El Pionero
Alcalde y presidente de Fútbol Paco premium
"Todo el mundo sabe cuál será el siguiente robo, pero a nadie le importa. La gente no quiere saber nada de la Iglesia y le da igual que nos roben el patrimonio. Es muy triste, pero no le veo solución. Al final no quedará una sola campana en las iglesias", se lamenta Javier Moreno, párroco de 55 templos en el norte de Burgos. El párroco se refiere a la ‘banda de las campanas’, un grupo organizado (podrían ser varios) que se dedica a expoliar ermitas y parroquias en el norte de España para luego vender el bronce y el cobre a un fundición. Desde junio han desaparecido unas veinte campanas en al menos diez templos de Burgos y Palencia, algunas del siglo XVI, otras del siglo XIX. Meses atrás el objetivo fue Galicia y León, también Zamora. También actuaron en junio en Navarra. Pedazos de historia que se evaporan impunemente y ya nunca regresarán.
"Por mucho que pongamos una nueva, ya no será lo mismo. Esas piezas tienen un gran valor sentimental para mucha gente, son parte de sus vidas", admite María José Ortega, alcaldesa de Aguilar de Campoo (Palencia). Un día, a inicios de junio, un vecino se dio cuenta de que las dos campanas de la parroquia de San Miguel Arcángel, en la pedanía de Villacibio, habían desaparecido. Una de ellas, fechada en 1833 y dedicada a Jesús, María y José. La otra era de 1843 y tenía grabada la inscripción ‘Ruega por nosotros’. "No hemos vuelto a saber nada de ellas. La diócesis puso la denuncia ante la Guardia Civil pero ya no tenemos esperanza de encontrarlas", reconoce la alcaldesa.
Los ladrones siempre buscan el mismo perfil: una iglesia rural algo apartada del núcleo de población donde poder operar traquilamente. Porque bajar una campana no es tarea fácil ni rápida. Requiere subirse al campanario, instalar un sistema de poleas y bajar al suelo una pieza que puede oscilar entre 180 y 600 kg según el tamaño. La parroquia de San Miguel, por ejemplo, se encuentra sobre una loma solitaria a unos 300 metros del pueblo de Villacibio, donde viven menos de diez personas. "Los vecinos ven que hay cuatro personas con andamios en la iglesia y creen que son operarios de mantenimiento. Estos bajan las campanas tranquilamente por el día y por la noche llegan en una furgoneta, las cargan y se las llevan", resume la alcaldesa. "Ese no fue el modo de operar aquí, pero sí se han usado andamios en otras iglesias", explica.
En Virtus, un pequeño pueblo del municipio de Valle de Valdebezana (Burgos), los ladrones presuntamente usaron poleas y un camión grúa para expoliar una iglesia románica cuya nave central data del siglo XII. Robaron las dos campanas, ambas bastante voluminosas, con un peso de entre 400 y 600 kg. "Las campanas no eran tan antiguas, tendrían alrededor de 50 años", indica Juan Carlos Díaz, teniente de alcalde y presidente de la Federación Independiente de Entidades Locales Menores (FIELM). "Pero destrozaron parte del edificio y habrá que ver cuándo lo repara la diócesis".
En este caso, las piezas tenían incrustaciones de plata. Los vecinos ni pensaron que los ruidos extraños que oyeron un día de julio a las tres de la mañana correspondían al expolio de Santa María la Mayor. "La iglesia está un poco apartada del pueblo y en Virtus viven unas 50 personas. Era un objetivo fácil", reconoce Díaz. En su pueblo, como en otros cientos a lo ancho de la península, se sienten totalmente desprotegidos.
Bandas organizadas
"Me inclino a pensar que se trata de una banda organizada que se dedica a esto 'ex profeso'. Porque sacar una campana de la espadaña tiene su tema, no lo hace una persona sola así como así. Una vez las bajan las meten en furgonetas o camiones y las llevan a algún taller con el que tienen un acuerdo. Habría que investigar por ahí, por los talleres, porque no hay tantos hornos con capacidad para alcanzar una temperatura de 1.000 grados con la que fundir una campana", sugiere el teniente de alcalde de Valle de Valdebezana. "Seguramente las fundirán en un taller de Burgos, Vizcaya o Cantabria, pero podrían llevarlas también a Palencia o Madrid", especula.
La Guardia Civil ha abierto diligencias en todas las denuncias presentadas por las distintas parroquias, ya que son las diócesis, como propietarias del inmueble, las responsables de denunciar. Fuentes policiales confirman que ha habido avances en las investigaciones pero que todavía es pronto para sacar conclusiones. "Nuestros medios son limitados, a menos que consigamos que la Fiscalía tome cartas en el asunto va a ser difícil parar estos robos. No hay inventarios y las campanas no se roban por un interés artístico sino para llevarlas a una fundición. Es un problema muy complejo", indican desde el Grupo de Patrimonio Histórico de la Guardia Civil. "Con una orden judicial se podrían rastrear los repetidores de teléfono y buscar coincidencias. Yo intuyo que llevan las campanas a fundiciones en Portugal, porque muchos robos se producen en pueblos cercanos a la frontera, pero no es algo que pueda confirmar aún", prosigue.
Poco dinero, pero muy fácil
El negocio de las campanas no es especialmente lucrativo, pero compensa lo fácil que resulta robarlas. El precio de compra del bronce oscila entre 2,25 y 2,50 euros el litro. Es decir, que de una campana de 500 kilos, los ladrones sacan un máximo de 1.250 euros de beneficio considerando que venden el 100% del metal. Para una campana de 180kg, el beneficio no alcanza ni 500 euros.
Lo goloso del negocio es que hay miles de campanas desprotegidas por robar en toda España y nadie que las controle. Miles de euros colgando del techo como frutos de un árbol. Solo hay que encaramarse a la espadaña y cogerlos. "Este asunto nos preocupa mucho. Solo nuestra diócesis tiene 1.003 parroquias, la mayoría en pueblos pequeños y con dos o tres campanas cada una. La facilidad para el expolio es impresionante, pero protegerlas está fuera de nuestro alcance”, apunta Fernando García, vicario general de la diócesis de Burgos. “No se puede hacer nada, porque es que además no están ni inventariadas. Quedará que se han perdido y si el pueblo o parroquia tienen a bien, las volverán a reponer. Si no, se quedarán sin ellas".
El vicario confirma, pues, el mal pronóstico: no hay dinero para reponer las campanas robadas. Ya a duras penas podrán hacer frente a los destrozos en naves centenarias. "Nosotros no tenemos presupuesto y una campana no es un bien esencial para una iglesia. Es un elemento muy querido por los pueblos a lo largo de los siglos, un símbolo, pero no puede ser nuestra prioridad restaurarlas cuando tenemos tanto mantenimiento que hacer en parroquias tan antiguas".
Moreno, el párroco del norte de Burgos, le secunda: "Se deben alcanzar acuerdos de colaboración entre Iglesia y ayuntamientos para sufragar las reparaciones y la compra de campanas nuevas. Porque a este paso no van a dejar ni una. Si no, los templos se irán cayendo a pedazos como ya está pasando. Toda la franja cantábrica tiene un patrimonio histórico impresionante y muy poca población. 300 feligreses no pueden sufragar 500 tejados por arreglar por mucha contribución que hagan, no es viable. Los templos se van a caer en 50 años a menos que la sociedad en su conjunto se haga eco de esta tragedia y se busquen soluciones”, advierte.
La Iglesia, pues, pasa la pelota a los ayuntamientos. Pero estos la rechazan de pleno, dejando en el limbo el mantenimiento del patrimonio religioso en el medio rural. "Reponer las dos campanas de Virtus nos supondría entre 12.000 y 15.000 euros cada una. No me puedo gastar el 30% del presupuesto en unas campanas para que nos las roben otra vez. Y además la iglesia no es de la junta vecinal, es de la parroquia que gestiona el arzobispado de Burgos. No pueden pedirnos a los pueblos que nos hagamos cargo de sus bienes, deberían contratar seguros por robo en lugar de solo por daños a terceros", se queja Díaz.
Un síntoma de la despoblación
En Villamor, pueblo perteneciente a Medina de Pomar (Burgos), llevan desde abril con el campanario de la ermita de Santa Isabel vacío. En estos meses han tenido que hacer las celebraciones religiosas sin repique de campanas. "Esta es una de las consecuencias del abandono rural. La gente se va y deja expuesto al robo un patrimonio histórico de gran valor. Hay muchas ermitas y pueblos que en invierno se quedan sin gente", subraya el alcalde, Isaac Angulo. A lo que la alcaldesa de Aguilar de Campoo añade, con un punto de resignación: "Si las comunidades autónomas o las provincias se dedicaran a controlar todas las iglesias, el coste sería elevadísimo. Conservar el patromonio ya es muy costoso, vigilarlo lo encarecería mucho más".
En Santa María del Torrentero (Burgos), una ermita del siglo XII declarada Bien de Interés Cultural (BIC), se quedaron sin campanas en junio. En Igúzquiza (Navarra), también en junio. En Villallano (Palencia), en julio. Y así una docena de ermitas y cerca de 20 campanas en apenas ocho semanas. "Si en Sevilla roban la Macarena, lo resuelven en dos días. Pero aquí no hay manera de que los vecinos pongan el grito en el cielo", suspira el párroco local. Y mientras entre todos se tiran los trastos por ver quién protege las campanas y paga los desperfectos, los ladrones continúan a lo suyo. El último robo, esta semana en la ermita de Cantonar (Burgos), de nuevo un templo aislado y poco concurrido ideal para el expolio.
Robos: La banda de las campanas que arrasa las iglesias rurales: No van a dejar ni una . Noticias de España
"Por mucho que pongamos una nueva, ya no será lo mismo. Esas piezas tienen un gran valor sentimental para mucha gente, son parte de sus vidas", admite María José Ortega, alcaldesa de Aguilar de Campoo (Palencia). Un día, a inicios de junio, un vecino se dio cuenta de que las dos campanas de la parroquia de San Miguel Arcángel, en la pedanía de Villacibio, habían desaparecido. Una de ellas, fechada en 1833 y dedicada a Jesús, María y José. La otra era de 1843 y tenía grabada la inscripción ‘Ruega por nosotros’. "No hemos vuelto a saber nada de ellas. La diócesis puso la denuncia ante la Guardia Civil pero ya no tenemos esperanza de encontrarlas", reconoce la alcaldesa.
Los ladrones siempre buscan el mismo perfil: una iglesia rural algo apartada del núcleo de población donde poder operar traquilamente. Porque bajar una campana no es tarea fácil ni rápida. Requiere subirse al campanario, instalar un sistema de poleas y bajar al suelo una pieza que puede oscilar entre 180 y 600 kg según el tamaño. La parroquia de San Miguel, por ejemplo, se encuentra sobre una loma solitaria a unos 300 metros del pueblo de Villacibio, donde viven menos de diez personas. "Los vecinos ven que hay cuatro personas con andamios en la iglesia y creen que son operarios de mantenimiento. Estos bajan las campanas tranquilamente por el día y por la noche llegan en una furgoneta, las cargan y se las llevan", resume la alcaldesa. "Ese no fue el modo de operar aquí, pero sí se han usado andamios en otras iglesias", explica.
En Virtus, un pequeño pueblo del municipio de Valle de Valdebezana (Burgos), los ladrones presuntamente usaron poleas y un camión grúa para expoliar una iglesia románica cuya nave central data del siglo XII. Robaron las dos campanas, ambas bastante voluminosas, con un peso de entre 400 y 600 kg. "Las campanas no eran tan antiguas, tendrían alrededor de 50 años", indica Juan Carlos Díaz, teniente de alcalde y presidente de la Federación Independiente de Entidades Locales Menores (FIELM). "Pero destrozaron parte del edificio y habrá que ver cuándo lo repara la diócesis".
En este caso, las piezas tenían incrustaciones de plata. Los vecinos ni pensaron que los ruidos extraños que oyeron un día de julio a las tres de la mañana correspondían al expolio de Santa María la Mayor. "La iglesia está un poco apartada del pueblo y en Virtus viven unas 50 personas. Era un objetivo fácil", reconoce Díaz. En su pueblo, como en otros cientos a lo ancho de la península, se sienten totalmente desprotegidos.
Bandas organizadas
"Me inclino a pensar que se trata de una banda organizada que se dedica a esto 'ex profeso'. Porque sacar una campana de la espadaña tiene su tema, no lo hace una persona sola así como así. Una vez las bajan las meten en furgonetas o camiones y las llevan a algún taller con el que tienen un acuerdo. Habría que investigar por ahí, por los talleres, porque no hay tantos hornos con capacidad para alcanzar una temperatura de 1.000 grados con la que fundir una campana", sugiere el teniente de alcalde de Valle de Valdebezana. "Seguramente las fundirán en un taller de Burgos, Vizcaya o Cantabria, pero podrían llevarlas también a Palencia o Madrid", especula.
La Guardia Civil ha abierto diligencias en todas las denuncias presentadas por las distintas parroquias, ya que son las diócesis, como propietarias del inmueble, las responsables de denunciar. Fuentes policiales confirman que ha habido avances en las investigaciones pero que todavía es pronto para sacar conclusiones. "Nuestros medios son limitados, a menos que consigamos que la Fiscalía tome cartas en el asunto va a ser difícil parar estos robos. No hay inventarios y las campanas no se roban por un interés artístico sino para llevarlas a una fundición. Es un problema muy complejo", indican desde el Grupo de Patrimonio Histórico de la Guardia Civil. "Con una orden judicial se podrían rastrear los repetidores de teléfono y buscar coincidencias. Yo intuyo que llevan las campanas a fundiciones en Portugal, porque muchos robos se producen en pueblos cercanos a la frontera, pero no es algo que pueda confirmar aún", prosigue.
Poco dinero, pero muy fácil
El negocio de las campanas no es especialmente lucrativo, pero compensa lo fácil que resulta robarlas. El precio de compra del bronce oscila entre 2,25 y 2,50 euros el litro. Es decir, que de una campana de 500 kilos, los ladrones sacan un máximo de 1.250 euros de beneficio considerando que venden el 100% del metal. Para una campana de 180kg, el beneficio no alcanza ni 500 euros.
Lo goloso del negocio es que hay miles de campanas desprotegidas por robar en toda España y nadie que las controle. Miles de euros colgando del techo como frutos de un árbol. Solo hay que encaramarse a la espadaña y cogerlos. "Este asunto nos preocupa mucho. Solo nuestra diócesis tiene 1.003 parroquias, la mayoría en pueblos pequeños y con dos o tres campanas cada una. La facilidad para el expolio es impresionante, pero protegerlas está fuera de nuestro alcance”, apunta Fernando García, vicario general de la diócesis de Burgos. “No se puede hacer nada, porque es que además no están ni inventariadas. Quedará que se han perdido y si el pueblo o parroquia tienen a bien, las volverán a reponer. Si no, se quedarán sin ellas".
El vicario confirma, pues, el mal pronóstico: no hay dinero para reponer las campanas robadas. Ya a duras penas podrán hacer frente a los destrozos en naves centenarias. "Nosotros no tenemos presupuesto y una campana no es un bien esencial para una iglesia. Es un elemento muy querido por los pueblos a lo largo de los siglos, un símbolo, pero no puede ser nuestra prioridad restaurarlas cuando tenemos tanto mantenimiento que hacer en parroquias tan antiguas".
Moreno, el párroco del norte de Burgos, le secunda: "Se deben alcanzar acuerdos de colaboración entre Iglesia y ayuntamientos para sufragar las reparaciones y la compra de campanas nuevas. Porque a este paso no van a dejar ni una. Si no, los templos se irán cayendo a pedazos como ya está pasando. Toda la franja cantábrica tiene un patrimonio histórico impresionante y muy poca población. 300 feligreses no pueden sufragar 500 tejados por arreglar por mucha contribución que hagan, no es viable. Los templos se van a caer en 50 años a menos que la sociedad en su conjunto se haga eco de esta tragedia y se busquen soluciones”, advierte.
La Iglesia, pues, pasa la pelota a los ayuntamientos. Pero estos la rechazan de pleno, dejando en el limbo el mantenimiento del patrimonio religioso en el medio rural. "Reponer las dos campanas de Virtus nos supondría entre 12.000 y 15.000 euros cada una. No me puedo gastar el 30% del presupuesto en unas campanas para que nos las roben otra vez. Y además la iglesia no es de la junta vecinal, es de la parroquia que gestiona el arzobispado de Burgos. No pueden pedirnos a los pueblos que nos hagamos cargo de sus bienes, deberían contratar seguros por robo en lugar de solo por daños a terceros", se queja Díaz.
Un síntoma de la despoblación
En Villamor, pueblo perteneciente a Medina de Pomar (Burgos), llevan desde abril con el campanario de la ermita de Santa Isabel vacío. En estos meses han tenido que hacer las celebraciones religiosas sin repique de campanas. "Esta es una de las consecuencias del abandono rural. La gente se va y deja expuesto al robo un patrimonio histórico de gran valor. Hay muchas ermitas y pueblos que en invierno se quedan sin gente", subraya el alcalde, Isaac Angulo. A lo que la alcaldesa de Aguilar de Campoo añade, con un punto de resignación: "Si las comunidades autónomas o las provincias se dedicaran a controlar todas las iglesias, el coste sería elevadísimo. Conservar el patromonio ya es muy costoso, vigilarlo lo encarecería mucho más".
En Santa María del Torrentero (Burgos), una ermita del siglo XII declarada Bien de Interés Cultural (BIC), se quedaron sin campanas en junio. En Igúzquiza (Navarra), también en junio. En Villallano (Palencia), en julio. Y así una docena de ermitas y cerca de 20 campanas en apenas ocho semanas. "Si en Sevilla roban la Macarena, lo resuelven en dos días. Pero aquí no hay manera de que los vecinos pongan el grito en el cielo", suspira el párroco local. Y mientras entre todos se tiran los trastos por ver quién protege las campanas y paga los desperfectos, los ladrones continúan a lo suyo. El último robo, esta semana en la ermita de Cantonar (Burgos), de nuevo un templo aislado y poco concurrido ideal para el expolio.
Robos: La banda de las campanas que arrasa las iglesias rurales: No van a dejar ni una . Noticias de España