La barbarie comunista en Polonia: un infierno rojo

Gregor Strasser

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10/02/1941 a las 44:00 comenzó una las acciones más trágicas de la 2da. Guerra Mundial: entre 1,5 millón y 2 millones de polacos que vivían en los territorios ocupados por la Unión Soviética, fueron deportados a Siberia. En el viaje perdió la vida el 10% de ellos y hacia 1946 había fallecido la mitad. El ingeniero Andrés Chowanczak recuerda la tragedia:

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Monumento a los deportados.

La madrugada del 10/02/1940, en la parte oriental de Polonia, ocupada en ese momento por la Unión Soviética, fue particularmente fría. En algunos lugares la temperatura llegaba a -30ºC.

El grito “zdzieśsowieckojawłaść, otwierajdwiery” ("Aquí la autoridad soviética, abran la puerta"), se escucharía sucesivamente en centenas de hogares polacos. A partir de las 4:00 de ese fatídico día, comenzaría la deportación masiva de cientos de miles de familias polacas a Siberia.

1940 fue un año trágico para Polonia. El 01/09/1939 Alemania la invadió desde el oeste, norte y sur y el 17/09/1939 haría lo propio la Unión Soviética desde el este. El país fue repartido entre alemanes y rusos.

Es muy conocida lo tranquila que fue la ocupación alemana, pero poco se sabe de lo que fue la soviética. Lo que voy a relatar a continuación, lo escuché en su mayoría de niño, de boca de quienes pasaron por ese infierno; sin embargo, me impresiona mucho más hoy en día, luego de ser padre, que cuando lo oí por primera vez.

Los soldados soviéticos entraban en los hogares polacos, empezando sobre todo por aquellos que ellos suponían que podrían ser caldo de cultivo de resistencia a su ocupación, es decir, maestros, profesores, funcionarios públicos, médicos, abogados, contadores, ingenieros, policías, sacerdotes, etc.

El procedimiento era sencillo: ordenaban, bajo amenaza con armas de fuego, a vestirse a toda la familia y a llevarse algunos elementos tales como documentos, dinero, ropa, comida, cacerolas, herramientas para labrar la tierra. Dependiendo de la buena voluntad de quien llevaba a cabo el procedimiento se podrían llevar desde 10 kg por persona hasta 500 kg de pertenencia por familia.


Después los llevaban a estaciones de ferrocarril -una de ella fue la de la ciudad de Luboml, hoy día perteneciente a Ucrania-, sin mencionar el destino final. Atrás quedaban la propiedad de la familia y todas sus pertenencias, a las que no volverían a ver jamás. Los subían a los vagones, que no eran para tras*porte de pasajeros, sino para llevar ganado, presos políticos y soldados en condiciones infrahumanas.

En general, disponían de una pequeña salamandra y, en algunos casos, de literas improvisadas, donde accedían los niños y las mujeres. También contaban con un agujero en el piso para evacuar las necesidades fisiológicas. El resto viajaba hacinado en el piso.

Trato de comprender la desesperación de los padres y hago el ejercicio de imaginarme en esa situación con mi esposa y mi pequeña hija de 2 años y simplemente me surca un intenso escalofrío.

Una vez que el vagón estaba lleno, el tren partía y la marcha podía durar días. La alimentación consistía básicamente en la comida que cada familia había podido cargar consigo (en algunos casos, soldados soviéticos de buena voluntad advirtieron, en secreto, a los desdichados pasajeros que carguen la mayor cantidad de comida posible). El agua se conseguía derritiendo el hielo que se filtraba por las hendijas de las maderas de los vagones.

Cada tanto el tren paraba, en general, debido a la dificultad de avanzar porque las vías estaban cubiertas de nieve. En esas paradas se repartía entre los pasajeros algo de pan y un brebaje al que denominan sopa.


Respecto a la duración del viaje, los relatos diferían. En algunos casos llegaban a los 20 días; otros, en cambio, me comentaron que perdieron la noción del tiempo durante la travesía.

No había asistencia médica y si se sospechaba de que alguien padecía una enfermedad contagiosa, se lo separaba del grupo y el destino era incierto (seguramente era fusilado o abandonado a su suerte en el interminable desierto blanco, lo que indefectiblemente conducía a la fin). A los cadáveres de las personas que fallecían, por lo que no se suponía una enfermedad contagiosa, se dejaban en el vagón, para su recuento al llegar al lugar de destino.


Si el tren paraba en alguna estación con un caserío cercano, se llamaba a la población para que vieran a “los burgueses polacos”, quienes en muchos casos eran tan pobres como los soviéticos que los miraban.

El destino final en ferrocarril fueron algunas ciudades soviéticas importantes como Arcángel, ubicada en la desembocadura del río Dviná en el Mar Blanco. Pero de ahí comenzaba un largo camino a pie (sólo las mujeres y los niños pequeños iban en camiones abiertos).

En esa caminata a quienes no podían seguir se los dejaba a la vera del camino donde morirían congelados y los cadáveres serían devorados por animales salvajes. Por muchos años aparecerían restos humanos, los cuales se supone que pertenecían a los polacos “deportados”. Luego de la interminable caminata eran llevados en trineos remolcados por renos, hasta sus destinos finales, Jożma sería uno de ellos.

Invito a los lectores googlear (en imágenes) el nombre Jożma (en polaco con el punto sobre la z). Les va a sorprender ver sólo fotos de tumbas; en cambio, si tratan de ubicar el lugar por medio de Google Earth, no lo van a lograr.

Vale la pena aclarar que tan solo en esa infernal travesía, perdieron la vida el 10% de los “deportados”.

Una vez en sus destinos, los “deportados” pasarían a ser mano de obra barata para el régimen comunista. Irónicamente la falta de organización no generó grandes beneficios para el sistema (como sí, por ejemplo, lo hizo el nazismo) y convirtió la vida de los deportados en un infernal suplicio.

Una de las cualidades de estas latitudes, además del tremendo frío (son muy comunes las temperaturas cercanas a los -40ºC en invierno), es la duración de los días y las noches. Durante el invierno el sol asoma sólo unas horas y durante el verano, casi no existe la noche.

En estos “centros de detención” las reglas eran rigurosas y ridículas. Estaba prohibido pescar, cazar, recoger hongos del bosque, alejarse del establecimiento, entre otras acciones. El cumplimiento de estas disposiciones garantizaba la fin por hambre. Por supuesto, nadie las cumplía. El mayor suplicio de los deportados fue justamente el hambre, que llegaba a la inanición.

En esto los relatos son dolorosamente coincidentes: la pérdida de peso era tal que los “deportados” se convertían en piel y hueso y la falta de vitaminas, en especial de la A, provocaba la ceguera nocturna, por lo que las personas perdían visibilidad con una pequeña disminución de la luz. Esta enfermedad es un trastorno en el que las células de tipo bastón de la retina pierden gradualmente su capacidad para responder a la luz. No menos graves eran las afecciones pulmonares.

El hambre rozaba incluso la locura, los hambrientos perdían la capacidad de pensar en otra cosa que no fuese comer.La otra gran pesadilla eran los piojos y chinches, sobre todo en los niños, los cuales al rascarse se provocaban llagas que no llegaban a sanar. En cuanto a la higiene era prácticamente inexistente, pero según algunos relatos que escuché, con el tiempo el olfato se acostumbra y no se logra percibir, ni el olor propio ni el de los demás.

En verano había más posibilidades de conseguir alimentos, pero todo el lugar era invadido por mosquitos que tras*mitían enfermedades y por insectos tan pequeños que no se podían filtrar ni siquiera con alambre tejido. Una de las formas que tenían de conseguir alimentos era no declarar a los muertos y quedarse con su pequeña ración de comida.

Más adelante, enviarían desde occidente paquetes de alimentos para los polacos, pero estos en su mayoría no llegarían a sus destinatarios y serían robados por las autoridades soviéticas.

Sin embargo, las cosas cambiarían, para al menos una porción de los “deportados”. El 22/06/1941 el hasta entonces mejor y más respetado aliado de Stanlin, Adolfo Hitler, ordena la operación Barbarroja y da comienzo a la oleada turística alemana a la Unión Soviética. Cabe destacar que Josef Stalin estaba tan seguro de su alianza con los alemanes que, pese a la recomendación de sus generales, no sólo hizo retirar una enorme cantidad de tropas que se encontraban al oeste, sino que además, cuando le dijeron que los alemanes estaban atacando a sus bases, lo primero que ordenó fue no responder el fuego puesto que se debía tratar de un error.

Cabe destacar que, además de los civiles deportados, había una enorme cantidad de soldados polacos, prisioneros en distintos campos; entre ellos se encontraba mi abuelo materno, el capitán Mikolaj Bychowiec. Ellos tuvieron más suerte que los 25.700 oficiales asesinados por la NKVD, la policía política de Stalin (en esta cifra se encuentran incluidos los 4.443 oficiales fusilados en Katyn, entre los que se encontraba mi tío abuelo el capitán Jerzy Bychowiec).

Luego de la oleada turística alemana, Stalin se da cuenta que los polacos le van a ser mucho más útiles luchando contra alemanes como carne de cañón que muriéndose de hambre en la Unión Soviética.

El 17/08/1941 se firma en Londres, entre el primer ministro polaco en el exilio el general Wladyslaw Sikorski y el embajador soviético Ivan Mayski, el tratado Sikorski-Mayski. El mismo “amnistía” a los polacos “deportados” y permite la formación del 2do. Cuerpo de Ejército Polaco, cuyo comandante será el general Wladyslaw Andres.

El comando de esta unidad militar se situó en Kazajstán, debido a la enorme cantidad de deportados que había en esa región y a la relativa facilidad de recibir provisiones inglesas y norteamericanas sin que estas sean robadas por las autoridades soviéticas. Desde todas partes de la Unión Soviética llegaban polacos para enrolarse.

Se estima que más de 1,5 millón de polacos fueron deportados a la URSS y de estos murió la mitad.

Noticias en MEMORIA : Aquel genocidio comunista en Polonia | Urgente24
 
Polonia tenía que haber pactado con los alemanes en lugar de con los ingleses. Se hubieran evitado mucho sufrimiento.
 
Hilo que se me paso en su momento. Por si a alguien le interesa, las memorias de Anders se pueden encontar en castellano a precio de saldo (al menos, hace poco):

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De que va de la oleada turística a Polonia?
En sus memorias, Wladyslaw Anders nos ofrece el testimonio más directo y auténtico del papel desempeñado por los polacos en la Segunda Guerra Mundial. Acompañamos a Anders a lo largo de su carrera militar, que empezó como oficial del Ejército del Zar en la Primera Guerra Mundial, y que continuaría en las Fuerzas Armadas de Polonia tras la independencia de ese país. Sufriremos con él en 1939, cuando siendo un jefe destacado de la caballería polaca, combate activamente durante la breve campaña que terminó con el aplastamiento de Polonia entre las dos colosales máquinas guerreras de Rusia y Alemania. Prisionero soviético durante dos años, es liberado para asumir el mando del nuevo Ejército polaco reconstruido en la URSS para colaborar con el Ejército Rojo en la lucha contra la oleada turística nancy. Las desavenencias con los soviéticos le empujan a un éxodo que le llevará a Persia, donde forma y lidera el II Cuerpo de Ejército polaco, que recibe adiestramiento militar en Oriente Medio por parte del Ejército británico, y participa con éste en la Campaña de Norte de África. Tras integrarse en el Octavo Ejército británico, Anders conducirá a sus hombres a lo largo de la Campaña de Italia en una gesta memorable en la que destaca especialmente el sacrificio de las tropas polacas en la Batalla de Monte Cassino. Considerado el símbolo de la Resistencia polaca y de la independencia del país, se vio obligado a exilarse a Inglaterra tras la finalización de la guerra, falleciendo en Londres en 1970. Según sus deseos, fue enterrado junto a sus soldados en el Cementerio Militar polaco de Monte Cassino. Además de la importancia que Sin capítulo final tiene como recopilación de las experiencias personales de su autor, algunos de sus capítulos constituyen un documento único al recoger, textualmente, trascendentales conversaciones con los personajes más destacados del Kremlin, así como repetidas entrevistas con los gobernantes de los países que con sus armas y equipos contribuyeron a la reconstrucción del Ejército polaco.
 
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