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Será en Octubre
Crónica de un asalto anunciado
Crónica de un asalto anunciado
Los sitiadores entraron por las brechas abiertas junto a los baluartes del Portal Nou y de Santa Clara, en lugar de hacerlo por la intermedia y más grande Brecha Real, por temor a que estuviera minada. Una parte de los sitiados fueron sorprendidos apostados en la gran cortadura y no avisaron de inmediato. La razón de este error se debió, según el cronista y testigo austracista Francesc de Castellví (1726), a que el encargado de tener siempre las mechas encendidas, el capitán Perales, estaba ausente de su puesto desde hacía tres días. Al parecer, el origen de su marcha estaba en una discrepancia con el coronel Martí por un asunto de dos panes, que no le fueron entregados aunque correspondían a un oficial suyo que no estaba presente.
Era desde la cortadura desde donde debían lanzarse los cohetes de aviso para que los vigías apostados en el campanario de la Catedral tocasen campanas de señal de peligro y via fora al enemigo. El aviso a la población llegó cuando los borbónicos ya estaban dentro de la ciudad.
Casanova, el conseller en Cap, quiso la rendición
A pesar de esta dilación, los sitiados apostados en los distintos baluartes defendieron muy bien el tan esperado ataque borbónico. La noche anterior el teniente mariscal austracista Antonio de Villarroel, después de darse un paseo por la muralla dañada por el asedio, había advertido a las autoridades de la ciudad que el asalto era cuestión de horas. Ya no era comandante en jefe de las tropas. Una semana antes había propuesto a la Conferencia de los Tres Comunes de la Ciudad (Diputación del General o Generalitat, Consell de Cent y Brazo Militar) la necesidad de capitular, pero ni siquiera se pararon a oír sus argumentos profesionales. El 4 de septiembre la Junta de Gobierno decidió continuar la resistencia por amplísima mayoría, 24 frente a 4.
El historiador Sanpere y Miquel refirió en 1905 que en el dictamen fueron persuadidos por afamados eclesiásticos que les hicieron "creer ser imposición divina lo que era pura pasión ciega, de modo que toda aquella mañana les exhortaban a que creyesen que Dios misericordioso daría salida a aquellos trabajos". Rafael Casanova, Conseller en Cap, también era partidario de capitular, pero aceptó la decisión mayoritaria. Sin embargo, Villarroel se sintió desautorizado como jefe militar, dimitió y negoció su finiquito y su marcha de la ciudad, en cuanto llegasen las fragatas de Mallorca: "Quisiera morir con ellos, pero la honra me lo impide; no puedo capitanearles como Comandante, que esta defensa es más temeridad que valor, ni puedo imponerme el borrón de bárbaro, exponiendo tanto templo y tantas inocentes vidas". La providencia parecía jugar en su contra, la realidad en su favor.
En efecto, un pequeño barco mallorquín con provisiones y pólvora llegó el día 10. Sus marineros avisaron que por la noche arribaría un convoy con mucha más carga. Esta noticia fue recibida como una señal divina, un milagro que debía animar a la resistencia.
El Gobierno ordenó celebrar 500 misas para ayudar a que los barcos superasen los últimos obstáculos que iban a encontrarse, se expuso el Santísimo Sacramento en las iglesias alejadas de las brechas de los sitiadores, y tres dominicos predicaron con vehemencia para animar a los barceloneses a soportar la fatiga y el hambre como penitencia, porque así entrarían más embarcaciones en días sucesivos.
Histeria religiosa
Todo se medía según la histeria religiosa reinante. No en vano, las autoridades habían encontrado ya el 7 de septiembre al sustituto ideal de Villarroel, un buen profesional que fuese también un firme creyente en la cotidiana providencia. La Virgen de la Merced fue nombrada ese día jefe máximo de todas las tropas sitiadas y se le puso el Bastón del General Comando. Y para facilitar el ejercicio efectivo de su comandancia, se ideó un sencillo método de tras*misión de órdenes. Se pondrían en una urna diversos papeles con santos y señas para entrar en los baluartes y hacer relevos en las defensas.
Después de una misa, un niño sacaría uno de esos papeles, se lo daría a la progenitora de Dios, y a continuación el Conseller en Cap, Casanova, lo cogería y lo entregaría a los generales; y así se hizo hasta la madrugada del 11 de septiembre. Si no se entiende este extendido clima religioso, tan fanático como devoto, previo al asalto, no es posible comprender la actitud de una gran mayoría de las autoridades, de los militares y de buena parte de la sociedad barcelonesa antes y durante el 11 de septiembre. Son muchos los ejemplos de actos en favor de la resistencia y de la intervención divina antes del inicio del bloqueo, el 23 de julio de 1713, y que continuaron durante el asedio.
Como consecuencia del tratado de evacuación de 14 de marzo de ese año, acordado entre las potencias implicadas, y del posterior Convenio de L'Hospitalet, firmado por el representante imperial conde de Königsegg y el general borbónico marqués de Ceva Grimaldi el 22 de junio, se debía haber procedido a la salida de las tropas imperiales de Cataluña y a la entrega de Tarragona o Barcelona. Después de diez días decisivos con muchas discusiones, del 30 de junio al 9 de julio, la Junta de Brazos Generales de Cataluña rechazó ese tratado de evacuación y la Diputación del General llamó a la resistencia y a continuar la guerra contra Felipe V. Y para celebrar este acuerdo, las autoridades prepararon una peregrinación con trece doncellas desde Barcelona hasta Montserrat, a la que le siguieron procesiones de todas las comunidades religiosas desde sus iglesias a la Catedral. Continuaron sucesivas rogativas con públicas demostraciones de arrepentimiento "que movían a piedad a los más empedernidos corazones".
La inminente 'intervención divina'
Según Castellví, durante el asedio fueron diarias las procesiones en la ciudad, con una extraordinaria capacidad de convocatoria. Los vecinos asistían cada tarde a la catedral para participar en la que les llevaba hasta la pirámide de la Inmaculada Concepción instalada en el Borne, acompañados por jesuitas, dominicos, capuchinos y carmelitas. Durante el recorrido se cantaban misereres, letanías y oraciones en tono lúgubre, e iban "muchas doncellas de tierna edad y muchachos hasta de 13 y 14 años, vestidos de blanco, descalzos y con los cabellos sueltos, gritando con triste voz misericordia".
En una procesión organizada por agustinos hubo más de mil ochocientas doncellas y un número aún mayor de muchachos, además de muchísima gente en actitud suplicante y de arrepentimiento: "En fin -escribió el cronista-, no hubo acto de piedad en que no se ejercitaran los barceloneses. El silencio en las casas, los lamentos en las iglesias, la tristeza en las calles, daban indicios en todo de otra penitente y contrastada Nínive". Durante el asedio proliferaron también indicios 'sobrenaturales' en los que se podía percibir la inminente intervención divina que iba a cambiar el curso de los acontecimientos. Hasta la destrucción de imágenes por efecto de los ataques se explicaba como un milagro. Es conocido el caso de una bala de cañón que el 8 de agosto alcanzó una imagen de la Inmaculada Concepción en una capilla del Borne separándole los brazos, el milagro no fue otro que la Virgen había extendido sus brazos para proteger a los barceloneses.
Debieron ser muchos los vecinos que creyeron ciegamente en la victoria de los austracistas sobre los borbónicos, pronosticada por los predicadores más famosos de Barcelona. Llegaron a instalarse cuatro púlpitos permanentes en las cuatro principales plazas de la ciudad con el objetivo de mantener firme la convicción en la salvación. El triunfo final iba a venir gracias a la ayuda directa de la providencia divina ya que los catalanes eran el pueblo elegido por Dios para vencer.
Por ejemplo, en la plaza de las Yerbas el sexagenario dominico Torrens predicaba al pie de un modelo de estatua de la Virgen hasta tres veces al día, con mucha pasión. Incluso el mismo 11 de septiembre, y bajo el incesante ruido de balas y bombas, avisó de un inminente prodigio que iba a suceder para liberar a la ciudad. Hizo hasta tres novenas consecutivas seguidas de una procesión de penitentes con los pies desnudos invocando la tan esperada intervención divina que no terminaba de llegar. No es extraño que cuando las tropas borbónicas entraron se toparan con algunos predicadores que, crucifijo en mano, alentaban a los fieles con ademanes histéricos e histriónicos a sacrificar sus vidas por la defensa de la patria catalana, elegida por Dios.
Hasta la Coronela estaba amparada por la providencia. Esta milicia armada del municipio estaba formada sobre todo por artistas y artesanos y organizada en compañías, cada una de las cuales se denominaba según la correspondiente advocación. En un romance dedicado a esta fuerza militar se aludía a esa protección divina: "Compone seis crecidos batallones, que protegidos de santos y santas, jamás desmayan en afanes duros, ni al golpe fiero de las balas. Uno a la Trinidad omnipotente, otro a la Virgen de Mercedes progenitora, otro a la protomártir Santa Eulalia. Ampara al otro batallón Madrona, de Monjuich venerada en la Montaña, a otros defienden San Severo y San Narciso, con sus firmes varas".
Arrojar a los prisioneros
Como ha recordado Rosa Alabrús, la guerra de Sucesión fue una guerra religiosa, en las que unos y otros se aferraron a la divinidad hasta el fanatismo, que fue promovido por el clero de manera intensa. Aún más, durante el sitio los austracistas se dejaron conducir por el clero sobre todo de las órdenes religiosas. Los gobernantes acudían a la Junta de Teólogos o a asesores eclesiásticos ante decisiones políticas y militares delicadas. Cuando a principios de mayo de 1714 se recibió una propuesta de capitulación, la Conferencia de los Tres Comunes pidió al vicario general José Rifós una consulta popular vía confesionario, cuyo resultado contrario a la rendición fue comunicado a la Junta de Gobierno el 9 de mayo.
Entre los diversos consejos que les pedían a la Junta de Teólogos hubo hasta de carácter balístico. Con el objeto de responder al bombardeo borbónico, los gobernantes preguntaron si podían poner los prisioneros de guerra en un mortero y lanzarlos contra el enemigo, los teólogos contestaron que no podían aconsejar sobre ello, pero "era bo per haver-ho fet i no haver-ho dit". Todo apunta a que los 'heroicos defensores' llegaron a ejecutar esta práctica bélica que debió causar un enorme impacto entre la jovenlandesal de la cada vez más desmotivada y cansada tropa borbónica que fue, además, la que más bajas, entre muertos y heridos, tuvo durante todo el asedio, 10.000 frente a las 7.000 entre los austracistas.
Entre las distintas juntas para organizar el gobierno de la ciudad durante el asedio, destaca el papel integrista de la Junta de Moribus Reformandis. Ésta debía velar por la jovenlandesal de los barceloneses y evitar cualquier castigo divino que entorpeciera o retrasara la intervención divina en la salvación de los sitiados. Prohibieron la representación de comedias, los bailes públicos, los juegos de azar y algunas vestimentas de moda, impusieron separaciones a concubinos y desterraron a etnianos y alcahuetas.
Esta exaltación de la fe católica, barroca y contrarreformista, como signo de identidad de los barceloneses y, por extensión, de todos los catalanes y españoles no era nueva. Junto a las leyes y los privilegios, la historia común o la geografía, como elementos definidores de una patria o comunidad política, existió también una comunidad de santos y de lugares sagrados que convirtieron, en este caso, a Barcelona en territorio sacro. Para Xavier Torres, las raíces intelectuales de este patriotismo barroco "nunca fueron demasiado republicanas o ciceronianas. Por el contrario, la defensa de la libertad catalana fue siempre una defensa escolástica".
En el uso de las fuentes de carácter bíblico para la construcción del patriotismo catalán, destacó el símil entre Cataluña e Israel como pueblos elegidos por Dios. Uno de los textos clásicos de este incipiente nacionalcatolicismo catalán fue la Proclamación Católica de Gaspar Sala (1640) que, a pesar de ser prohibida dos veces por la Inquisición (1640 y 1655), tuvo una extraordinaria influencia y circulación hasta comienzos del siglo XVIII. Sala exaltaba el "culto a la fe católica de los catalanes" con numerosos ejemplos y reivindicaba el origen catalán de la Inquisición; además, se admiraba de la precoz, intensa e inmaculadista devoción catalana a la Virgen. Entre la publicística catalana, la Proclamación católica se convirtió en un impreso de culto, en un fundamento de la tradición catalana que tanto alentó y legitimó la resistencia de 1714. A nadie le extrañó que este y otros impresos similares circulasen después de los edictos de 1655, porque mientras no hubo conflicto a la vista, los inquisidores y demás autoridades siempre miraron para otro lado.
(Continúa en siguiente post)
Crónica de un asalto anunciado
Los sitiadores entraron por las brechas abiertas junto a los baluartes del Portal Nou y de Santa Clara, en lugar de hacerlo por la intermedia y más grande Brecha Real, por temor a que estuviera minada. Una parte de los sitiados fueron sorprendidos apostados en la gran cortadura y no avisaron de inmediato. La razón de este error se debió, según el cronista y testigo austracista Francesc de Castellví (1726), a que el encargado de tener siempre las mechas encendidas, el capitán Perales, estaba ausente de su puesto desde hacía tres días. Al parecer, el origen de su marcha estaba en una discrepancia con el coronel Martí por un asunto de dos panes, que no le fueron entregados aunque correspondían a un oficial suyo que no estaba presente.
Era desde la cortadura desde donde debían lanzarse los cohetes de aviso para que los vigías apostados en el campanario de la Catedral tocasen campanas de señal de peligro y via fora al enemigo. El aviso a la población llegó cuando los borbónicos ya estaban dentro de la ciudad.
Casanova, el conseller en Cap, quiso la rendición
A pesar de esta dilación, los sitiados apostados en los distintos baluartes defendieron muy bien el tan esperado ataque borbónico. La noche anterior el teniente mariscal austracista Antonio de Villarroel, después de darse un paseo por la muralla dañada por el asedio, había advertido a las autoridades de la ciudad que el asalto era cuestión de horas. Ya no era comandante en jefe de las tropas. Una semana antes había propuesto a la Conferencia de los Tres Comunes de la Ciudad (Diputación del General o Generalitat, Consell de Cent y Brazo Militar) la necesidad de capitular, pero ni siquiera se pararon a oír sus argumentos profesionales. El 4 de septiembre la Junta de Gobierno decidió continuar la resistencia por amplísima mayoría, 24 frente a 4.
El Gobierno ordenó celebrar 500 misas para ayudar a que los barcos superasen los últimos obstáculos que iban a encontrarse
El historiador Sanpere y Miquel refirió en 1905 que en el dictamen fueron persuadidos por afamados eclesiásticos que les hicieron "creer ser imposición divina lo que era pura pasión ciega, de modo que toda aquella mañana les exhortaban a que creyesen que Dios misericordioso daría salida a aquellos trabajos". Rafael Casanova, Conseller en Cap, también era partidario de capitular, pero aceptó la decisión mayoritaria. Sin embargo, Villarroel se sintió desautorizado como jefe militar, dimitió y negoció su finiquito y su marcha de la ciudad, en cuanto llegasen las fragatas de Mallorca: "Quisiera morir con ellos, pero la honra me lo impide; no puedo capitanearles como Comandante, que esta defensa es más temeridad que valor, ni puedo imponerme el borrón de bárbaro, exponiendo tanto templo y tantas inocentes vidas". La providencia parecía jugar en su contra, la realidad en su favor.
En efecto, un pequeño barco mallorquín con provisiones y pólvora llegó el día 10. Sus marineros avisaron que por la noche arribaría un convoy con mucha más carga. Esta noticia fue recibida como una señal divina, un milagro que debía animar a la resistencia.
El Gobierno ordenó celebrar 500 misas para ayudar a que los barcos superasen los últimos obstáculos que iban a encontrarse, se expuso el Santísimo Sacramento en las iglesias alejadas de las brechas de los sitiadores, y tres dominicos predicaron con vehemencia para animar a los barceloneses a soportar la fatiga y el hambre como penitencia, porque así entrarían más embarcaciones en días sucesivos.
Histeria religiosa
Todo se medía según la histeria religiosa reinante. No en vano, las autoridades habían encontrado ya el 7 de septiembre al sustituto ideal de Villarroel, un buen profesional que fuese también un firme creyente en la cotidiana providencia. La Virgen de la Merced fue nombrada ese día jefe máximo de todas las tropas sitiadas y se le puso el Bastón del General Comando. Y para facilitar el ejercicio efectivo de su comandancia, se ideó un sencillo método de tras*misión de órdenes. Se pondrían en una urna diversos papeles con santos y señas para entrar en los baluartes y hacer relevos en las defensas.
Después de una misa, un niño sacaría uno de esos papeles, se lo daría a la progenitora de Dios, y a continuación el Conseller en Cap, Casanova, lo cogería y lo entregaría a los generales; y así se hizo hasta la madrugada del 11 de septiembre. Si no se entiende este extendido clima religioso, tan fanático como devoto, previo al asalto, no es posible comprender la actitud de una gran mayoría de las autoridades, de los militares y de buena parte de la sociedad barcelonesa antes y durante el 11 de septiembre. Son muchos los ejemplos de actos en favor de la resistencia y de la intervención divina antes del inicio del bloqueo, el 23 de julio de 1713, y que continuaron durante el asedio.
Como consecuencia del tratado de evacuación de 14 de marzo de ese año, acordado entre las potencias implicadas, y del posterior Convenio de L'Hospitalet, firmado por el representante imperial conde de Königsegg y el general borbónico marqués de Ceva Grimaldi el 22 de junio, se debía haber procedido a la salida de las tropas imperiales de Cataluña y a la entrega de Tarragona o Barcelona. Después de diez días decisivos con muchas discusiones, del 30 de junio al 9 de julio, la Junta de Brazos Generales de Cataluña rechazó ese tratado de evacuación y la Diputación del General llamó a la resistencia y a continuar la guerra contra Felipe V. Y para celebrar este acuerdo, las autoridades prepararon una peregrinación con trece doncellas desde Barcelona hasta Montserrat, a la que le siguieron procesiones de todas las comunidades religiosas desde sus iglesias a la Catedral. Continuaron sucesivas rogativas con públicas demostraciones de arrepentimiento "que movían a piedad a los más empedernidos corazones".
La inminente 'intervención divina'
Según Castellví, durante el asedio fueron diarias las procesiones en la ciudad, con una extraordinaria capacidad de convocatoria. Los vecinos asistían cada tarde a la catedral para participar en la que les llevaba hasta la pirámide de la Inmaculada Concepción instalada en el Borne, acompañados por jesuitas, dominicos, capuchinos y carmelitas. Durante el recorrido se cantaban misereres, letanías y oraciones en tono lúgubre, e iban "muchas doncellas de tierna edad y muchachos hasta de 13 y 14 años, vestidos de blanco, descalzos y con los cabellos sueltos, gritando con triste voz misericordia".
En una procesión organizada por agustinos hubo más de mil ochocientas doncellas y un número aún mayor de muchachos, además de muchísima gente en actitud suplicante y de arrepentimiento: "En fin -escribió el cronista-, no hubo acto de piedad en que no se ejercitaran los barceloneses. El silencio en las casas, los lamentos en las iglesias, la tristeza en las calles, daban indicios en todo de otra penitente y contrastada Nínive". Durante el asedio proliferaron también indicios 'sobrenaturales' en los que se podía percibir la inminente intervención divina que iba a cambiar el curso de los acontecimientos. Hasta la destrucción de imágenes por efecto de los ataques se explicaba como un milagro. Es conocido el caso de una bala de cañón que el 8 de agosto alcanzó una imagen de la Inmaculada Concepción en una capilla del Borne separándole los brazos, el milagro no fue otro que la Virgen había extendido sus brazos para proteger a los barceloneses.
Debieron ser muchos los vecinos que creyeron ciegamente en la victoria de los austracistas sobre los borbónicos, pronosticada por los predicadores más famosos de Barcelona. Llegaron a instalarse cuatro púlpitos permanentes en las cuatro principales plazas de la ciudad con el objetivo de mantener firme la convicción en la salvación. El triunfo final iba a venir gracias a la ayuda directa de la providencia divina ya que los catalanes eran el pueblo elegido por Dios para vencer.
Por ejemplo, en la plaza de las Yerbas el sexagenario dominico Torrens predicaba al pie de un modelo de estatua de la Virgen hasta tres veces al día, con mucha pasión. Incluso el mismo 11 de septiembre, y bajo el incesante ruido de balas y bombas, avisó de un inminente prodigio que iba a suceder para liberar a la ciudad. Hizo hasta tres novenas consecutivas seguidas de una procesión de penitentes con los pies desnudos invocando la tan esperada intervención divina que no terminaba de llegar. No es extraño que cuando las tropas borbónicas entraron se toparan con algunos predicadores que, crucifijo en mano, alentaban a los fieles con ademanes histéricos e histriónicos a sacrificar sus vidas por la defensa de la patria catalana, elegida por Dios.
Hasta la Coronela estaba amparada por la providencia. Esta milicia armada del municipio estaba formada sobre todo por artistas y artesanos y organizada en compañías, cada una de las cuales se denominaba según la correspondiente advocación. En un romance dedicado a esta fuerza militar se aludía a esa protección divina: "Compone seis crecidos batallones, que protegidos de santos y santas, jamás desmayan en afanes duros, ni al golpe fiero de las balas. Uno a la Trinidad omnipotente, otro a la Virgen de Mercedes progenitora, otro a la protomártir Santa Eulalia. Ampara al otro batallón Madrona, de Monjuich venerada en la Montaña, a otros defienden San Severo y San Narciso, con sus firmes varas".
Arrojar a los prisioneros
Como ha recordado Rosa Alabrús, la guerra de Sucesión fue una guerra religiosa, en las que unos y otros se aferraron a la divinidad hasta el fanatismo, que fue promovido por el clero de manera intensa. Aún más, durante el sitio los austracistas se dejaron conducir por el clero sobre todo de las órdenes religiosas. Los gobernantes acudían a la Junta de Teólogos o a asesores eclesiásticos ante decisiones políticas y militares delicadas. Cuando a principios de mayo de 1714 se recibió una propuesta de capitulación, la Conferencia de los Tres Comunes pidió al vicario general José Rifós una consulta popular vía confesionario, cuyo resultado contrario a la rendición fue comunicado a la Junta de Gobierno el 9 de mayo.
Entre los diversos consejos que les pedían a la Junta de Teólogos hubo hasta de carácter balístico. Con el objeto de responder al bombardeo borbónico, los gobernantes preguntaron si podían poner los prisioneros de guerra en un mortero y lanzarlos contra el enemigo, los teólogos contestaron que no podían aconsejar sobre ello, pero "era bo per haver-ho fet i no haver-ho dit". Todo apunta a que los 'heroicos defensores' llegaron a ejecutar esta práctica bélica que debió causar un enorme impacto entre la jovenlandesal de la cada vez más desmotivada y cansada tropa borbónica que fue, además, la que más bajas, entre muertos y heridos, tuvo durante todo el asedio, 10.000 frente a las 7.000 entre los austracistas.
Entre las distintas juntas para organizar el gobierno de la ciudad durante el asedio, destaca el papel integrista de la Junta de Moribus Reformandis. Ésta debía velar por la jovenlandesal de los barceloneses y evitar cualquier castigo divino que entorpeciera o retrasara la intervención divina en la salvación de los sitiados. Prohibieron la representación de comedias, los bailes públicos, los juegos de azar y algunas vestimentas de moda, impusieron separaciones a concubinos y desterraron a etnianos y alcahuetas.
Esta exaltación de la fe católica, barroca y contrarreformista, como signo de identidad de los barceloneses y, por extensión, de todos los catalanes y españoles no era nueva. Junto a las leyes y los privilegios, la historia común o la geografía, como elementos definidores de una patria o comunidad política, existió también una comunidad de santos y de lugares sagrados que convirtieron, en este caso, a Barcelona en territorio sacro. Para Xavier Torres, las raíces intelectuales de este patriotismo barroco "nunca fueron demasiado republicanas o ciceronianas. Por el contrario, la defensa de la libertad catalana fue siempre una defensa escolástica".
En el uso de las fuentes de carácter bíblico para la construcción del patriotismo catalán, destacó el símil entre Cataluña e Israel como pueblos elegidos por Dios. Uno de los textos clásicos de este incipiente nacionalcatolicismo catalán fue la Proclamación Católica de Gaspar Sala (1640) que, a pesar de ser prohibida dos veces por la Inquisición (1640 y 1655), tuvo una extraordinaria influencia y circulación hasta comienzos del siglo XVIII. Sala exaltaba el "culto a la fe católica de los catalanes" con numerosos ejemplos y reivindicaba el origen catalán de la Inquisición; además, se admiraba de la precoz, intensa e inmaculadista devoción catalana a la Virgen. Entre la publicística catalana, la Proclamación católica se convirtió en un impreso de culto, en un fundamento de la tradición catalana que tanto alentó y legitimó la resistencia de 1714. A nadie le extrañó que este y otros impresos similares circulasen después de los edictos de 1655, porque mientras no hubo conflicto a la vista, los inquisidores y demás autoridades siempre miraron para otro lado.
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