Hombre apalizado por un delincuente multirreincidente en Irala: «Cuando me pegó la última patada sentí que se me caían los dientes»

Espartano27

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«Me pateó la cara, no sé qué hay que hacer para que te metan en prisión»

José Carlos -nombre ficticio- podría encontrarse mañana con los dos hombres que le apalearon de forma salvaje tras descubrirles robando en su coche en el barrio de Irala. Al menos uno de ellos, A. L., de origen argelino, arrastra numerosos antecedentes por delitos similares, robos con una violencia inusitada, pero sigue en libertad. «No sé qué hay que hacer para que te metan en la guandoca», lamenta.

El hombre, natural de Venezuela, de donde emigró con 24 años -ahora tiene 51- sufrió fractura de cinco huesos de la cara, entre ellos el tabique nasal y los maxilares. Han pasado ya más de diez días de la agresión y aún sigue tomando calmantes para el dolor las 24 horas del día. Se despierta por las noches y «le doy vueltas a la cabeza». Le preocupa «la inseguridad» creciente en su barrio, la misma, dice, que le empujó a huir de su país hace 26 años en busca de un mejor futuro.

Los hechos ocurrieron el 27 de febrero sobre las ocho de la tarde. Acababa de cenar con su mujer y su hijo y salió a pasear a 'Bruce', un bichón maltés, su mascota. Entonces, descubrió a dos hombres dentro de su coche, que estaba aparcado justo frente al portal. «Mi cabeza no lo asimilaba. Tuve que cerciorarme y mirar dos veces la matrícula» para comprobar que se trataba de su vehículo. Entonces, se agachó y dijo: «¿Qué?». Uno de los ladrones abrió la puerta con intención de tirarle, pero consiguió mantenerse en pie. El individuo que estaba sentado en el asiento del conductor se apeó y le asestó un abrazo en la sien, que «me tiró al suelo». «Me quedé sordo y a oscuras, aturdido». Había cogido del pecho al otro hombre y «cayó conmigo». Tumbado, recibió una primera patada en la cabeza. Cuando intentaba levantarse la segunda. Comenzó a gritar pidiendo ayuda y el nombre de su mujer.

Ella escuchó los gritos desde casa y los «alaridos» de 'Bruce'. «Pensé que habían atropellado al perro», confiesa su pareja. Se asomó a la ventana y vio a su marido «con la cara ensangrentada» y corrió a auxiliarle, al igual que otros vecinos que estaban en ese momento en la calle. El tercer patadón lo recibió en la cara. «Sentí un inmenso dolor, pensé que se me caían los dientes». Quedó noqueado. «No tenía fuerzas para incorporarme. Salieron corriendo y el perro detrás de ellos ladrando. Les siguió hasta el parque». Antes de escapar, le metieron la mano al bolsillo de la chaqueta para llevarse su móvil.

Lesiones
El agredido sufrió fractura de cinco huesos de la cara, entre ellos el tabique nasal y los maxilares
«No podía abrir los ojos»

Fueron pocos minutos. Enseguida llegó la Ertzaintza y la ambulancia, que le trasladó hasta el hospital de Basurto, donde llegó con la cara totalmente hinchada por los golpes. «No podía abrir los ojos de la inflamación». Sangró tanto de la nariz que dejó un charco en el suelo. «Los policías tuvieron que llamar al servicio de limpieza», recuerda su esposa. Los ertzainas le mostraron fotografías de delincuentes fichados y reconoció sin ningún género de dudas a A. L., que ha sido detenido ocho veces en cinco meses por dar palizas a viandantes para robarles el teléfono. El sospechoso fue identificado aquella misma noche en la plaza Doctor Fleming, cuando aún ni la víctima había interpuesto denuncia, pero no llevaba ya encima el terminal. Cuando forzó el bombín del coche, se apoderó también de unas gafas Rayban y de dos perfumes de mujer.

Desde entonces la víctima de la paliza sigue una dieta «de bebés». No puede masticar, así que tiene que tomar yogures, cremas y sopa. Todo el mundo, policías, sanitarios, vecinos del barrio... le tras*miten su «indignación» por el hecho de que los autores de la paliza «entran por un lado y salen por otro». «¿Cómo alguien con tantas agresiones puede estar en la calle?», se pregunta. Desde hace aproximadamente un año, cuando instalaron cargadores de móviles con luz solar en el parque infantil que conocen como 'del reloj', «se ha llenado de indigentes» y ha aumentado la sensación de inseguridad. Y encima ya ni siquiera funcionan porque los han quemado. Los residentes, de hecho, se plantean convocar actos de protesta.

Su mujer se llevó un gran susto, llegó a temer por su vida. Él ahora sólo espera que esta brutal agresión sirva para que «haya un cambio».
 
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Las ONG que reciben a los ilegales al bajarse de las pateras deberían por lo menos explicarles que en España no hace falta agredir a la gente para robar, que basta con amenazar con una navaja como hacían los yonkis en los 80.
Vienen de un mundo en el que salvajes roban a otros salvajes que se defienden y no se dan cuenta de que aquí no hace falta esa violencia desmedida.
 
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