fausal
Madmaxista
El pistolero William H. Bonney, más conocido por su apodo de Billy «el Niño», murió probablemente a causa de un disparo de escopeta a bocajarro. «¿Quién es? ¿Quién es?», acertó a decir en español aquel 14 de julio de 1881. «El Niño» nunca supo quién había sido su verdugo. ¿Fue su otrora compañero de póquer Pat Garrett, sheriff de Lincoln (Nuevo México)? ¿Alguno de los ayudantes de Garrett? Los historiadores no lo saben a ciencia cierta. Ni siquiera se ponen de acuerdo sobre las circunstancias de su fin o sobre si fue un villano carismático o un héroe con métodos demasiado violentos. Hay quien ha llegado a sostener incluso que el forajido sobrevivió a la persecución de Garrett y vivió hasta la vejez como granjero en el mismo estado donde murió.
Su fin dejaba una única certeza: 21 años de edad, 21 hombres matados con su revólver. ¿O ni siquiera eso? La fecha sobre su nacimiento sigue sin estar clara. Pat Garrett diría 21 en sus memorias para justificar que era mayor de edad cuando orquestó su fin, pero hay quien rebaja su edad a 18 o 19 en el momento de su fallecimiento. Tampoco lo está su nombre: el joven llamado en su nacimiento Henry McCarth adoptó posteriormente el nombre de William H. Bonney, tal vez porque pensaba que ese era el apellido de su padre biológico.
Un niño irlandés bien educado
Nacido en el seno de una familia irlandesa de Nueva York, un imberbe Billy emigró con sus padres hacia los territorios del oeste. Hacia los viejos territorios del Imperio español, donde seguía resonando el idioma español y la población mexicana se entremezclaba con los irlandeses recién llegados. La familia se estableció en Kansas City –ciudad fronteriza por aquel entonces– hasta que la fin del padre durante un duelo llevó a la progenitora de Billy a trasladarse al estado de Colorado.
Cuando su padrastro se desentendió de su familia, «el Niño» dio con sus huesos en los bajos fondos y empezó su carrera criminal.
En 1868, la familia viajó a Indiana y la progenitora se casó con un aventurero llamado William Antrim. De hecho, Billy llevó el apellido Antrim durante un tiempo, siendo conocido como «Kid Antrim» en sus primeras correrías. Asimismo, Antriam y su nueva familia se trasladaron a la ciudad de Silver City (Estado de Nuevo México), donde Billy comenzó a labrarse fama de pendenciero en los salones de la zona a raíz de la fin de su progenitora. Hasta entonces había sido un niño alegre y bien educado, que «nunca hacía nada malo, como mucho alguna travesura». Pero cuando su padrastro viudo se desentendió de su familia, «el Niño» dio con sus huesos en los bajos fondos e inició su carrera criminal.
Tras cometer pequeños delitos, su carrera delictiva adquirió verdadera forma al robar caballos en cuarteles de Nuevo México. Aquel era un delito grave, dada la importancia de los caballos en el Viejo Oeste y por tratarse de una propiedad militar, pero más lo sería su bautismo de sangre. A los 16 años, cometió su primer homicidio en Fort Grant, Arizona, cuando contestó con plomo a los insultos y golpes de un herrero irlandés llamado Frank Cahill.
Retrato de John Tunstall, el hombre que acogió en su rancho a Billy
Retrato de John Tunstall, el hombre que acogió en su rancho a Billy- Wikimedia
El «Niño» era llamado así por su carácter amable, cortés y su rostro aniñado. No le gustaba el tabaco y bebía rara veza. Era buen lector y no era ningún pendenciero ni un grosero. Si mató a Cahill fue por los constantes insultos que éste le dirigía a diario y porque trató de golpearle previamente, o al menos esa fue la versión que sostendrían los testigos del incidente.
En cualquier caso, las autoridades locales persiguieron al enclenque Billy y le obligaron a marcharse de Arizona. Pudo entonces unirse a alguna banda de forajidos simplemente aceptando la oferta que le lanzó el legendario Jesse James, pero el joven era un alma solitaria sin grandes pretensiones económicas. Él no quería ser atracador de bancos, le bastaba con un rinconcito rural desde donde robar ganado y comprar más munición para seguir practicando con su revólver. El día que fue asesinado, años después, se descubriría que sus únicas posesiones eran un caballo y su arma.
Los tentáculos de «The Ring of Santa Fe»
Billy se mudó a Lincoln (Nuevo México), donde trabajó en una fábrica de quesos y como vaquero en el rancho del inglés John Tunstall, un comercial y granjero que hizo las veces de su tutor. En ese tiempo pareció por un instante que el vaquero irlandés sería al fin hombre de bien, un hombre legal.
Sin embargo, destruyó este anhelo una pugna de carácter ganadero entre dos grupos: el encabezado por Tunstall contra el de «The Ring of Santa Fe» («el Círculo de Santa Fe»), liderado por el poderoso empresario L.G. Murphy. David contra Goliat en un territorio que no tenía nada de paraje bíblico: aquí el fuerte siempre ganaba. Este grupo, formado por políticos, jueces, empresarios, ganaderos y militares que controlaban el territorio de Nuevo México con métodos mafiosos, contrató al sheriff Brady para que asesinara a Tunstall. A su fin, Billy perdió cualquier gota de fe en la justicia y se prometió vengar a su mentor.
Si bien un juez de paz había encargado al neoyorquino y a otros empleados de Tunstall que dieran caza a los asesinos de su patrón, el propio gobernador del estado revocó posteriormente esta decisión, dejando así a Billy y a «Los Reguladores» como unos justicieros fuera de la Ley. Ya no había marcha atrás para ellos.
A modo de francotiradores, el grupo se escondió en el almacén de su viejo jefe, ahora cerrado, y esperaron a que el sheriff Brady se dejara ver. Le frieron a balazos cuando se asomó desde el otro lado de un muro, siendo la mayoría de los disparos acertados obra y gracia de Billy. Y aquel no era el único nombre en su lista. Tras cazar a varios de los asesinos de Tunstall, cambiaron pronto las tornas para «Los Reguladores»: de perseguidores a forajidos.
La aventura de la banda acabó tras ser cercada y diezmada por los hombres del gobernador durante cinco días en la casa de otro comerciante disidente. En esos días, Billy se reveló como un líder nato y trazó un plan desesperado para salir de la casa. La mayoría logró escapar con vida de aquel almacén, pero la guerra se perdió irremediablemente. Ya no había justicieros.
Billy ya no era un justiciero, acaso era un bandido. Los tiempos como vaquero de Billy «el Niño» terminaron con la fin de Tunstall y la frontera con México sufrió la carrera delictiva de su banda de forajidos. No era fácil que un anglosajón tratara con mexicanos, ni que aprendieran español. Billy lo hizo y se envolvió de un aspécto hispano. Era amigo de muchos descendientes de españoles y mantuvo noviazgos con varias mujeres mexicanas. Una de estas fue Celsa Gutiérrez, cuñada del hombre que le asesinaría, con la que, de hacer caso a los rumores de la época, tuvo una hija que murió de difteria. Paulita Maxwell, hija del terrateniente Peter Maxwell, fue otro de los amores del imberbe pistolero.
Además, según Alfonso Domingo (autor del libro «La balada de Billy el Niño»), el forajido de progenitora irlandesa llegó además a leer al menos un libro en español que le prestó su amigo el maestro y juez de paz José Córdoba sobre «La conquista de México por Hernán Cortés». Se cuenta que le fascinaba la figura de los conquistadores españoles.
Un héroe popular, una víctima del sistema
La leyenda trascendió a nivel nacional: acusado de robar bancos, cabezas de ganado y de una veintena de delitos de asesinato, aunque realmente solo se han podido probar una decena de crímenes. Incluso en esto la leyenda suele ser benévola con el forajido. En las memorias de Pat Garrett, «The Autentic Life of Billy the Kid», se narra que el joven confesó a John Tunstall en una ocasión «que no mató ni mataría nunca sino en defensa propia». Sin embargo, la fin de tres indios y el asesinato a sangre fría del sheriff Brady, crímenes que convirtieron a Billy «el Niño» en el enemigo público número uno del estado, no parece que tuvieran nada de defensa propia. O al menos no en el sentido habitual.
Así también lo consideró el Gobierno Federal que desató una campaña legal para capturar al forajido adolescente, ya fuera vivo o muerto, y juzgarle por su enorme nómina de delitos. No obstante, los hispanos le consideraban un héroe del pueblo que se enfrentaba a los abusos del poder. Y algo de verdad había en aquella imagen de víctima del sistema. Tras el asesinato del sheriff Brady y la vorágine homicida que le siguió, muchos miembros de «Los Reguladores» pactaron con el estado deponer las armas a cambio de la amnistía. Billy, del que no se podía decir que fuera especialmente violento, también lo hizo, pero él pagó su candidez adolescente al ser traicionado por el mismísimo gobernador, el General Lew Wallace, autor de la novela «Ben-Hur: A Tale of the Christ (1880)».
El pistolero se entregó a la Justicia, confesó unos cuantos delitos y dio su testimonio como testigo de otros tantos, si bien el político no cumplió con su palabra y permitió que «The Ring of Santa Fe» trasladara a Billy a un pueblo vecino para ser juzgado por el asesinato del sheriff. Una encerrona a cambio de nada. Una situación tan injusta como para que los guardias que lo custodiaban en un viejo almacén abrieran la puerta y, sencillamente, le dejaran escapar. Billy consiguió escurrirse varias veces de la justicia asistido por la población local.
Pero incluso Nuevo México se volvió peligroso para el pistolero a partir del año 1880. Pat Garret fue nombrado sheriff del condado de Lincoln Country –uno de los pueblos más castigados por las andanzas de «el Niño»– e inició una campaña personal que terminó con el arresto del forajido y su banda en diciembre de ese mismo año. Ambos se conocían de haber jugado juntos al póquer en Fort Sumner e incluso hay quien cree que pudieron ser cómplices en varios delitos, de ahí que conociera tan bien las guaridas y los métodos de Billy.
En poco tiempo, el nuevo sheriff dio con el rancho de Fort Sumner que la banda empleaba a modo de base. Rodeados por los hombres de Garret, Billy se vio obligado a rendirse, no sin antes mandar a su viejo compañero de cartas «al infierno».
Una vez más, «The Ring of Santa Fe» se encargó de sembrar de irregularidades el juicio contra el joven. En su alegato final el juez pareció por momentos el fiscal acusador. Tras haber sido condenado a la horca en la localidad de Mesilla (perteneciente en la actualidad al Estado de Nuevo México) y de ser torturado por sus vigilantes, Billy logró lo que parecía imposible para el criminal más conocido del estado: escapó de sus captores, de su celda, de sus grilletes y, sobre todo, de sus esposas. Gracias a la pequeña embergadura de sus muñecas, el joven se zafó de ellas y en un rápido movimiento encañonó a su vigilante James Bell, el que mejor trato le había dispensado en el calabozo. Bell echó a correr por sorpresa y «el Niño» disparó antes de que diera la voz de alarma. Por ese crimen el irlandés se arrepentiría hasta el último día de su vida.
De su siguiente víctima aquel día no se arrepintó, sino todo lo contrario. Armado con un rifle Winchester, Billy buscó en la calle a su otro vigilante, Bob Olinger, el que más disfrutaba torturando al joven y relatándole cómo había apiolado con sus propias manos a algunos de sus amigos. «¡Hola Bob!», gritó «El Niño» antes de apiolar a su sorprendida víctima. Dos disparos, dos muertos.
Una ejecución... y ¿una resurrección?
En su huida, el joven forajido se refugió en el rancho de su amigo Pete Maxwell, en Fort Summer, donde fue de nuevo acorralado por los agentes de Pat Garret. Y a partir de este punto surgen dos versiones diferentes. La que afirma que durante el tiroteo entre Billy y Garret el forajido fue herido mortalmente y, tras una larga agonía sin auxilio alguno, murió desangrado. O la que sostiene que un solo disparo de escopeta a sangre fría en el estómago causó la fin a Billy, que trataba de escabullirse en ese momento del rancho amparado por la noche.
Lo que parecía más una ejecución que un arresto fallido fue justificado por Pat Garret porque, según su versión, Billy portaba un cuchillo de cocina cuando abrieron fuego sus hombres. De una forma u otra, el cadáver fue enterrado en una fosa común sin identificación, lo cual dificulta más si cabe conocer los detalles sobre su fallecimiento.
Y entre las numerosas investigaciones realizadas sobre Billy en la última década, un reportaje de un canal americano elevó su fin a la categoría de conspiración. Según esta investigación que empleó un identificador de caras del FBI, el pistolero no está enterrado en Fort Sumner sino que vivió hasta los noventa años con la identidad de un granjero llamado Robert, el cual aparece en una fotografía con sus mismas cicatrices, ojos y nariz. No obstante, Robert, que portaba bigote a diferencia del adolescente, llegó a Fort Sumner cinco años después de que Billy muriera oficialmente.
Su fin dejaba una única certeza: 21 años de edad, 21 hombres matados con su revólver. ¿O ni siquiera eso? La fecha sobre su nacimiento sigue sin estar clara. Pat Garrett diría 21 en sus memorias para justificar que era mayor de edad cuando orquestó su fin, pero hay quien rebaja su edad a 18 o 19 en el momento de su fallecimiento. Tampoco lo está su nombre: el joven llamado en su nacimiento Henry McCarth adoptó posteriormente el nombre de William H. Bonney, tal vez porque pensaba que ese era el apellido de su padre biológico.
Un niño irlandés bien educado
Nacido en el seno de una familia irlandesa de Nueva York, un imberbe Billy emigró con sus padres hacia los territorios del oeste. Hacia los viejos territorios del Imperio español, donde seguía resonando el idioma español y la población mexicana se entremezclaba con los irlandeses recién llegados. La familia se estableció en Kansas City –ciudad fronteriza por aquel entonces– hasta que la fin del padre durante un duelo llevó a la progenitora de Billy a trasladarse al estado de Colorado.
Cuando su padrastro se desentendió de su familia, «el Niño» dio con sus huesos en los bajos fondos y empezó su carrera criminal.
En 1868, la familia viajó a Indiana y la progenitora se casó con un aventurero llamado William Antrim. De hecho, Billy llevó el apellido Antrim durante un tiempo, siendo conocido como «Kid Antrim» en sus primeras correrías. Asimismo, Antriam y su nueva familia se trasladaron a la ciudad de Silver City (Estado de Nuevo México), donde Billy comenzó a labrarse fama de pendenciero en los salones de la zona a raíz de la fin de su progenitora. Hasta entonces había sido un niño alegre y bien educado, que «nunca hacía nada malo, como mucho alguna travesura». Pero cuando su padrastro viudo se desentendió de su familia, «el Niño» dio con sus huesos en los bajos fondos e inició su carrera criminal.
Tras cometer pequeños delitos, su carrera delictiva adquirió verdadera forma al robar caballos en cuarteles de Nuevo México. Aquel era un delito grave, dada la importancia de los caballos en el Viejo Oeste y por tratarse de una propiedad militar, pero más lo sería su bautismo de sangre. A los 16 años, cometió su primer homicidio en Fort Grant, Arizona, cuando contestó con plomo a los insultos y golpes de un herrero irlandés llamado Frank Cahill.
Retrato de John Tunstall, el hombre que acogió en su rancho a Billy
Retrato de John Tunstall, el hombre que acogió en su rancho a Billy- Wikimedia
El «Niño» era llamado así por su carácter amable, cortés y su rostro aniñado. No le gustaba el tabaco y bebía rara veza. Era buen lector y no era ningún pendenciero ni un grosero. Si mató a Cahill fue por los constantes insultos que éste le dirigía a diario y porque trató de golpearle previamente, o al menos esa fue la versión que sostendrían los testigos del incidente.
En cualquier caso, las autoridades locales persiguieron al enclenque Billy y le obligaron a marcharse de Arizona. Pudo entonces unirse a alguna banda de forajidos simplemente aceptando la oferta que le lanzó el legendario Jesse James, pero el joven era un alma solitaria sin grandes pretensiones económicas. Él no quería ser atracador de bancos, le bastaba con un rinconcito rural desde donde robar ganado y comprar más munición para seguir practicando con su revólver. El día que fue asesinado, años después, se descubriría que sus únicas posesiones eran un caballo y su arma.
Los tentáculos de «The Ring of Santa Fe»
Billy se mudó a Lincoln (Nuevo México), donde trabajó en una fábrica de quesos y como vaquero en el rancho del inglés John Tunstall, un comercial y granjero que hizo las veces de su tutor. En ese tiempo pareció por un instante que el vaquero irlandés sería al fin hombre de bien, un hombre legal.
Sin embargo, destruyó este anhelo una pugna de carácter ganadero entre dos grupos: el encabezado por Tunstall contra el de «The Ring of Santa Fe» («el Círculo de Santa Fe»), liderado por el poderoso empresario L.G. Murphy. David contra Goliat en un territorio que no tenía nada de paraje bíblico: aquí el fuerte siempre ganaba. Este grupo, formado por políticos, jueces, empresarios, ganaderos y militares que controlaban el territorio de Nuevo México con métodos mafiosos, contrató al sheriff Brady para que asesinara a Tunstall. A su fin, Billy perdió cualquier gota de fe en la justicia y se prometió vengar a su mentor.
Si bien un juez de paz había encargado al neoyorquino y a otros empleados de Tunstall que dieran caza a los asesinos de su patrón, el propio gobernador del estado revocó posteriormente esta decisión, dejando así a Billy y a «Los Reguladores» como unos justicieros fuera de la Ley. Ya no había marcha atrás para ellos.
A modo de francotiradores, el grupo se escondió en el almacén de su viejo jefe, ahora cerrado, y esperaron a que el sheriff Brady se dejara ver. Le frieron a balazos cuando se asomó desde el otro lado de un muro, siendo la mayoría de los disparos acertados obra y gracia de Billy. Y aquel no era el único nombre en su lista. Tras cazar a varios de los asesinos de Tunstall, cambiaron pronto las tornas para «Los Reguladores»: de perseguidores a forajidos.
La aventura de la banda acabó tras ser cercada y diezmada por los hombres del gobernador durante cinco días en la casa de otro comerciante disidente. En esos días, Billy se reveló como un líder nato y trazó un plan desesperado para salir de la casa. La mayoría logró escapar con vida de aquel almacén, pero la guerra se perdió irremediablemente. Ya no había justicieros.
Billy ya no era un justiciero, acaso era un bandido. Los tiempos como vaquero de Billy «el Niño» terminaron con la fin de Tunstall y la frontera con México sufrió la carrera delictiva de su banda de forajidos. No era fácil que un anglosajón tratara con mexicanos, ni que aprendieran español. Billy lo hizo y se envolvió de un aspécto hispano. Era amigo de muchos descendientes de españoles y mantuvo noviazgos con varias mujeres mexicanas. Una de estas fue Celsa Gutiérrez, cuñada del hombre que le asesinaría, con la que, de hacer caso a los rumores de la época, tuvo una hija que murió de difteria. Paulita Maxwell, hija del terrateniente Peter Maxwell, fue otro de los amores del imberbe pistolero.
Además, según Alfonso Domingo (autor del libro «La balada de Billy el Niño»), el forajido de progenitora irlandesa llegó además a leer al menos un libro en español que le prestó su amigo el maestro y juez de paz José Córdoba sobre «La conquista de México por Hernán Cortés». Se cuenta que le fascinaba la figura de los conquistadores españoles.
Un héroe popular, una víctima del sistema
La leyenda trascendió a nivel nacional: acusado de robar bancos, cabezas de ganado y de una veintena de delitos de asesinato, aunque realmente solo se han podido probar una decena de crímenes. Incluso en esto la leyenda suele ser benévola con el forajido. En las memorias de Pat Garrett, «The Autentic Life of Billy the Kid», se narra que el joven confesó a John Tunstall en una ocasión «que no mató ni mataría nunca sino en defensa propia». Sin embargo, la fin de tres indios y el asesinato a sangre fría del sheriff Brady, crímenes que convirtieron a Billy «el Niño» en el enemigo público número uno del estado, no parece que tuvieran nada de defensa propia. O al menos no en el sentido habitual.
Así también lo consideró el Gobierno Federal que desató una campaña legal para capturar al forajido adolescente, ya fuera vivo o muerto, y juzgarle por su enorme nómina de delitos. No obstante, los hispanos le consideraban un héroe del pueblo que se enfrentaba a los abusos del poder. Y algo de verdad había en aquella imagen de víctima del sistema. Tras el asesinato del sheriff Brady y la vorágine homicida que le siguió, muchos miembros de «Los Reguladores» pactaron con el estado deponer las armas a cambio de la amnistía. Billy, del que no se podía decir que fuera especialmente violento, también lo hizo, pero él pagó su candidez adolescente al ser traicionado por el mismísimo gobernador, el General Lew Wallace, autor de la novela «Ben-Hur: A Tale of the Christ (1880)».
El pistolero se entregó a la Justicia, confesó unos cuantos delitos y dio su testimonio como testigo de otros tantos, si bien el político no cumplió con su palabra y permitió que «The Ring of Santa Fe» trasladara a Billy a un pueblo vecino para ser juzgado por el asesinato del sheriff. Una encerrona a cambio de nada. Una situación tan injusta como para que los guardias que lo custodiaban en un viejo almacén abrieran la puerta y, sencillamente, le dejaran escapar. Billy consiguió escurrirse varias veces de la justicia asistido por la población local.
Pero incluso Nuevo México se volvió peligroso para el pistolero a partir del año 1880. Pat Garret fue nombrado sheriff del condado de Lincoln Country –uno de los pueblos más castigados por las andanzas de «el Niño»– e inició una campaña personal que terminó con el arresto del forajido y su banda en diciembre de ese mismo año. Ambos se conocían de haber jugado juntos al póquer en Fort Sumner e incluso hay quien cree que pudieron ser cómplices en varios delitos, de ahí que conociera tan bien las guaridas y los métodos de Billy.
En poco tiempo, el nuevo sheriff dio con el rancho de Fort Sumner que la banda empleaba a modo de base. Rodeados por los hombres de Garret, Billy se vio obligado a rendirse, no sin antes mandar a su viejo compañero de cartas «al infierno».
Una vez más, «The Ring of Santa Fe» se encargó de sembrar de irregularidades el juicio contra el joven. En su alegato final el juez pareció por momentos el fiscal acusador. Tras haber sido condenado a la horca en la localidad de Mesilla (perteneciente en la actualidad al Estado de Nuevo México) y de ser torturado por sus vigilantes, Billy logró lo que parecía imposible para el criminal más conocido del estado: escapó de sus captores, de su celda, de sus grilletes y, sobre todo, de sus esposas. Gracias a la pequeña embergadura de sus muñecas, el joven se zafó de ellas y en un rápido movimiento encañonó a su vigilante James Bell, el que mejor trato le había dispensado en el calabozo. Bell echó a correr por sorpresa y «el Niño» disparó antes de que diera la voz de alarma. Por ese crimen el irlandés se arrepentiría hasta el último día de su vida.
De su siguiente víctima aquel día no se arrepintó, sino todo lo contrario. Armado con un rifle Winchester, Billy buscó en la calle a su otro vigilante, Bob Olinger, el que más disfrutaba torturando al joven y relatándole cómo había apiolado con sus propias manos a algunos de sus amigos. «¡Hola Bob!», gritó «El Niño» antes de apiolar a su sorprendida víctima. Dos disparos, dos muertos.
Una ejecución... y ¿una resurrección?
En su huida, el joven forajido se refugió en el rancho de su amigo Pete Maxwell, en Fort Summer, donde fue de nuevo acorralado por los agentes de Pat Garret. Y a partir de este punto surgen dos versiones diferentes. La que afirma que durante el tiroteo entre Billy y Garret el forajido fue herido mortalmente y, tras una larga agonía sin auxilio alguno, murió desangrado. O la que sostiene que un solo disparo de escopeta a sangre fría en el estómago causó la fin a Billy, que trataba de escabullirse en ese momento del rancho amparado por la noche.
Lo que parecía más una ejecución que un arresto fallido fue justificado por Pat Garret porque, según su versión, Billy portaba un cuchillo de cocina cuando abrieron fuego sus hombres. De una forma u otra, el cadáver fue enterrado en una fosa común sin identificación, lo cual dificulta más si cabe conocer los detalles sobre su fallecimiento.
Y entre las numerosas investigaciones realizadas sobre Billy en la última década, un reportaje de un canal americano elevó su fin a la categoría de conspiración. Según esta investigación que empleó un identificador de caras del FBI, el pistolero no está enterrado en Fort Sumner sino que vivió hasta los noventa años con la identidad de un granjero llamado Robert, el cual aparece en una fotografía con sus mismas cicatrices, ojos y nariz. No obstante, Robert, que portaba bigote a diferencia del adolescente, llegó a Fort Sumner cinco años después de que Billy muriera oficialmente.