Espartano27
Madmaxista
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Soy mala, ojalá fuera peor
Para ser buenas, nos callamos cuando nos explican cosas que ya sabemos, nos reímos cuando nos dicen cosas que no nos hacen ni fruta gracia
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Para ser buenas, nos callamos cuando nos explican cosas que ya sabemos, nos reímos cuando nos dicen cosas que no nos hacen ni fruta gracia, fingimos que disfrutamos de sesso que no tiene en cuenta nuestros deseos
Siempre supe que era mala.
Desde aquella primera vez que me confesé, con nueve años, sentada en las rodillas del cura de mi barrio. Contados los pecados que llevaba preparados (no hacer los deberes, desobedecer -en vez de honrar- a mi progenitora y a mi padre, decir palabrotas) me parecieron pocos y confesé que me peleaba con mis hermanos, y que mentía un poco. Lo cual era mentira (y verdad) solo a medias, pues soy hija única.
Pero creo que fue antes cuando recuerdo haber disfrutado por primera vez de ser mala, aquella vez que le tiré una piedra a la cabeza a un niño (en mi defensa tengo que decir que yo misma era una niña) porque estaba tonteando con otra niña que no era yo. En realidad la piedra no fue la peor maldad (él estaba tumbado en la hierba, había una piedra entre mi pie y su cabeza, solo hizo falta una patadita leve), lo peor fue cuando me acerqué al niño, que gritaba de dolor y de susto y le pregunté “¿qué te pasa?” con cara de falsa preocupación y culpable inocencia. Ahí me dí cuenta de que tenía un talento para el mal.
Muchos años después, me encontré a las tantas el coche de un ex, aparcado justo enfrente del bar del que salía borracha, que (qué cosas) se llamaba Kaos. Saqué las llaves del bolso y me pasé un buen rato rayándole el coche. Tengo que decir en mi defensa que yo era una cría y él no, y que me dijo que me quería justo antes de perpetrar la que sería mi primera y nada memorable relación sensual coital, y de decirme que me llamaría al día siguiente, cosa que no recordó hacer. Nunca.
Luego ya solo recuerdo maldades intangibles, como no querer ser progenitora, no saber ser fiel, no saber perdonar, no perdonar a quien se lo merecía y exigir perdones que ni pedí ni merecía.
Y ahora podría decir que ser mala no tiene buena fama, pero es mejor idea que ser buena.
Porque no cuidas gratis, siempre pides algo a cambio de lo que haces, piensas en ti primero, antepones tus deseos a los del resto, entre tu sufrimiento y el ajeno eliges siempre el segundo, y tomas las decisiones pensando en tu propio interés.
Una persona así es una mujer mala. O un hombre normal.
De ti, desde pequeña, se espera que escuches a tus mayores, des besos a gente desconocida, solo porque te los pida; elijas cuidar tu ropa pomposa en vez de jugar, cuides a los bebés de mentira que te regalan, te sientes con las piernas cerradas y creas que los niños que se portan mal contigo es porque te quieren.
De ti, de adulta, se espera lo mismo.
De adolescentes, como éramos buenas y no pintábamos grafitis (pobres, ni siquiera pintarrajeábamos las puertas de los baños) y no nos atrevíamos (o no nos dejaban nuestras madres) a llevar camisetas punkis, escribíamos cosas que nos parecían subversivas en las carpetas clasificadoras en las que llevábamos los apuntes que no tomábamos. Como no sabíamos lo que era subversivo, poníamos estupideces como “las chicas buenas van al cielo y las malas van a todas partes”. Y nos quedábamos tan anchas, pensando que seríamos de esas chicas que tenían por delante un futuro de aventuras y lugares reservados solo para las intrépidas villanas.
Pero resulta que no, que éramos de las buenas, de las que iban a acabar yendo a los sitios que les dijeran a hacer lo que les dijeran. Y que nos íbamos a quedar (de aquel mensaje de cosa) con que, si la mala suerte (la buena no existe, es privilegio, fraude o talento) te pilla en el sitio equivocado, es tu culpa, por mala. Como a las chicas asesinadas en las series de policía científica o en la realidad, que siempre han hecho algo malo, como estar donde no debían o hacer lo que solo deberían hacer los hombres.
Por eso, para ser buenas, nos callamos cuando nos explican cosas que ya sabemos, nos reímos cuando nos dicen cosas que no nos hacen ni fruta gracia, fingimos que disfrutamos de sesso que no tiene en cuenta nuestros deseos, criamos solas a criaturas que engendramos a medias, nos asustamos cuando se nos acercan desconocidos a los que podríamos partir la cara si nos lo planteáramos, y no nos planteamos partir la cara a los que nos hacen daño.
Porque somos buenas, la violencia no está contemplada ni como autodefensa. Porque somos buenas, vamos cambiando de protectores que nos piden nuestra libertad a cambio, en vez de (entre nosotras) organizarnos. Porque somos buenas, creemos que es mala suerte que los patrones se repitan, porque el sistema los fotocopia. Porque somos buenas, creemos que las cosas malas solo les pasan a las otras, que van a donde nosotras no vamos. Porque somos buenas, cuidamos a personas que no nos cuidarán nunca. Porque somos buenas, decimos que somos felices cuando nos están explotando. Porque somos buenas, le llamamos amor a ser las proveedoras gratuitas de alimentación, coaching, limpieza, gestión emocional, sesso y cuidados. Porque somos buenas, estamos jodidas, tristes, hartas, deprimidas, con ansiedad, pobres, forzadas, explotadas, muertas.
Por eso, yo busco reencontrame con mi talento para ser mala.
Porque quiero defenderme a palos de quienes me hagan daño. Quiero cuidar solo a quienes entiendan que, si no es mutuo, el cuidado es explotación. Quiero organizarme con otras que quieran defenderse juntas de todo lo que nos atraviesa por separado.
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