La causa de todos los males es la ira inadvertida del que hizo las cosas mal sobre el que ha hecho las cosas bien.

emos_sio_engañás

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Se supone que si hacemos las cosas bien no debemos esperar ningún daño. La nota negativa de todo esto es algo que pasa bastante inadvertido, la virtud del que hace las cosas bien es envidiada en secreto por el que hizo las cosas mal, y el hace las cosas bien es ciego a esa envidia, a ese repruebo, a ese mal y ese peligro. Cuando habiendo hecho las cosas bien no debería temet represalias, y el que haciendo las cosas mal debería arrepentirse de como las hizo, en virtud de un bien mayor. Es no saber reconocer los propios errores.

Los que hacemos las cosas bien no vemos el peligro que comporta el haber hecho las cosas bien, pues se supone que haciendo las cosas bien, no debemos ningún peligro, precisamente por haber hecho las cosas bien.

Pero sucede que es al revés, que los que hacemos las cosas bien siempre corremos el peligro de ser atacados por los que han hecho las cosas mal, y además tenemos la guardia bajísima, puesto que tenemos la seguridad aprendida de que hemos hecho las cosas bien.

Lo más retorcido de todo es que ya se va dando la razón al envidioso que ha hecho las cosas mal sobre los que hemos hecho las cosas bien, en una suerte de juego malicioso, en que atacar a los que hemos hecho las cosas bien, es ya hasta lúdico. Y los que hemos hecho las cosas bien, debemos aguantar, incluso, reirnos, de nuestros propios males, en "virtud" de un supuesto recurso lúdico superior del que hace las cosas mal sobre los que hemos hecho las cosas bien. Cuando no hay que reirse del mal, ni mucho menos del mal de uno, ni en broma. Solo hay que reírse del mal de uno cuando lo esquivamos :) y del mal justo aplicado contra el injusto, como castigo vicario, como castigo de uno mismo hacia el malvado, al cual no atacamos nosotros mismo, sino que fue otro el que lo atacó, y nosotros nos reimos de ese ataque justo, en castigo propio por el justo castigo recibido al que atacó sin razón.

Al daño recibido de forma merecida. He ahí la única gracia que nos ha de producir el mal de otro, cuando ese otro, inclusive las mujeres, reciben el daño que merecen realmente y solo en el caso de que el castigo sea justo.
 
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