Izquierdas y tras*génicos

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A raíz de la censura de un artículo pro-tras*génicos en ''Mundo Obrero'', de acuerdo con la línea del Partido Comunista al respecto, se está produciendo una interesante polémica sobre la demarcación de la izquierda ante los OGM.

El autor del artículo, que reproduzco a continuación, es Juan Segovia, militante del PCE.

Ecologismo y tras*génicos: una propuesta desde la izquierda | Eparquio Delgado

Ecologismo y tras*génicos: una propuesta desde la izquierda

octubre 27, 2013 en política con 3 Comentarios

NOTA IMPORTANTE: Al igual que hace unos días veíamos cómo se censuraba un artículo por parte de Blogger ante una denuncia de Triodos Bank, hoy hemos comprobado que el artículo de Juan Segovia donde daba su opinión sobre los tras*génicos ha desaparecido del Mundo Obrero, donde estaba publicado.

En este caso, la retirada del artículo me duele especialmente por tratarse del órgano de expresión del PCE en el que milito desde hace una década. Creo que un periódico como este debe recoger en su seno las diferentes ideas y propuestas para propiciar el debate y permitir que la afiliación pueda tener su propia opinión sobre cualquier asunto, sobre todo ahora que nos encontramos a escasas semanas del XIX Congreso del PCE. Considero que todo el mundo tiene derecho a expresar sus opiniones siempre y cuando no difame a otras personas u organizaciones y que no se insulte o se difunda falsa información.

Como ocurrió con el artículo sobre las “Escuelas Waldorf”, la razón principal para republicarlo no es mi coincidencia con las opiniones de su autor, que las hay y muchas. La motivación principal es que no creo que se pueda admitir la censura de ninguna manera.

El artículo original puede leerse también en la caché de Google: xurl.es/rx8rd
ECOLOGISMO Y tras*GÉNICOS: UNA PROPUESTA DESDE LA IZQUIERDA
Parece haber una guerra abierta del movimiento ecologista en general y de los partidarios de la “agricultura ecológica” en particular contra una tecnología conocida como ingeniería genética, y más concretamente contra los organismos genéticamente modificados, los famosos tras*génicos. Los enemigos de esta tecnología sostienen que dichos organismos son potencialmente peligrosos para el medio ambiente y el consumo humano y que su producción lleva al agricultor a perder control sobre sus productos en favor de multinacionales como Monsanto.


En cambio los defensores de los organismos genéticamente modificados (entre los que me encuentro) sostenemos que no hay estudios que demuestren la supuesta peligrosidad de estos organismos (lo que no quita que pueda haber algún estudio concreto de algún organismo concreto, en situaciones experimentales muy concretas). A esta falta de pruebas sobre la peligrosidad se suman las numerosas pruebas en sentido contrario, como la que apuntan que estos organismos pueden contribuir a mejorar el medio ambiente, ya sea gracias a la capacidad de algunos para resistir a las plagas (lo que conlleva un menor uso de pesticidas), la menor necesidad de agua para su producción en otros casos y un largo etcétera de mejoras que hacen que los cultivos sean más resistentes y productivos. A estas ventajas medioambientales se suman también otras para la salud humana. Un buen ejemplo de ello es el arroz dorado, que de ser producido en grandes cantidades podría evitar más de un millón de casos de ceguera al año por déficit de beta-carotenos en Asia, o el trigo sin gluten que recientemente se ha desarrollado en la Universidad de Córdoba.


En cuanto al tema de la dependencia tecnológica de multinacionales, debemos recordar que la agricultura mundial ya dependía de estas mismas multinacionales antes de que existieran los tras*génicos y por lo tanto estos no pueden ser nunca la causa de esta dependencia. No se trata de estar en contra de esta tecnología como forma de oponerse a las multinacionales, de la misma forma que nuestra lucha contra los abusos de Microsoft o Apple no nos llevan a estar en contra de la informática sino a apostar por el software libre y gratuito. De la misma forma, en agricultura deberíamos apostar por algo parecido, un sistema público de desarrollo de esta tecnología que permita al agricultor acceder a la misma libremente, reduciendo o eliminando la actual dependencia con las multinacionales. Un camino que ya han iniciado muchos países, como Cuba, donde el estado financia la investigación sobre semillas tras*génicas que posteriormente llegarán a los agricultores a precio de semillas corrientes. Gracias a esta tecnología, Cuba ha comenzado a cultivar un maíz resistente a la principal plaga de la isla, reduciendo su dependencia del maíz de importación y por lo tanto mejorando su soberanía alimentaria.


Sin embargo, el análisis básico de los ecologistas sobre el modelo agrícola actual es sustancialmente correcto: El sistema de explotación capitalista de la agricultura es un modelo insostenible desde el punto de vista medioambiental que está generando numerosos problemas como la erosión y pérdida del suelo, la contaminación de ríos y acuíferos por culpa de los abonos nitrogenados inorgánicos y de pesticidas, pasando por la desecación de esos mismos acuíferos, la generación de residuos sólidos, la deforestación de grandes zonas de selva tropical para obtener tierras de labor, etc. A todo esto debemos sumar que el actual modelo agrícola es socialmente injusto por que dificulta la supervivencia a los pequeños agricultores y favorece que a las multinacionales acaparar cada vez mayor parte del pastel; haciendo que los pueblos sean cada vez más dependientes de estas compañías y convirtiendo la alimentación en un producto para especular en lugar de un Derecho Humano con el criminal resultado de que millones de personas mueran de hambre. no por la falta de producción de alimentos sino a causa de esa especulación que tan vilmente enriquece a unos pocos.


Frente a este modelo, la respuesta ha sido la agricultura mal llamada ecológica u orgánica, cuyos heterodoxos planteamientos pueden ir desde posturas más o menos basadas en propuestas racionales que se apoyan en investigaciones científicas serias hasta en las ideas metafísicos de ciertos grupos, amantes de concepciones esotéricas sobre “lo natural” que defienden la vuelta a un supuesto pasado idílico en el que vivíamos en “armonía con la naturaleza”. Si bien de los planteamientos de estos últimos poco se puede sacar de utilidad, lo cierto es que gracias a los primeros tenemos conceptos tan valiosos como el de lucha integrada contra las plagas, la combinación de cultivos para aumentar la resistencia frente a enfermedades, el compostaje, la protección del suelo mediante setos y/o técnicas de laboreo adecuadas y otras propuestas que suponen una valiosa contribución a un futuro modelo de agricultura sostenible que garantice el derecho de la humanidad a una alimentación sana y de calidad. Muchos de los defensores de la tecnología tras*génica califican a la agricultura ecológica de anticientífica y a sus partidarios de tecnófobos radicales que rechazan irracionalmente el avance tecnológico. Postura esta última irracional, absurda e insostenible, ya que si bien es cierto que dentro de este movimiento hay mucho new age pasado de peyote; lo cierto es que, como reza el dicho, no todo el monte es orégano y agricultores ecológicos hay de muy diverso pelaje: desde luditas radicales a simples agricultores convencionales que ven una oportunidad de conseguir con la moda de “lo orgánico” mejores mercados y un precio más justo por su producto. No obstante, la mayoría de ellos comparten una preocupación genuina por el medio ambiente y la búsqueda de un modelo agrícola alternativo que sea medioambientalmente sostenible y que garantice la soberanía alimentaria de los pueblos. Algo con lo que desde un planteamiento de izquierdas difícilmente puede estarse en contra.


Desgraciadamente, hoy en día estas técnicas por si solas no pueden competir ni de lejos en producción con las de la agricultura tradicional. El producto ecológico es un producto caro que sólo tiene futuro gracias a un sector de la población que posee dos características muy específicas: un poder adquisitivo suficiente para poder hacer frente al sobreprecio que supone esta forma de explotación y la creencia de que estos productos son mejores para su salud personal o que dicho producto tiene ciertas cualidades organolépticas superiores (el consabido tomate “que sabe a tomate de los de antes”) que le lleva a pagar ese sobreprecio. Así, lo que en principio pretende ser una respuesta contra la agricultura capitalista, acaba siendo integrado en este sistema como (ironías de la vida) un producto de lujo. A esto ha contribuido enormemente el hecho de que para considerar a un producto como “ecológico” no tiene que probar que es ambientalmente sostenible, sino solamente que en su producción no se han utilizado productos químicos de síntesis. Es decir, que unos kiwis producidos en Nueva Zelanda sin productos químicos de síntesis y tras*portados a Europa por avión obtendrían su sello de orgánicos pese a que la huella ecológica debida a ese tras*porte por avión sea posiblemente muy superior a la de cualquier producto cultivado en las cercanías del lugar de consumo, sea o no orgánico. De la misma forma, será considerado ecológico un producto abonado con abonos orgánicos, aunque estos sean utilizados excesivamente y contaminen (que también pueden) un cauce de agua próximo.


Debemos entender que la actual agricultura ecológica no es hoy en día una alternativa, sino una parte más del modelo capitalista de explotación agrario, que con el marketing de la defensa de “lo natural” tiene como público objetivo a las clases más pudientes de dicho sistema. Plantear una batalla agricultura ecológica contra convencional carece de sentido pues ambas se encuentran integradas en el modelo de mercado capitalista, cada una dirigida a grupos de consumidores diferentes, uno más generalizado y el otro más especializado y pudiente. Frente a esto debemos plantearnos un modelo de producción agraria diferente que sea realmente sostenible para el planeta, que permita garantizar la soberanía alimentaria de los pueblos y una buena calidad de vida al agricultor, y que al mismo tiempo proporcione alimentos de calidad a un coste asequible para cualquier persona. Un modelo así requiere tener en cuenta una gran cantidad de factores, desde los sociales y económicos relacionadas con los medios de producción y la propiedad de la tierra hasta los relacionados con los métodos de producción, como las técnicas de cultivo para emplear o la selección de plantas adecuadas. En este modelo sostenible los tras*génicos son una herramienta agrícola más que contribuyen con semillas más resistentes tanto a enfermedades y plagas como a sequías o heladas. Desde esta perspectiva basada en el concepto de producción integrada sostenible, la soberanía alimentaria de los pueblos y la consideración del derecho a comer como un derecho humano fundamental que debe ser garantizado por los poderes públicos mundiales, los cultivos tras*génicos son perfectamente compatibles con los planteamientos ecologistas, pudiendo convertirse en una tecnología extremadamente valiosa en la consecución de esos objetivos.


Juan Segovia. Militante del PCA e Izquierda Unida Andalucía y miembro del grupo promotor del Área de Ciencia en Izquierda Unida. Twitter: @juanillosegovia


Mi postura no está clara, aunque cada vez más estoy empezando a estar de acuerdo con ideas como las de Juan Segovia. Sigo creyendo en los beneficios del cultivo ecológico a pequeña y mediana escala, en la cercanía productor-consumidor y en la necesidad de mimar la tierra para que la producción sea sostenible a medio y largo plazo. Pero el fanatismo ''new age'' sobre la agricultura me da muy mal rollo, y su alineación con los supuestos ''materialistas históricos'' me parece de lo más esotérico. De admirar las maravillas de la naturaleza a deificarla hay un paso: la línea que separa el ecologismo y el magufismo.

Creo que la cuestión central del debate es el riesgo sobre la biodiversidad y la seguridad alimentaria. Hay que hacer énfasis en una correcta evaluación de estos aspectos, en la independencia de las agencias encargadas y la necesidad de que ser muy cautelosos con los riesgos a largo plazo. Que no nos pase como con el amianto: de usarse para todo, a tener que retirarse pocos años después con traje espacial :roto2: y haberse llevado por delante miles de vidas.

Pienso que sólo los estados, con todas sus limitaciones, pueden ser un contrapeso efectivo a la voracidad cortoplacista y el afán oligopolístico de las grandes corporaciones. La sociedad civil tiene su papel, especialmente como consumidores, pero el regulador necesariamente ha de ser el estado. Y creo que también debe tener un papel de iniciativa investigadora: primero, porque ciertas actuaciones pueden ser más interesantes a nivel social que económico-empresarial (por ejemplo, plantas resistentes a la sequía para zonas poco pobladas); segundo, porque la propiedad intelectual de las semillas (y sus tratamientos específicos) supone un enorme poder en manos de las corporaciones, que debería ser compensado con la oferta de variedades de similar rendimiento pero en plan creative commons, o directamente mandando a tomar por el ojo ciego los derechos de propiedad sobre la vida. Todo esto alternado con una política de protección de la biodiversidad mediante incentivos a la producción ecológica y el mantenimiento de las variedades tradicionales (heirloom).

Por resumir muy brevemente mi postura: aunque comparto algunas de sus críticas a la situación actual, pienso que la izquierda está asumiendo que la lucha contra el gran capital del agrobusiness implica cerrarse en banda ante los OGM, y esto puede ser un gran error. Ignoran que, en gran medida, las consecuencias de la tecnología dependen más de sus usos sociales que de la tecnología en sí. Es comprensible, dado que la tan cacareada ''revolución verde'' ha tenido un impacto positivo mucho más modesto de lo esperado, y enormes externalidades negativas fruto de la impaciencia, el mangoneo y la lógica psicopática de las grandes corporaciones. La cuestión del hambre, todavía (veremos con 15000 millones) , es un problema principalmente de reparto de la riqueza, no de escasez de alimentos. Insisto en el ''todavía'' porque si nos descuidamos se nos van a juntar ambas cosas.

Y bueno, para terminar, decirle a nuestra querida izquierda :rolleye: que uno de los últimos países en sumarse a la investigación y cultivo de OGM ha sido Cuba, así que no sé, quizás deberían replantearse hasta qué punto es correcta una vinculación dogmática de marxismo y antiOGM.
 
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la que apuntan que estos organismos pueden contribuir a mejorar el medio ambiente, ya sea gracias a la capacidad de algunos para resistir a las plagas (lo que conlleva un menor uso de pesticidas), la menor necesidad de agua para su producción en otros casos y un largo etcétera de mejoras que hacen que los cultivos sean más resistentes y productivos.

Pero vamos a ver... Si no sabemos cuales son los efectos de los tras*génicos sobre los ecosistemas, ¿cómo se atreve este cateto a decir que pueden contribuir a mejorar el medio ambiente? Y más con lo de resistir a las plagas... O sea, plantas maíz repleto hasta los topes de BT y luego cuando te cargas a los polinizadores ¿donde está la mejora?
La mayor parte de plagas provienen precisamente de los desequilibrios ocasionados por el cultivo, ¡la propia agricultura es la que genera las plagas! Se eliminan reservorios de fauna útil, se joroba la estructura del suelo, se priman los monocultivos, se dopa a las plantas para que crezcan rápido sin tiempo a que generen defensas por si mismas... Es todo un festín para los estrategas de la r. Y la única solución a eso es biodiversidad, y cuanta más, mejor.
 
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