L.A. Woman

Clavisto

Será en Octubre
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10 Sep 2013
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A pesar de todos los preparativos de la noche anterior me levanté más temprano que de costumbre. Puede que me durmiera antes de lo habitual, pero uno recuerda la hora en la que se despierta, no a la que se duerme. Por un rato intenté seguir durmiendo, pero los pensamientos, las imágenes, enseguida inundaron mi cabeza, como hacen siempre que despierto sin reloj. Y viendo que ya era imposible lo di por acabado. Subí la persiana de la habitación y la del pasillo y todavía era casi de noche. Me vestí y salí a andar con idea de dar un largo paseo. No había alcanzado su cuarta parte cuando a la altura del cementerio miré por si estaba abierto. Lo estaba. Pasé y me recibió un gran gato blanco que, imperial cual esfinge, ni se movió cuando pasé a su lado. El naciente sol estaba a poco de ocultarse tras unas nubecillas que asemejaban un colchón de plumas y fue como si el animal también supiera que muy pronto se iba a quedar sin ese calor. A veces un poco más vale por la cercanía de un extraño cuando uno ha dormido entre los muertos.

Ya dentro, nada más pasar, encontré a un grupo de ellos que merodeaban alrededor de un contenedor caído lleno de flores muertas. Eran diez o doce, puede que quince, algo siempre sorprendente menos allí, en el cementerio. Sin acercarme a su territorio ni pararme demasiado les dije algunas cosas. Reí y maullaron. Seguí adelante oyendo sus maullidos.

Llegué a la tumba de mi padre y vi su lápida por primera vez. Era normal, sencilla, sin foto, tal y como me había dicho mi progenitora durante todo este tiempo. Conté las tumbas que le seguían: una, dos, tres...cinco. No había flores, mi progenitora me dijo que las quitó a las dos semanas. Nunca ha podido con eso, con la suciedad, con la putrefacción, con todo lo que no está como debe de estar. Si por ella fuera, abriría la tumba para limpiársela a su hombre. Siempre nos ha dicho que la incineremos cuando muera. Miré la losa de mármol. Ahí estaba su nombre, el de su familia y las fechas de su viaje por la vida. También estaban unas piedrecillas como amontonadas. Dudé en contarlas. Dudé en quitarlas. Y al final las cogí, me fui y las tiré en un contenedor.

No habían pasado ni diez minutos cuando al salir vi a una vieja dándoles de comer a los gatos que me habían hecho sonreír. La mayoría de ellos, ocho o diez, estaban tragando como posesos en unos recipientes de plástico dispuestos sobre una tumba olvidada desde hace mucho tiempo.

Salí y en lugar de seguir para adelante me fui para casa. De paso me desvié hacia mi peluquería y vi que no tenía puesto el horario en la puerta. Un poco más allá vi a un viejo poco agraciado sacando a la calle los taburetes de su bar. Más adelante, de frente, vi a uno que casi se arrastraba con sus dos muletas. Al acercarme lo reconocí, me sorprendí y le saludé. Era alguien que hasta hace poco todavía galleaba. Era alguien que hasta hace poco era alguien en este país de cosa. Era alguien que cogió el tren cuando había que cogerlo, no como mi padre que siguió en el suyo hasta el final de su vida. Por educación le pregunté. Él me respondió y lo noté asustado, muy lejos de aquella cierta altanería con la que hasta hace cuatro días me pedía que le echara más a los whiskys facturados a cuenta de su liberado trabajo. Y ya en casa desayuné algo, cogí el coche y me fui para el bar a hacer la recaudación de las máquinas.

No sacamos ni para una entrada de Camilo Sesto . "Esta máquina no funciona" me dijo el recaudador, un buen hombre que todavía tiene a su mujer como nosotros tuvimos a nuestro padre. Se fue y miré la del tabaco. Conté la pasta e hice el listado con lo que faltaba. Llamé a la chica y le dije que me lo preparara en veinte minutos. Me fui a casa, pillé las loterías de la semana anterior y ya andando hice la ronda. Nada por aquí, nada por allá. Me quedé con dos cincuenta y fui al estanco. Una chica publicitaria de no sé qué marca me recibió. Le dije que no fumaba casi sin mirarla y la del estanco me dio lo que le había dicho con un plus de 2´45. Recordé que me quedaban 2´50 después de loterías y salí de allí con 5 céntimos en el bolsillo. Regresé al bar y cargué la máquina conforme iba cogiendo los paquetes del bolsón. Olvidé coger mis 2´45.

Otra vez en casa no supe qué hacer. Puse el brasero, me tumbé y cogí la segunda parte del Quijote. Al rato me entró el sueño y estaba a punto de dormirme cuando sentí mucho calor. Lo apagué y miré por la ventana: todo era azul, ya no había nubes. Pero yo ya sólo quería dormir. Y tampoco pude esta vez. Volví a coger el Quijote y volví a pensar en hacer otra cosa, pero ninguna pudo más que nada.

Y a eso de las dos pensé que lo mejor era darse una buena ducha, afeitarse e ir con cierto adelanto sobre el horario previsto a la semanal comida en casa de mi progenitora.

Fabada.

- Estás serio, Kufisto...-dijo mi progenitora a los postres
- No, qué va -respondí como mejor me salió

- ¡Qué gusto que estéis todos aquí! -dijo en un momento dirigiéndose a hijos y nueras- He pasado un par de días que no he hecho más que llorar a la hora de la comida...

Pasé de decirle lo que poco antes le había dicho a uno de mis hermanos acerca de esas piedras de la lápida mientras cobrábamos el dinero de la semana.

Sacaron unas fresas con nata, las comieron y me fui.

Otra vez intenté dormir y otra vez no pude.

Salí a andar con el mismo pensamiento de vuelta grande de la mañana, pero menos. A los diez minutos me dije que mejor en casa. Fui a la tienda de los frutos secos y cambié las nueces de macadamia por las nacionales. En la frutería del jovenlandés me esperaba la jovenlandesa.

Mide metro y medio y pesará tres cajas y media de naranjas; luce gafas grandes y bigote no demasiado pequeño; boca ancha, labios rellenitos, dientes dodecafónicos; habla por todo un salón de peluquería, pero se tapa el pelo con un trapo de esos; dos berzas como dos repollos que siempre miro sin disimulo; ella se ríe todavía más y su panza se mueve al hacerlo.

- ¡HOLA, KUFISTOOO!
- Hola, encanto...Dame una bolsa de las grandes
- ¡TOMA, KUFISTOOO!

Conozco a sus padres, a su hermano mayor, al pequeño y a un tío suyo que sabía más que los ratones infrarrojos y que dejó la frutería para irse a poner ladrillos en Francia.

Estaba cogiendo las naranjas de la caja de abajo sin sacarla del todo cuando me ha gritado desde la puerta:

- ¡¡¡ESA FUERZA, KUFISTOOO!!!
- me acuerdo de la fruta...¡¡¡LA SACO FUERA CONTIGO ENCIMA!!!
- Jijiji...

También he comprado plátanos y kiwis griegos, de esos rellenitos que parecen huevones en su escroto. Esperaba llegar a los 7 euros de compra para pillar la media docena de bemoles locos de regalo.

- Vamos, Fátima, deja el telefonito; levántate y pésame
- Jijiji

Siete con treinta.

- Jajaja...Me debes una caja de bemoles.
- Jijiji
- Dámelos blancos.
- ¡¿PERO ERES RACISTA O QUÉ?!
- Sí
- Jijiji

- ¿ALGO MÁS?

He sentido como se me hinchaba el tema.

- Dame un poco de ese perejil que guardas para los buenos clientes
- ¿Y tú eres un buen cliente?
- Sabes que lo soy
- Jijiji

- Que pases buena noche, Kufistooo

Y dos minutos más tarde estaba abriendo la puerta de mi casa con sus berzazas en mi cabeza.


Pensé en echarme una copa. Bebí dos tragos y la tiré. Volví a salir y volví a volver. Estaba vez no tiré nada.


Y salí para pillar más y escribir algo.


[youtube]JskztPPSJwY[/youtube]
 
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