JOSEP MARÍA POU. Mollet del Vallès, Barcelona, 1944. Uno de los grandes cumple 50 años actuando y lo hace con doble éxito: El reino se estrena mañana tras una avalancha de elogios en San Sebastián y Moby Dick llena y llena. Se quiere jubilar, pero no le dejan.
Cumple usted este otoño 50 años de carrera. ¿Recuerda su primer día?
Perfectamente. El 2 de octubre del 68 pisé por primera vez un escenario como actor profesional con sueldo y contrato. Y no fue una noche cualquiera. Fue en un escenario como el teatro Español de Madrid y con un estreno que fue en revolucionario en su tiempo: el Marat-Sade que dirigió Adolfo Marsillach y marcó un antes y un después en el teatro español. En forma y en contenido. Fue la primera vez que se estrenó un texto comprometido políticamente y revolucionario durante el franquismo.
¿Acordarse así de bien es memoria o nostalgia?
Si la nostalgia es aquello de cualquier tiempo pasado fue mejor, no lo soy en absoluto. Por mucho que lo escribiera un gran poeta como Jorge Manrique, es un pensamiento negativo y conservador, un freno para demasiadas cosas. Yo creo lo que dice una canción de Frank Sinatra: que lo mejor está todavía por llegar. No soy nostálgico, pero tengo memoria. Recuerdo perfectamente esos 50 años de carrera paso a paso, los momentos buenos y los malos, que son pocos. Porque he tenido la buena suerte de estar trabajando siempre. Aunque me da un poco de apuro decirlo en este momento social y laboral, no he estado en el paro ni un día de esos 50 años. Me siento tremendamente afortunado y privilegiado.
Y a punto de cumplir 74 años, tras haber trabajado 50 sin parar y con la vida resuelta, ¿no tiene la tentación de bajar el ritmo y vivir la vida?
Sí, sí, la tentación la tengo toda. No ya de rebajar mi ritmo de trabajo, que es más fuerte que nunca, sino de retirarme del todo. Ese es mi deseo. He leído recientemente entrevistas a dos actrices a las que quiero y admiro como Concha Velasco, a la que deseo que se recupere rápido, y Lola Herrera, y ambas dicen que tienen auténtica necesidad de seguir haciendo teatro y que no piensan abandonar nunca. Y yo las entiendo, pero no es mi caso. Yo cada vez que salgo a trabajar pienso que estaría mejor en mi casa leyendo o rascándome la barriga. Y que ya me lo merezco. Levantarme una mañana y pensar "no tengo nada que hacer", ser dueño de tu tiempo. Eso debe ser maravilloso. Así que sí, pienso en dejarlo. Con Moby Dick tengo gira firmada hasta junio de 2019 y a menudo pienso que va a ser mi último espectáculo. No lo sé seguro, pero puede ser. Siempre me pasa lo mismo, me contrato a mí mismo para hacer un número de funciones reducidas, pienso que en dos meses lo liquido, y luego me encuentro de gira dos años.
¿No sabe decir no?
Una vez que estreno un espectáculo, me siento responsable de él y, si hay demanda, no soy capaz de dejarlo. ¿Cómo voy a dejar a los teatros, el público y la compañía sin un buen espectáculo con éxito porque el señor Pou quiere rascarse la barriga? Soy incapaz. Es una condena y una satisfacción porque, a esta edad, los premios son los buenos personajes.
Como Ahab, ¿aún persigue su ballena blanca? ¿Hay algún personaje que le obsesione y no haya logrado interpretar?
Hay algunos personajes que eran mi ilusión como actor y se me han escapado entre los dedos como arena. Hubiera dado la vida por hacer Cyrano de Bergerac, el Willy Loman de fin de un viajante y el profesor Higgins de Pigmalión y de My fair lady. Lamentaré siempre no haberlos hecho.
¿Y su preferido de los que sí ha hecho?
El rey Lear es el más grande personaje al que puede enfrentarse un actor. Para los ingleses es como el Everest. Y normalmente los actores esperan al final de su carrera para interpretarlo, porque es un maldito personaje que es un viejo de 80 años, pero exige al actor una cantidad de energía que a esa edad ya no tienes. Hay que interpretarlo antes, entre los 50 o 60 años, que aún tienes la energía suficiente para soportar el peso de un papel así. Yo tuve la suerte de hacerlo a esa edad y me cambió la carrera: a partir del rey Lear, soy otra clase de actor y de persona. Cuando acabas de hacer un personaje así sales tras*formado. Ése es el milagro de esos personajes, no sales indemne de ellos. Tus personajes te conforman la vida. Te cambian el carácter y la personalidad. Yo soy el Josep María Pou que soy por los personajes que he hecho.
¿Y qué Pou es ése?
Uno al que ser actor le ha hecho mejor persona. Si tú no eres un trozo de madera insensible, si eres una esponja, este oficio te da más posibilidades de ser una persona huevonuda que casi cualquier otro. Porque te colocas permanente en lugares muy diferentes para interpretar un personaje, y vivir en esas otras personas y experiencias te ayuda a descubrir un montón de cosas de ti mismo que de otra manera no descubrirías. tras*formarte en otros te tras*forma a ti.
España es amable con la corrupción, su carácter ha sido siempre muy laxo en materias de jovenlandesal y leyes
'El reino' entra a degüello en el tema de la corrupción política. ¿Va a ser la guerra civil de nuestra época, el tema de referencia a la hora de hacer ficción sobre estos años?
Sí, si tuviéramos que hacer un resumen de estos últimos 20 años en España, la corrupción sería la enfermedad principal de la sociedad española. No sólo de la política, que también, pero es un mal tristemente habitual en toda la sociedad. Es una tentación que está al alcance de la mano y mucha gente sucumbe. No estamos enfermos de mordida como en algunos países latinoamericanos, pero tampoco podemos pensar que es sólo cosa de la política. Lo que sucede es que en la política es especialmente imperdonable y frecuente.
¿A qué lo achaca?
Hay unas últimas generaciones que parece que se acercan a la política con más voluntad de sacar tajada que de servicio. Tenemos unos políticos que no están preparados en lo jovenlandesal y ético para resistir todas esas tentaciones que se les presentarán en el camino. Es un problema de debilidad. Ya no se acercan los mejores a la política. Falta categoría y lo estamos viendo con el nivel infantil de unos debates parlamentarios cuya finalidad última es enmierdar y enredar, no construir y gobernar. Se acercan personas con unos interese espurios de los que ni ellos mismos son conscientes por falta de experiencia vital. A menudo se delatan con un simple tuit de dos líneas. Es muy general, por desgracia.
¿Es España especialmente amable con la corrupción?
Claro. El que se te sienta al lado presume de que consigue todas las facturas sin IVA. Yo hace unas semanas tuve que realizar unos pagos por una obra que dependía de mí y, en cuanto me acerqué a pagar la factura, me ofrecieron hacerla sin IVA. Y con toda la normalidad el mundo, sin tan siquiera bajar la voz o llevarte a la trastienda para disimular. Por lo que doy por supuesto que lo hacen todo el rato. Lo que pasa es que el carácter del español ha sido siempre muy laxo en materias de jovenlandesal y leyes. Todo el mundo se ha jactado de ser valiente para desafiar las leyes hasta que ha llegado un momento en el que se ha tomado como algo normal, y no debería serlo.
¿Se infravalora el teatro en el panorama de la cultura española?
Te contesto con el tópico "me alegra que me hagas esa pregunta". El teatro no tiene la repercusión proporcional a su éxito, porque parece el hermano pequeño de cine y televisión, pero los espectáculos se llenan. Y yo muchas veces voy al cine y estamos dos o tres personas en la sala. Eso no pasa en el teatro. Veo que cada vez está más mezclada la información cultural con la de la vida social, a veces ni se distinguen, y el teatro no ha entrado en ese juego. Cualquier cosa que pasa alrededor del mundo del cine y la televisión tiene cabida en los medios porque se considera que es parte del mundo de la farándula, que es un término muy mal elegido. A mí se me ponen los pelos de punta cada vez que escucho a esos que hablan de Gran Hermano VIP referirse a los participantes como "gente de la farándula". Me dan ganas de gritar "me gusta la fruta" a la pantalla, con perdón. Farándula es una palabra sagrada, es la gente que forma parte de la gran familia de los actores, no aquellos que viven de la noche.
Usted se ha posicionado a favor de Lluís Pasqual, en el caso que ha acabado con su salida del Teatre Lliure.
Sí. En el caso de Pascual, más allá de su temperamento, que desconozco porque no he trabajado con él, me produce una tristeza inmensa cómo se ha desarrollado la situación con una persona de una importancia enorme en el teatro español y que merecía un final mucho más digno y más grande. Lo lamento profundamente por él y por mi oficio.
Todo comenzó por la acusación de una actriz de vejarla durante los ensayos. Ese límite difuso entre la exigencia y el despotismo en el mundo de la creación artística es un tema delicado y habitual. ¿Es necesaria esa dureza para lograr lo máximo?
Despotismo es una palabra muy antiestética, digamos mejor autoridad. El creador debe tener su autoridad. En mis 50 años de carrera me he encontrado con directores muy duros y exigentes, que gritaban mucho y ponían muy nerviosos a los actores, y a otros que van como la seda. A veces, un grito a tiempo no es tanto un maltrato como una herramienta en la que tácitamente están de acuerdo actor y director parar provocar reacciones y descubrir cosas. El director tiene derecho a usar esos mecanismos hasta un punto. Pero yo llevo dirigidas 12 funciones y no he pegado un grito en la vida. Quizás porque soy actor...
¿Se presta más atención al teatro en Barcelona que en Madrid?
Sí, aunque Madrid en los últimos años ha ganado muchísimo terreno con el Teatro del Barrio, Alberto San Juan, Andrés Lima. Miguel del Arco... Se ha dinamizado muchísimo. Barcelona siempre estuvo mucho más activa y generó más autores y directores. En Madrid todavía se sigue haciendo demasiado teatro de repertorio de los años 50, no sé si por desconocimiento o por pereza.
¿Cómo ha afectado el 'procés' a la cultura catalana?
Hay un parón evidente. Y lo más grave es que ese descenso de actividad se ha traducido también en un descenso de la asistencia del público. El primer trimestre de la temporada pasada, que coincidió con aquellas fechas del 1-O, sólo los cuatro teatros de Focus en la ciudad perdieron 24.000 espectadores. Si le sumas el resto... Es dramático. El público dejó de ir al teatro radicalmente, pendientes únicamente de la vida política del país. En Cataluña se vive un estado de angustia, incertidumbre e inquietud que no anima nada a ir al teatro, a cenar o a lo que sea. La cultura en Barcelona está pagando un peaje muy elevado por el procés.
Le han ido a nombrar 'Catalán del año' en el año más complicado de la historia reciente de Cataluña...
Qué me vas a contar... Pensé que estaba en la lista para rellenar, nunca en mi vida he estado tan seguro de que no iba a ganar un premio, por eso me emocioné como pocas veces. Y lo agradezco especialmente porque ha sido un año en el que me han hecho sentir que soy un mal catalán porque no estaba de acuerdo con cómo se estaba llevando el procés ni con muchas de las cosas que se han hecho en su nombre. No quiere decir que no esté de acuerdo con el afán de replantear algunas cosas de la relación con España, pues todos los pueblos tienen derecho a revisar sus relaciones, pero evidentemente no estoy de acuerdo con actuar fuera de la ley.
¿Está tan dividida la sociedad catalana como a menudo parece desde fuera?
En los dos últimos años se han creado un clima de confrontación y dos equipos: ellos y los malos. Y eso afecta a cualquier familia o grupo, pero en la calle no existe ese clima. Veo canales de televisión en los que parece que en Cataluña nos estamos dando de palos desde que vamos a comprar el pan por la mañana hasta la hora de la cena, y no es verdad. Desde fuera se exagera con eso, la vida diaria no ha cambiado tanto. El problema es que Cataluña vive ahora en el terreno de las emociones en lugar de en el de la razón, y eso es malo. Lo que sí sucede y da pena es que, para evitar el conflicto con alguien que sabes que es más o menos exaltado, evitas la conversación. Hay una autocensura con temas que, desde hace dos años, es mejor no hablar. Y eso me joroba mucho y condiciona la vida personal.
En sus columnas de opinión en 'El Periódico' no se ha escondido...
Me insultan mucho en internet, de me gusta la fruta y traidor para arriba, en cuanto hago la más mínima referencia a mi disgusto con cómo se está llevando el asunto, pero es lo que hay. De todos modos, ahora soy algo más optimista, noto un cierto cambio en las formas y los procedimientos. Me parece que los líderes independentistas están bajando a la realidad después de unos años viviendo en las nubes, desde dónde han engañado y mentido a muchos ciudadanos. Cosa que ahora reconocen hablando, como el señor Puigdemont, de plazos de 20 años. Ay, cuán largo me lo fiáis... En todo caso, me alegra que bajen a tierra.
¿Ve factible una solución negociada y próxima?
Tengo enormes esperanzas en que se va a encontrar un punto de confluencia a través de la mejor arma que tiene el pueblo: la política bien ejercida, que es el arte de la buena relación. En cuanto se aplique la política inteligente y no la de votos, se va a solucionar y creo que será en un plazo razonablemente corto. El clima tenso está mejorando. Este Gobierno es más sensible y el independentismo va asumiendo que no se va a independizar de esta. Empieza a entender que ha actuado como en una subida de fiebre de 40 grados, en la que parecía que todo era muy fácil... y no lo es.
Josep Maria Pou: "Me han hecho sentir un mal catalán por no estar de acuerdo con el procés" | Cultura
---------- Post added 27-sep-2018 at 16:04 ----------
Cumple usted este otoño 50 años de carrera. ¿Recuerda su primer día?
Perfectamente. El 2 de octubre del 68 pisé por primera vez un escenario como actor profesional con sueldo y contrato. Y no fue una noche cualquiera. Fue en un escenario como el teatro Español de Madrid y con un estreno que fue en revolucionario en su tiempo: el Marat-Sade que dirigió Adolfo Marsillach y marcó un antes y un después en el teatro español. En forma y en contenido. Fue la primera vez que se estrenó un texto comprometido políticamente y revolucionario durante el franquismo.
¿Acordarse así de bien es memoria o nostalgia?
Si la nostalgia es aquello de cualquier tiempo pasado fue mejor, no lo soy en absoluto. Por mucho que lo escribiera un gran poeta como Jorge Manrique, es un pensamiento negativo y conservador, un freno para demasiadas cosas. Yo creo lo que dice una canción de Frank Sinatra: que lo mejor está todavía por llegar. No soy nostálgico, pero tengo memoria. Recuerdo perfectamente esos 50 años de carrera paso a paso, los momentos buenos y los malos, que son pocos. Porque he tenido la buena suerte de estar trabajando siempre. Aunque me da un poco de apuro decirlo en este momento social y laboral, no he estado en el paro ni un día de esos 50 años. Me siento tremendamente afortunado y privilegiado.
Y a punto de cumplir 74 años, tras haber trabajado 50 sin parar y con la vida resuelta, ¿no tiene la tentación de bajar el ritmo y vivir la vida?
Sí, sí, la tentación la tengo toda. No ya de rebajar mi ritmo de trabajo, que es más fuerte que nunca, sino de retirarme del todo. Ese es mi deseo. He leído recientemente entrevistas a dos actrices a las que quiero y admiro como Concha Velasco, a la que deseo que se recupere rápido, y Lola Herrera, y ambas dicen que tienen auténtica necesidad de seguir haciendo teatro y que no piensan abandonar nunca. Y yo las entiendo, pero no es mi caso. Yo cada vez que salgo a trabajar pienso que estaría mejor en mi casa leyendo o rascándome la barriga. Y que ya me lo merezco. Levantarme una mañana y pensar "no tengo nada que hacer", ser dueño de tu tiempo. Eso debe ser maravilloso. Así que sí, pienso en dejarlo. Con Moby Dick tengo gira firmada hasta junio de 2019 y a menudo pienso que va a ser mi último espectáculo. No lo sé seguro, pero puede ser. Siempre me pasa lo mismo, me contrato a mí mismo para hacer un número de funciones reducidas, pienso que en dos meses lo liquido, y luego me encuentro de gira dos años.
¿No sabe decir no?
Una vez que estreno un espectáculo, me siento responsable de él y, si hay demanda, no soy capaz de dejarlo. ¿Cómo voy a dejar a los teatros, el público y la compañía sin un buen espectáculo con éxito porque el señor Pou quiere rascarse la barriga? Soy incapaz. Es una condena y una satisfacción porque, a esta edad, los premios son los buenos personajes.
Como Ahab, ¿aún persigue su ballena blanca? ¿Hay algún personaje que le obsesione y no haya logrado interpretar?
Hay algunos personajes que eran mi ilusión como actor y se me han escapado entre los dedos como arena. Hubiera dado la vida por hacer Cyrano de Bergerac, el Willy Loman de fin de un viajante y el profesor Higgins de Pigmalión y de My fair lady. Lamentaré siempre no haberlos hecho.
¿Y su preferido de los que sí ha hecho?
El rey Lear es el más grande personaje al que puede enfrentarse un actor. Para los ingleses es como el Everest. Y normalmente los actores esperan al final de su carrera para interpretarlo, porque es un maldito personaje que es un viejo de 80 años, pero exige al actor una cantidad de energía que a esa edad ya no tienes. Hay que interpretarlo antes, entre los 50 o 60 años, que aún tienes la energía suficiente para soportar el peso de un papel así. Yo tuve la suerte de hacerlo a esa edad y me cambió la carrera: a partir del rey Lear, soy otra clase de actor y de persona. Cuando acabas de hacer un personaje así sales tras*formado. Ése es el milagro de esos personajes, no sales indemne de ellos. Tus personajes te conforman la vida. Te cambian el carácter y la personalidad. Yo soy el Josep María Pou que soy por los personajes que he hecho.
¿Y qué Pou es ése?
Uno al que ser actor le ha hecho mejor persona. Si tú no eres un trozo de madera insensible, si eres una esponja, este oficio te da más posibilidades de ser una persona huevonuda que casi cualquier otro. Porque te colocas permanente en lugares muy diferentes para interpretar un personaje, y vivir en esas otras personas y experiencias te ayuda a descubrir un montón de cosas de ti mismo que de otra manera no descubrirías. tras*formarte en otros te tras*forma a ti.
España es amable con la corrupción, su carácter ha sido siempre muy laxo en materias de jovenlandesal y leyes
'El reino' entra a degüello en el tema de la corrupción política. ¿Va a ser la guerra civil de nuestra época, el tema de referencia a la hora de hacer ficción sobre estos años?
Sí, si tuviéramos que hacer un resumen de estos últimos 20 años en España, la corrupción sería la enfermedad principal de la sociedad española. No sólo de la política, que también, pero es un mal tristemente habitual en toda la sociedad. Es una tentación que está al alcance de la mano y mucha gente sucumbe. No estamos enfermos de mordida como en algunos países latinoamericanos, pero tampoco podemos pensar que es sólo cosa de la política. Lo que sucede es que en la política es especialmente imperdonable y frecuente.
¿A qué lo achaca?
Hay unas últimas generaciones que parece que se acercan a la política con más voluntad de sacar tajada que de servicio. Tenemos unos políticos que no están preparados en lo jovenlandesal y ético para resistir todas esas tentaciones que se les presentarán en el camino. Es un problema de debilidad. Ya no se acercan los mejores a la política. Falta categoría y lo estamos viendo con el nivel infantil de unos debates parlamentarios cuya finalidad última es enmierdar y enredar, no construir y gobernar. Se acercan personas con unos interese espurios de los que ni ellos mismos son conscientes por falta de experiencia vital. A menudo se delatan con un simple tuit de dos líneas. Es muy general, por desgracia.
¿Es España especialmente amable con la corrupción?
Claro. El que se te sienta al lado presume de que consigue todas las facturas sin IVA. Yo hace unas semanas tuve que realizar unos pagos por una obra que dependía de mí y, en cuanto me acerqué a pagar la factura, me ofrecieron hacerla sin IVA. Y con toda la normalidad el mundo, sin tan siquiera bajar la voz o llevarte a la trastienda para disimular. Por lo que doy por supuesto que lo hacen todo el rato. Lo que pasa es que el carácter del español ha sido siempre muy laxo en materias de jovenlandesal y leyes. Todo el mundo se ha jactado de ser valiente para desafiar las leyes hasta que ha llegado un momento en el que se ha tomado como algo normal, y no debería serlo.
¿Se infravalora el teatro en el panorama de la cultura española?
Te contesto con el tópico "me alegra que me hagas esa pregunta". El teatro no tiene la repercusión proporcional a su éxito, porque parece el hermano pequeño de cine y televisión, pero los espectáculos se llenan. Y yo muchas veces voy al cine y estamos dos o tres personas en la sala. Eso no pasa en el teatro. Veo que cada vez está más mezclada la información cultural con la de la vida social, a veces ni se distinguen, y el teatro no ha entrado en ese juego. Cualquier cosa que pasa alrededor del mundo del cine y la televisión tiene cabida en los medios porque se considera que es parte del mundo de la farándula, que es un término muy mal elegido. A mí se me ponen los pelos de punta cada vez que escucho a esos que hablan de Gran Hermano VIP referirse a los participantes como "gente de la farándula". Me dan ganas de gritar "me gusta la fruta" a la pantalla, con perdón. Farándula es una palabra sagrada, es la gente que forma parte de la gran familia de los actores, no aquellos que viven de la noche.
Usted se ha posicionado a favor de Lluís Pasqual, en el caso que ha acabado con su salida del Teatre Lliure.
Sí. En el caso de Pascual, más allá de su temperamento, que desconozco porque no he trabajado con él, me produce una tristeza inmensa cómo se ha desarrollado la situación con una persona de una importancia enorme en el teatro español y que merecía un final mucho más digno y más grande. Lo lamento profundamente por él y por mi oficio.
Todo comenzó por la acusación de una actriz de vejarla durante los ensayos. Ese límite difuso entre la exigencia y el despotismo en el mundo de la creación artística es un tema delicado y habitual. ¿Es necesaria esa dureza para lograr lo máximo?
Despotismo es una palabra muy antiestética, digamos mejor autoridad. El creador debe tener su autoridad. En mis 50 años de carrera me he encontrado con directores muy duros y exigentes, que gritaban mucho y ponían muy nerviosos a los actores, y a otros que van como la seda. A veces, un grito a tiempo no es tanto un maltrato como una herramienta en la que tácitamente están de acuerdo actor y director parar provocar reacciones y descubrir cosas. El director tiene derecho a usar esos mecanismos hasta un punto. Pero yo llevo dirigidas 12 funciones y no he pegado un grito en la vida. Quizás porque soy actor...
¿Se presta más atención al teatro en Barcelona que en Madrid?
Sí, aunque Madrid en los últimos años ha ganado muchísimo terreno con el Teatro del Barrio, Alberto San Juan, Andrés Lima. Miguel del Arco... Se ha dinamizado muchísimo. Barcelona siempre estuvo mucho más activa y generó más autores y directores. En Madrid todavía se sigue haciendo demasiado teatro de repertorio de los años 50, no sé si por desconocimiento o por pereza.
¿Cómo ha afectado el 'procés' a la cultura catalana?
Hay un parón evidente. Y lo más grave es que ese descenso de actividad se ha traducido también en un descenso de la asistencia del público. El primer trimestre de la temporada pasada, que coincidió con aquellas fechas del 1-O, sólo los cuatro teatros de Focus en la ciudad perdieron 24.000 espectadores. Si le sumas el resto... Es dramático. El público dejó de ir al teatro radicalmente, pendientes únicamente de la vida política del país. En Cataluña se vive un estado de angustia, incertidumbre e inquietud que no anima nada a ir al teatro, a cenar o a lo que sea. La cultura en Barcelona está pagando un peaje muy elevado por el procés.
Le han ido a nombrar 'Catalán del año' en el año más complicado de la historia reciente de Cataluña...
Qué me vas a contar... Pensé que estaba en la lista para rellenar, nunca en mi vida he estado tan seguro de que no iba a ganar un premio, por eso me emocioné como pocas veces. Y lo agradezco especialmente porque ha sido un año en el que me han hecho sentir que soy un mal catalán porque no estaba de acuerdo con cómo se estaba llevando el procés ni con muchas de las cosas que se han hecho en su nombre. No quiere decir que no esté de acuerdo con el afán de replantear algunas cosas de la relación con España, pues todos los pueblos tienen derecho a revisar sus relaciones, pero evidentemente no estoy de acuerdo con actuar fuera de la ley.
¿Está tan dividida la sociedad catalana como a menudo parece desde fuera?
En los dos últimos años se han creado un clima de confrontación y dos equipos: ellos y los malos. Y eso afecta a cualquier familia o grupo, pero en la calle no existe ese clima. Veo canales de televisión en los que parece que en Cataluña nos estamos dando de palos desde que vamos a comprar el pan por la mañana hasta la hora de la cena, y no es verdad. Desde fuera se exagera con eso, la vida diaria no ha cambiado tanto. El problema es que Cataluña vive ahora en el terreno de las emociones en lugar de en el de la razón, y eso es malo. Lo que sí sucede y da pena es que, para evitar el conflicto con alguien que sabes que es más o menos exaltado, evitas la conversación. Hay una autocensura con temas que, desde hace dos años, es mejor no hablar. Y eso me joroba mucho y condiciona la vida personal.
En sus columnas de opinión en 'El Periódico' no se ha escondido...
Me insultan mucho en internet, de me gusta la fruta y traidor para arriba, en cuanto hago la más mínima referencia a mi disgusto con cómo se está llevando el asunto, pero es lo que hay. De todos modos, ahora soy algo más optimista, noto un cierto cambio en las formas y los procedimientos. Me parece que los líderes independentistas están bajando a la realidad después de unos años viviendo en las nubes, desde dónde han engañado y mentido a muchos ciudadanos. Cosa que ahora reconocen hablando, como el señor Puigdemont, de plazos de 20 años. Ay, cuán largo me lo fiáis... En todo caso, me alegra que bajen a tierra.
¿Ve factible una solución negociada y próxima?
Tengo enormes esperanzas en que se va a encontrar un punto de confluencia a través de la mejor arma que tiene el pueblo: la política bien ejercida, que es el arte de la buena relación. En cuanto se aplique la política inteligente y no la de votos, se va a solucionar y creo que será en un plazo razonablemente corto. El clima tenso está mejorando. Este Gobierno es más sensible y el independentismo va asumiendo que no se va a independizar de esta. Empieza a entender que ha actuado como en una subida de fiebre de 40 grados, en la que parecía que todo era muy fácil... y no lo es.
Josep Maria Pou: "Me han hecho sentir un mal catalán por no estar de acuerdo con el procés" | Cultura
---------- Post added 27-sep-2018 at 16:04 ----------
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