PanzerMikel_borrado
Guest
(Ruego que os centréis en el fondo del mensaje, más allá de la política)
La austeridad activa como acto revolucionario
En un spot publicitario en el que aparecía un conocido actor de ETB promocionando una oferta de una entidad financiera importante del país, se presentaba a un personaje que fardaba de derrochar dinero, pretendiendo representar a un supuesto estereotipo del "vasco actual".
Seguramente no he sido la única persona a la que dicho estereotipo chirría e irrita, debido, en parte, a que aquello que vivimos en nuestras casa y aquello que aprendimos de nuestros/as mayores poco tienen que ver con las neotradiciones de fanfarroneo y chuletón de sidrería.
En los últimos catorce años se ha querido imponer un modelo de vida que, con referente al otro lado del Atlántico Norte, nos proponía una forma de vida dirigida por el consumo compulsivo y la ostentación chabacana.
Cuando el capitalismo industrial tocó techo, el sistema capitalista necesitó apoderarse del trabajo y salario de la ciudadanía por medio de nuevos métodos. El capitalismo de consumo ha sido el modelo que el gran capital ha impulsado con el fin de apropiarse de todo el excedente monetario de las/os trabajadores/as y las familias hasta el punto de crear una sensación paradójica propia de este sistema de producción-destrucción y consumo: la escasez en la abundancia.
El capitalismo de consumo crea una sensación de escasez permanente, ya que cada individuo en su nivel de consumo, aspira continuamente a poder alcanzar productos de compra a los que no puede llegar, provocando una especie de ansiedad crónica por mejorar la siguiente compra, el siguiente coche, siguiente exótico viaje, la próxima vivienda.
Varios célebres estudios científicos llegaron a la conclusión de que si el mundo consumiera la misma cantidad de materia prima y energía que Europa Occidental se necesitarían más de tres planetas. El nivel de consumo que se ha llevado en esos supuestos catorce años de "vacas obesas", es insostenible planetariamente, es insaludable mentalmente y socialmente y es agravador de las diferencias socioeconómicas entre los pueblos y las personas.
Pero las diferentes burbujas: la financiera, la inmobiliaria, la de infraestructuras, la automovilística, la energética han comenzado a estallar, siendo de nuevo aquéllos que se han enriquecido del expolio planetario y del expolio de las arcas públicas, quienes quieren salir indemnes de la crisis haciéndonos costearles sus desmanes.
El movimiento sindical vasco es el primero que ha tomado con decisión una postura de oposición frontal a esta nueva vuelta de tuerca del neoliberalismo. Un sistema que tras asaltar los poderes públicos y reclamar la "libertad de comercio" reivindica con descaro el intervencionismo estatal para salvar a sus ejecutivos.
La exitosa huelga general, que no acallaron ni la gran patronal ni el nuevo gobierno usurpador de Lakua, demuestra la existencia de fuerzas opositoras a un sistema socioeconómico y cultural implantado tras el pretendido ocaso de las ideologías.
De otras partes del planeta también nos está llegando la voz de los proscritos. Las revoluciones democráticas sudamericanas contemporáneas nos animan a imaginar y trabajar por otros futuros mundos posibles. Nos animan a investigar otros pasados y presentes con formas de vivir más satisfactorias, más igualitarias, más cooperativas y más justas.
Cuando el movimiento ecologista occidental hizo popular la frase "el planeta no nos pertenece, lo tenemos prestado para nuestra/os hijas/os" no estaba sino reinterpretando las formas de actuar de la inmensa mayoría de las culturas indígenas y campesinas existentes en todo el globo, que aunque olvidadas, folclorizadas, marginadas, minorizadas, explotadas y amenazadas siguen mostrando unas formas alternativas de ver el mundo, la producción, el bienestar y el bienser.
No estaría de más que también en Euskal Herria analizáramos el fondo mental que creó nuestra cultura, que no nos dejáramos engañar por estereotipos creados por los publicistas. Que recordemos que, si hemos sido capaces de heredar esta parte del planeta con sus pecularidades, es porque nuestros predecesores supieron establecer formas de relacionarse con las que hicieron viable un país en un entorno desfavorable en cuanto a recursos y vecinos belicosos.
No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita. No es más libre el que manda más, sino el que participa en igualdad en la toma de decisiones. Nuestras/os mayores se reunían entorno a los árboles, sin tronos ni joyas. Alrededor de algo que tenían que cuidar, el árbol. Símbolo de lo que tenían que sacralizar por ser un bien renovable donador de frutos para el invierno, leña, refugio, reserva de caza. Poco tienen que ver con esto los nuevos ídolos del poder, personajes mediáticos de usar y tirar convertidos ellos mismos en ofertas de consumo.
Los reyes medievales se apoderaron de los fondos de reserva y de los fondos ceremoniales de los campesinos. Les obligaron a trabajar más de lo que podían para aumentar su poder y situarlos en la semiservidumbre. Las multinacionales se apoderaron de todo el salario de las/os trabajadoras/os y nos obligaron a pagarles las infraestructuras y los créditos hipotecarios a 40 años, con una falsa sensación de libertad porque podíamos pagarnos el viaje de verano, el gimnasio y el psiquiatra.
Ahora que ya no tienen tanto para robarnos puede ser el momento de ensayar una vida más activa, tener más tiempo, hacer de la austeridad una práctica revolucionaria. Una austeridad que nada tiene que ver ni con el estoicismo autoflagelante ni con el histriónico hedonismo despilfarrador y competitivo, sino con maneras de gozar la vida con más sencillez, con espíritu cooperativo y tras*generacional, disfrutando y compartiendo aquellos hallazgos que el género humano ha descubierto para disminuir el dolor, la enfermedad, el hambre.
* Licenciado en Antropología. Miembro de Euskaria Fundazioa
La austeridad activa como acto revolucionario
En un spot publicitario en el que aparecía un conocido actor de ETB promocionando una oferta de una entidad financiera importante del país, se presentaba a un personaje que fardaba de derrochar dinero, pretendiendo representar a un supuesto estereotipo del "vasco actual".
Seguramente no he sido la única persona a la que dicho estereotipo chirría e irrita, debido, en parte, a que aquello que vivimos en nuestras casa y aquello que aprendimos de nuestros/as mayores poco tienen que ver con las neotradiciones de fanfarroneo y chuletón de sidrería.
En los últimos catorce años se ha querido imponer un modelo de vida que, con referente al otro lado del Atlántico Norte, nos proponía una forma de vida dirigida por el consumo compulsivo y la ostentación chabacana.
Cuando el capitalismo industrial tocó techo, el sistema capitalista necesitó apoderarse del trabajo y salario de la ciudadanía por medio de nuevos métodos. El capitalismo de consumo ha sido el modelo que el gran capital ha impulsado con el fin de apropiarse de todo el excedente monetario de las/os trabajadores/as y las familias hasta el punto de crear una sensación paradójica propia de este sistema de producción-destrucción y consumo: la escasez en la abundancia.
El capitalismo de consumo crea una sensación de escasez permanente, ya que cada individuo en su nivel de consumo, aspira continuamente a poder alcanzar productos de compra a los que no puede llegar, provocando una especie de ansiedad crónica por mejorar la siguiente compra, el siguiente coche, siguiente exótico viaje, la próxima vivienda.
Varios célebres estudios científicos llegaron a la conclusión de que si el mundo consumiera la misma cantidad de materia prima y energía que Europa Occidental se necesitarían más de tres planetas. El nivel de consumo que se ha llevado en esos supuestos catorce años de "vacas obesas", es insostenible planetariamente, es insaludable mentalmente y socialmente y es agravador de las diferencias socioeconómicas entre los pueblos y las personas.
Pero las diferentes burbujas: la financiera, la inmobiliaria, la de infraestructuras, la automovilística, la energética han comenzado a estallar, siendo de nuevo aquéllos que se han enriquecido del expolio planetario y del expolio de las arcas públicas, quienes quieren salir indemnes de la crisis haciéndonos costearles sus desmanes.
El movimiento sindical vasco es el primero que ha tomado con decisión una postura de oposición frontal a esta nueva vuelta de tuerca del neoliberalismo. Un sistema que tras asaltar los poderes públicos y reclamar la "libertad de comercio" reivindica con descaro el intervencionismo estatal para salvar a sus ejecutivos.
La exitosa huelga general, que no acallaron ni la gran patronal ni el nuevo gobierno usurpador de Lakua, demuestra la existencia de fuerzas opositoras a un sistema socioeconómico y cultural implantado tras el pretendido ocaso de las ideologías.
De otras partes del planeta también nos está llegando la voz de los proscritos. Las revoluciones democráticas sudamericanas contemporáneas nos animan a imaginar y trabajar por otros futuros mundos posibles. Nos animan a investigar otros pasados y presentes con formas de vivir más satisfactorias, más igualitarias, más cooperativas y más justas.
Cuando el movimiento ecologista occidental hizo popular la frase "el planeta no nos pertenece, lo tenemos prestado para nuestra/os hijas/os" no estaba sino reinterpretando las formas de actuar de la inmensa mayoría de las culturas indígenas y campesinas existentes en todo el globo, que aunque olvidadas, folclorizadas, marginadas, minorizadas, explotadas y amenazadas siguen mostrando unas formas alternativas de ver el mundo, la producción, el bienestar y el bienser.
No estaría de más que también en Euskal Herria analizáramos el fondo mental que creó nuestra cultura, que no nos dejáramos engañar por estereotipos creados por los publicistas. Que recordemos que, si hemos sido capaces de heredar esta parte del planeta con sus pecularidades, es porque nuestros predecesores supieron establecer formas de relacionarse con las que hicieron viable un país en un entorno desfavorable en cuanto a recursos y vecinos belicosos.
No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita. No es más libre el que manda más, sino el que participa en igualdad en la toma de decisiones. Nuestras/os mayores se reunían entorno a los árboles, sin tronos ni joyas. Alrededor de algo que tenían que cuidar, el árbol. Símbolo de lo que tenían que sacralizar por ser un bien renovable donador de frutos para el invierno, leña, refugio, reserva de caza. Poco tienen que ver con esto los nuevos ídolos del poder, personajes mediáticos de usar y tirar convertidos ellos mismos en ofertas de consumo.
Los reyes medievales se apoderaron de los fondos de reserva y de los fondos ceremoniales de los campesinos. Les obligaron a trabajar más de lo que podían para aumentar su poder y situarlos en la semiservidumbre. Las multinacionales se apoderaron de todo el salario de las/os trabajadoras/os y nos obligaron a pagarles las infraestructuras y los créditos hipotecarios a 40 años, con una falsa sensación de libertad porque podíamos pagarnos el viaje de verano, el gimnasio y el psiquiatra.
Ahora que ya no tienen tanto para robarnos puede ser el momento de ensayar una vida más activa, tener más tiempo, hacer de la austeridad una práctica revolucionaria. Una austeridad que nada tiene que ver ni con el estoicismo autoflagelante ni con el histriónico hedonismo despilfarrador y competitivo, sino con maneras de gozar la vida con más sencillez, con espíritu cooperativo y tras*generacional, disfrutando y compartiendo aquellos hallazgos que el género humano ha descubierto para disminuir el dolor, la enfermedad, el hambre.
* Licenciado en Antropología. Miembro de Euskaria Fundazioa
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