Clavisto
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En la vida hay que ir dejando huellas, no cicatrices. El emperador romano nacido en la Bética Marco Ulpio Trajano, quintaesencia de algunas virtudes desaparecidas de los escenarios de la política, primero de origen no itálico, nativo de las orillas del Guadalquivir, precursor de la dinastía de los Antoninos, creador posiblemente de la saga más longeva de la historia de Roma desde la leyenda de la Loba del Capitolio e hijo adoptivo del emperador Nerva; pasaría a la historia como un genial comandante militar cuya acción política paralela y su elevado bagaje ético solo serían igualados por uno de los miembros de la saga, Marco Aurelio, el filósofo y autor de las famosas Meditaciones. Trajano era un hombre de estado admirado por la plebe, patricios, senadores, ejército y bastante menos por los adversarios que tuvieron que padecer sus genialidades en el campo de batalla.
Tras aplicarles severos correctivos a los Dacios, Nabateos y Partos –máximo momento de expansión del Imperio Romano– que en vano habían intentado echar un pulso a este sereno, ecuánime e ilustre emperador, una disentería imparable acompañada de unas monumentales fiebres alucinatorias lo tras*firieron a otro plano de la existencia. Un ictus tardío y una mano de color todavía hoy por descubrir contribuyeron a segar la vida de este genial gobernante, inusual por incorruptible y alabado por su proverbial honestidad.
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Infiel a destajo, amante de los efebos, bebedor inasequible de jovenlandesapio; las zonas erróneas de Trajano pasan desapercibidas para su público. Bate un record histórico al ampliar el Circo Maximo hasta un aforo de 250.000 espectadores. Pone a los belicosos Dacios en su sitio. Pacta con el Senado, acaba con los díscolos pretorianos nivelando hombros, no sube los impuestos sino que persigue el fraude por doquier, promueve la distribución de alimentos entre los pobres y desahuciados, es respetado por sus legionarios porque comparte las mismas calamidades que ellos; no es un “superior” al mando de “elementales”. Allá, en las alejadas fronteras del Danubio, donde Roma había perdido legiones y prestigio, Trajano funciona como una apisonadora. La provincia de la Dacia es ya una realidad.
No es un represor al uso; une, amalgama, tiende puentes. Es consciente de sus propios defectos, inherentes a la condición humana, sabe lo que se hace, es tolerante. Condición sine qua non para evitar derramamientos innecesarios es que se acepte la autoridad imperial de manera explícita e indiscutible .Cada uno de puertas adentro puede construir su particular mundo y deformar la realidad como le apetezca. Prima lo privado ante el prejuicio.
En la campaña contra los partos sublevados Trajano hace un uso temprano de la Blitzkrieg. Reúne a sus legiones y en un ataque demoledor conquista íntegra Partia y la casi totalidad de Mesopotamia. Nunca antes Roma había sido tan grande. Pero Trajano vive en un cuerpo animal y perecedero. Sufre un ictus que lo humaniza. Cuando la conspiración le susurra inquietante desde Roma la dirección de la puerta trasera de su destino, Trajano echa mano de un amigo de la infancia; Lucio Quieto, militar tan bueno o mejor que él, pero respetuoso de la amistad y de la jerarquía.
Más Adriano, un sobrino zascandil y desagradecido que lleva años cortejando a Plotina, la mujer del emperador, tiene otras ideas. La fin de Trajano es un enigma indescifrable. Quizás lo envenena la agraviada y vengativa Plotina, quizás no puede impedir la acción de sus asesinos desde su casi invalidez. Lucio Quieto y varios senadores fieles a Trajano aparecen asesinados al unísono. Roma llora la fin del emperador más laureado de su historia.
Infiel, bebedor, andaluz y uno de los grandes gobernantes de la Historia. Noticias de Alma, Corazón, Vida