Asurbanipal
Será en Octubre
La bomba de hidrógeno del Zar, la locura soviética que desencadenó la mayor explosión causada por humanos
Con más fines propagandísticos que científicos, «El Emperador de las bombas» empequeñeció con su explosión de 50 megatones a Hiroshima, de 13 kilotones, y a Nagasaki, de 21 kilotones
Fotografía de una bomba atómica del tipo Bomba del Zar
El primer disquete desarrollado por IBM, en 1971, medía ocho pulgadas y tenía una capacidad de almacenamiento de 79,7 kilobytes. Lo cual sonaba entonces a tecnología punta, y hoy sería como querer guardar a un elefante en una caja de cerillas. Con las armas de destrucción masiva ha ocurrido otro tanto de lo mismo. En 1945, dos bombas atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki causaron sendas explosiones de 13 y 21 kilotones, cientos de miles de muertos, la rendición incondicional de Japón y helaron la sangre al mundo. Durante un ensayo en 1961, los soviéticos lanzaron sobre el Ártico una enorme bomba con una potencia casi 3.800 veces superior a la de Hiroshima. Del mismo modo que le ocurrió al disquete frente al CD, la bomba de hidrógeno convirtió en una antigualla la tecnología atómica.
Desde la «Bomba del Zar», la carrera ha seguido en marcha. El pasado día de Reyes, el aparato propagandístico de Corea del Norte anunció que había hecho estallar una bomba de hidrógeno, también llamada bomba termonuclear. La prueba habría tenido lugar a las 10.00 horas locales (02.20 hora españolas), según apunta el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS), que detectó a esa hora un terremoto de magnitud 5,1 en el noreste norcoreano, en el área de Kilju. Es allí donde el régimen ha llevado a cabo sus tres pruebas nucleares anteriores. No obstante, pocos expertos creen esta cuarta prueba nuclear sea, en efecto, una bomba de hidrógeno, sino más bien una bomba de fisión acelerada, el paso intermedio entre la atómica y la de hidrógeno.
La bomba de hidrógeno o termonuclear, llamada bomba H, se basa en el principio de la fusión nuclear (en vez de en la fisión) y libera una energía superior a las temperaturas y a las presiones solares. Cuando una bomba H estalla se producen explosiones químicas, nucleares y termonucleares en un lapso de tiempo infinitesimal, lo que se traduce en una tecnología capaz de hacer desaparecer en la actualidad una capital europea como París o Londres.
La explosión resultante de «Castle Bravo» tuvo una potencia de 15 megatones
Con el conocimiento obtenido de las primeras explosiones atómicas, los físicos norteamericanos idearon una nueva clase de armas nucleares basadas en la fusión de isótopos del hidrógeno. La primera bomba de este tipo fue detonada en Eniwetok (las Islas Marshall) el 1 de noviembre de 1952. «Ivy Mike» alcanzó una temperatura en su epicentro tan caliente como el núcleo del Sol, por unas fracciones de segundo:8:, y la onda de choque generada por la explosión dio tres veces la vuelta alrededor de la Tierra. Solo dos años después, el 28 de febrero de 1954, EE.UU. explotaba una segunda bomba de este tipo. La explosión resultante de «Castle Bravo» tuvo una potencia de 15 megatones, más de tres veces el rendimiento estimado en su diseño, lo que dio lugar a una contaminación radiológica que se extendió a las islas cercanas y causó una fin directa.
«El Emperador», 27 toneladas de destrucción
Un año después, la Unión Soviética preparó un ensayo nuclear con la intención de demostrar al mundo que contaban con la misma, sino mayor, capacidad de destrucción que EE.UU. Aunque la Unión Soviética había esperado hasta el 22 de noviembre de 1955 para probar su bomba H basada en el denominado diseño Sloika, lo cierto es que ya por entonces sabía que su obra era plenamente operativa. Se trataba así más de un alarde propagandísticos que de pruebas científicas. Finalmente, la prueba tuvo éxito y evidenció que la URSS estaba al mismo nivel tecnológico que EE.UU. en lo que a armas termonucleares se refería.
Explosión de la bomba termonuclear Ivy Mike (1 de noviembre de 1952).- United States Department of Energy
Y precisamente con esa intención fue creada y probada varios años después la conocida como «La Bomba del Zar» o «El Emperador de las bombas», cuyo desproporcionado tamaño y peso, ocho metros y 27.000 kilogramos la hacían inservible en la práctica. Pero lo importante era asustar al mundo.
La energía térmica fue tan grande que podría haber causado quemaduras de tercer grado a una persona que se encontrara a 100 km de la explosión
El comandante Andrei Durnovtsev fue el encargado de arrojar la bomba sobre Nueva Zembla, un archipiélago ruso situado en el Océano Ártico, desde un avión Túpolev Tu-95 adaptado para soportar las 27 toneladas de la bomba más grandes jamás creada. Además, la bomba fue lanzada en paracaídas para dar tiempo a que el piloto se alejara lo suficiente de una explosión con una potencia de 50 megatones (Mt) que rompió ventanas a 800 kilómetros y levantó un hongo nuclear de 64 km de altura. La energía térmica fue tan grande que podría haber causado quemaduras de tercer grado a una persona que se encontrara a 100 km de la explosión. Durnovtsev pudo alejarse a tiempo para salvar su vida, pese a que los cálculos modernos han revelado que de haberse alcanzado el potencial estimado por los científicos rusos, 100 Mt, ni siquiera se habría podido garantizar la supervivencia del piloto.
«La Bomba del Zar» empequeñeció los efectos de la explosión de Hiroshima, 13 kilotones (equivalente a la producida por 13.000 toneladas de TNT) o la de Nagasaki, 21 kilotones, pero no fue capaz de marcar tendencia. Hoy en día se mandan los misiles a miles de kilómetros de distancia, en lugar de dejarlas caer desde aviones, y prima en las bombas su capacidad de alcanzar el máximo de extensión más que la intensidad de la explosión. Sin embargo, el auténtico objetivo de la URSS sí se vio cumplido con creces: atemorizar al mundo y demostrarle que, por primera vez en la carrera nuclear, estaban por delante.
«Un gran salto hacia la anarquía y la destrucción»
La enorme explosión en el Ártico despertó la indignación y las protestas de miles de personas por todo el mundo, desde Ámsterdam, Bruselas, Copenhague, hasta París o Londres. El Gobierno inglés se reunió de urgencia y, en la sede de las Naciones Unidas, la Unión Soviética recibió duros ataques. La explosión se produjo tan sólo tres días después de que la Asamblea –por 37 votos a favor y 11 en contra– hubiera realizado un «solemne llamamiento» al Kremlin para que no realizase la prueba. «Un gran salto hacia la anarquía y la destrucción», definieron los delegados estadounidenses el desafío soviético.
Bomba atómica de Hiroshima (Japón)- Wikimedia
A pesar de las quejas internacionales, lo cierto es que ninguno de los países implicados en la carrera nuclear renunció a hacerse con su propia versión de la bomba H, aunque jamás de proporciones tan dantescas como las del Zar. Las restantes potencias militares fueron logrando sus propias bombas H. El Reino Unido en noviembre de 1957; China en 1967 sólo 32 meses después de su primera bomba atómica; y Francia esperó hasta principios de 1977 para instalarlas a bordo de sus submarinos nucleares. Fueron aquellos los pequeños vástagos del «Emperador de las bombas», la mayor explosión de origen humano.
Nada en comparación con el poder de la progenitora naturaleza, que en la erupción del volcán Krakatoa, en 1883, desató unos 200 megatones –cuatro veces más que el arma soviética–, o que durante el impacto del asteroide que condujo a los dinosaurios a la extinción dejó tras de sí una explosión de 100 teratones –casi cuatro millones de veces más que el Zar–.
La bomba de hidrógeno del Zar, la locura soviética que desencadenó la mayor explosión causada por humanos
Con más fines propagandísticos que científicos, «El Emperador de las bombas» empequeñeció con su explosión de 50 megatones a Hiroshima, de 13 kilotones, y a Nagasaki, de 21 kilotones
Fotografía de una bomba atómica del tipo Bomba del Zar
El primer disquete desarrollado por IBM, en 1971, medía ocho pulgadas y tenía una capacidad de almacenamiento de 79,7 kilobytes. Lo cual sonaba entonces a tecnología punta, y hoy sería como querer guardar a un elefante en una caja de cerillas. Con las armas de destrucción masiva ha ocurrido otro tanto de lo mismo. En 1945, dos bombas atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki causaron sendas explosiones de 13 y 21 kilotones, cientos de miles de muertos, la rendición incondicional de Japón y helaron la sangre al mundo. Durante un ensayo en 1961, los soviéticos lanzaron sobre el Ártico una enorme bomba con una potencia casi 3.800 veces superior a la de Hiroshima. Del mismo modo que le ocurrió al disquete frente al CD, la bomba de hidrógeno convirtió en una antigualla la tecnología atómica.
Desde la «Bomba del Zar», la carrera ha seguido en marcha. El pasado día de Reyes, el aparato propagandístico de Corea del Norte anunció que había hecho estallar una bomba de hidrógeno, también llamada bomba termonuclear. La prueba habría tenido lugar a las 10.00 horas locales (02.20 hora españolas), según apunta el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS), que detectó a esa hora un terremoto de magnitud 5,1 en el noreste norcoreano, en el área de Kilju. Es allí donde el régimen ha llevado a cabo sus tres pruebas nucleares anteriores. No obstante, pocos expertos creen esta cuarta prueba nuclear sea, en efecto, una bomba de hidrógeno, sino más bien una bomba de fisión acelerada, el paso intermedio entre la atómica y la de hidrógeno.
La bomba de hidrógeno o termonuclear, llamada bomba H, se basa en el principio de la fusión nuclear (en vez de en la fisión) y libera una energía superior a las temperaturas y a las presiones solares. Cuando una bomba H estalla se producen explosiones químicas, nucleares y termonucleares en un lapso de tiempo infinitesimal, lo que se traduce en una tecnología capaz de hacer desaparecer en la actualidad una capital europea como París o Londres.
La explosión resultante de «Castle Bravo» tuvo una potencia de 15 megatones
Con el conocimiento obtenido de las primeras explosiones atómicas, los físicos norteamericanos idearon una nueva clase de armas nucleares basadas en la fusión de isótopos del hidrógeno. La primera bomba de este tipo fue detonada en Eniwetok (las Islas Marshall) el 1 de noviembre de 1952. «Ivy Mike» alcanzó una temperatura en su epicentro tan caliente como el núcleo del Sol, por unas fracciones de segundo:8:, y la onda de choque generada por la explosión dio tres veces la vuelta alrededor de la Tierra. Solo dos años después, el 28 de febrero de 1954, EE.UU. explotaba una segunda bomba de este tipo. La explosión resultante de «Castle Bravo» tuvo una potencia de 15 megatones, más de tres veces el rendimiento estimado en su diseño, lo que dio lugar a una contaminación radiológica que se extendió a las islas cercanas y causó una fin directa.
«El Emperador», 27 toneladas de destrucción
Un año después, la Unión Soviética preparó un ensayo nuclear con la intención de demostrar al mundo que contaban con la misma, sino mayor, capacidad de destrucción que EE.UU. Aunque la Unión Soviética había esperado hasta el 22 de noviembre de 1955 para probar su bomba H basada en el denominado diseño Sloika, lo cierto es que ya por entonces sabía que su obra era plenamente operativa. Se trataba así más de un alarde propagandísticos que de pruebas científicas. Finalmente, la prueba tuvo éxito y evidenció que la URSS estaba al mismo nivel tecnológico que EE.UU. en lo que a armas termonucleares se refería.
Explosión de la bomba termonuclear Ivy Mike (1 de noviembre de 1952).- United States Department of Energy
Y precisamente con esa intención fue creada y probada varios años después la conocida como «La Bomba del Zar» o «El Emperador de las bombas», cuyo desproporcionado tamaño y peso, ocho metros y 27.000 kilogramos la hacían inservible en la práctica. Pero lo importante era asustar al mundo.
La energía térmica fue tan grande que podría haber causado quemaduras de tercer grado a una persona que se encontrara a 100 km de la explosión
El comandante Andrei Durnovtsev fue el encargado de arrojar la bomba sobre Nueva Zembla, un archipiélago ruso situado en el Océano Ártico, desde un avión Túpolev Tu-95 adaptado para soportar las 27 toneladas de la bomba más grandes jamás creada. Además, la bomba fue lanzada en paracaídas para dar tiempo a que el piloto se alejara lo suficiente de una explosión con una potencia de 50 megatones (Mt) que rompió ventanas a 800 kilómetros y levantó un hongo nuclear de 64 km de altura. La energía térmica fue tan grande que podría haber causado quemaduras de tercer grado a una persona que se encontrara a 100 km de la explosión. Durnovtsev pudo alejarse a tiempo para salvar su vida, pese a que los cálculos modernos han revelado que de haberse alcanzado el potencial estimado por los científicos rusos, 100 Mt, ni siquiera se habría podido garantizar la supervivencia del piloto.
«La Bomba del Zar» empequeñeció los efectos de la explosión de Hiroshima, 13 kilotones (equivalente a la producida por 13.000 toneladas de TNT) o la de Nagasaki, 21 kilotones, pero no fue capaz de marcar tendencia. Hoy en día se mandan los misiles a miles de kilómetros de distancia, en lugar de dejarlas caer desde aviones, y prima en las bombas su capacidad de alcanzar el máximo de extensión más que la intensidad de la explosión. Sin embargo, el auténtico objetivo de la URSS sí se vio cumplido con creces: atemorizar al mundo y demostrarle que, por primera vez en la carrera nuclear, estaban por delante.
«Un gran salto hacia la anarquía y la destrucción»
La enorme explosión en el Ártico despertó la indignación y las protestas de miles de personas por todo el mundo, desde Ámsterdam, Bruselas, Copenhague, hasta París o Londres. El Gobierno inglés se reunió de urgencia y, en la sede de las Naciones Unidas, la Unión Soviética recibió duros ataques. La explosión se produjo tan sólo tres días después de que la Asamblea –por 37 votos a favor y 11 en contra– hubiera realizado un «solemne llamamiento» al Kremlin para que no realizase la prueba. «Un gran salto hacia la anarquía y la destrucción», definieron los delegados estadounidenses el desafío soviético.
Bomba atómica de Hiroshima (Japón)- Wikimedia
A pesar de las quejas internacionales, lo cierto es que ninguno de los países implicados en la carrera nuclear renunció a hacerse con su propia versión de la bomba H, aunque jamás de proporciones tan dantescas como las del Zar. Las restantes potencias militares fueron logrando sus propias bombas H. El Reino Unido en noviembre de 1957; China en 1967 sólo 32 meses después de su primera bomba atómica; y Francia esperó hasta principios de 1977 para instalarlas a bordo de sus submarinos nucleares. Fueron aquellos los pequeños vástagos del «Emperador de las bombas», la mayor explosión de origen humano.
Nada en comparación con el poder de la progenitora naturaleza, que en la erupción del volcán Krakatoa, en 1883, desató unos 200 megatones –cuatro veces más que el arma soviética–, o que durante el impacto del asteroide que condujo a los dinosaurios a la extinción dejó tras de sí una explosión de 100 teratones –casi cuatro millones de veces más que el Zar–.
La bomba de hidrógeno del Zar, la locura soviética que desencadenó la mayor explosión causada por humanos