Israel, la ley de Godwin y el talión

TYRELL

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Israel, la ley de Godwin y el talión


Se inventó para Internet, como enorme ágora, pero la ley de Godwin vale para cualquier debate: “A medida que una discusión se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno”. Mike Godwin, abogado y miembro fundador del grupo de ciberactivistas Fronteras Electrónicas, la formuló en 1990, en los primeros años de los foros de debate online de Usenet. Su ley era una buena pista para los moderadores de estos grupos de tertulia digital: cuando alguien sacaba a los nazis sin venir a cuento, había llegado el momento de hablar de otra cosa.

La ley de Godwin, sin embargo, no es sólo una gracieta estadística, como las tostadas de la ley de Murphy, ésas que siempre caen del lado untado de mantequilla. Godwin desmontaba así una falacia muy común, una trampa argumental. Cuando algo se compara con el mal absoluto, con el Holocausto, el debate inevitablemente termina, pues pasa a ser una discusión sobre el bien y el mal en términos superlativos. En realidad, Godwin reinterpretaba una expresión del filósofo Leo Strauss, que acuñó la expresión Reductio a Hilerum (reducción a Hitler) para desmontar una falacia similar: que cualquier cosa es mala si el mal absoluto –el nazismo– lo practica. Es un tipo de reducción al absurdo: si Hitler tomaba pan, es que el pan es malo.

Durante las últimas dos semanas, la Ley de Godwin se ha cumplido con aún más frecuencia de lo habitual en casi cualquier discusión. Es un recurso simple pues comparte protagonistas. Si los judíos, las víctimas de Hitler, ahora masacran Gaza, es que los judíos son ahora los nuevos nazis. Es una comparación falaz, no tanto porque sea extremadamente ofensiva para un pueblo que ha sufrido como pocos la historia reciente, sino porque, sencillamente, no es cierta. La democracia israelí, a pesar de cómo ha pisoteado Palestina durante décadas, no se puede equiparar al régimen nancy porque el mal absoluto no admite comparación. Pero sobre todo es una equivalencia injusta porque al igual que no todos los alemanes fueron nazis, no todos los judíos del mundo comparten las políticas del gobierno de Israel y, bajo una equiparación así, se esconde un más que sospechoso tufo antisemita: si los judíos son los nuevos nazis, es que los nazis tenían razón al exterminarlos.

Pero que el horror del nazismo no admita comparación alguna, no perdona por ello los horrores del gobierno israelí. Que los judíos sufriesen la maldad absoluta no hace bueno cualquier acto de Israel. Tras quince días de plomo, ni siquiera las frías estadísticas sirven para esconder la magnitud de la masacre. En la franja de Gaza, en sólo dos semanas, el ejército israelí ha apiolado a más de 800 palestinos. Según Israel, la mayoría de los objetivos son “militares” y la oleada turística se desarrolla con precisión quirúrgica, pero por lo menos una tercera parte de las víctimas son, con toda certeza, completamente inocentes: Israel ha asesinado ya a 256 niños. El número de mujeres palestinas muertas ronda el centenar. ¿Las bajas israelíes? 13 personas, de las que cuatro son civiles y nueve son soldados. De ellos, casi la mitad –cuatro- han caído víctimas del fuego amigo, víctimas de unos bombardeos tan “quirúrgicos” que hasta dan el pasaporte a sus propias tropas. Se mantiene así la proporción habitual tras décadas y décadas. Por cada israelí muerto, mueren siempre entre 80 y 100 palestinos. Por cada israelí muerto, dan el pasaporte entre 20 y 30 niños. Por cada israelí muerto, diez madres palestinas muertas. “Israel tiene menos bajas porque su tecnología militar es superior”, me dijo no hace mucho un diplomático israelí. Es una manera de verlo. Israel mata más porque puede. Y porque le dejan.

Tras quince días de fin, la estadística más estremecedora es otra: el 90% de los israelitas está a favor de la operación militar. La nueva dama de hierro, Tzipi Livni –ministra de exteriores y candidata a primera ministra en las elecciones que, casualmente, se celebrarán justo dentro de un mes– es más popular que nunca.

La ministra de exteriores lidera la operación porque para ello, como bien repite parte de la prensa, estamos ante una guerra: un conflicto militar entre dos estados. ¿Es un estado Palestina o la franja de Gaza? Sólo cuando conviene. Es un estado para pagar con su vida en tiempo de guerra, pero no para decidir en tiempo de paz. Hamás es un grupo terrorista cuando interesa pero todos los palestinos responden por sus actos cuando se le reconoce, a fuerza de obuses, como el gobierno legítimo. Igual de asimétricos son los silencios de Obama, que se parapeta tras el “sólo puede haber un presidente” cuando preguntan por Gaza, pero receta cada cheque de las ayudas a la banca o al automóvil. Hay cosas que son urgentes, como la economía, y cosas que pueden esperar hasta la toma de posesión, como la vida y fin de los palestinos. También es asimétrica la diplomacia europea, incluida la española, que pide paz con la boca pequeña mientras lanza indignados ultimátum contra Rusia por querer cobrar más por su gas: la calefacción es también más sagrada que la vida de los palestinos.

“Israel tiene derecho a defenderse”, repiten los partidarios de la masacre. Ese “derecho a defenderse”, ¿qué permite? ¿dónde termina? ¿Es también un derecho asimétrico y sólo sirve para Israel porque lo dice la Biblia? Los Qassam, los cohetes caseros que se fabrican en herrerías soldando a mano placas de metal, son ahora el argumento que emplea Israel para justificar su ataque a Gaza. El año pasado, estos temibles cohetes mataron a cuatro israelíes; tantos como bajas por fuego amigo ha desatado entre su propio ejército la enormemente desproporcionada operación de venganza de Israel. El derecho a defenderse es el nuevo talión: cien ojos por cada ojo, cien dientes por cada diente.

“Si alguien lanzara cohetes a mi casa, donde mis hijas duermen, haría todo lo que pudiese para detenerlo”, dijo Obama hace unos meses en su visita a Sderot, una ciudad israelí a un kilómetro de la frontera con Gaza. Podría haber dado el mismo discurso unos kilómetros más allá, al otro lado del muro que limita la guandoca más poblada del planeta: Gaza. Si alguien lanzara misiles, que no cohetes caseros, sobre la casa donde sus hijas duermen ¿qué haría Obama?
 
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¿Las bajas israelíes? 13 personas, de las que cuatro son civiles y nueve son soldados. De ellos, casi la mitad –cuatro- han caído víctimas del fuego amigo, víctimas de unos bombardeos tan “quirúrgicos” que hasta dan el pasaporte a sus propias tropas. Se mantiene así la proporción habitual tras décadas y décadas. Por cada israelí muerto, mueren siempre entre 80 y 100 palestinos.

A lo mejor hay quien se sorprende. Pero la guerra no es un evento deportivo donde todos cuentan con las mismas posibilidades, ni hay un árbitro que vele por ello. En la guerra, nadie otorga al enemigo una oportunidad de vencer, por muy justas que sus motivaciones.

La guerra consiste en acabar con tu enemigo y que este no acabe contigo. El ejérctio de Israel lleva ventaja, y obviamente, no se va a desprender de ella como jamás lo ha hecho ningún ejército en la historia.
 
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