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Entrevista a Juan Manuel de Prada
"Los escritores hoy en día son auténticos lacayos del poder establecido"
"Los escritores hoy en día son auténticos lacayos del poder establecido" - Ritmos XXI
Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) es una de las voces más personales de la literatura contemporánea. Multipremiado a lo largo de su carrera (Premio Planeta, Biblioteca Breve, Privamera...) que comenzó con shishis y que, de momento, tiene en Morir bajo tu cielo, su última entrega. Entre medias, títulos que ya forman parte del imaginario colectivo como La Tempestad o Las Máscaras del Héroe. Combativo y poelimista decidido, desarrolla además su tarea de articulista en ABC y en el dominical XL Semanal.
A unas frioleras cuatro de la tarde, puntual, enmarcado bajo el dintel de la puerta de la cafetería de un hotel del Madrid castizo, De Prada, grande, aparece. Saludos de rigor, primeras palabras para calentar el ambiente y en cuanto hemos pedido sendos cafés, comenzamos con la artillería pesada. El periodista con sus preguntas y el entrevistado, fiel a sí mismo, con sus respuesta.
P. En casi todas sus novelas existe un conflicto jovenlandesal… ¿es usted un escritor jovenlandesal?
R. Yo creo que al final uno siempre está escribiendo el mismo libro. Probablemente uno no es consciente y sí que es verdad que en mi obra siempre hay conflictos jovenlandesales, más que un conflicto jovenlandesal. Quizá en esta [Morir bajo tu cielo] haya más de uno. Pero sí, en todas hay una exploración sobre lo que es nuestra actitud ante dilemas jovenlandesales, ante la borrosa frontera de la respuesta a esos dilemas, dónde está el bien, dónde el mal, cómo a veces los villanos acaban siendo héroes y viceversa…
P. Con matices distintos, pero hay cosas que me recuerda a Baudelaire, y es un interés intelectual por el mal…
R. No es tanto interés, te confesaré. Más allá de que Baudelaire retrate el mal, la fascinación que pueda haber no obsta para que él identifique el mal, que quizá sea lo que falta en el arte de nuestra época. El mal se ha banalizado y se presenta como bien, o no se juzga jovenlandesalmente. En ése sentido sí hay un interés en mi obra por mostrar el mal, algo que en general, el arte contemporáneo ha dejado de mostrar o lo muestran de una forma banalizada, tratando de presentarlo como algo no malo o como algo irreparable, como algo monstruoso pero que es irreparable. La posición que hay en mis novelas es que, efectivamente el mal existe en nuestras vidas, en nuestra naturaleza, pero que puede ser vencido.
Sucede algo parecido con la libertad humana, que el concepto teológico de libertad ha sido sustituido por el concepto, digamos, político, revolucionario, liberal… Entonces, el concepto clásico, que es que la libertad humana es la capacidad del hombre para elegir el bien, se ha extraviado.
P. Todos sus personajes, son tremendamente libres y casi siempre, fracasados, desahuciados…
R. Es que al final, los perdedores tienen un potencial literario que no tienen los vencedores, porque la persona que está en una situación difícil desarrolla una humanidad mucho más potente, más palpitante y desgarrada. Y es verdad que en mi obra, los personajes más importantes son perdedores… probablemente sea un acto de fraternidad del autor con sus personajes, porque de alguna manera también me considero un perdedor.
P. He leído por ahí que con sus personajes tienes una relación extraña, que cuando escribes la novela, te separas de ellos.
R. Sí, pero es inevitable. Son hijos que ya has criado y que se tienen que buscar la vida. Un escritor necesita seguir creando nuevas ficciones y para ello necesita nuevos personajes. Pero ya te digo, es algo natural.
P. ¿Vive también la novela en la dictadura de lo políticamente correcto?
R. Las ideologías son construcciones que tratan de suplantar la realidad. Es inevitable que una época como la nuestra, que es una época absolutamente ideologizada, se dé esa dictadura, esa construcción de lo políticamente correcto que cuando uno trata de mostrar la realidad, provoque reacciones muy enconadas. Desgraciadamente, esto es así. Y luego, en contra de la visión idílica y sencilla que tiene la gente de la democracia, yo creo que vivimos en una época en la que el control social que decía Markuse, es asfixiante, de tal manera que las mentes han sido ya formateadas en una serie de convenciones e ideas que al sistema le interesa que profese.
P. ¿También en la literatura?
R. Sin duda. Yo te diría que los escritores hoy en día son auténticos lacayos del poder establecido. Es muy difícil leer una novela en la que no estén todos los clichés de lo políticamente correcto.
P. Y quién va a contracorriente, ¿qué?
R. Vende menos, no te quepa la menor duda. Pero es que la gente está cretinizada. Las masas no soportan que se ponga en cuestión sus esquemas mentales cómodos. A mí esto me ha costado aceptarlo. Cuando empecé a escribir, a medida que fui adquiriendo madurez y me fui rebeleando contra esta dictadura de lo políticamente correcto, pensé que iba a suceder todo lo contrario; que iba a vender muchísimo más. Esto es lo que le ocurre al protagonista de El país de los ciegos un cuento maravilloso de Wells. Él es un alpinista tuerto que llega a un país de ciegos y que se dice: está es la mía, me voy a convertir en el puñetero amo de esta ciudad. Y se ve cómo no sucede así, como poco a poco los ciegos le van arrinconando hasta que si quiere seguir viviendo en esa sociedad, tiene que aceptar que le arranquen los ojos. Esta es una enseñanza que cuesta aceptar. Pero tampoco hay que recriminárselo a la gente, que ha sido masificada y que para sobrevivir y para no vivir todo el día encabronado, necesita adaptarse y asimilar las convenciones establecidas.
P. Y si vendes menos, usted que vive de esto, ¿le merece la pena?
R. Al final uno tiene un compromiso con su obra, con aquello en lo que crees. Esta es la razón de ser del escritor. El día que no lo tenga, será un producto de mercado. Me imagino que Valle Inclán cuando se proclamaba carlista y escribía sus obras contra la Restauración, probablemente se plantearía: si yo le hiciese la pelota a Alfonso XII o a Alfonso XIII, me iba a ir mucho mejor. El escritor tiene que asumir las consecuencias de sus elecciones intelectuales, jovenlandesales, estéticas…
P. ¿No es Morir bajo tu cielo una metáfora del momento actual? Un momento de desintegración…
R. Sin duda. El 98 yo creo que es el acontecimiento que marca el tono anímico del siglo XX español. Y lo que estamos viviendo ahora, que no deja de ser el final del siglo XX y el inicio del XXI, de alguna manera, repite aquellos modelos del 98. Pero creo que en aquel momento, España tenía una fibra jovenlandesal mayor, muy dañada, pero mayor que la de hoy. Hoy, hay un fatalismo tremendo, una mayor incapacidad para enfrentarse a la realidad. Pero de alguna manera, las coordenadas son las misas, incluso políticamente porque el 98 no deja de ser el fracaso del sistema de la Restauración y ahora estamos asistiendo al fracaso del sistema de la tras*ición; también en la corrupción del sistema partitocrático, del sistema de alternacias… Hay una serie de notas muy semejantes. El equivalente a las guerras de aquellos días, son hoy las guerras económicas.
P. Pero hay algo que no ha mencionado y que sí aparece en tu novela y es que entonces, en Filipinas, hubo héroes y actos heroicos… ¿no hay paralelismos hoy de aquello?
R. Pero no nos engañemos, los últimos de Filipinas eran parias, salvo los dos oficiales que estaban al mando del destacamento. Les dieron una medalleja y una pensión paupérrima. Parias eran, parias siguieron siendo y parias murieron. Hoy existe gente heroica, que probablemente también son parias. En esta novela lo que yo trato de mostrar es cómo quienes tienen mayores responsabilidades y ser los primeros en sacrificarse, viven cómodamente en los despachos y al final, los sacrificados son los pobres, las personas que sin comerlo ni beberlo padecen las consecuencias de las catástrofes que han provocado quienes están en los despachos.
P. Buenos vasallos y malos señores, ¿no?
R. Sí, yo creo que ese es el gran drama de España. Y me temo que si analizamos nuestra historia, nos damos cuenta de que ha sido una constante, sobre todo en los dos últimos siglos. Desde la Guerra de Independencia hasta nuestros días, España ha estado siempre en manos de malos señores.
P. También es una novela de causas perdidas.
R. Sin duda. Las ideas que defienden los personajes son ideas absolutamente derrotadas.
P. ¿Es un hombre de causas perdidas?
R. Sin duda, porque las causas perdidas hoy pueden ser las causas de la victoria de dentro de cien años. Alguien tiene que mantener encendida la llama. La frase evangélica de que la semilla para dar vida, tiene que morir, de alguna manera, uno se lo tiene que aplicar. Probablemente, las ideas que uno defiende hayan sido derrotadas, pero no tienen que ser enterradas.
P. ¿Y qué ideas son?
R. Mis ideas son muy antimodernas y hoy en día la gente es muy lacaya de la modernidad. Las personas se distribuyen en izquierda y derecha. La declaración de guerra a la modernidad, entre los intelectuales españoles yo creo que nadie la hace. Buscan cobijo entre los negociados de izquierda y derecha, que no deja de ser un juego, un paripé. Hay un pasaje maravilloso de Agustín de Foxá en el que describe el Parlamento como si fuese una obra de teatro en la que Don Juan y Don Luis Mejía, que se enfrentan en escena y que al acabar la representación, vuelven a ser amiguetes y se van al bar del Congreso a tomarse unas copas y a reírse. Entonces, digamos que la modernidad hace posible esto, igual que hace posible que el intelectual se arrime a un negociado o a otro. Pero la respuesta contra la modernidad está prácticamente aplastada.
P. Siempre han dicho de su estilo que utiliza un lenguaje antimoderno.
R.A mí eso del lenguaje anti moderno o no, la verdad es que me da bastante igual. Generalmente, la gente que dice que eres pedante o que tienes un lenguaje vetusto, básicamente, son analfabetos funcionales con un lenguaje muy limitado, con un lenguaje de telediario. Mi lenguaje es el español de un escritor que abomina de las modas literarias.
P. Pero es evidente que existe un problema de lenguaje en la literatura ¿no?
R. Hay un problema de registro lingüístico, mas que de lenguaje. La gente, a medida que va empobreciendo su lenguaje, tiende a pensar que el registro lingüístico es el suyo. Pues no. Y esto no hace a un escritor ni mejor ni peor. Pensemos, por ejemplo, en un Baroja. Baroja tenía un registro lingüístico bajo, mientras que Valle Inclán tenía mucho más registro. ¿Es mejor el uno que el otro? No. Lo importante es que cada uno utilice su registro lingüístico al servicio de su escritura, de su estilo. El estilo no consiste en poner unas palabras u otras o en utilizar frases largas o cortas, consiste en que el lenguaje esté adaptado al universo que quieres mostrar al lector.
Ser un escritor barroco no es, como piensan los analfabetos, escribir de forma rebuscada. Ser barroco es tener una visión del mundo barroca, conflictiva, en el que se ve la huella del pecado, el dolor, las pasiones tumultuosas… Esto, quien no lo entienda, es que no sabe nada ni de literatura ni de arte y a esa gente es mejor dejarla con sus paridas de si esto es un lenguaje pedante o no…
P. El concepto de estilo quizá se ha extraviado.
R. Claro. Eso tiene que ver también con la pérdida de los conceptos aristotélicos. El hilemorfismo nos enseñaba que el fondo y la forma eran una misma sustancia, no se pueden disociar. La modernidad considera que sí y por eso se dice que la Monarquía tiene que modernizarse, despojarse de su forma y quedarse con su fondo. Mentira. Y lo hemos visto. En cuanto la Monarquía se ha despojado de su forma se convierte en una fruta cosa. O se dice que la Iglesia tiene que modernizarse, abandonar sus viejas formas. Mentira.
Fondo y forma son una misma sustancia y el hombre moderno ha perdido esta noción y considera que el estilo es poner de vez en cuando una palabra rara, de estilo rimbombante… Pero ante esto, yo cada vez más he optado por el silencio. Hay que seguir el ejemplo de Jesucristo en el Pretorio, cuando le dice a Pilato que él es la verdad y le respondió Pilatos: “¿qué es la verdad?”. Jesucristo se queda callado. Yo creo que hay que optar por el silencio. Pero sí, todo esto empobrece muchísimo el debate estético e intelectual.
P. El hombre moderno, supongo.
R. Ahora estoy escribiendo una serie de artículos en el Semanal, que se titular Un hombre nuevo, que tratan precisamente de eso, del hombre moderno y de cómo la modernidad ha tratado de constuir una nueva religión que sustituyera a la religión. El hombre nuevo de San Pablo, nuevo a través de la fe, quiere ser sustituido por otra hombre nuevo de la modernidad, a través de las ideologías y el paso medio para elaborarlo es la masificación, el hombre-masa de Ortega. Ése es el objetivo de la modernidad. Y claro, hay cuestiones que el hombre de nuestra época no entiende y aquí estamos hablando de una cuestión estética, del estilo… No obstante, y para no ser absolutamente pesimista, no debemso olvidar que los hombres del renacimiento consideraban el arte gótico como un arte bárbaro, que los grande sabios renacentistas, se dedicaron como hijos de la gran fruta a raspar las paredes de las iglesias y quitar los frescos del Giotto, los macho cabríoes, y llenaron las iglesias de capillitas grotescas y cuadros absurdos y repetidos. Desgraciadamente, esto ha sido siempre así, siempre ha habido una incomprensión profunda a la tendencia estética que no se adecua al momento, y quien dice estética puede decir ideológica, religiosa…
Es un drama, pero ese es uno de los rasgos del hombre moderno. Es la aplicación del mecanicismo cartesiano. Descartes ve la naturaleza como si fuese un reloj, que responde a fórmulas matemáticas. Entonces es aplicar el tirano de turno o la ideología de turno o la época histórica, para crear una nueva sociedad desde la nada, dejando lo anterior fuera. Esta es la base sobre la que se sustenta la modernidad; el desprecio de la tradición, sustituir el plebiscito de los siglos por el plebiscito del momento.
P. Sus ideas no son modernas, pero no puedes evitar ser hijo de su tiempo ¿no?
R. Sin duda. Yo soy una persona comprometida con mi tiempo, en un sentido amplio de la palabra. Pero, precisamente por eso, creo que no debo rebajarme a aceptar como si fuese algo inamovible lo que mi época es, porque si no habría rebeldía. Si yo acepto como dogmas de fe todos los presupuestos sobre los que se genera el clima intelectual en el que estamos hoy, dejas de ser un escritor, te conviertes en un pelele.
P. Umbral o Cela, por citar dos autores que le son conocidos, necesitaban vivir literariamente… ¿usted?
R. Ellos vivieron en otra época muy distinta. Eran escritores extraordinarios, pero creo que no tenían esta visión de combate que tengo yo. Digamos que eran escritores más amoldados al sistema. Tenían un combate estético, pero creo que no estaban en la batalla de las ideas. Eran estetas superdotados. Pero para identificar el modelo que yo postulo tendríamos que remontarnos al 98, a un Miguel de Unamuno, un escritor que está tanto en la batalla estética como en las literarias. Pero Umbral y Cela fueron para mí fundamentales en mi formación, y probablemente los escritores de hoy no participen del combate estético del que participaron estos.
P. Quizá porque el mundo literario se ha mercantilizado…
R. Es muy triste, pero desgraciadamente es así. Las grandes editoriales están conviertiendo su labor en una búsqueda desenfrenada y casi siempre infructuosa de buscar el negocio, y esto en una época de crisis está haciendo que bajen el listón muchísimo y de manera patética.
P. ¿Qué dice de nuestra sociedad que lo más vendido sean libros eróticos y de factura literaria, cuando menos, mejorable?
R. Vamos a ver, hay una depauperación mental, estética, jovenlandesal y todo lo que tú quieras, pero esos fenómenos han existido siempre, aunque quizá no de forma tan indecorosa. Pero libros malos que han tenido éxito los ha habido siempre. Yo por ejemplo, cuando veo melodramas de Hollywood de los años 40 ó 50, digo voy a leerme la novela y resulta que es un horror, que son novelas malísimas, quizá mucho más recatadas y mejor escritas, pero malas a fin de cuentas.
Además, que haya obras malas a mí no me parece tan peligroso como que las editoriales, como están desesperadas, ante el éxito de 50 Sombras de Grey, sólo quieran publicar libros de marujas que se hacen dedos pensando en señores que les azotan. Entonces, de repente, tienes una oleada turística de novelas así. Pasó con el Código Da Vinci y las doscientas mil novelas de templarios que vinieron después. Pasa con los novelistas de serie de color nórdicos, que ahora también en España escribimos novelas de serie de color nórdicas, como no tenemos fiordos, las ambientamos en los Pirineos… Esto lo que genera es un envilecimiento progresivo de la cultura. Pero es verdad que siempre ha ocurrido esto, pero ahora existe la tiranía del mercado que hace muy difícil que otro tipo de libros puedan convivir con estos.
P. He leído que a la Feria del Libro nunca va con gusto ¿por qué?
R. Es que no creo en el contacto entre novelista y lector, porque creo que el autor debe dar lo mejor de sí en sus obras. Me pone nervioso el contacto con el lector, primero, porque temo defraudarlo y también, porque yo me quedo defraudado con él. No creo que aporte mucho esa relación, que es más un producto del márquetin que otra cosa. Aunque bien es verdad, que no me niego a ir porque entiendo que los editores quieren que vayas y te toca jorobarte y vas, pero yo creo que es contraproducente. A mí mucha gente me dice: yo me lo imaginaba más simpático. Ya, nos ha estropeado. Y yo a usted como si fuese Julia Roberts (risas). Además, yo soy una persona bastante vulgar, con hábitos vulgares. En ese sentido, yo soy un antiromántico. Lord Byron quería hacer de su vida una obra de arte. Yo me conformo con lo de la obra, y con dificultades.
P. Sus primeras lecturas fueron, sobre todo, libros de poesías y seguro que tienes escritos poemas ¿nunca se ha planteado publicarlos?
R. No, no… yo era mal poeta. Lo dejé y lo celebro porque dado mi temperamento artístico, mi vehemencia, si hubiese sido poeta, Neruda hubiera parecido San Juan de la Cruz a mi lado, hubiera escrito una poesía demasiado frondosa, telúrica… Lo dejé, pero además, muy joven.. a los 20 años. Además, probablemente ya no existan esos poemas porque los haya tirado porque, fíjate, ahora guardo mis manuscritos, no tanto por vanidad, sino porque mis padres me dijeron que lo que hacia era una barbaridad y porque yo escribo siempre a mano y luego tras*cribo o me tras*criben y corrijo desde el ordenador y una vez me robaron el ordenador y perdí una novela entera. Desde entonces empecé a guardar los manuscritos, porque yo una vez se había pasado al ordenador, tiraba la novela o el cuento o lo que fuere, pero eso es desde hace poco así que probablemente, esos poemas no existan o les haya perdido la pista.
P. Debe ser ya el único escritor que escribe a mano…
R. Es que me cambia el estilo. La relación del artista con su instrumento de trabajo es una relación muy personal. [Dirigiéndose a Mario, el fotógrafo] Tú que eres fotógrafo lo sabes ¿verdad?, no se hacen las mismas fotos con una cámara que con otra [Mario asiente]. Y fíjate, ¡esta es otra de las cosas que se niegan hoy!, porque hoy se presenta una visión del hombre como un ser que se adapta a todas las situaciones y esto es falso, de tal forma que tú [de nuevo, dirigiéndose a Mario] pasas de la cámara de revelado a la digital y que no pasa nada. ¡Esto es mentira!. El artista necesita comunicarse con el mundo, y lo hace a través del instrumento que elige para su trabajo. Entonces, cuando el instrumento es distinto, tu forma de comunicarte también es distinta. Parece mentira, pero esto es una cosa que no se dice. Además, yo creo que el empobrecimiento de la literatura tiene que ver con las máquinas, porque el ordenador facilita muchísimo la escritura y al facilitarla, hace también que bajes la guardia y al bajarla, haces frases más cortas, utilizas un lenguaje más sencillo, rehúyes las complejidades… La máquina simplifica todo, simplifica el arte, y por lo tanto lo trivializa; simplifica las decisiones jovenlandesales… Si a ti ahora te dijeran que si quieres apiolar a tu peor enemigo que está ahí y tienes que hacerlo con un cuchillo jamonero, probablemente no harías nada, porque tienes que ir, asestarle veinte tortas, escapar sin dejar huellas. Pero si te dicen que puedes matarle apretando un botón de ordenador… es mucho más fácil. Este es el problema.
P. Es algo así como que el trabajo artístico ha ido dejando ser trabajo artesanal.
R. Es que, en contra de lo que se suele decir, cuando eso se da, el arte se empobrece.
P. ¿Y por qué no escribe un libro que se titule Elogio de la tradición?
R. Es que esto no tiene tanto que ver con la tradición, sino una actitud crítica hacia la tecnología, que no es actitud contraria, no es cerrazón, sino capacidad de situarte ante la tecnología racionalmente. Porque la tecnología no es neutra y el artista tiene que posicionarse frente a ella. Pero vamos, que esto no es nuevo; le ocurrió a nuestros abuelos cuando tuvieron que dejar la pluma y coger el bolígrafo. No es algo propio de nuestro tiempo, pero sí es mucho más ahora porque los avances tecnológicos se dan de forma exponencial, porque no es lo mismo el paso de la pluma al bolígrafo, que de la maquina de escribir a las computadoras tal y como son ahora, que pones una falta de ortografía y te la corrige, que señala errores sintácticos, pero que, como es limitada, cuando escribes una frase un poco compleja, en la que el sujeto está un poco escondido, la máquina se vuelve loca.
P. Aspira a crear escuela entre escritores jóvenes.
R. No, no. En todo casi aspiraría a crearla entre los que todavía no existen. Porque yo creo que en mi época lo tengo crudo, aunque ojalá me equivoque. Pero a medida que pase el tiempo, creo que mi malditismo será cada vez mayor y mi ostracismo será cada vez mayor. Lo que sí piensas es que puede venir una generación que te desempolve y creo que hay más posibilidades de esto que de crear escuela. Pero esto le ha ocurrido a muchísimos escritores, que fueron despreciados por sus contemporáneos y apreciados por generaciones siguientes.
P. Y al contrario ¿no?, porque ahí está por ejemplo Maeztu o García Serrano.
R. Bueno, pero es que estos no es que no sean apreciados, es que han sido ocultados.
P. Ha dicho que La Tempestad es su peor novela, pero es la novela que le permitió vivir de escribir...
R. Eso te enseña mucho sobre la dura realidad de este oficio. Tu peor novela es la que más ha gustado a la gente, bueno, pues esto es así de duro. Y no sólo en España, porque fue Premio Planeta en una época en la que el Planeta era la leche, y tuvo muchísimo éxito fuera. Pero no es que yo piense que es mi peor novela, es que pienso que es mi peor novela con diferencia. Es mi novela menos ambiciosa, la escribí casi como un divertimento.
P. Me hallará la fin a mí me parece su mejor novela.
R. No sé si es mi mejor novela, pero si hubiera que poner una lista de diez virtudes que debe tener una novela, Me hallará la fin, de todas mis novelas, probablemente sería la que más se ajustaría a esa lista, incluso podría decirte que para mí, es mi mejor novela. Pues bien, es la que menos he vendido de toda mi vida. Es verdad, que los libros se venden hoy muchísimo menos, pero Morir bajo tu cielo se ha vendido más. Se está vendiendo dentro de lo que se venden hoy los libros. Con esto no quiero decirte que el público es petulante, pero sí que es evidente que hay una serie de factores que hacen que un libro no guste. Por ejemplo, creo que Morir bajo tu cielo, es un libro menos oscuro que Me hallará la fin y creo que ése puede ser un factor. Pero no lo sé… son misterios.
P. Tiene la intención de que Morir bajo tu cielo sea el inicio de una serie de Episodios Nacionales ¿no?
R. (Resopla) Pues no lo sé… Es que es muy difícil. Yo ahora mismo estoy acojonado por el futuro, porque ahora los libros se venden mucho menos, está el problema del pirateo…Este es un libro en el que yo empecé a trabajar hace unos años, en una etapa muy dura de mi vida en la que dejé de escribir y que cuando acabé Me hallará la fin, volví a él y luego estuve dos años. Al final, le he dedicado tres años y claro, escribir libros a los que les dedicas tres años y luego te los piratean… Por eso no le veo futuro a esa serie de episodios nacionales, es una pena, pero yo vivo de esto y claro, cada vez vives más modestamente y al final no puedes dedicarle tres años a una novela.
P. ¿Y un consejo para un escritor joven?
R. Que se busque un trabajo que le permita vivir. Ese es el mejor consejo que puedo darle.
"Los escritores hoy en día son auténticos lacayos del poder establecido"
"Los escritores hoy en día son auténticos lacayos del poder establecido" - Ritmos XXI
Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) es una de las voces más personales de la literatura contemporánea. Multipremiado a lo largo de su carrera (Premio Planeta, Biblioteca Breve, Privamera...) que comenzó con shishis y que, de momento, tiene en Morir bajo tu cielo, su última entrega. Entre medias, títulos que ya forman parte del imaginario colectivo como La Tempestad o Las Máscaras del Héroe. Combativo y poelimista decidido, desarrolla además su tarea de articulista en ABC y en el dominical XL Semanal.
A unas frioleras cuatro de la tarde, puntual, enmarcado bajo el dintel de la puerta de la cafetería de un hotel del Madrid castizo, De Prada, grande, aparece. Saludos de rigor, primeras palabras para calentar el ambiente y en cuanto hemos pedido sendos cafés, comenzamos con la artillería pesada. El periodista con sus preguntas y el entrevistado, fiel a sí mismo, con sus respuesta.
P. En casi todas sus novelas existe un conflicto jovenlandesal… ¿es usted un escritor jovenlandesal?
R. Yo creo que al final uno siempre está escribiendo el mismo libro. Probablemente uno no es consciente y sí que es verdad que en mi obra siempre hay conflictos jovenlandesales, más que un conflicto jovenlandesal. Quizá en esta [Morir bajo tu cielo] haya más de uno. Pero sí, en todas hay una exploración sobre lo que es nuestra actitud ante dilemas jovenlandesales, ante la borrosa frontera de la respuesta a esos dilemas, dónde está el bien, dónde el mal, cómo a veces los villanos acaban siendo héroes y viceversa…
P. Con matices distintos, pero hay cosas que me recuerda a Baudelaire, y es un interés intelectual por el mal…
R. No es tanto interés, te confesaré. Más allá de que Baudelaire retrate el mal, la fascinación que pueda haber no obsta para que él identifique el mal, que quizá sea lo que falta en el arte de nuestra época. El mal se ha banalizado y se presenta como bien, o no se juzga jovenlandesalmente. En ése sentido sí hay un interés en mi obra por mostrar el mal, algo que en general, el arte contemporáneo ha dejado de mostrar o lo muestran de una forma banalizada, tratando de presentarlo como algo no malo o como algo irreparable, como algo monstruoso pero que es irreparable. La posición que hay en mis novelas es que, efectivamente el mal existe en nuestras vidas, en nuestra naturaleza, pero que puede ser vencido.
Sucede algo parecido con la libertad humana, que el concepto teológico de libertad ha sido sustituido por el concepto, digamos, político, revolucionario, liberal… Entonces, el concepto clásico, que es que la libertad humana es la capacidad del hombre para elegir el bien, se ha extraviado.
P. Todos sus personajes, son tremendamente libres y casi siempre, fracasados, desahuciados…
R. Es que al final, los perdedores tienen un potencial literario que no tienen los vencedores, porque la persona que está en una situación difícil desarrolla una humanidad mucho más potente, más palpitante y desgarrada. Y es verdad que en mi obra, los personajes más importantes son perdedores… probablemente sea un acto de fraternidad del autor con sus personajes, porque de alguna manera también me considero un perdedor.
P. He leído por ahí que con sus personajes tienes una relación extraña, que cuando escribes la novela, te separas de ellos.
R. Sí, pero es inevitable. Son hijos que ya has criado y que se tienen que buscar la vida. Un escritor necesita seguir creando nuevas ficciones y para ello necesita nuevos personajes. Pero ya te digo, es algo natural.
P. ¿Vive también la novela en la dictadura de lo políticamente correcto?
R. Las ideologías son construcciones que tratan de suplantar la realidad. Es inevitable que una época como la nuestra, que es una época absolutamente ideologizada, se dé esa dictadura, esa construcción de lo políticamente correcto que cuando uno trata de mostrar la realidad, provoque reacciones muy enconadas. Desgraciadamente, esto es así. Y luego, en contra de la visión idílica y sencilla que tiene la gente de la democracia, yo creo que vivimos en una época en la que el control social que decía Markuse, es asfixiante, de tal manera que las mentes han sido ya formateadas en una serie de convenciones e ideas que al sistema le interesa que profese.
P. ¿También en la literatura?
R. Sin duda. Yo te diría que los escritores hoy en día son auténticos lacayos del poder establecido. Es muy difícil leer una novela en la que no estén todos los clichés de lo políticamente correcto.
P. Y quién va a contracorriente, ¿qué?
R. Vende menos, no te quepa la menor duda. Pero es que la gente está cretinizada. Las masas no soportan que se ponga en cuestión sus esquemas mentales cómodos. A mí esto me ha costado aceptarlo. Cuando empecé a escribir, a medida que fui adquiriendo madurez y me fui rebeleando contra esta dictadura de lo políticamente correcto, pensé que iba a suceder todo lo contrario; que iba a vender muchísimo más. Esto es lo que le ocurre al protagonista de El país de los ciegos un cuento maravilloso de Wells. Él es un alpinista tuerto que llega a un país de ciegos y que se dice: está es la mía, me voy a convertir en el puñetero amo de esta ciudad. Y se ve cómo no sucede así, como poco a poco los ciegos le van arrinconando hasta que si quiere seguir viviendo en esa sociedad, tiene que aceptar que le arranquen los ojos. Esta es una enseñanza que cuesta aceptar. Pero tampoco hay que recriminárselo a la gente, que ha sido masificada y que para sobrevivir y para no vivir todo el día encabronado, necesita adaptarse y asimilar las convenciones establecidas.
P. Y si vendes menos, usted que vive de esto, ¿le merece la pena?
R. Al final uno tiene un compromiso con su obra, con aquello en lo que crees. Esta es la razón de ser del escritor. El día que no lo tenga, será un producto de mercado. Me imagino que Valle Inclán cuando se proclamaba carlista y escribía sus obras contra la Restauración, probablemente se plantearía: si yo le hiciese la pelota a Alfonso XII o a Alfonso XIII, me iba a ir mucho mejor. El escritor tiene que asumir las consecuencias de sus elecciones intelectuales, jovenlandesales, estéticas…
P. ¿No es Morir bajo tu cielo una metáfora del momento actual? Un momento de desintegración…
R. Sin duda. El 98 yo creo que es el acontecimiento que marca el tono anímico del siglo XX español. Y lo que estamos viviendo ahora, que no deja de ser el final del siglo XX y el inicio del XXI, de alguna manera, repite aquellos modelos del 98. Pero creo que en aquel momento, España tenía una fibra jovenlandesal mayor, muy dañada, pero mayor que la de hoy. Hoy, hay un fatalismo tremendo, una mayor incapacidad para enfrentarse a la realidad. Pero de alguna manera, las coordenadas son las misas, incluso políticamente porque el 98 no deja de ser el fracaso del sistema de la Restauración y ahora estamos asistiendo al fracaso del sistema de la tras*ición; también en la corrupción del sistema partitocrático, del sistema de alternacias… Hay una serie de notas muy semejantes. El equivalente a las guerras de aquellos días, son hoy las guerras económicas.
P. Pero hay algo que no ha mencionado y que sí aparece en tu novela y es que entonces, en Filipinas, hubo héroes y actos heroicos… ¿no hay paralelismos hoy de aquello?
R. Pero no nos engañemos, los últimos de Filipinas eran parias, salvo los dos oficiales que estaban al mando del destacamento. Les dieron una medalleja y una pensión paupérrima. Parias eran, parias siguieron siendo y parias murieron. Hoy existe gente heroica, que probablemente también son parias. En esta novela lo que yo trato de mostrar es cómo quienes tienen mayores responsabilidades y ser los primeros en sacrificarse, viven cómodamente en los despachos y al final, los sacrificados son los pobres, las personas que sin comerlo ni beberlo padecen las consecuencias de las catástrofes que han provocado quienes están en los despachos.
P. Buenos vasallos y malos señores, ¿no?
R. Sí, yo creo que ese es el gran drama de España. Y me temo que si analizamos nuestra historia, nos damos cuenta de que ha sido una constante, sobre todo en los dos últimos siglos. Desde la Guerra de Independencia hasta nuestros días, España ha estado siempre en manos de malos señores.
P. También es una novela de causas perdidas.
R. Sin duda. Las ideas que defienden los personajes son ideas absolutamente derrotadas.
P. ¿Es un hombre de causas perdidas?
R. Sin duda, porque las causas perdidas hoy pueden ser las causas de la victoria de dentro de cien años. Alguien tiene que mantener encendida la llama. La frase evangélica de que la semilla para dar vida, tiene que morir, de alguna manera, uno se lo tiene que aplicar. Probablemente, las ideas que uno defiende hayan sido derrotadas, pero no tienen que ser enterradas.
P. ¿Y qué ideas son?
R. Mis ideas son muy antimodernas y hoy en día la gente es muy lacaya de la modernidad. Las personas se distribuyen en izquierda y derecha. La declaración de guerra a la modernidad, entre los intelectuales españoles yo creo que nadie la hace. Buscan cobijo entre los negociados de izquierda y derecha, que no deja de ser un juego, un paripé. Hay un pasaje maravilloso de Agustín de Foxá en el que describe el Parlamento como si fuese una obra de teatro en la que Don Juan y Don Luis Mejía, que se enfrentan en escena y que al acabar la representación, vuelven a ser amiguetes y se van al bar del Congreso a tomarse unas copas y a reírse. Entonces, digamos que la modernidad hace posible esto, igual que hace posible que el intelectual se arrime a un negociado o a otro. Pero la respuesta contra la modernidad está prácticamente aplastada.
P. Siempre han dicho de su estilo que utiliza un lenguaje antimoderno.
R.A mí eso del lenguaje anti moderno o no, la verdad es que me da bastante igual. Generalmente, la gente que dice que eres pedante o que tienes un lenguaje vetusto, básicamente, son analfabetos funcionales con un lenguaje muy limitado, con un lenguaje de telediario. Mi lenguaje es el español de un escritor que abomina de las modas literarias.
P. Pero es evidente que existe un problema de lenguaje en la literatura ¿no?
R. Hay un problema de registro lingüístico, mas que de lenguaje. La gente, a medida que va empobreciendo su lenguaje, tiende a pensar que el registro lingüístico es el suyo. Pues no. Y esto no hace a un escritor ni mejor ni peor. Pensemos, por ejemplo, en un Baroja. Baroja tenía un registro lingüístico bajo, mientras que Valle Inclán tenía mucho más registro. ¿Es mejor el uno que el otro? No. Lo importante es que cada uno utilice su registro lingüístico al servicio de su escritura, de su estilo. El estilo no consiste en poner unas palabras u otras o en utilizar frases largas o cortas, consiste en que el lenguaje esté adaptado al universo que quieres mostrar al lector.
Ser un escritor barroco no es, como piensan los analfabetos, escribir de forma rebuscada. Ser barroco es tener una visión del mundo barroca, conflictiva, en el que se ve la huella del pecado, el dolor, las pasiones tumultuosas… Esto, quien no lo entienda, es que no sabe nada ni de literatura ni de arte y a esa gente es mejor dejarla con sus paridas de si esto es un lenguaje pedante o no…
P. El concepto de estilo quizá se ha extraviado.
R. Claro. Eso tiene que ver también con la pérdida de los conceptos aristotélicos. El hilemorfismo nos enseñaba que el fondo y la forma eran una misma sustancia, no se pueden disociar. La modernidad considera que sí y por eso se dice que la Monarquía tiene que modernizarse, despojarse de su forma y quedarse con su fondo. Mentira. Y lo hemos visto. En cuanto la Monarquía se ha despojado de su forma se convierte en una fruta cosa. O se dice que la Iglesia tiene que modernizarse, abandonar sus viejas formas. Mentira.
Fondo y forma son una misma sustancia y el hombre moderno ha perdido esta noción y considera que el estilo es poner de vez en cuando una palabra rara, de estilo rimbombante… Pero ante esto, yo cada vez más he optado por el silencio. Hay que seguir el ejemplo de Jesucristo en el Pretorio, cuando le dice a Pilato que él es la verdad y le respondió Pilatos: “¿qué es la verdad?”. Jesucristo se queda callado. Yo creo que hay que optar por el silencio. Pero sí, todo esto empobrece muchísimo el debate estético e intelectual.
P. El hombre moderno, supongo.
R. Ahora estoy escribiendo una serie de artículos en el Semanal, que se titular Un hombre nuevo, que tratan precisamente de eso, del hombre moderno y de cómo la modernidad ha tratado de constuir una nueva religión que sustituyera a la religión. El hombre nuevo de San Pablo, nuevo a través de la fe, quiere ser sustituido por otra hombre nuevo de la modernidad, a través de las ideologías y el paso medio para elaborarlo es la masificación, el hombre-masa de Ortega. Ése es el objetivo de la modernidad. Y claro, hay cuestiones que el hombre de nuestra época no entiende y aquí estamos hablando de una cuestión estética, del estilo… No obstante, y para no ser absolutamente pesimista, no debemso olvidar que los hombres del renacimiento consideraban el arte gótico como un arte bárbaro, que los grande sabios renacentistas, se dedicaron como hijos de la gran fruta a raspar las paredes de las iglesias y quitar los frescos del Giotto, los macho cabríoes, y llenaron las iglesias de capillitas grotescas y cuadros absurdos y repetidos. Desgraciadamente, esto ha sido siempre así, siempre ha habido una incomprensión profunda a la tendencia estética que no se adecua al momento, y quien dice estética puede decir ideológica, religiosa…
Es un drama, pero ese es uno de los rasgos del hombre moderno. Es la aplicación del mecanicismo cartesiano. Descartes ve la naturaleza como si fuese un reloj, que responde a fórmulas matemáticas. Entonces es aplicar el tirano de turno o la ideología de turno o la época histórica, para crear una nueva sociedad desde la nada, dejando lo anterior fuera. Esta es la base sobre la que se sustenta la modernidad; el desprecio de la tradición, sustituir el plebiscito de los siglos por el plebiscito del momento.
P. Sus ideas no son modernas, pero no puedes evitar ser hijo de su tiempo ¿no?
R. Sin duda. Yo soy una persona comprometida con mi tiempo, en un sentido amplio de la palabra. Pero, precisamente por eso, creo que no debo rebajarme a aceptar como si fuese algo inamovible lo que mi época es, porque si no habría rebeldía. Si yo acepto como dogmas de fe todos los presupuestos sobre los que se genera el clima intelectual en el que estamos hoy, dejas de ser un escritor, te conviertes en un pelele.
P. Umbral o Cela, por citar dos autores que le son conocidos, necesitaban vivir literariamente… ¿usted?
R. Ellos vivieron en otra época muy distinta. Eran escritores extraordinarios, pero creo que no tenían esta visión de combate que tengo yo. Digamos que eran escritores más amoldados al sistema. Tenían un combate estético, pero creo que no estaban en la batalla de las ideas. Eran estetas superdotados. Pero para identificar el modelo que yo postulo tendríamos que remontarnos al 98, a un Miguel de Unamuno, un escritor que está tanto en la batalla estética como en las literarias. Pero Umbral y Cela fueron para mí fundamentales en mi formación, y probablemente los escritores de hoy no participen del combate estético del que participaron estos.
P. Quizá porque el mundo literario se ha mercantilizado…
R. Es muy triste, pero desgraciadamente es así. Las grandes editoriales están conviertiendo su labor en una búsqueda desenfrenada y casi siempre infructuosa de buscar el negocio, y esto en una época de crisis está haciendo que bajen el listón muchísimo y de manera patética.
P. ¿Qué dice de nuestra sociedad que lo más vendido sean libros eróticos y de factura literaria, cuando menos, mejorable?
R. Vamos a ver, hay una depauperación mental, estética, jovenlandesal y todo lo que tú quieras, pero esos fenómenos han existido siempre, aunque quizá no de forma tan indecorosa. Pero libros malos que han tenido éxito los ha habido siempre. Yo por ejemplo, cuando veo melodramas de Hollywood de los años 40 ó 50, digo voy a leerme la novela y resulta que es un horror, que son novelas malísimas, quizá mucho más recatadas y mejor escritas, pero malas a fin de cuentas.
Además, que haya obras malas a mí no me parece tan peligroso como que las editoriales, como están desesperadas, ante el éxito de 50 Sombras de Grey, sólo quieran publicar libros de marujas que se hacen dedos pensando en señores que les azotan. Entonces, de repente, tienes una oleada turística de novelas así. Pasó con el Código Da Vinci y las doscientas mil novelas de templarios que vinieron después. Pasa con los novelistas de serie de color nórdicos, que ahora también en España escribimos novelas de serie de color nórdicas, como no tenemos fiordos, las ambientamos en los Pirineos… Esto lo que genera es un envilecimiento progresivo de la cultura. Pero es verdad que siempre ha ocurrido esto, pero ahora existe la tiranía del mercado que hace muy difícil que otro tipo de libros puedan convivir con estos.
P. He leído que a la Feria del Libro nunca va con gusto ¿por qué?
R. Es que no creo en el contacto entre novelista y lector, porque creo que el autor debe dar lo mejor de sí en sus obras. Me pone nervioso el contacto con el lector, primero, porque temo defraudarlo y también, porque yo me quedo defraudado con él. No creo que aporte mucho esa relación, que es más un producto del márquetin que otra cosa. Aunque bien es verdad, que no me niego a ir porque entiendo que los editores quieren que vayas y te toca jorobarte y vas, pero yo creo que es contraproducente. A mí mucha gente me dice: yo me lo imaginaba más simpático. Ya, nos ha estropeado. Y yo a usted como si fuese Julia Roberts (risas). Además, yo soy una persona bastante vulgar, con hábitos vulgares. En ese sentido, yo soy un antiromántico. Lord Byron quería hacer de su vida una obra de arte. Yo me conformo con lo de la obra, y con dificultades.
P. Sus primeras lecturas fueron, sobre todo, libros de poesías y seguro que tienes escritos poemas ¿nunca se ha planteado publicarlos?
R. No, no… yo era mal poeta. Lo dejé y lo celebro porque dado mi temperamento artístico, mi vehemencia, si hubiese sido poeta, Neruda hubiera parecido San Juan de la Cruz a mi lado, hubiera escrito una poesía demasiado frondosa, telúrica… Lo dejé, pero además, muy joven.. a los 20 años. Además, probablemente ya no existan esos poemas porque los haya tirado porque, fíjate, ahora guardo mis manuscritos, no tanto por vanidad, sino porque mis padres me dijeron que lo que hacia era una barbaridad y porque yo escribo siempre a mano y luego tras*cribo o me tras*criben y corrijo desde el ordenador y una vez me robaron el ordenador y perdí una novela entera. Desde entonces empecé a guardar los manuscritos, porque yo una vez se había pasado al ordenador, tiraba la novela o el cuento o lo que fuere, pero eso es desde hace poco así que probablemente, esos poemas no existan o les haya perdido la pista.
P. Debe ser ya el único escritor que escribe a mano…
R. Es que me cambia el estilo. La relación del artista con su instrumento de trabajo es una relación muy personal. [Dirigiéndose a Mario, el fotógrafo] Tú que eres fotógrafo lo sabes ¿verdad?, no se hacen las mismas fotos con una cámara que con otra [Mario asiente]. Y fíjate, ¡esta es otra de las cosas que se niegan hoy!, porque hoy se presenta una visión del hombre como un ser que se adapta a todas las situaciones y esto es falso, de tal forma que tú [de nuevo, dirigiéndose a Mario] pasas de la cámara de revelado a la digital y que no pasa nada. ¡Esto es mentira!. El artista necesita comunicarse con el mundo, y lo hace a través del instrumento que elige para su trabajo. Entonces, cuando el instrumento es distinto, tu forma de comunicarte también es distinta. Parece mentira, pero esto es una cosa que no se dice. Además, yo creo que el empobrecimiento de la literatura tiene que ver con las máquinas, porque el ordenador facilita muchísimo la escritura y al facilitarla, hace también que bajes la guardia y al bajarla, haces frases más cortas, utilizas un lenguaje más sencillo, rehúyes las complejidades… La máquina simplifica todo, simplifica el arte, y por lo tanto lo trivializa; simplifica las decisiones jovenlandesales… Si a ti ahora te dijeran que si quieres apiolar a tu peor enemigo que está ahí y tienes que hacerlo con un cuchillo jamonero, probablemente no harías nada, porque tienes que ir, asestarle veinte tortas, escapar sin dejar huellas. Pero si te dicen que puedes matarle apretando un botón de ordenador… es mucho más fácil. Este es el problema.
P. Es algo así como que el trabajo artístico ha ido dejando ser trabajo artesanal.
R. Es que, en contra de lo que se suele decir, cuando eso se da, el arte se empobrece.
P. ¿Y por qué no escribe un libro que se titule Elogio de la tradición?
R. Es que esto no tiene tanto que ver con la tradición, sino una actitud crítica hacia la tecnología, que no es actitud contraria, no es cerrazón, sino capacidad de situarte ante la tecnología racionalmente. Porque la tecnología no es neutra y el artista tiene que posicionarse frente a ella. Pero vamos, que esto no es nuevo; le ocurrió a nuestros abuelos cuando tuvieron que dejar la pluma y coger el bolígrafo. No es algo propio de nuestro tiempo, pero sí es mucho más ahora porque los avances tecnológicos se dan de forma exponencial, porque no es lo mismo el paso de la pluma al bolígrafo, que de la maquina de escribir a las computadoras tal y como son ahora, que pones una falta de ortografía y te la corrige, que señala errores sintácticos, pero que, como es limitada, cuando escribes una frase un poco compleja, en la que el sujeto está un poco escondido, la máquina se vuelve loca.
P. Aspira a crear escuela entre escritores jóvenes.
R. No, no. En todo casi aspiraría a crearla entre los que todavía no existen. Porque yo creo que en mi época lo tengo crudo, aunque ojalá me equivoque. Pero a medida que pase el tiempo, creo que mi malditismo será cada vez mayor y mi ostracismo será cada vez mayor. Lo que sí piensas es que puede venir una generación que te desempolve y creo que hay más posibilidades de esto que de crear escuela. Pero esto le ha ocurrido a muchísimos escritores, que fueron despreciados por sus contemporáneos y apreciados por generaciones siguientes.
P. Y al contrario ¿no?, porque ahí está por ejemplo Maeztu o García Serrano.
R. Bueno, pero es que estos no es que no sean apreciados, es que han sido ocultados.
P. Ha dicho que La Tempestad es su peor novela, pero es la novela que le permitió vivir de escribir...
R. Eso te enseña mucho sobre la dura realidad de este oficio. Tu peor novela es la que más ha gustado a la gente, bueno, pues esto es así de duro. Y no sólo en España, porque fue Premio Planeta en una época en la que el Planeta era la leche, y tuvo muchísimo éxito fuera. Pero no es que yo piense que es mi peor novela, es que pienso que es mi peor novela con diferencia. Es mi novela menos ambiciosa, la escribí casi como un divertimento.
P. Me hallará la fin a mí me parece su mejor novela.
R. No sé si es mi mejor novela, pero si hubiera que poner una lista de diez virtudes que debe tener una novela, Me hallará la fin, de todas mis novelas, probablemente sería la que más se ajustaría a esa lista, incluso podría decirte que para mí, es mi mejor novela. Pues bien, es la que menos he vendido de toda mi vida. Es verdad, que los libros se venden hoy muchísimo menos, pero Morir bajo tu cielo se ha vendido más. Se está vendiendo dentro de lo que se venden hoy los libros. Con esto no quiero decirte que el público es petulante, pero sí que es evidente que hay una serie de factores que hacen que un libro no guste. Por ejemplo, creo que Morir bajo tu cielo, es un libro menos oscuro que Me hallará la fin y creo que ése puede ser un factor. Pero no lo sé… son misterios.
P. Tiene la intención de que Morir bajo tu cielo sea el inicio de una serie de Episodios Nacionales ¿no?
R. (Resopla) Pues no lo sé… Es que es muy difícil. Yo ahora mismo estoy acojonado por el futuro, porque ahora los libros se venden mucho menos, está el problema del pirateo…Este es un libro en el que yo empecé a trabajar hace unos años, en una etapa muy dura de mi vida en la que dejé de escribir y que cuando acabé Me hallará la fin, volví a él y luego estuve dos años. Al final, le he dedicado tres años y claro, escribir libros a los que les dedicas tres años y luego te los piratean… Por eso no le veo futuro a esa serie de episodios nacionales, es una pena, pero yo vivo de esto y claro, cada vez vives más modestamente y al final no puedes dedicarle tres años a una novela.
P. ¿Y un consejo para un escritor joven?
R. Que se busque un trabajo que le permita vivir. Ese es el mejor consejo que puedo darle.