allan smithee
Agent provocateur
Cualquier parecido con nuestra época solamente es achacable a la casualidad.
Año 1795:
"Con la llegada del día, volvieron a comenzar los insultos y las molestias: los chicos se juntaban para pegarle al lechón (que previamente habían traído para burlarse) y los hombres y las mujeres para incordiar al cristiano. Me resulta imposible describir el comportamiento de unas gentes que estudian la forma de hacer daño como si de una ciencia se tratase, y que se regocijan con las miserias y desgracias de su prójimo. Baste con decir que la grosería, la furia y el fanatismo que distinguen a los jovenlandeses del resto de la humanidad, encontraron en mí el sujeto adecuado para ejercitar sus tendencias. Yo era un forastero, estaba desprotegido y era cristiano; cada una de estas circunstancias por si sola bastaba para apagar la última chispa de humanidad presente en el corazón del jovenlandés; pero cuando todas ellas se combinaban en la misma persona, como era mi caso, y encima prevalecía la sospecha de que yo había llegado a su país en calidad de espía, el lector comprenderá fácilmente que, en semejante situación, yo tenía mucho que temer. Sin embargo, en mi ansia por granjearme su favor y, a ser posible, no ofrecer pretexto alguno a los jovenlandeses para que me maltratasen, de buen grado accedí a acatar todo cuanto me ordenaban, y aguanté con paciencia los insultos; pero nunca en mi vida tardaron los días tanto en pasar como entonces: de la mañana a la noche me veía obligado a sufrir, sin perder la compostura, los insultos de los salvajes más groseros de la tierra"
Año 1795:
"Con la llegada del día, volvieron a comenzar los insultos y las molestias: los chicos se juntaban para pegarle al lechón (que previamente habían traído para burlarse) y los hombres y las mujeres para incordiar al cristiano. Me resulta imposible describir el comportamiento de unas gentes que estudian la forma de hacer daño como si de una ciencia se tratase, y que se regocijan con las miserias y desgracias de su prójimo. Baste con decir que la grosería, la furia y el fanatismo que distinguen a los jovenlandeses del resto de la humanidad, encontraron en mí el sujeto adecuado para ejercitar sus tendencias. Yo era un forastero, estaba desprotegido y era cristiano; cada una de estas circunstancias por si sola bastaba para apagar la última chispa de humanidad presente en el corazón del jovenlandés; pero cuando todas ellas se combinaban en la misma persona, como era mi caso, y encima prevalecía la sospecha de que yo había llegado a su país en calidad de espía, el lector comprenderá fácilmente que, en semejante situación, yo tenía mucho que temer. Sin embargo, en mi ansia por granjearme su favor y, a ser posible, no ofrecer pretexto alguno a los jovenlandeses para que me maltratasen, de buen grado accedí a acatar todo cuanto me ordenaban, y aguanté con paciencia los insultos; pero nunca en mi vida tardaron los días tanto en pasar como entonces: de la mañana a la noche me veía obligado a sufrir, sin perder la compostura, los insultos de los salvajes más groseros de la tierra"