Clavisto
Será en Octubre
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- 10 Sep 2013
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Lo único de extraño que tienen los sueños es la falta de tras*ición entre ellos. Más que los diferentes escenarios, más que los distintos personajes, más que lo estrambótico de algunas situaciones es la desmemoria de la continuidad entre ellos lo que al despertar te lleva a saber con toda certeza que sólo fueron sueños.
Un tipo feliz vino hoy al bar. Un hombre que por edad ya es anciano pero se niega a resignarse. Ha tenido una vida plena: un trabajo vocacional muy bien remunerado, un sólo matrimonio, hijos, nietos y biznietos, mil líos con mujeres y subalternas, innumerables fiestas con los amigos, viajes alrededor del mundo...
- ¡Kufisto! -dijo nada más cruzar la puerta.
- ¡Hombre, qué tal! -respondí. Y me echó la mano. Hacía unos meses desde la última vez.
- ¡jorobar, macho! ¡Cada día estás mejor, cabrón!
- ¡Tú sí que estás bien! -dije riendo sin necesidad de mentira piadosa alguna. Tiene algo más de setenta años y exuda mas vitalidad que la inmensa mayoría de jóvenes que veo pasar por la calle.
Venía con un chico joven, el típico chaval con gafas y barbas bien cuidadas, que por lo visto un rato más tarde tenía que ser una especie de ahijado, el hijo de un buen amigo que empieza a trabajar en el hospital y todo eso.
Pidió de beber y comer sin contemplaciones: jamón del bueno, lomo del bueno y queso del bueno. Una de cada, nada de medias. Como siempre. Se sentaron a una mesa.
Tuve suerte. En ese momento el bar estaba tranquilo y podría dedicarme a ello sin aceleros. Cuando uno trabaja solo no es sencillo hacer los raros extras.
Pero nada más me había puesto a ello cuando otro cliente entró, uno de reciente data, uno de los buenos, un tío extraño a mi mirada, uno que no deja de sonreír pero sin tras*mitir esa alegría característica del hombre que pasa por la vida sabiendo lo que viene a cada momento. Eso se tiene o no se tiene.
Es un hombre de unos sesenta años, ojos saltones, alopécico y de boca grande. Le gusta hablar. Le he caído en gracia. Empezó a venir hace unos meses en compañía de un antiguo cliente, un tío muy prudente al que por esas cosas de la vida he empezado a tratar con gusto a raíz de esta nueva entrada. Es curioso esto. Muy curioso.
- Una cerveza, Kufisto. ¿Qué tal estás?
- Bien, un poco liado...
Se la tiré, él alabó mi maestría como siempre hace y seguí a lo mío.
Acabé de hacerlo justo cuando llegó uno de los factotums del hospital para unirse a los dos que esperaban en la mesa. Mi amigo pidió otra botella de vino que no sería la última.
Con todo ya controlado quedé a la merced del tipo de los ojos saltones. Era la primera vez que lo veía solo a esas horas del mediodía y lo dejé caer. Venía del hospital de hacerse unas pruebas. Neumología y algo más, no recuerdo qué. Enseguida pasó a su vida en Londres cuando fue joven y no tenía un duro pero veía a los Simple Minds y a los Cure tocando en garitos de la capital inglesa; y poco después llegó a sus tres hijos, dos hembras y un macho, todos jóvenes pues se casó tarde con una mujer mucho más joven que él con la que ha empezado a venir al bar todos los fines de semana a pesar de vivir en otro pueblo.
Son músicos. Los tres hijos son músicos profesionales; al menos la mayor de ellos ya vive de su trabajo: piano, violín y chelo.
- Esto ya me lo enseñaste la otra vez -le dije cuando me pasó el teléfono para que viera los vídeos de sus hijos tocando sus instrumentos- Son la leche
Tocaban un arreglo del "Ave María" de Schubert en trío en una iglesia para la boda de un familiar; también el tema principal de la banda sonora de "La Misión".
- ¿Conoces el "Ave María", Kufisto?
- Sí.
- Es maravilloso...
Y no soltaba el teléfono para que no dejara de verlo.
- ¡Kufisto! -voceó, mi amigo desde la mesa.
- ¿Qué?
- Dime que te debo.
Salí y se hizo cargo el otro. Mi amigo no protestó.
- ¡Kufisto! -dijo cuando salía por la puerta.
- ¿Qué?
- Un placer como siempre
- El placer es mío, ya lo sabes. Me gusta verte por aquí.
- He estado viendo a mi familia del otro lado del charco. Por eso es que ha pasado tanto tiempo sin venir por aquí.
- jorobar, eres el patriarca. Todo el mundo te espera en todos los sitios.
- Jajaja, ¡qué cabrón! ¡Me has llamado viejo a lo fino! -rió- Me alegro de verte, Kufisto. ¡Y de que estés tan bien! Todo excelente, como siempre. ¡Adiós!
- ¡Adiós, amigo!
Más vídeos. Más hijos tocando sus respectivos instrumentos. Ilusión en los ojos. Salgo a fumar un pito a la puerta. Desde la barra sigue hablándome del futuro de sus hijos. Entra el abogado que conoce a mi cliente y se saludan con cariño. Poco después se va.
- Me voy, Kufisto.
- Un placer, como siempre.
- Mañana vendré con Jose. A probar ese vinillo tan bueno que dices te han traído.
- ¡¡Y bien frío!
- Jajaja...Adiós, Kufisto.
- Adiós.
-Oye, Rafa, ¿como se llama este tío?
- Javier
- Gracias.
Rafa se fue. Salí a fumar y a beberme un tercio en la terraza.
- Hola, Kufisto -musitó una cincuentona a mis espaldas mientras pasaba para adentro.
- Hola.
Entré y le serví un café. Poco después llegó su amiga y empezaron a despotricar del hombre que se ha separado de la primera. Pidieron dos cubalibres y se fueron al ventanal.
- Hola, Kufisto
- Hola, Gema, ¿café?
- Descafeinado
- ¡Hola, Kufisto!
- ¡Hola, Aida!
- ¡Uno con leche para llevar!
Estaba echándolos cuando las miré. Gema parecía cansada. Aída le hablaba en tono bajo tan sorprendida como yo.
- ¿Qué te pasa, pequeña? No eres tú. Y menos a estas horas de la tarde.
- Nada, que estoy cansada. Me despierto y no me levanto como antes. Voy a hacerme unos análisis.
- Mira bien sino sea por haber dejado de tomar café...
- No, no es eso...Ya no tomo ni por la tarde...Es que...
- ¿Qué?
- ¡Pues que hay gente que parece que siempre tienes que invitarla, shishi! ¡Y ya estoy harta! "Tú no eras así. Ahora eres una rata" Pero jorobar, ¿por qué tengo que invitarte siempre? Y luego me acuesto y no duermo comiéndome la cabeza. ¿Soy mala? ¡Yo trabajo! ¿Tú qué haces? ¿Tengo que invitarte por la cara? ¿Tú no pagas nada? La luz, el piso, el coche...¡yo qué sé, lo que sea!
- Mira, chica. Soy mucho mayor que tú. Y si algo bueno tiene cumplir años es que te rezuma el regazo lo que piensen de ti. Tal cual, y perdona que te lo diga con esta crudeza. Quien piensa igual a los veinte que a los treinta que a los cuarenta o los cincuenta o es estulto o no ha vivido. Y tú estás empezando a aprender que lo mejor del melocotón está en el hueso. Más allá no hay nada. Puedes plantarlo o jugar con él antes de echárselo al perro que tanto quieres ahora. Pero el hueso tiene una fecha de caducidad que no tienen los perros. Ni las cortesanas.
- ¿Qué dices, Kufisto?
- Digo que te vengas arriba, que todavía eres muy joven y que sepas que eso no durará para siempre. Eso es lo que digo.
- Ya te entiendo...El amor no dura para siempre
- ¿Un sueño dura para siempre?
- No...
- ¿Y porqué no? ¿No puede un sueño durar para siempre? Cuando tu sueñas, ¿crees en otra cosa? Si te pillaran en mitad de un sueño, ¿no jurarías que aquello había sido tan real como la luz que te despierta? ¿no dirías "dejadme soñar esto hasta que yo quiera despertar"?
- Ah, Kufisto...Me voy a trabajar.
Un tipo feliz vino hoy al bar. Un hombre que por edad ya es anciano pero se niega a resignarse. Ha tenido una vida plena: un trabajo vocacional muy bien remunerado, un sólo matrimonio, hijos, nietos y biznietos, mil líos con mujeres y subalternas, innumerables fiestas con los amigos, viajes alrededor del mundo...
- ¡Kufisto! -dijo nada más cruzar la puerta.
- ¡Hombre, qué tal! -respondí. Y me echó la mano. Hacía unos meses desde la última vez.
- ¡jorobar, macho! ¡Cada día estás mejor, cabrón!
- ¡Tú sí que estás bien! -dije riendo sin necesidad de mentira piadosa alguna. Tiene algo más de setenta años y exuda mas vitalidad que la inmensa mayoría de jóvenes que veo pasar por la calle.
Venía con un chico joven, el típico chaval con gafas y barbas bien cuidadas, que por lo visto un rato más tarde tenía que ser una especie de ahijado, el hijo de un buen amigo que empieza a trabajar en el hospital y todo eso.
Pidió de beber y comer sin contemplaciones: jamón del bueno, lomo del bueno y queso del bueno. Una de cada, nada de medias. Como siempre. Se sentaron a una mesa.
Tuve suerte. En ese momento el bar estaba tranquilo y podría dedicarme a ello sin aceleros. Cuando uno trabaja solo no es sencillo hacer los raros extras.
Pero nada más me había puesto a ello cuando otro cliente entró, uno de reciente data, uno de los buenos, un tío extraño a mi mirada, uno que no deja de sonreír pero sin tras*mitir esa alegría característica del hombre que pasa por la vida sabiendo lo que viene a cada momento. Eso se tiene o no se tiene.
Es un hombre de unos sesenta años, ojos saltones, alopécico y de boca grande. Le gusta hablar. Le he caído en gracia. Empezó a venir hace unos meses en compañía de un antiguo cliente, un tío muy prudente al que por esas cosas de la vida he empezado a tratar con gusto a raíz de esta nueva entrada. Es curioso esto. Muy curioso.
- Una cerveza, Kufisto. ¿Qué tal estás?
- Bien, un poco liado...
Se la tiré, él alabó mi maestría como siempre hace y seguí a lo mío.
Acabé de hacerlo justo cuando llegó uno de los factotums del hospital para unirse a los dos que esperaban en la mesa. Mi amigo pidió otra botella de vino que no sería la última.
Con todo ya controlado quedé a la merced del tipo de los ojos saltones. Era la primera vez que lo veía solo a esas horas del mediodía y lo dejé caer. Venía del hospital de hacerse unas pruebas. Neumología y algo más, no recuerdo qué. Enseguida pasó a su vida en Londres cuando fue joven y no tenía un duro pero veía a los Simple Minds y a los Cure tocando en garitos de la capital inglesa; y poco después llegó a sus tres hijos, dos hembras y un macho, todos jóvenes pues se casó tarde con una mujer mucho más joven que él con la que ha empezado a venir al bar todos los fines de semana a pesar de vivir en otro pueblo.
Son músicos. Los tres hijos son músicos profesionales; al menos la mayor de ellos ya vive de su trabajo: piano, violín y chelo.
- Esto ya me lo enseñaste la otra vez -le dije cuando me pasó el teléfono para que viera los vídeos de sus hijos tocando sus instrumentos- Son la leche
Tocaban un arreglo del "Ave María" de Schubert en trío en una iglesia para la boda de un familiar; también el tema principal de la banda sonora de "La Misión".
- ¿Conoces el "Ave María", Kufisto?
- Sí.
- Es maravilloso...
Y no soltaba el teléfono para que no dejara de verlo.
- ¡Kufisto! -voceó, mi amigo desde la mesa.
- ¿Qué?
- Dime que te debo.
Salí y se hizo cargo el otro. Mi amigo no protestó.
- ¡Kufisto! -dijo cuando salía por la puerta.
- ¿Qué?
- Un placer como siempre
- El placer es mío, ya lo sabes. Me gusta verte por aquí.
- He estado viendo a mi familia del otro lado del charco. Por eso es que ha pasado tanto tiempo sin venir por aquí.
- jorobar, eres el patriarca. Todo el mundo te espera en todos los sitios.
- Jajaja, ¡qué cabrón! ¡Me has llamado viejo a lo fino! -rió- Me alegro de verte, Kufisto. ¡Y de que estés tan bien! Todo excelente, como siempre. ¡Adiós!
- ¡Adiós, amigo!
Más vídeos. Más hijos tocando sus respectivos instrumentos. Ilusión en los ojos. Salgo a fumar un pito a la puerta. Desde la barra sigue hablándome del futuro de sus hijos. Entra el abogado que conoce a mi cliente y se saludan con cariño. Poco después se va.
- Me voy, Kufisto.
- Un placer, como siempre.
- Mañana vendré con Jose. A probar ese vinillo tan bueno que dices te han traído.
- ¡¡Y bien frío!
- Jajaja...Adiós, Kufisto.
- Adiós.
-Oye, Rafa, ¿como se llama este tío?
- Javier
- Gracias.
Rafa se fue. Salí a fumar y a beberme un tercio en la terraza.
- Hola, Kufisto -musitó una cincuentona a mis espaldas mientras pasaba para adentro.
- Hola.
Entré y le serví un café. Poco después llegó su amiga y empezaron a despotricar del hombre que se ha separado de la primera. Pidieron dos cubalibres y se fueron al ventanal.
- Hola, Kufisto
- Hola, Gema, ¿café?
- Descafeinado
- ¡Hola, Kufisto!
- ¡Hola, Aida!
- ¡Uno con leche para llevar!
Estaba echándolos cuando las miré. Gema parecía cansada. Aída le hablaba en tono bajo tan sorprendida como yo.
- ¿Qué te pasa, pequeña? No eres tú. Y menos a estas horas de la tarde.
- Nada, que estoy cansada. Me despierto y no me levanto como antes. Voy a hacerme unos análisis.
- Mira bien sino sea por haber dejado de tomar café...
- No, no es eso...Ya no tomo ni por la tarde...Es que...
- ¿Qué?
- ¡Pues que hay gente que parece que siempre tienes que invitarla, shishi! ¡Y ya estoy harta! "Tú no eras así. Ahora eres una rata" Pero jorobar, ¿por qué tengo que invitarte siempre? Y luego me acuesto y no duermo comiéndome la cabeza. ¿Soy mala? ¡Yo trabajo! ¿Tú qué haces? ¿Tengo que invitarte por la cara? ¿Tú no pagas nada? La luz, el piso, el coche...¡yo qué sé, lo que sea!
- Mira, chica. Soy mucho mayor que tú. Y si algo bueno tiene cumplir años es que te rezuma el regazo lo que piensen de ti. Tal cual, y perdona que te lo diga con esta crudeza. Quien piensa igual a los veinte que a los treinta que a los cuarenta o los cincuenta o es estulto o no ha vivido. Y tú estás empezando a aprender que lo mejor del melocotón está en el hueso. Más allá no hay nada. Puedes plantarlo o jugar con él antes de echárselo al perro que tanto quieres ahora. Pero el hueso tiene una fecha de caducidad que no tienen los perros. Ni las cortesanas.
- ¿Qué dices, Kufisto?
- Digo que te vengas arriba, que todavía eres muy joven y que sepas que eso no durará para siempre. Eso es lo que digo.
- Ya te entiendo...El amor no dura para siempre
- ¿Un sueño dura para siempre?
- No...
- ¿Y porqué no? ¿No puede un sueño durar para siempre? Cuando tu sueñas, ¿crees en otra cosa? Si te pillaran en mitad de un sueño, ¿no jurarías que aquello había sido tan real como la luz que te despierta? ¿no dirías "dejadme soñar esto hasta que yo quiera despertar"?
- Ah, Kufisto...Me voy a trabajar.