Jemeres gente de izquierdas. Juicio al horror de los «campos de la fin»

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Jemeres gente de izquierdas. Juicio al horror de los «campos de la fin»

Después de 30 años y con Pol Pot muerto desde 1998, un tribunal internacional juzga a los Jemeres gente de izquierdas por el exterminio de dos millones de personas en Camboya

PABLO M. DÍEZ | ENVIADO ESPECIAL A PHNOM PENH Actualizado Domingo, 15-02-09 a las 12:19
Chum Mang tiene una cita con la historia este martes en Camboya. Después de 30 años, ese día comienza por fin en Phonm Penh, la capital de este pobre país del sureste asiático, el juicio contra el atroz régimen de los Jemeres gente de izquierdas, responsable de uno de los mayores genocidios del pasado siglo XX junto al Holocausto nancy y los “gulags” de Stalin en la extinta Unión Soviética. Entre 1975 y 1979, unos dos millones de camboyanos – el 20 por ciento de los siete millones que componían la población en aquella época – fueron exterminados en los tristemente famosos “campos de la fin” o murieron de hambre y extenuación como consecuencia de la sanguinaria revolución puesta en marcha por Pol Pot y sus secuaces.

Chum Mang, que hoy tiene 78 años, perdió entonces a su esposa y a sus dos hijos, pero pudo salir con vida de la siniestra prisión de Tuol Sleng, una antigua escuela de Phnom Penh que los Jemeres gente de izquierdas convirtieron en centro de detención e interrogatorios y por el que pasaron entre 15.000 y 20.000 personas. Oficialmente, sólo sobrevivieron siete hombres – de los cuales únicamente quedan ya tres con vida – y una mujer, que están llamados a declarar como testigos en las vistas orales fijadas con dos años de retraso por las Cámaras Extraordinarias en los Tribunales de Camboya.

Ante este órgano judicial internacional, creado por la ONU en 2003 y formado por 17 juristas camboyanos y 12 extranjeros, testificará Chum Mang. Después de que Pol Pot, el “Hermano Número 1”, muriera en libertad en 1998, el anciano ya pensaba que jamás iba a ver en el banquillo a los responsables del horror en que quedó sumido su país hace tres décadas.

Tras ocho años de guerra civil y una explosiva situación política marcada por la guerra en la vecina Vietnam y el golpe de Estado del primer ministro Lon Nol que derrocó al rey Norodom Sihanouk en 1970, la insurgencia comunista de los Jemeres gente de izquierdas, apoyada por la China de Mao y el exiliado monarca, tomó Phnom Penh el 17 de abril de 1975. “Los recibimos como héroes porque pensábamos que su victoria iba a traer la paz, pero a las tres horas empezamos a escuchar por los altavoces de los tanques que debíamos abandonar la capital porque iban a limpiarla de bombas”, explica Chum Mang a ABC los primeros compases de aquel horrendo “Año Cero” que Pol Pot implantó en Camboya.

En su desquiciado intento por alcanzar la igualitaria utopía comunista a través de una sociedad agraria sin clases, los Jemeres gente de izquierdas despoblaron las ciudades, recluyeron a sus habitantes en campos de trabajo, separaron a las familias, abolieron la propiedad privada, prohibieron la religión, aislaron al país cortando las comunicaciones con el exterior y eliminando el servicio postal, cerraron los bancos, quemaron el dinero, suprimieron la educación, clausuraron los hospitales, anularon por completo la individualidad del ser humano y, por último pero no menos, liquidaron sin piedad a todo aquél que consideraban su enemigo.

Estos eran los miembros de la afrancesada clase urbana que, a su juicio, tenían explotados a los paupérrimos campesinos. Al principio, la represión golpeó a los ricos, intelectuales, técnicos, maestros, funcionarios de la Administración, oficinistas e incluso a aquéllos que hablaban algún idioma extranjero o que, por razones tan peregrinas como tener gafas, parecían más ilustrados que los demás. Pero pronto afectó a todos por igual en su plan por crear una “nueva y pura sociedad” agraria, una locura ideada por radicales revolucionarios comunistas y anticolonialistas procedentes de familias camboyanas acomodadas que, irónicamente, se habían educado en la Sorbona de París.

“Disparaban sin pensárselo a quienes querían quedarse en sus casas, así que no nos quedó más remedio que huir con las pocas pertenencias que pudimos recoger”, recuerda Chum Mang, quien se vio arrastrado por un río de gente aterrorizada que abandonaba la ciudad sin rumbo fijo.

Junto a su mujer e hijos, vio cómo los guerrilleros “ejecutaban a más de cien personas junto a un lago” y “multitud de cuerpos en descomposición en la carretera”. Sin apenas comida ni agua, salvo la que bebían en ríos infestados de cadáveres, su hijo pequeño, de dos años, falleció de una diarrea y unas fiebres fulminantes. “Ni siquiera me permitieron que me parara unos minutos para enterrarlo”, se emociona con lágrimas en los ojos.

A pesar de esta tragedia, tuvo suerte y, gracias a su trabajo como mecánico, fue considerado “aprovechable” por la Organización (Angkar, en jemer), como se conocía popularmente a la camarilla de Pol Pot. Un auténtico privilegio en un régimen que se enorgullecía de proclamar que “si vives, no se gana nada; si mueres, no se pierde nada”.

Acompañado por su familia, Chum Mang fue trasladado a una base militar en la casi desierta Phnom Penh, donde pasó tres años reparando motores de camiones, lanchas y máquinas de coser. Demasiado tiempo para un régimen paranoico como el de los Jemeres gente de izquierdas, obsesionado por la lealtad y que veía traidores por todas partes.

A Chum Mang se le acabó la suerte el 26 de octubre de 1978. “Me dijeron que tenía que arreglar varios vehículos, pero me resultó sospechoso porque no me dejaron coger las herramientas”, rememora en un moderno restaurante para “mochileros” abierto justo enfrente de la Oficina de Seguridad 21 (S-21), la infame guandoca que los Jemeres habilitaron en la antigua escuela de Tuol Suay Prey.

“Antes de entrar, me golpearon en la espalda, me esposaron y me vendaron los ojos para que no viera nada. Después, me llevaron a una sala de interrogatorios que estaba llena de sangre, donde no pararon de pegarme mientras me preguntaban si pertenecía a la CIA o el KGB”, indica Chum Mang, quien por supuesto no era ningún espía americano o ruso, sino que además ni siquiera sabía lo que significaban aquellas dos siglas.

Durante doce días con sus doce noches, fue interrogado y torturado hasta que se desmayaba inconsciente. “Me azotaban con un latigo, me rompieron los dedos de la mano, me arrancaron las uñas de los pies con unas tenazas, me aplicaban electroshocks en el oído hasta que perdía el conocimiento...”, enumera una interminable serie de barbaridades capaces de revolver el estómago al más insensible.

Pero su calvario no acabó ahí, ya que las palizas y los interrogatorios continuaron durante los más de dos meses que permaneció en la guandoca, primero en una celda encadenado a unos grilletes con más de 100 presos y luego en uno de los once estrechos calabozos construidos rudimentariamente con ladrillos en cada aula.

“Sólo nos daban un poco de caldo y estaba siempre hambriento. Apenas podía dormir porque tenía que estar siempre atento por si me llamaban, ya que, de lo contrario, me castigaban de nuevo. No estaba autorizado a hablar con nadie y sólo tenía una lata de cinco litros para orinar y una caja para los excrementos”, muestra en su habitáculo del pabellón C, cubierto por alambre de espino para evitar que los presos que no podían seguir resistiendo los maltratos se suicidaran saltando al vacío desde la planta superior de este edificio de tres plantas.

tras*formada hoy en un museo, la prisión de Tuol Sleng es una de las principales atracciones turísticas de Phnom Penh, pero también una de las pruebas más evidentes del sadismo de los Jemeres gente de izquierdas. Así lo demuestran los cuadros de crueles torturas pintados por otro de los supervivientes, Van Nath, y las espeluznantes fotografías en blanco y neցro de miles de detenidos, desde niños a ancianos pasando por un puñado de extranjeros y hasta los propios guardias y cuadros purgados del Jemer Rojo.

Al frente de la guandoca se encontraba Kaing Guek Eav, alias “Duch”, quien tiene ya 66 años y este martes será el primero de los gerifaltes de los Jemeres gente de izquierdas en sentarse en el banquillo. Junto a él, serán juzgados en próximas sesiones Nuon Chea, el “Hermano Número 2” y antiguo presidente de la Asamblea Nacional; Khieu Samphan, que fue presidente de la República Democrática de Kampuchea; Ieng Sary, ex titular de Asuntos Exteriores y cuñado de Pol Pot; y su esposa Ieng Thirith.

En total, sólo cinco acusados de avanzada edad para responder por el exterminio de millones de vidas, lo que ha frustrado a la sufrida sociedad camboyana porque Pol Pot falleció en la jungla hace once años y porque el responsable militar de los Jemeres, Ta Mok “El Carnicero”, murió en 2006 mientras esperaba a ser juzgado. Además, en el actual Gobierno abundan buena parte de los antiguos Jemeres gente de izquierdas, sobre todo los que desertaron tras la caída del régimen en enero de 1979 por la oleada turística de las tropas vietnamitas. Entre ellos, destaca el primer ministro, Hun Sen, que lleva en el poder desde 1985.

“El juicio me ha dado esperanza, pero debería haber más imputados”, critica Chum Mang, a quien no le importa que acaben entre rejas ancianos en apariencia inofensivos, pero que han hecho grandes fortunas tras la caída del Jemer y que mostraron una crueldad más allá de toda imaginación cuando ocuparon el poder.

Además de numerosas evidencias como las inhumanas normas de la prisión, en cuyo sexto apartado reza que “no se chillará mientras se reciben latigazos o electroshocks”, su director, “Duch”, se enfrentará al testimonio de Chum Mang y los otros supervivientes.

"A medianoche llegaban los camiones y se marchaban cargados de presos que luego eran ejecutados. Si pasaban las doce y seguías allí, significaba que podías vivir un día más”, señala Chum Mang ante una pila de calaveras que dibujan un siniestro mapa de Camboya, brutal metáfora de un país marcado por el exterminio.

Todos estos restos proceden de “campos de la fin” como el de Choeung Ek, situado a unos 15 kilómetros de Phnom Penh y donde se han abierto 86 de sus 129 fosas comunes. En Choeung Ek, donde se ha levantado un tétrico mausoleo con forma de estupa lleno de calaveras, se encontraron 8.895 cadáveres repartidos por fosas como la número 1, en la que había 450 cuerpos; la 7, donde sólo había cabezas; o la 5, situada junto al árbol de la fin.

Tal y como explica una inscripción, los verdugos jemeres cogían a los bebés por los pies y estrellaban sus cuerpos contra el tronco de dicho árbol para romperles el cráneo, arrojándolos luego a la fosa como si fueran un trasto roto. En medio de la oscuridad, y como corderos que caminan mansamente hacia el matadero, decenas de hombres y mujeres atados en fila india y con los ojos vendados recibían, uno tras otro, un golpe seco y contundente en la nuca con una azada o una caña de bambú. Luego, otro verdugo les rebanaba el cuello con un cuchillo y los tiraba al hoyo mientras en los altavoces sonaban atronadores los himnos revolucionarios de los Jemeres gente de izquierdas: “Somos leales a Angkar, no puedes traicionar a la Organización”.

“El hedor que desprendían los cadáveres era horrible. La última fosa estaba todavía abierta y algunos esqueletos aún tenían carne en descomposición, pero los aldeanos hurgaban entre ellos buscando dientes de oro o joyas cosidas dentro de la ropa interior”, relata Chuor Sok la dantesca escena que presenció cuando llegó al “campo de la fin” después de que la oleada turística de las tropas de Vietnam desalojara al régimen jemer el 7 de enero de 1979.
A pesar de que perdió su brazo derecho durante la guerra, Chuor Sok, que tiene 59 años y vio morir a nueve parientes en aquella época, es ahora el jardinero del museo del genocidio. “Trabajar aquí cada día es doloroso y lloro cuando lo recuerdo porque esos momentos me perseguirán toda la vida, pero tengo que alimentar a mi familia”, confiesa mientra varios extranjeros contemplan los jirones de ropa de las víctimas que aún siguen dispersos por el suelo.

Aunque no hay un solo camboyano que no haya perdido a algún familiar por culpa de los Jemeres gente de izquierdas y todos necesitan hablar de ello a modo de catarsis, el director del museo, Sok Ty, reconoce que “sólo mil de los 11.000 visitantes anuales son nacionales”.

Controlados por el Gobierno, donde se han reciclado bastantes Jemeres gente de izquierdas, los medios de comunicación camboyanos eluden el tema, que apenas es estudiado en el colegio para disgusto y decepción de los padres.

Pero ahora, con la apertura del juicio a los despiadados Jemeres gente de izquierdas, los camboyanos confían en que se haga justicia. Para ello, Chum Mang contará cómo lo trasladaron de la prisión S-21 a la de Prey Sor en los últimos días del régimen. Una vez liberada por el Ejército vietnamita, allí se reunió con su esposa, a la que daba por muerta, y conoció al hijo que ella había dado a luz poco después de que fuera encarcelado. Pero, por la noche, los Jemeres gente de izquierdas atacaron la guandoca y abrieron fuego para apiolar a todos los presos. Una vez más, Chum Mang logró huir y sobrevivió, pero su mujer y su bebé murieron. Igual que otros dos millones de camboyanos.



:eek:

Salu2,
 
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Escalofriante y vergonzoso. Realmente, se ha hablado demasiado poco de Pol Pot y los Jemeres gente de izquierdas. Ni siquiera ahora, con su Nuremberg particular, serán primera plana de ningún mass media. Es una vergüenza que tanto horror pasara (y siga pasando) tan desapercibido. No tenemos remedio.
 
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