Herta Oberheuser, la doctora nancy más perversa del holocausto

david53

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Herta Oberheuser durante el Juicio a los Doctores, 1946



Si hablamos de sadismos nazis, lo primero que pasa por nuestra cabeza es el nombre de Josef Mengele, el llamado Ángel de la fin. Sin embargo, como bien sabemos, no fue el único, y lamentablemente tampoco fue el peor. Hoy te contamos la historia de una de las mujeres nazis más sádicas de la historia: la doctora Herta Oberheuser.

Nació el 15 de mayo de 1911, en Colonia, Alemania, y estuvo interesada en la medicina desde siempre. Hizo sus estudios de preclínica en Bonn, pero los culminó posteriormente en Düsseldorf, en donde vivían sus padres.

Sabemos poco sobre su vida antes de la guerra, pero sí está comprobado que su familia era de clase media-baja y que tuvo que trabajar para poder costearse sus estudios. En 1932 empieza su acercamiento con la oscuridad nancy al alistarse a la Bund Deutscher Mädel (BDM), mejor conocida como la Liga de Muchachas Alemanas. Esta organización era parte de la sección femenina de las Juventudes Hitlerianas.

Comenzó a trabajar en la Clínica de Düsseldorf y en el Instituto de Fisiología de Bonn, pero la situación económica de su familia era muy fuerte y necesitaba de más ingresos. Es así como terminó en Ravensbrück, un “campamento de entrenamiento cercano a Berlín”, como lo conocían en la época. Se trataba realmente de un campo de concentración de mujeres y niños, uno de los primeros construidos en el país.

Experimento con los “kanichen”
Jadwiga Dzido, sobreviviente de Ravensbrück, mostrando sus cicatrices ante durante el Juicio a los Doctores.


Jadwiga Dzido, sobreviviente de Ravensbrück, mostrando sus cicatrices ante durante el Juicio a los Doctores.

Aquí salió a flote su perversión y sadismo, pues en esta “escuela” para enfermeras les enseñaban “diferentes formas de pegar, apalear y asesinar a los presos, además de todo lo referente al tema de los hornos crematorios”, tal como lo indica Mónica González Álvarez, autora del libro ‘Guardianas nazis: el lado femenino del mal’.

Quien la guiaba era el doctor Karl Franz Gebhardt, cirujano en jefe y experto en la experimentación con personas. Ella lo adoraba, al igual que las enfermeras que estaban en el recinto.

Así, empezaron a experimentar con los “kanichen” o “conejillos de indias”, como los llamaban, con el único objetivo de poder salvar las vidas de los soldados nazis que estaban batallando en la guerra. ¿Cómo? Pues infligiéndoles heridas similares a las que los soldados pudieran sufrir en el combate.

Querido lector, te recomendamos que, si eres sensible, leas con precaución las siguientes líneas.

Oberheuser atravesaba la piel de los soldados con astillas de madera, clavos oxidados, cristales, serrín o suciedad para poder tratarlos y descubrir qué medicamentos curarían más rápido las heridas. Les inoculaban malaria, les generaban gangrena, los fracturaban y torturaban de maneras inimaginables.

Esta mujer se obsesionó con la idea de descubrir cuánto tiempo se tardaba un hueso en reconstruirse, así que destruía las extremidades de los prisioneros y establecía un tiempo determinado de cura. Si estos no estaban sanos para ese momento, simplemente los mataban en el pelotón de fusilamiento a sangre fría porque ya no les eran útiles. No había remordimiento, arrepentimiento ni culpa.

Rompían sus extremidades para ver cómo se regeneraban los músculos, y por si era poco, a las prisioneras incluso se les extirpaban órganos para donárselos a los soldados nazis que eran heridos en batalla. Todo esto sin condiciones básicas de higiene y salubridad, tal como lo explica González Álvarez en su libro.

Pero incluso esto no era comparado con lo que le hacía a los niños.

Asesinó a niños

Retrato de Herta Oberheuser

Retrato de Herta Oberheuser

Los niños inocentes no se escapaban tampoco de las garras de esta “doctora”. Ella experimentaba con los más pequeños, inyectándoles un barbitúrico llamado hexobarbital, el cual tenía efectos hipnóticos y sedante, para sacarles órganos y huesos. También les inyectaba aceite durante este proceso, lo cual los mataba en menos de 5 minutos, no sin antes generarles un dolor inimaginable.

Sin embargo, si alguno de ellos milagrosamente sobrevivía, esta mujer se encargaba de ellos. Para acabar con su vida, les inyectaba gasolina.

Su trabajo en este infierno cesó en 1943, pues fue trasladada hasta el hospital psiquiátrico de Hochenlychen. Lamentablemente no como una paciente, sino como una profesional. Ahí continuó con sus experimentos.

Un año y medio después fue capturada por los aliados. La enjuiciaron en 1947 junto a otros 22 enfermeras durante el conocido Juicio a los Doctores y fue sentenciada a 20 años de prisión.

Aunque parece mentira, a la mitad de la condena esta “doctora” salió libre por buena conducta, y para volver más insólito el caso, fue contratada como enfermera en 1952 por un hospital de la región de Holstein Stocksee. Ahí estuvo hasta 1958, cuando una de las sobrevivientes de Ravensbrück la reconoció. Le revocaron su licencia y tuvo que desaparecer de la esfera pública.

Lo último que se supo de ella fue que había huido a Renania del Norte-Westfalia en 1965. Falleció en Linz, en 1978, luego de una vida de atrocidades y solo 10 años de castigo.

 
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