Hay demasiada gente en España esperando a que sus padres se mueran

Cirujano de hierro

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Cada vez son más los que se dan cuenta de que no podrán acceder a la vivienda hasta que no reciban una herencia: qué terrible es que tu estabilidad dependa de la vida de tus padres.​



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Me lo dijo una vez una amiga y no he podido quitarme la frase de la cabeza, sobre todo porque la he vuelto a oír en múltiples variantes: muchos españoles solo van a poder acceder a una vivienda en el momento más triste de sus vidas. Es decir, cuando sus padres mueran y hereden su casa. Solo en ese instante podrán tener un piso en propiedad o acceder a la entrada de una hipoteca. Triste, algo en lo que la mayoría no querríamos pensar, pero razonable en un contexto de acceso cada vez más difícil a la vivienda.

La desigualdad en España se explica en un alto grado por el reparto de las propiedades inmobiliarias, como explicaba El Confidencial la semana pasada. Solo el 31% de los hogares cuyo cabeza de familia tiene menos de 35 años posee una vivienda en propiedad, mientras que casi dos tercios de los jubilados poseen más de una propiedad inmobiliaria. Gran parte de esas viviendas (no todas) terminarán pasando de padres a hijos. Pero a saber cuándo. La tortura está en la espera. Qué triste que el tic tac hasta la estabilidad económica sea el del declive biológico de tus padres.

La vivienda ha sido desde hace décadas el lugar donde se han depositado la mayoría de ahorros de las clases medias y bajas españolas, especialmente en la época de acumulación inmobiliaria de los años ochenta y noventa, como explica Pedro Salas-Rojo, investigador de la London School of Economics, en el recién publicado La desigualdad en España (Lengua de Trapo y Círculo de Bellas Artes). "La vivienda es la parte fundamental de la riqueza en todas las familias, a no ser que seas extremadamente rico o pobre", recuerda.

Es decir, todo ese grueso de la sociedad que pudo acceder a un piso (y algunos de ellos a un apartamento en la playa, y algunos de ellos a otro piso, y algunos de ellos a un chalet) y que siempre tuvieron la idea y la ilusión de que fuesen a parar a manos de sus hijos. Eso se refleja en la obsesión tan reconocible entre los que hoy tienen más de 60 en dejar una casa a sus descendientes, y que estos compren en cuanto puedan. Pero la vivienda como inversión definitiva acarrea una maldición, que es que sus hijos solo la podrán disfrutar cuando no estén. Y, tal vez, sin confesarlo, estos se hayan puesto a hacer cuentas.


"Qué bien se duerme sabiendo que algún día tendrás tu casa"

Como explica Salas, ya ocurrió algo así en EEUU, donde nos llevan entre diez y quince años de ventaja y sus boomers son un poco mayores que nuestra generación de la tras*ición. Pero con matices. Esa tras*ferencia se dio sobre todo en las clases más humildes. Las capas medias, sin embargo, ya habían vendido sus propiedades para disfrutar de jubilaciones más desahogadas porque sus hijos habían podido adquirir sus propias viviendas.

El economista recuerda que quizá se trate más bien de una sensación que cunde entre los jóvenes veinteañeros, que ven cada vez más lejos su acceso a la vivienda, porque a partir de cierta edad (40-45) se siguen comprando casas. Lo que está claro es que se ha producido un retraso respecto a la edad de adquisición de la primera vivienda, que no se refleja únicamente en lo que los herederos pueden hacer una vez han recibido su herencia, sino también antes. En otras palabras, qué bien se duerme sabiendo que algún día tendrás tu casa.


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"Un joven proveniente de una familia de clase alta sabe que en algún momento futuro heredará una vivienda o parte de ella, además de cierta cantidad de activos financieros", explica Salas en su capítulo. "Esa certeza le otorga una mayor seguridad a la hora de tomar cualquier decisión a lo largo de su vida. Por ejemplo, podrá estudiar más tiempo, ya que probablemente recibirá también apoyo económico familiar sin perjuicio de su herencia futura. También podrá asumir riesgos, como iniciar varios negocios o invertir en mercados financieros con el ánimo de obtener rentabilidades más altas. Su fracaso en estas actividades no implicará necesariamente su pobreza futura, ya que ese bono actúa como red de seguridad. Todo ello impulsará sus oportunidades para obtener ingresos y ahorros elevados, acumulando así más riqueza".

O, como resume de forma descarnada, "hay gente que ya ha pegado el pelotazo aunque no se hayan muerto sus padres". Lo que ocurre con los futuros herederos es que son irreconocibles en apariencia. No es como el nivel educativo, que se refleja en la forma de hablar y comportarse; el dinero en el bolsillo, que se tras*forma en ropa de marca, belleza comprada y sospechosos trenes de vida; o los contactos, que se ven con echar un simple vistazo a los apellidos de sus amigos de Instagram. La frontera que separa a aquel que va a heredar del que no es casi imposible de ver.

La única forma de descubrirlo es fijarse en su comportamiento, como proponía el economista. Haga la prueba en su lugar de trabajo y descubrirá como aquellos que están seguros de su abundancia futura probablemente tengan menos miedo a un hipotético despido y sean más respondones, arriesgados o, directamente, ambiciosos que esos compañeros que carecen de una red de seguridad. Y que, por ello mismo, reflejan en su comportamiento el miedo a quedarse sin su principal sustento. El futuro heredero puede equivocarse una o dos veces. También, rechazar trabajos que a lo mejor no son muy interesantes, pero que otras personas necesitan para sobrevivir mientras que ellos "curran de lo suyo" (a veces gratis).


"Si sabes que vas a heredar, tienes más posibilidades de desarrollar tu proyecto"


Así, la sombra de la futura herencia se cierne sobre nosotros antes del momento de recibir ese "bono", como lo llama el economista. "Muchas veces pensamos en la herencia como algo que solo recibimos cuando se muere un familiar, pero no es así", explica. En Reino Unido, donde vive, los millennials que están pudiendo acceder a un piso no son solo los que lo han heredado, sino aquellos cuyos padres pueden figurar como aval para la entrada. Una "herencia implícita". "Si tus padres te hacen tras*ferencias y sabes que tu herencia no va a mermar, tienes más oportunidades para desarrollar tu proyecto vital, sea emprender o presentarte a unas oposiciones".


Aquí todo el mundo se lo ha ganado​


En la era de la crítica a la meritocracia nos centramos mucho en repetir que el esfuerzo no te lleva necesariamente al éxito, pero nos olvidamos del importantísimo papel que nuestros padres juegan a la hora de explicar todo tipo de desigualdades, tanto en sentido positivo como negativo. Por ejemplo, en lo material: cuántas vidas se han visto arruinadas por un padre que le ha dejado a su hijo deudas que ningún hombre honrado puede pagar.


También tiene su impacto en lo emocional y psicológico, una herencia que resulta mucho más difícil de medir porque se entremezcla fácilmente con lo biológico. Un padre maltratador o una familia disfuncional es una carga que nadie ha elegido y que puede condicionar en un alto grado la vida posterior de sus descendientes. Otra forma de herencia implícita que, sin embargo, también está relacionada con el nivel socioeconómico familiar. Por supuesto que en las clases altas también hay familias infelices, cada una a su manera, pero también que esos traumas pueden resultar más fáciles de aliviar en la abundancia económica. Las huellas del pasado son casi invisibles.


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Para familias rotas que generan hijos truncados o limitaciones biológicas insuperables hay poca solución jovenlandesalmente aceptable. Donde si hay es en aliviar esas desigualdades que las herencias agravan. Salas-Rojo recoge en su capítulo varias estrategias, como la subida de los tipos impositivos a las herencias y el establecimiento de unos mínimos comunes a nivel nacional para evitar las asimetrías fiscales dentro del territorio. Medidas que califica como limitadas si no van acompañadas de otras como "una activación completa del Estado de bienestar" a través de estrategias como el ingreso mínimo vital que acaben con la inseguridad económica de clases medias y desfavorecidas. O facilitar el acceso a la vivienda a través de tras*ferencias directas, regulación del mercado de alquiler o el aumento del parque de vivienda pública.

Siendo un poco más utópicos, quizá se trata de convertir lo que hasta ahora ha sido un asunto privado de las familias en algo público, una idea que hace que mucha gente se tire de los pelos, pero que no se pone en duda en otras cuestiones. Me hacía gracia aquella idea de la herencia mínima universal, ese dinero que todos los españoles recibirían al cumplir 18, aunque solo fuese por su voluntad de repartir unas cartas que ya están marcadas de antemano. O una propuesta más arriesgada: que las herencias se repartan al azar. Así, al menos, nadie tendría que esperar la fin de sus padres, sino la de unos desconocidos con los que no tiene ninguna vinculación emocional. Es menos triste.



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Hablan de ti, no de tu progenitora. Si tiene 73 años de media debería morir con 85. Eso significa que la media de gente como tú heredaría en 12 años.
Las mujeres en España tienen una esperanza de vida media de 86 años, pero cuanto mayor te haces, mayor es tu esperanza de vida. Si has cumplido 73 ya no vas a morir a los 20 de sobredosis, a los 25 de accidente de moto, a los 40 de cáncer o a los 60 de paro cardiaco. Y todos esos que sí lo hicieron bajan la media.

Si llegas a los 73 es mucho más probable llegar a los 90 que si tienes 5 años.

De todos modos, aunque mi progenitora muriera mañana, ya me da igual. Los gastos rellenitos de mi vida, los que realmente definen el tipo de vida que vas a tener, ya están hechos. Una herencia significa muchísimo más a los 30 que a los 50.
 
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