RedSixLima
Madmaxista
Si alguien me preguntara por la característica esencial de la campaña electoral en curso yo respondería que la corrupción, la apoteosis de corrupción en que navega la campaña, las denuncias de corrupción galopante que acompañan los afanes de nuestros políticos por plazas, teatros y salones del Reino. Nuestros líderes no hacen la menor mención del asunto en sus mítines, es como si les diera reparo, incluso cierta vergüenza –en el caso de que les quedara alguna-, y no lo hacen porque de eso se encarga la prensa amiga: el diario El País airea las corrupciones del PP, mientras El Mundo hace lo propio con las del PSOE. Para echarse a llorar y no parar.
Se veía venir, entre otras cosas porque sigue valiendo el dicho de que “mal que no mejora, empeora”. Y nuestra clase política ha dado la espalda a la democratización del sistema con las reformas en profundidad que reclama desde hace 10, tal vez 15 años, una democracia enferma como la nuestra. El resultado es que el mal, la corrupción quiero decir, cuyas metástasis se han ido extendiendo con los años desde las más altas alturas al más humilde concejal de pueblo, se ha convertido hoy en un cáncer incurable. España es hoy un país que chapotea en la más escandalosa corrupción.
Todo ello está en la base de las nuevas grandes fortunas que pueblan España. Los nuevos millonarios del ladrillo han edificado, nunca mejor dicho, sus fortunas a costa del esfuerzo de millones de jóvenes parejas de españoles condenadas a pagar una hipoteca de por vida, y ello porque nuestros partidos se niegan a pactar una cabal reforma de la legislación que afecta al suelo (no esta cosita que acaba de sacarse de la manga la PSOE), que ya lo dijo con conocimiento de causa un tal Juan March Ordinas en un lejano 1917: “La riqueza no se crea ni se destruye, solamente se cambia de bolsillo”.
Los millonarios del ladrillo y sus primos hermanos -más lo segundo que lo primero-, los grandes constructores, mueven los hilos de la especulación del suelo, de la que se nutre la financiación de los Ayuntamientos y de los Partidos políticos. Y esto no tiene remedio, o yo no alcanzo a verlo en el corto plazo. Y no lo tiene porque no se adivinan resortes jovenlandesales suficientes en las élites intelectuales –si existieran o existiesen-, en nuestra sociedad civil –otrosí digo-, en los líderes políticos –más de lo mismo- como para provocar el terremoto de radical protesta colectiva contra este estado de cosas, paso previo que me parece indispensable para mejorar la situación.
El resultado es que el espectáculo que ofrece la prensa escrita estos días preelectorales, por cierto en plena temporada de pago de IRPF, es alucinante o bochornoso, a elegir, o ambas cosas a la vez, cargados los periódicos, nacionales o de provincias, de denuncias a cual más llamativa, incluso con conversaciones grabadas de trinques absolutamente descarados. Y la respuesta de los partidos ante este estado de cosas no es anunciar un gran acuerdo para acabar de plano con esta situación, sino echar mano del viejo “y tú más”. Yo me corrompo en Murcia, pero tú en Ibiza; yo en Ciempozuelos, pero tú en Canarias...
Y ahí tenemos a los principales grupos de comunicación del país haciendo de altavoces de su partido político respectivo, dispuestos a airear las corruptelas del contrario y a silenciar o minimizar las del amigo. Tan parcial está la prensa española (y no diré nada del 11-M) que resulta imprescindible seguir varios periódicos para intentar configurar una idea mínimamente cabal de las cosas que acontecen en la rúa. Sencillamente, los media españoles hace tiempo arrojaron por la taza del retrete el sacrosanto principio del derecho a la información veraz de los ciudadanos. Olvidemos los sueños y aterricemos en la dura realidad: nuestros medios de comunicación no son sino el reflejo de la pobre calidad de nuestra democracia.
El caso es que ladrilleros y constructores se han comprado en esta legislatura compañías eléctricas y petroleras, dispuestos a vivir de la tarifa, del favor del Gobierno, a la sombra del Gobierno y a costa de los consumidores. Y esta eclosión de corruptelas sin fin, esta exaltación del dinero fácil, del dinero especulativo, esta España del pelotazo que deja chica, casi inane, aquella otra de Felipe González con los Mario Conde y compañía, ocurre, vuelve a tomar cuerpo, bajo un Gobierno socialista. Un fenómeno, el del capitalismo del ladrillo y su correlato, la corrupción, convertido en perfecta metáfora de la España de Zapatero.
Se veía venir, entre otras cosas porque sigue valiendo el dicho de que “mal que no mejora, empeora”. Y nuestra clase política ha dado la espalda a la democratización del sistema con las reformas en profundidad que reclama desde hace 10, tal vez 15 años, una democracia enferma como la nuestra. El resultado es que el mal, la corrupción quiero decir, cuyas metástasis se han ido extendiendo con los años desde las más altas alturas al más humilde concejal de pueblo, se ha convertido hoy en un cáncer incurable. España es hoy un país que chapotea en la más escandalosa corrupción.
Todo ello está en la base de las nuevas grandes fortunas que pueblan España. Los nuevos millonarios del ladrillo han edificado, nunca mejor dicho, sus fortunas a costa del esfuerzo de millones de jóvenes parejas de españoles condenadas a pagar una hipoteca de por vida, y ello porque nuestros partidos se niegan a pactar una cabal reforma de la legislación que afecta al suelo (no esta cosita que acaba de sacarse de la manga la PSOE), que ya lo dijo con conocimiento de causa un tal Juan March Ordinas en un lejano 1917: “La riqueza no se crea ni se destruye, solamente se cambia de bolsillo”.
Los millonarios del ladrillo y sus primos hermanos -más lo segundo que lo primero-, los grandes constructores, mueven los hilos de la especulación del suelo, de la que se nutre la financiación de los Ayuntamientos y de los Partidos políticos. Y esto no tiene remedio, o yo no alcanzo a verlo en el corto plazo. Y no lo tiene porque no se adivinan resortes jovenlandesales suficientes en las élites intelectuales –si existieran o existiesen-, en nuestra sociedad civil –otrosí digo-, en los líderes políticos –más de lo mismo- como para provocar el terremoto de radical protesta colectiva contra este estado de cosas, paso previo que me parece indispensable para mejorar la situación.
El resultado es que el espectáculo que ofrece la prensa escrita estos días preelectorales, por cierto en plena temporada de pago de IRPF, es alucinante o bochornoso, a elegir, o ambas cosas a la vez, cargados los periódicos, nacionales o de provincias, de denuncias a cual más llamativa, incluso con conversaciones grabadas de trinques absolutamente descarados. Y la respuesta de los partidos ante este estado de cosas no es anunciar un gran acuerdo para acabar de plano con esta situación, sino echar mano del viejo “y tú más”. Yo me corrompo en Murcia, pero tú en Ibiza; yo en Ciempozuelos, pero tú en Canarias...
Y ahí tenemos a los principales grupos de comunicación del país haciendo de altavoces de su partido político respectivo, dispuestos a airear las corruptelas del contrario y a silenciar o minimizar las del amigo. Tan parcial está la prensa española (y no diré nada del 11-M) que resulta imprescindible seguir varios periódicos para intentar configurar una idea mínimamente cabal de las cosas que acontecen en la rúa. Sencillamente, los media españoles hace tiempo arrojaron por la taza del retrete el sacrosanto principio del derecho a la información veraz de los ciudadanos. Olvidemos los sueños y aterricemos en la dura realidad: nuestros medios de comunicación no son sino el reflejo de la pobre calidad de nuestra democracia.
El caso es que ladrilleros y constructores se han comprado en esta legislatura compañías eléctricas y petroleras, dispuestos a vivir de la tarifa, del favor del Gobierno, a la sombra del Gobierno y a costa de los consumidores. Y esta eclosión de corruptelas sin fin, esta exaltación del dinero fácil, del dinero especulativo, esta España del pelotazo que deja chica, casi inane, aquella otra de Felipe González con los Mario Conde y compañía, ocurre, vuelve a tomar cuerpo, bajo un Gobierno socialista. Un fenómeno, el del capitalismo del ladrillo y su correlato, la corrupción, convertido en perfecta metáfora de la España de Zapatero.