Merkava881
Madmaxista
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EL TESTAMENTO POLITICODE HITLER
En caso de la derrota del Reich, y en espera del encumbramiento de los nacionalismos asiáticos, jovenlandeses y, quizás, sudamericanos, no quedarán en el mundo más que dos potencias capaces de enfrentarse con validez: los Estados Unidos y la Rusia soviética. Las leyes de la historia y de la geografía condenan a estas dos potencias a medirse una con otra, bien sea sobre un plano militar, o bien simplemente sobre el plano económico e ideológico. Esas mismas leyes los condenan a ser los adversarios de Europa. Una y otra de estas dos potencias tendrán necesariamente el deseo, a plazo más o menos corto, de asegurarse el apoyo del único gran pueblo europeo que subsistirá después de la guerra: el pueblo alemán. Lo proclamo con toda la fuerza de que soy capaz: es indispensable que, a ningún precio, los alemanes acepten representar el papel de un peón en el juego de los norteamericanos o de los rusos.
Es difícil dictaminar en este momento qué puede ser lo más pernicioso para nosotros; en un plano ideológico, entre el americanismo judaizante y el bolchevismo. Los rusos, en efecto, por la fuerza de los acontecimientos, pueden desprenderse por completo del marxismo judío; para no encarnar más que el eterna paneslavismo, en su expresión más feroz y más salvaje. En cuanto a los norteamericanos, si no logran sacudirse rápidamente el yugo de los judíos neoyorkinos no tardarán en hundirse, aun antes de haber llegado a la edad de la razón. El hecho de que en ellos se junten tanta potencia material con tanta caducidad de espíritu, evoca la imagen de un niño que padece gigantismo. Podemos preguntarnos si, en su caso, se trata de una civilización acondroplásica, destinada a deshacerse con tanta rápidez como la que le tomó formarse.
Si la América del Norte no tiene éxito en construirse una doctrina un poco menos pueril que la que por ahora le sirve de passepartout, a base de grandes principios huecos y de la ciencia que le dicen cristiana, podernos preguntarnos si seguirá siendo por mucho tiempo un continente en los que los blancos predominen. Así se habría demostrado que ese coloso de pies de barro apenas era capaz, después de un ascenso como flecha, de trabajar en su autodestrucción. ¡Qué magnífico pretexto para los pueblos de raza amarilla ese derrumbamiento súbito! Desde el punto de vista del derecho y de la historia, tendrían exactamente los mismos argumentos (o la misma ausencia de argumentos) que tenían los europeos del siglo xvl, para invadir a este continente. Sus muchedumbres prolíficas y mal alimentadas les conferirían el único derecho que reconocen los historiadores, el derecho que tienen los hambrientos de calmar su hambre: ¡con la condición de que ese derecho esté apoyado por la fuerza!
De lo que deducimos que, en este mundo cruel en el que nos han hundido dos grandes guerras, es muy evidente que los únicos pueblos blancos que tengan probabilidades de sobrevivir y de prosperar serán los que saben sufrir y que guardan el valor de luchar, aun sin esperanzas, hasta la fin. A estas cualidades, sólo podrán pretender los pueblos que hubieren sido capaces de extirpar por sí mismos el veneno mortal judío.