en los ámbitos aznaristas, se da por supuesto que está siempre bien dispuesta a traicionar a amigos y aliados para caer del lado del poder, aunque su drama actual es que el poder no la considera una triunfadora, ni mucho menos un activo, sino un molesto lastre amortizado.
En el caso de Timermans, en una derecha que siempre ha comunicado mal, lo suyo fue un auténtico desastre. Fue incapaz de establecer la más mínima estrategia informativa en torno a la intervención en Irak y la foto de Las Azores, de modo que el rechazo a la postura gubernamental superó el 90%. Y más grave aún: en las tensas jornadas del 11 al 14 de marzo destacó, con su información a los corresponsales extranjeros, en la falsa autoría de ETA de la masacre de Atocha. Se estaba jugando su futuro. Telefónica siempre contrata a políticos de los dos principales partidos con sueldos millonarios. Es una forma de tenerlos comprados y de obtener ventajas para su oligopolio.
Así, en nómina está el expresidente de Juventudes Socialistas y consejero aúlico de José Luis Rodríguez Zapatero, Javier de Paz. Y han estado José Antonio Sánchez, experiodista, cortesano de Aznar, que en el momento actual es presidente de Telemadrid, y Eduardo Zaplana que –lo trataremos detenidamente más adelante- que salió oportunamente de la portavocía del grupo parlamentario con un sueldo de 200.000 euros para no hacer nada y que ha sido, también oportunamente, despedido cuando Mariano Rajoy ha llegado a la presidencia, para no malquistarse con el nuevo poder, pues ya se sabe que no hay enemigo peor que el del propio partido.
En cualquier caso, Pilar García de la Granja, cuota de Telefónica en Intereconomía, como Eugenia Viñes, aunque con más agarraderos porque por abril, publicidades mil que corren a cuenta del usuario. De hecho, andando el tiempo, dos años después de dejar el cargo junto a Aznar, para cubrir las apariencias, Alfredo Timermans recaló en Madrid, en la sede central de Gran Vía, a las órdenes directas del mentor de la pareja Luis Abril, de modo que controlaba las partidas publicitarias destinadas a la empresa de la que su esposa era empleada. Se entiende la arrogancia de Pilar y su persistente prepotencia y la amabilidad exquisita de Julio Ariza con su más que empleada. Alguno pensará que todo esto suena a lo que en el común se denomina tráfico de influencias, pero así se funciona en los medios de comunicación en esta España con ensoñaciones sicilianas. Personaje menor, Pilar, y a lo que nos atañe, como el resto, nada más que coro e incluso decorado, porque la opípara mariscada, amén de los exquisitos percebes y los magníficos bogavantes, sólo tenía dos protagonistas: Julio Ariza y Mariano Rajoy.
A mí me cupo el pequeño honor de que Ariza se refiriera a mí como el único crítico a Rajoy en el Grupo; el único que osaba hacer críticas cuando las consideraba en razón o justas. Pero también era espectador o comparsa. Me temía lo peor. No me gustaba, como en las películas del Oeste, tanto silencio, ni tanto langostino, ni tanta quisquilla, ni tanto pulpo da feira. He de reconocer que la realidad superó tanto mis expectativas como mis sospechas. Llegó el momento de los puros, que es cuando Mariano Rajoy se relaja y disfruta. Es todo un espectáculo ver como se deleita Mariano en las columnas voluptuosas del humo ascendente; con que suave pasión succiona el habano y con que gozosa despreocupación abre sus pulmones para que los inunde la humareda. Es una cuestión menor que Mariano se salte a la torera la Ley antitabaco que él y su partido aprobaron y que mantienen. Todos los políticos –fumadores, por supuesto- lo hacen. Éste tipo de pequeños privilegios e hipocresías son habituales en nuestros políticos profesionales.
La pasión de Mariano por los puros es caribeña, casi colonial. La adquirió en los veranos de vino, rosas y mulatas en la República Dominicana e Isla Guadalupe, con su amigo del alma, José Manuel García Margallo. Julio Ariza es también fumador de puros. Pedro Aparicio, látigo fustigador de los medios desde el digital prnoticias.com, todavía no le ha perdonado que Ariza prohibiera fumar en Radio Intereconomía y luego se presentara en el estudio fumando él un ostentoso beguero. Ariza intentó resolver el desaguisado remitiéndole un cheque regalo de El Corte Inglés para que se lo gastara “con su chica” –como se leía en el tarjetón. Pedro se lo devolvió y no han vuelto a hablarse. Ascendían, pues, las columnas de humo de Ariza y Rajoy, dos políticos, cuando, por fin, el presidente de Intereconomía enseñó sus cartas al futuro presidente del Gobierno. Allí estábamos nosotros, el decorado.
- Como puedes ver, Mariano, el Grupo Intereconomía ha crecido. También, gracias a tí, el Partido Popular se ha fortalecido y gobierna en autonomías y ayuntamientos. Te pido que nos ayudes porque necesitamos frecuencias de radios y televisiones y pronto van a salir a concurso. Mariano aspiró hondo y expulsó el humo del Cohibas.
- Por supuesto, Julio. Me alegro de lo que has conseguido con tu grupo. Y te voy a ayudar para que esos concursos lleguen a feliz término y podáis expandiros. A los dos nos conviene.
Así funcionan los medios de comunicación en esta España de aromas sicilianos. No sólo Intereconomía. Todos, mediante el favor político. A través de la concesión administrativa, que es puramente discrecional. No se emite por radio o por televisión si el poder político no te lo permite, no te lo concede. Y la publicidad institucional es factor añadido de corrupción jovenlandesal, pues las administraciones se han convertido en cliente fundamental y sólo se dirige hacia los amigos y los sumisos.
El periodismo murió en España hace tiempo. En medio de aquella francachela de mariscos, puros y lo que el común denomina tráfico de influencias –al margen de tipificaciones penales que no me corresponden- me sentía como el superviviente de un mundo lejano, como un resistente tolerado. El periodismo en esta España de hedores sicilianos dejó hace tiempo de existir como contrapoder. Si, como decía el maestro Jean-François Revel, “la mentira domina el mundo”, eso es enteramente cierto referido al periodismo español.
La mentira domina los medios de comunicación españoles, que son los que conozco, se ha hecho moneda de uso común. Se miente a todas horas, con descaro, en lo grande y en lo pequeño, como la degeneración de una lógica perversa del periodismo en propaganda y la identificación de cada medio no con principios, sino con intereses, no con corrientes de pensamiento, sino con partidos. Los medios son los voceros de los argumentarios de los partidos. Allí, tras la suculenta mariscada, entre las nubes de puros caros, Julio Ariza y Mariano Rajoy pertenecían a un mismo orden jovenlandesal, eran las dos caras de Juno, dos políticos profesionales en una misma trinchera, hablando un mismo lenguaje repleto de cinismo. Si los periodistas éramos comparsas en aquella escenificación digna de Coppola, los lectores, oyentes o teleespectadores, ¿qué papel ocupan? ¿Meras cifras del EGM, de la OJD, del share? Ni eso. Están indefensos ante la mentira y la manipulación, que es la norma y no la excepción en los medios.
Luego llegaremos a como Pedro J y Losantos han sido capaces de mentir y manipular sobre la masacre del 11-M durante ocho años. Y no mentiras y manipulaciones sibilinas ni edulcoradas, sino groseras, estruendosas, patéticas. Pero los españoles tampoco pueden ser consideradas con la dignidad de víctimas.
Cierto que nadie les ha informado del engaño general al que están siendo sometidos, que nadie les ha dado la noticia –muy triste para mí- de que el periodismo ha muerto, pero podían haber desarrollado algún espíritu crítico, que no se percibe por ninguna parte, alguna mínima resistencia. Por el contrario, han desarrollado, por lo general, un esquema hooligan, que en política se mueve en las hemiplejias vacuas de izquierda y derecha, que se manifiesta en la adhesión a unas siglas, traslación mostrenca de la vejación de las listas cerradas y bloqueadas, y que se ha trasladado también a los medios, meros voceros de los partidos o de sus facciones. No puedo, pues, entonar ningún lamento por los españoles como víctimas. O no son conscientes del engaño o parecen sentirse a gusto con él, gregarios y sumisos, sectarios y gregarios, como si les gustara la seguridad del rebaño, la apacible quietud del aprisco como reducto.
Esa colección de estúpidas y grotescas mentiras reiteradas con contumacia por Pedro J y voceadas con insufrible histeria por ese personaje menor, lacayuno, de Federico Jiménez Losantos, ha generado, por ejemplo, una secta conspiranoica que les ha seguido a pies juntillas en sus mentiras e incluso en sus vaivenes, en sus contradicciones. Y esa secta conspiranoica, ayuna por completo de racionalidad e ilustración, ha participado del sectarismo de sus gurúes y se ha solazado en sus linchamientos. Han creído, por ejemplo, contra toda evidencia, pues así se lo decían –ocho años de mentiras inmundas en la portada de El Mundo, que ya es decir- que José Emilio Suárez Trashorras era inocente y han seguido creyendo a Pedro J cuando Suárez Trashorras se ha confesado culpable; han creído que el explosivo no era Goma 2ECO y que no lo había vendido el asturiano, y cuando el asturiano lo ha confirmado, que lo vendió él, que se lo vendió a El Chino, entonces han pasado a decir, siempre detrás de sus gurúes, como corderitos, como en una degeneración humana, que no explosionó en los trenes lo que Suárez Trashorras –el antes inocente- vendió a El Chino. A algunos españoles, bastantes, les gusta que les mientan los ‘suyos’.
Puedo determinar el momento en el que el periodismo murió como contrapoder y pasó a ser entretenimiento, propaganda y una cloaca de mentiras aventadas al servicio de los partidos. Es una manifestación grotesca de la ley de los efectos perversos pues sucedió merced a una aparente liberalización.
El periodismo como contrapoder murió cuando se pusieron en marcha las televisiones privadas por concesión del poder político. Un grupo sin televisión no tenía futuro, no iba a ser nada, no podría competir. Y esa búsqueda agitada y ansiosa de un canal televisivo tuvo un peaje tremendo: todos los grupos se entregaron a la corrupción jovenlandesal y se convirtieron en ejércitos de lacayos al servicio del empresario para llegar a la tierra prometida catódica. Y todo pasó a negociarse con los políticos y a ponerse a su servicio y a la sociedad, que ya había perdido al Poder Judicial, se le sustrajo otro contrapoder y se la desarmó por completo. ¿Puede culparse a Julio Ariza por ser el anfitrión de una escenificación tan obscena? ¿Puede entrarse en un terreno de juego cuyas normas están trucadas sin corromperse jovenlandesalmente? ¿Pueden conseguirse licencias sin marisco, puros y francachelas? Desde luego el de la mariscada con Rajoy ya no era el Ariza que tenía a cada momento, en su boca, la palabra libertad y que nos encomiaba “la suerte que tenéis de trabajar en un Grupo en el que vais a poder decir lo que queráis”.
Había sufrido un proceso de corrupción jovenlandesal progresivo. De esa corrupción jovenlandesal era de la que hablaba Lord Acton en su cita tan repetida y tan mal entendida de que “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Como contrapoder, el periodismo sólo es capaz de subsistir en un medioambiente de libertad y sólo pervive con la búsqueda humilde de la verdad. Pero la verdad exige compromiso y no da poder, porque la verdad es servicio y respeto; es la mentira la que da dominio, por eso el poder tiende tan habitualmente a la mentira.
Es probable que el político profesional que nunca ha dejado de ser Julio Ariza siempre haya incubado en su interior los gérmenes de su proceso progresivo de corrupción jovenlandesal, de sumisión partidista al PP, que le llevaría a hacer causa común y a defender a todos los corruptos de ese partido si tenían Presupuesto que repartir –como una forma de sacarles más provecho- o que terminaría aliándose con Pedro J y Losantos en el desfonde conspiranoico, a pesar de saber fehacientemente que ambos llevaban siete años mintiendo, o que terminaría pidiendo dinero a unos lectores, oyentes y teleespectadores a los que hacía tiempo había dejado de servir, por la sencilla razón, entre otras, de que la instituciones del PP, como la Generalitat valenciana, habían dejado de pagarle. Desde luego, desde aquella infausta y pantagruélica mariscada en todos mis recuerdos en los que aparece Ariza lo hace bajo el tosco y oscuro semblante del censor.
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