Paco_Iglesias
Madmaxista
La vieja normalidad, por John Carlin
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LA COMEDIA HUMANA
La vieja normalidad
25/10/2020 00:13| Actualizado a 25/10/2020 10:27
Hace 28 años un amigo estadounidense me dijo que predecir el ganador de una elección presidencial en su país era sencillo. Uno solo tenía que hacerse una pregunta. ¿Cuál de los dos candidatos convencería más como presentador de concursos de televisión? Mi amigo era un periodista especialmente cínico, pero tenía razón.
Desde que me dio la fórmula ha habido cuatro presidentes de Estados Unidos. Bill Clinton y Barack Obama hubieran triunfado contra cualquiera en un casting para presentador de concursos. George W. Bush no tenía el carisma de estos dos, pero tuvo la suerte de enfrentarse a Al Gore y John Kerry, tipos más listos que él, pero demasiado tiesos para congeniar con el gran público televisivo. En cuanto a Donald Trump, bueno, él es la prueba definitiva de que mi amigo acertó. Trump fue presentador de concursos de televisión. De hecho, aunque sin necesariamente saberlo, lanzó su campaña presidencial durante las 14 temporadas que estuvo al frente del show The apprentice de la cadena NBC.
Todo indica, sin embargo, que este año presenciaremos la excepción a la regla. Joseph Biden es el candidato presidencial menos telegénico que se recuerda, pero tanto las encuestas como el consenso en la clase política señalan que vencerá al augusto en las elecciones del 3 de noviembre. Acabo de llegar a Estados Unidos y detecto una creciente convicción, como una ola, de que Biden no solo va a triunfar, sino que lo hará por un amplio margen. Esta vez parece que otra regla electoral se impone. La que dice que el que parece el ganador ganará.
En las circunstancias normales nadie acusaría a Biden de ser el favorito. No es tanto que esté a punto de cumplir 78 años, es que no está en buenas condiciones físicas o mentales para una persona a punto de cumplir 78 años. No es un mentiroso crónico como Trump; se equivoca pero sin maldad, porque le falla la memoria, o porque a veces tartamudea y se pone nervioso. El lunes de la semana pasada se olvidó durante un discurso del nombre de uno de los políticos más conocidos de Estados Unidos, el candidato presidencial republicano en el 2012 Mitt Romney (“aquel senador… el que fue un mormón, el gobernador, ¿OK?”, balbuceó, intentando disimular su incomodidad).
Mucha gente se pregunta cómo es posible que un país tan enorme como Estados Unidos, con tanta gente tan brillante, no pudo dar con un candidato más competitivo en un momento de semejante crisis nacional, unas elecciones en las que se presenta la posibilidad de tener que aguantar en la Casa Blanca a un niño malcriado con impulsos autoritarios durante cuatro años más. Pero quizá, quizá resulte, como me dijo un estratega demócrata ayer, que Biden sí sea el hombre más indicado para derrotar a Trump. La tesis se apoya en la premisa de que los votantes están hartos de tanta locura y anhelan un retorno, como el resto de la humanidad en estos tiempos de bichito, a la vieja normalidad. O sea, la vejez de Biden es un plus frente al infantilismo de su rival.
Hay tres razones más para creer que Biden va a ganar.
Tanto las encuestas como el consenso en la clase política señalan que Biden vencerá al augusto en las elecciones
Uno, pese a los intentos de Trump de retratarlo como un socialista, incluso a veces como un “comunista”, la verdad es que es un político del establishment que inspira poco miedo entre la mayoría de la gente que más vota, la clase media. Biden tiene mucho más que ver con Ronald Reagan que con Fidel Castro. Hay que recordar siempre que el centro político en Estados Unidos está más a la derecha que en la mayoría de los países. Si Biden fuese inglés, pertenecería al ala moderada del partido conservador de Boris Johnson. Si fuese español, se sentiría menos incómodo en el Partido Popular que en la alianza PSOE-Podemos. Votó, por ejemplo, a favor de la guerra de Irak.
Dos, Biden posee en abundancia la virtud de la que el narcisista naranja más carece, la empatía. Si entrase ahora mismo en el hogar en las afueras de Boston desde el que escribo su aspecto sería risueño, su actitud, humilde. Hablaría, pero escucharía más. No sorprendería que hiciera una broma sobre su avanzada edad. Si apareciese Trump, acapararía todo el oxígeno en la habitación. No sería capaz de dejar de fanfarronear ni por un segundo.
La cuestión es que Biden ha sufrido y entiende, como Trump sencillamente no puede, el dolor del prójimo. Su primera esposa y su hija menor murieron en un accidente de coche en 1972, una semana antes del día de Navidad. Sobrevivieron a la tragedia dos hijos, uno de los cuales murió de cáncer en el 2015.
Trump fue al cine la noche que su hermano mayor se moría en un hospital neoyorquino.
Tres, y seguramente la razón más importante para pensar que Trump no ganará, es que Biden no es Hillary Clinton. La victoria de Trump en el 2016 se explica en parte por la fascinación que ejerció sobre el electorado y los medios. Hubo una relación inversa entre el deseo de los principales medios de que perdiera Trump y la cobertura masiva que le dieron cuando estaba en campaña. Pero más decisivo aún en el resultado final fue el rechazo, rozando el repruebo, que la ex primera dama inspiraba en un amplio sector de la población. Muchísimos estadounidenses, de ambos sexos, votaron por Trump para evitar lo que veían como la atroz posibilidad de que Hillary fuese la primera mujer en ocupar el despacho oval.
A Biden lo detestan los incondicionales de Trump, pero no tanto por cómo es como persona, sino porque amenaza con crucificar a su mesías. El americano medio no detesta a Biden. Para él el candidato demócrata es un abuelo afable que tranquilamente dejarían a cargo de sus niños un largo fin de semana.
Hace unos días vi en YouTube un discurso de Biden en el Senado en 1986. Emitía pasión, energía y lucidez. Mi primera reacción fue ¿por qué no podemos tener a un candidato como aquel Biden en este momento tan angustioso para el futuro de la democracia en Estados Unidos y, posiblemente, en el mundo? Pero ahora pienso que quizá mejor tener a un tipo más lento y menos peleón, alguien que ofrezca un contraste absoluto con el perro rabioso que ha tenido en sus manos las claves para desatar el Armagedón nuclear durante los últimos cuatro años.
A partir de mañana publicaré un artículo sobre lo que queda de la campaña presidencial de Estados Unidos y confieso, o sospecho, que escribiré bastante más sobre Trump que sobre Biden. Soy igual de inconsistente que mis colegas estadounidenses. Sucumbo a un reflejo periodístico irresistible. Trump ejerce una fascinación casi paralizante sobre mí y, me consuelo con pensar, sobre medio mundo. Como un espectador ante un choque de trenes. Pero que acabe la pesadilla, por Dios. Que gane el viejo.
¿Joe Biden tiene posibilidades de derrotar a Trump?
La vieja normalidad
25/10/2020 00:13| Actualizado a 25/10/2020 10:27
Hace 28 años un amigo estadounidense me dijo que predecir el ganador de una elección presidencial en su país era sencillo. Uno solo tenía que hacerse una pregunta. ¿Cuál de los dos candidatos convencería más como presentador de concursos de televisión? Mi amigo era un periodista especialmente cínico, pero tenía razón.
Desde que me dio la fórmula ha habido cuatro presidentes de Estados Unidos. Bill Clinton y Barack Obama hubieran triunfado contra cualquiera en un casting para presentador de concursos. George W. Bush no tenía el carisma de estos dos, pero tuvo la suerte de enfrentarse a Al Gore y John Kerry, tipos más listos que él, pero demasiado tiesos para congeniar con el gran público televisivo. En cuanto a Donald Trump, bueno, él es la prueba definitiva de que mi amigo acertó. Trump fue presentador de concursos de televisión. De hecho, aunque sin necesariamente saberlo, lanzó su campaña presidencial durante las 14 temporadas que estuvo al frente del show The apprentice de la cadena NBC.
Todo indica, sin embargo, que este año presenciaremos la excepción a la regla. Joseph Biden es el candidato presidencial menos telegénico que se recuerda, pero tanto las encuestas como el consenso en la clase política señalan que vencerá al augusto en las elecciones del 3 de noviembre. Acabo de llegar a Estados Unidos y detecto una creciente convicción, como una ola, de que Biden no solo va a triunfar, sino que lo hará por un amplio margen. Esta vez parece que otra regla electoral se impone. La que dice que el que parece el ganador ganará.
En las circunstancias normales nadie acusaría a Biden de ser el favorito. No es tanto que esté a punto de cumplir 78 años, es que no está en buenas condiciones físicas o mentales para una persona a punto de cumplir 78 años. No es un mentiroso crónico como Trump; se equivoca pero sin maldad, porque le falla la memoria, o porque a veces tartamudea y se pone nervioso. El lunes de la semana pasada se olvidó durante un discurso del nombre de uno de los políticos más conocidos de Estados Unidos, el candidato presidencial republicano en el 2012 Mitt Romney (“aquel senador… el que fue un mormón, el gobernador, ¿OK?”, balbuceó, intentando disimular su incomodidad).
Mucha gente se pregunta cómo es posible que un país tan enorme como Estados Unidos, con tanta gente tan brillante, no pudo dar con un candidato más competitivo en un momento de semejante crisis nacional, unas elecciones en las que se presenta la posibilidad de tener que aguantar en la Casa Blanca a un niño malcriado con impulsos autoritarios durante cuatro años más. Pero quizá, quizá resulte, como me dijo un estratega demócrata ayer, que Biden sí sea el hombre más indicado para derrotar a Trump. La tesis se apoya en la premisa de que los votantes están hartos de tanta locura y anhelan un retorno, como el resto de la humanidad en estos tiempos de bichito, a la vieja normalidad. O sea, la vejez de Biden es un plus frente al infantilismo de su rival.
Hay tres razones más para creer que Biden va a ganar.
Tanto las encuestas como el consenso en la clase política señalan que Biden vencerá al augusto en las elecciones
Uno, pese a los intentos de Trump de retratarlo como un socialista, incluso a veces como un “comunista”, la verdad es que es un político del establishment que inspira poco miedo entre la mayoría de la gente que más vota, la clase media. Biden tiene mucho más que ver con Ronald Reagan que con Fidel Castro. Hay que recordar siempre que el centro político en Estados Unidos está más a la derecha que en la mayoría de los países. Si Biden fuese inglés, pertenecería al ala moderada del partido conservador de Boris Johnson. Si fuese español, se sentiría menos incómodo en el Partido Popular que en la alianza PSOE-Podemos. Votó, por ejemplo, a favor de la guerra de Irak.
Dos, Biden posee en abundancia la virtud de la que el narcisista naranja más carece, la empatía. Si entrase ahora mismo en el hogar en las afueras de Boston desde el que escribo su aspecto sería risueño, su actitud, humilde. Hablaría, pero escucharía más. No sorprendería que hiciera una broma sobre su avanzada edad. Si apareciese Trump, acapararía todo el oxígeno en la habitación. No sería capaz de dejar de fanfarronear ni por un segundo.
La cuestión es que Biden ha sufrido y entiende, como Trump sencillamente no puede, el dolor del prójimo. Su primera esposa y su hija menor murieron en un accidente de coche en 1972, una semana antes del día de Navidad. Sobrevivieron a la tragedia dos hijos, uno de los cuales murió de cáncer en el 2015.
Trump fue al cine la noche que su hermano mayor se moría en un hospital neoyorquino.
Tres, y seguramente la razón más importante para pensar que Trump no ganará, es que Biden no es Hillary Clinton. La victoria de Trump en el 2016 se explica en parte por la fascinación que ejerció sobre el electorado y los medios. Hubo una relación inversa entre el deseo de los principales medios de que perdiera Trump y la cobertura masiva que le dieron cuando estaba en campaña. Pero más decisivo aún en el resultado final fue el rechazo, rozando el repruebo, que la ex primera dama inspiraba en un amplio sector de la población. Muchísimos estadounidenses, de ambos sexos, votaron por Trump para evitar lo que veían como la atroz posibilidad de que Hillary fuese la primera mujer en ocupar el despacho oval.
A Biden lo detestan los incondicionales de Trump, pero no tanto por cómo es como persona, sino porque amenaza con crucificar a su mesías. El americano medio no detesta a Biden. Para él el candidato demócrata es un abuelo afable que tranquilamente dejarían a cargo de sus niños un largo fin de semana.
Hace unos días vi en YouTube un discurso de Biden en el Senado en 1986. Emitía pasión, energía y lucidez. Mi primera reacción fue ¿por qué no podemos tener a un candidato como aquel Biden en este momento tan angustioso para el futuro de la democracia en Estados Unidos y, posiblemente, en el mundo? Pero ahora pienso que quizá mejor tener a un tipo más lento y menos peleón, alguien que ofrezca un contraste absoluto con el perro rabioso que ha tenido en sus manos las claves para desatar el Armagedón nuclear durante los últimos cuatro años.
A partir de mañana publicaré un artículo sobre lo que queda de la campaña presidencial de Estados Unidos y confieso, o sospecho, que escribiré bastante más sobre Trump que sobre Biden. Soy igual de inconsistente que mis colegas estadounidenses. Sucumbo a un reflejo periodístico irresistible. Trump ejerce una fascinación casi paralizante sobre mí y, me consuelo con pensar, sobre medio mundo. Como un espectador ante un choque de trenes. Pero que acabe la pesadilla, por Dios. Que gane el viejo.
¿Joe Biden tiene posibilidades de derrotar a Trump?
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