steppenwulf
Madmaxista
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La caída del gobierno español en el Perú.
El dilema de la independencia,
Timothy Anna. [1]
Aclara el autor que para llegar a una explicación verdaderamente satisfactoria del proceso de la independencia hispanoamericana es necesaria una comprensión más completa de cómo fue derrotado el régimen imperial español. Por lo tanto, la investigación gira en ese sentido, centrándose en el caso netamente peruano, sin olvidar el contexto internacional.
Anna, especialista en la historia de México, Perú y España en la época de las guerras de independencia, analiza en su libro uno de los procesos históricos más importantes y problemáticos de la historiografía.
Empieza su estudio con la realidad del Perú. Resalta la característica primordial del régimen español en el país: la pobreza. Debemos dejar de lado, afirma, las historias sobre la increíble riqueza del virreinato peruano, porque se ha demostrado la aguda crisis de la economía colonial en la etapa final de la dominación peninsular.
La respuesta a semejante coyuntura no se hizo esperar. La competencia entre el absolutismo imperial y autonomía virreinal, plasmada en los reclamos peruanos sobre el comercio, las finanzas y los nombramientos, sustentaría la tesis de que la primera etapa de la lucha habría comenzado ahí.
En aquella misma línea, la crisis de la corona española ante la oleada turística francesa en 1808, la posterior convocatoria a las Cortes de Cádiz y la promulgación de la Constitución Liberal en 1812, llevó a que el conflicto cobrara síntomas alarmantes. Sin embargo, la eficiente labor del virrey Fernando de Abascal (1806-16) a favor de la autoridad real, en esos momentos de incertidumbres, permitió contener la difusión de las sublevaciones a través de la mayor parte del continente. Esto fue posible gracias a que existía un segmento de la sociedad, básicamente la elite activa políticamente, que viera en él a su salvador. Eran los que temían a la revolución, a un total cambio social y al protagonismo de las clases populares en los acontecimientos. Pensaban todavía en reformas dentro del mismo sistema, en otras palabras, buscaban solamente la recuperación de sus privilegios perdidos y no la separación definitiva de España.
A pesar de todo, no le fue nada fácil a Abascal resistir los innumerables problemas en los cuales su gobierno estuvo comprometido. Las Cortes de Cádiz habían decretado una serie de amplias modificaciones que incluían la libertad de prensa, la abolición del tributo indígena, la declaración de la igualdad de los americanos y europeos, etc. Fueron reformas que iban en contra de los intereses del virrey para el mantenimiento del orden virreinal. Agreguemos, también, la difícil situación económica del Estado. Solo así podemos entender el extenso programa de impuestos de emergencia llevadas a cabo por Abascal con la finalidad de restablecer la economía y con ello el régimen español en el Perú. No obstante, los hechos siguieron su curso. Esta vez le tocaría al nuevo virrey Joaquín de la Pezuela (1816-21), tras*itar hacia el agónico callejón sin salida de 1821.
Recordemos que fueron dos los elementos que destruyeron su gobierno: el colapso financiero del régimen y la brillante estrategia de San Martín de cruzar los Andes para atacar no el Alto Perú sino Chile. Además, su derrocamiento final, a cargo de sus propios oficiales principales, obedeció a sus ideas erróneas de considerar a Lima como la clave para el control del Perú y la supervivencia del ejercito realista. Pezuela estuvo equivocado al pensar así. Lima, en esos momentos, ya no era esencial para la defensa del país. La mejor manera de defender el virreinato era retirándose de la capital, pues era conocido el objetivo de San Martín de rodearla y apoderarse de ella. En conclusión, su abandono en Julio de 1821 al mando de La Serna, fue una decisión táctica para salvar al ejército del caos y la confusión. Allá radicará la gran facilidad que tuvo San Martín para ingresar y tomar la ciudad en forma pacífica e inmediatamente promulgar la declaración simbólica de la independencia peruana. Incluso, nos dice el autor, aquella declaración no constituye, de hecho, una clara decisión por parte de los ciudadanos. Simplemente, Lima no tenía otra opción. Pero aquel acto, de ninguna manera, significó el paso final en el proceso de emancipación. Porque gran parte del territorio aún seguía en poder de los españoles (Cuzco, Arequipa, Huamanga, Puno y Huancavelica). En palabras de Anna, “el Perú no fue independiente propiamente hablando, hasta diciembre de 1824, cuando la batalla de Ayacucho expulsó de manera permanente a las tropas realistas del país”.
Desde fines de 1821 a las postrimeras de 1824, ingresamos en un inesperado impasse político y militar. Este se prolongó durante tres años y medio y constituye la prueba definitiva de que los peruanos no habían optado por ser independientes. San Martín no logró derrotar a los hombres de La Serna y fracaso porque se equivocó al escoger a la Ciudad de Los Reyes como su centro de operaciones. Pero, lo más importante, fue que el Perú en general y Lima en particular no estaban convencidos de que la independencia era deseable. El Libertador no consiguió el apoyo necesario, su interés de concientizar para que se decidan por su liberación no dio resultados. Y, lo más lamentable, es que su fracaso creó la anarquía de 1823 y 1824.
Después de su salida, la inestabilidad política llegó a tal extremo que se tuvo a dos presidentes, Riva Agüero y Torre Tagle, en constante pugna por el poder. Asimismo, el Estado estaba dañado por el divisionismo interno, la bancarrota y la traición, además de carecer de liderazgo. Sólo quedaba, en esos instantes, una alternativa: la presencia de Simón Bolívar.
El propio Bolívar estuvo en un principio preocupado y sin esperanzas por la crisis y el caos peruano. La capacidad, armamento y provisiones del ejército patriota eran pobres, peor aún, la indecisión de la clase política, terrible. En consecuencia, la solución militar era inminente e inevitable. En ella, Bolívar se concentró y dio todos sus esfuerzos. Decidió llevar adelante la guerra en la sierra donde estaba el bastión realista. Finalmente, en Ayacucho y en el Callao se decidió el porvenir, el poder español fue destruido.
En suma, podemos terminar esta reseña, anotando la importancia de la investigación realizada por el historiador Timothy Anna que, a partir del estudio de los gobiernos de los últimos virreyes (Abascal, Pezuela y La Serna), nos ofrece una nueva entrada para comprender la independencia del Perú y la caída del régimen español en Sudamérica. Se destaca el análisis a los esfuerzos que realizaron estos gobernantes españoles para mantener el orden y la estabilidad colonial. También, se pone énfasis en el carácter dubitativo de la elite que era la clase política dominante. El autor concluye, señalando que el dilema peruano fue renunciar al viejo imperio y lanzarse a ciegas a un futuro que amenazaba con muchos males o seguir en el mismo sistema, en donde llevar a cabo algunas reformas era suficiente [2] Es necesario recordar que aquellas ideas y conclusiones habían sido ya expuestas, a partir de 1971, por Heraclio Bonilla, Karen Spalding y Pablo Macera, entre otros. Entonces, lo que hace Anna es volver a reafirmar la tesis de que los peruanos todavía no habían decidido y que nunca había existido un verdadero compromiso por la independencia nacional.
[1]Timothy Anna, La caída del gobierno español en el Perú. El dilema de la independencia, Lima, IEP, 2003, 324p. Reseña originalmente publicada en la Revista Praxis en la Historia, Lima, no 2, julio del 2004, pp. 169-171.
Fuente: Araucaria | Otras reseñas | junio 2010 | Daniel Morán
PD.
[2] Sin embargo, reformas que el gobierno de Madrid se negaba en redondo a conceder desde el retorno al absolutismo. El caso peruano reproduce el típico dilema entre lo malo y lo peor.
El dilema de la independencia,
Timothy Anna. [1]
Aclara el autor que para llegar a una explicación verdaderamente satisfactoria del proceso de la independencia hispanoamericana es necesaria una comprensión más completa de cómo fue derrotado el régimen imperial español. Por lo tanto, la investigación gira en ese sentido, centrándose en el caso netamente peruano, sin olvidar el contexto internacional.
Anna, especialista en la historia de México, Perú y España en la época de las guerras de independencia, analiza en su libro uno de los procesos históricos más importantes y problemáticos de la historiografía.
Empieza su estudio con la realidad del Perú. Resalta la característica primordial del régimen español en el país: la pobreza. Debemos dejar de lado, afirma, las historias sobre la increíble riqueza del virreinato peruano, porque se ha demostrado la aguda crisis de la economía colonial en la etapa final de la dominación peninsular.
La respuesta a semejante coyuntura no se hizo esperar. La competencia entre el absolutismo imperial y autonomía virreinal, plasmada en los reclamos peruanos sobre el comercio, las finanzas y los nombramientos, sustentaría la tesis de que la primera etapa de la lucha habría comenzado ahí.
En aquella misma línea, la crisis de la corona española ante la oleada turística francesa en 1808, la posterior convocatoria a las Cortes de Cádiz y la promulgación de la Constitución Liberal en 1812, llevó a que el conflicto cobrara síntomas alarmantes. Sin embargo, la eficiente labor del virrey Fernando de Abascal (1806-16) a favor de la autoridad real, en esos momentos de incertidumbres, permitió contener la difusión de las sublevaciones a través de la mayor parte del continente. Esto fue posible gracias a que existía un segmento de la sociedad, básicamente la elite activa políticamente, que viera en él a su salvador. Eran los que temían a la revolución, a un total cambio social y al protagonismo de las clases populares en los acontecimientos. Pensaban todavía en reformas dentro del mismo sistema, en otras palabras, buscaban solamente la recuperación de sus privilegios perdidos y no la separación definitiva de España.
A pesar de todo, no le fue nada fácil a Abascal resistir los innumerables problemas en los cuales su gobierno estuvo comprometido. Las Cortes de Cádiz habían decretado una serie de amplias modificaciones que incluían la libertad de prensa, la abolición del tributo indígena, la declaración de la igualdad de los americanos y europeos, etc. Fueron reformas que iban en contra de los intereses del virrey para el mantenimiento del orden virreinal. Agreguemos, también, la difícil situación económica del Estado. Solo así podemos entender el extenso programa de impuestos de emergencia llevadas a cabo por Abascal con la finalidad de restablecer la economía y con ello el régimen español en el Perú. No obstante, los hechos siguieron su curso. Esta vez le tocaría al nuevo virrey Joaquín de la Pezuela (1816-21), tras*itar hacia el agónico callejón sin salida de 1821.
Recordemos que fueron dos los elementos que destruyeron su gobierno: el colapso financiero del régimen y la brillante estrategia de San Martín de cruzar los Andes para atacar no el Alto Perú sino Chile. Además, su derrocamiento final, a cargo de sus propios oficiales principales, obedeció a sus ideas erróneas de considerar a Lima como la clave para el control del Perú y la supervivencia del ejercito realista. Pezuela estuvo equivocado al pensar así. Lima, en esos momentos, ya no era esencial para la defensa del país. La mejor manera de defender el virreinato era retirándose de la capital, pues era conocido el objetivo de San Martín de rodearla y apoderarse de ella. En conclusión, su abandono en Julio de 1821 al mando de La Serna, fue una decisión táctica para salvar al ejército del caos y la confusión. Allá radicará la gran facilidad que tuvo San Martín para ingresar y tomar la ciudad en forma pacífica e inmediatamente promulgar la declaración simbólica de la independencia peruana. Incluso, nos dice el autor, aquella declaración no constituye, de hecho, una clara decisión por parte de los ciudadanos. Simplemente, Lima no tenía otra opción. Pero aquel acto, de ninguna manera, significó el paso final en el proceso de emancipación. Porque gran parte del territorio aún seguía en poder de los españoles (Cuzco, Arequipa, Huamanga, Puno y Huancavelica). En palabras de Anna, “el Perú no fue independiente propiamente hablando, hasta diciembre de 1824, cuando la batalla de Ayacucho expulsó de manera permanente a las tropas realistas del país”.
Desde fines de 1821 a las postrimeras de 1824, ingresamos en un inesperado impasse político y militar. Este se prolongó durante tres años y medio y constituye la prueba definitiva de que los peruanos no habían optado por ser independientes. San Martín no logró derrotar a los hombres de La Serna y fracaso porque se equivocó al escoger a la Ciudad de Los Reyes como su centro de operaciones. Pero, lo más importante, fue que el Perú en general y Lima en particular no estaban convencidos de que la independencia era deseable. El Libertador no consiguió el apoyo necesario, su interés de concientizar para que se decidan por su liberación no dio resultados. Y, lo más lamentable, es que su fracaso creó la anarquía de 1823 y 1824.
Después de su salida, la inestabilidad política llegó a tal extremo que se tuvo a dos presidentes, Riva Agüero y Torre Tagle, en constante pugna por el poder. Asimismo, el Estado estaba dañado por el divisionismo interno, la bancarrota y la traición, además de carecer de liderazgo. Sólo quedaba, en esos instantes, una alternativa: la presencia de Simón Bolívar.
El propio Bolívar estuvo en un principio preocupado y sin esperanzas por la crisis y el caos peruano. La capacidad, armamento y provisiones del ejército patriota eran pobres, peor aún, la indecisión de la clase política, terrible. En consecuencia, la solución militar era inminente e inevitable. En ella, Bolívar se concentró y dio todos sus esfuerzos. Decidió llevar adelante la guerra en la sierra donde estaba el bastión realista. Finalmente, en Ayacucho y en el Callao se decidió el porvenir, el poder español fue destruido.
En suma, podemos terminar esta reseña, anotando la importancia de la investigación realizada por el historiador Timothy Anna que, a partir del estudio de los gobiernos de los últimos virreyes (Abascal, Pezuela y La Serna), nos ofrece una nueva entrada para comprender la independencia del Perú y la caída del régimen español en Sudamérica. Se destaca el análisis a los esfuerzos que realizaron estos gobernantes españoles para mantener el orden y la estabilidad colonial. También, se pone énfasis en el carácter dubitativo de la elite que era la clase política dominante. El autor concluye, señalando que el dilema peruano fue renunciar al viejo imperio y lanzarse a ciegas a un futuro que amenazaba con muchos males o seguir en el mismo sistema, en donde llevar a cabo algunas reformas era suficiente [2] Es necesario recordar que aquellas ideas y conclusiones habían sido ya expuestas, a partir de 1971, por Heraclio Bonilla, Karen Spalding y Pablo Macera, entre otros. Entonces, lo que hace Anna es volver a reafirmar la tesis de que los peruanos todavía no habían decidido y que nunca había existido un verdadero compromiso por la independencia nacional.
[1]Timothy Anna, La caída del gobierno español en el Perú. El dilema de la independencia, Lima, IEP, 2003, 324p. Reseña originalmente publicada en la Revista Praxis en la Historia, Lima, no 2, julio del 2004, pp. 169-171.
Fuente: Araucaria | Otras reseñas | junio 2010 | Daniel Morán
PD.
[2] Sin embargo, reformas que el gobierno de Madrid se negaba en redondo a conceder desde el retorno al absolutismo. El caso peruano reproduce el típico dilema entre lo malo y lo peor.