¿Hay alguien más ahí? Dadme una razón para seguir resistiendo

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OPINIÓN PUBLICADO EL MIÉRCOLES, 08 MAYO 2019 02:26 ESCRITO POR JOSELE SÁNCHEZ
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La inmensa soledad de la Disidencia
La inmensa soledad de la Disidencia


Hola, ¿hay alguien más ahí?

Ayer era nuevamente detenido -al ir a renovar mi DNI y mi pasaporte- por idéntico motivo por el que, de manera absolutamente irregular, hacen tan sólo 12 de días fui esposado, fichado por la policía (huellas digitales, palmas de las manos, foto de frente y foto de perfil con un número debajo), trasladado a sus calabozos, despojados de mis pertenecías (hasta de los cordones de los zapatos, como si pensara en suicidarme… ¿no saben estos mercenarios del Régimen del 78 que soy católico, que creo que un sólo Dios de quien procede la vida y al único al que le pertenece, y que además soy revolucionario, que no me entregaré al enemigo hasta no derramar la última gota de mi sangre?), menos de dos semanas después de ser esposado y trasladado en vehículo policial (como cualquiera de los asesinos y forzadores que diariamente denuncio en el periódico que dirijo) ante Su Señoría por un "presunto delito ¡de revelación de secretos!", yo que no tengo obligación alguna de guardar secretos de un sumario (pues no soy funcionario judicial y, en cualquier caso, si quieren saber quién me filtra secretos de estos sumarios deberían investigarse a sí mismos jueces, fiscales y secretarios judiciales, que son los únicos que disponen de los mismos y que pueden hacérmelos llegar por mucho que, como “periodista ético” siga siendo de los que antes voy a prisión que revelo mis fuentes a un magistrado), detenido -insisto- por un "presunto delito de revelación de secretos", yo, que soy periodista, y que no es otro mi noble oficio (por mucho que hoy en día pelota y supervivientes del sistema hayan convertido la profesión más hermosa del mundo en un sitio poco agradable de cosa) que ese, revelar secretos de interés público y contar a la ciudadanía lo que otros (incluidos los jueces y fiscales) no quieren que se sepa.







Detención esposado en Cartagena el pasado 26 de abril





Ayer, les decía, volvía de la comisaría de la Policía Nacional hacia la casa donde en secreto me alojo durante unos breves días en mi ciudad natal, en esa Valencia que tanto echo de menos, donde crecí, donde estudié y donde me formé como ser humano, donde hice mis primeros pinitos profesionales, donde me enamoré, donde padecía también el desamor, de donde son la mayoría de mis amigos y donde tuve descendencia; esa Valencia que tanto añoro sus olores, sus colores, su música y sus sabores y de la que -por imposición de seguridad- (y para evitar daños colaterales a los míos) debo mantenerme permanentemente alejado; volvía caminando porque necesitaba aire fresco, precisaba reponerme de esa segunda detención en 12 días, de las siete querellas criminales y las dos investigaciones judiciales (todas por motivos diferentes relacionados con mi ejercicio de un periodismo “toca bemoles” del sistema). Y en esas que me cruzo con uno de los muchos hijos de la gran fruta que he conocido a lo largo de mis ya cansados 55 años de vida.

Este hijo de la gran fruta del que les hablo, mientras yo estaba "pasándolo peor que mal" en el exilio (pero muy muy mal) se dedicó a difundir falsos rumores de que ni siquiera había salido de Carabanchel Bajo, y hasta tuvo la mala leche de enviar un email al maestro César Vidal contándole “esta película” aderezándola de supuestas críticas mías hacia su persona: no sabía el fracasado y aprendiz de delator, que César Vidal y yo manteníamos relación a diario y que -incluso- fue gracias a mi gran maestro del periodismo por lo que logré la atención médica que requería, cuando caía muy enfermo en el país del Tercer Mundo en el que me veía obligado a sobrevivir como Dios me daba a entender.

Con la mala leche que traía de soportar otra detención injusta, con la rabia contenida durante dos semanas aguantando que, de golpe, el Régimen del 78 haya iniciado “la progenitora de todas las batallas”, que haya desplegado toda su artillería para acabar con este proyecto de periodismo disidente en que (perdonen la inmodestia) he sido capaz de convertir el GRUPO Tribuna de España que representa (debo reconocerlo) una auténtica amenaza para el sistema pues alcanzamos ya, todos los meses, a seis millones de españoles con el único objetivo de despertar sus anestesiadas conciencias y convertirlos en “Cruzados” contra la islamización de España, en soldados dispuestos a dar hasta el último de sus alientos en defensa de la unidad de la patria, en revolucionarios empeñados en derribar las estructuras políticas, económicas y sociales de un régimen injusto que permite que cientos de miles de españoles rebusquen en los contenedores de sarama (mientras no les faltan ayudas sociales a los extranjeros), que soportan contratos laborales de pura explotación y reciben salarios de mera limosna patronal; con esa ira que te va carcomiendo (por muy frío y muy cerebral que sea), les juro que ha faltado el canto de un euro para que cruzara la calle y le corriera a palos en la misma portería donde esta eminencia intelectual ha acabado sus días de pretendida gloria literaria, como conserje, limpiando los rellanos y apretando los botones de los señoritos propietarios, mientras le carcomen los celos y la envidia hacia quienes hemos puesto todo detrás de un ideal y no nos hemos vendido -como este pájaro ruin y fistro- al puñetero sistema neoliberal y capitalista.





Detención de ayer en comisaría policía nacional de Valencia Distrito Centro





Pero acaso hubiera sido mejor haberle soplado una buena bofetada al excamarada ya que, el menda lerenda”, de tan rellenito como se ha puesto (y es que la envidia, los celos y la incompetencia producen más sobrepeso que permanecer todo el día sentado como conserje de un edificio urbano), sólo con medio guantazo habría tenido bastante para salir rolando como un barril de cerveza por toda la Gran Vía Marqués del Turia de Valencia. Y, por lo menos, hubiera llegado más relajadito al domicilio donde estoy pasando -de prestado- estos días que anhelaba mágicos y de reencuentros y que por culpa policial se han convertido ya en la enésima pesadilla en los 8 días que llevamos de mes.

Y como no lo he hecho, como no le he dado gusto al cuerpo y me he permitido mi más que merecida dosis de descarga de adrenalina... al llegar a casa me he derrumbado como si fuera un niño.

Tengo tanta tensión acumulada que he explotado: les recuerdo (sin hacer un inventario de penalidades, ni pretender afán compasivo alguno, pues cuanto tengo me lo he ganado a pulso y por decisión propia), me enfrentado en una guerra -a vida o fin- contra la mafia política, judicial, fiscal, policial y financiera de *******astas, corruptos y ladrones del Régimen del 78, que en menos de dos años he sido extorsionado, me intentaron sobornar, me han amenazado de fin, he tenido que abandonar España -he pasado un exilio que nada tiene que ver con el de pilinguis, champagne y cocaína de otros… el mío ha sido algo más que “estropeado”- he enfermado gravemente sin poder ser atendido en el país donde me encontraba y tuve que ser traído urgentemente de regreso a Europa (a Portugal), por no pisar una España en la que mi cabeza sigue teniendo un precio y tras la que andan desde los cárteles de Cali y Medellín hasta las propias cloacas del estado, todo ello pasando por jueces y fiscales forzadores de menores, magistrados comprados por el Banco de Santander, políticos corruptos y servicios secretos (CNI) a los que he puesto en evidencia con sus mafiosas actuaciones (que nada tienen que ver con el control de la seguridad del Estado).

Y he explotado como nadie de quienes me conocen lo creerían, porque la fortaleza mental y el auto-control suelen formar parte de las virtudes más destacables que adornan una humanidad, por otra parte, repleta de defectos.

Y cuando estaba solo -sin que nadie me viera- me he puesto a llorar desconsoladamente, como hace -creo- más de 30 años que no lloraba.

Y lloraba preguntándome: pero… ¿hay alguien más ahí? ¿Vale la pena dejarse la salud y la vida (no se tratad e una expresión metafórica) en esto? ¿Le importa a alguien que la justicia y la verdad sean categorías permanentes de razón? ¿Hay más gente dispuesta a llegar (me conformo con que lo hicieran hasta una cuarta parte de las renuncias) a las que yo he llegado por amor a la patria y a nuestros compatriotas?

Si a quien es sangre de mi sangre (a quien más amo en mi vida) no sólo le importa un carajo toda la lucha de su padre, sino que, más bien, creo que piensa que soy algo así como un "puñetero chiflado" que le ha tocado como progenitor (en lugar de la suerte que tienen sus amigos de tener padres normales), si para mis hermanos debo ser como “un bicho raro” del que ya empiezan a estar cansados de que les provoque tanta ansiedad y tanto sufrimiento (a añadir a la ansiedad y el sufrimiento con que cada uno ya carga en sus respectivas vidas), si hasta para camaradas -con quienes compartí, hace ya 40 años, sueños azules de una España mejor basada en una profunda justicia social- se ha reconvertido, casi todos, a “la derechita valiente” de Abascal & CíA (tan lejana de esa revolución social y de la España joseantoniana con la que nos comprometimos un día y por la que este fulastre y viejo trotamundos sigue luchando)…

¿Tiene algún sentido aguantar todo lo que estoy aguantando? ¿Seré capaz de tras*formar la conciencia y el compromiso de alguno de esos seis millones de españoles a los que todos los meses llegamos?

Mientras escribo este Editorial (dos de la madrugada) después de haberme despertado de los efectos de la benzodiacepina con la que he conseguido calmar mi “crisis de ansiedad” me pregunto ¿de verdad vale la pena? ¿A alguien le importa que nos dejemos la piel denunciando con nombres y apellidos a los abusadores sensuales de menores? ¿Alguien está dispuesto a asumir los riesgos que yo asumo denunciando las continuas violaciones de mujeres provocadas por los practicantes de “la Religión de la Paz”? ¿Alguno estaría dispuesto, de verdad, a entregar hasta la última gota de su sangre por defender la unidad de España, su soberanía política y su soberanía económica? ¿Hay alguien que cree prioritario -para la salud ética de esta sociedad- desenmascarar a los banqueros que se están lucrando con el lavado de dinero procedente del narcotráfico, es decir, del sufrimiento de millones de familias y de la fin de miles de personas en el mundo? ¿Alguno de los seis millones de lectores se comprometería hasta las cachas por defender el derecho de los niños robados (robados por el negocio de los Servicios Sociales) a vivir con sus progenitores? ¿A alguien, de verdad, le interesa que Israel siga matando todos los días a palestinos inocentes? ¿Existe alguien -a quien le quite el sueño- que el pueblo saharaui siga ¡40 años después! oprimido por la dictadura de jovenlandia y viviendo en peores condiciones que las bestias en mitad del desierto? ¿Todavía hay alguien que defiende el derecho de la gran nación Hispanoamericana a vivir sin la tutela ni la amenaza del Tío Sam?

No lo sé, de verdad.

Han de disculparme ustedes hoy este pesimismo: creo que es la primera vez en mi vida periodística que me dejo arrastrar por la angustia de la soledad, por la desesperanza de dudar si, de verdad, aún existen mujeres y hombres a los que mi lucha (que les juro que es totalmente idealista, desprendida y tras*formadora) les parezca digna de ser compartida.

De verdad, resulta muy pesado mantenerse en pie, durante tanto tiempo, en un mundo absolutamente en ruinas...

Acostumbrado a ser yo quien arenga a la gente, quien apoya, quien ilusiona, quien motiva, quien ilumina… hoy ando necesitado de escuchar voces que me digan “estoy aquí”, “y Yo aquí”, “y también Yo”, "y Yo", "y Yo", "Claro que sí, Josele, también estoy Yo"…



Josele Sánchez
Josele Sánchez
Director de La Tribuna de España.

Desperta Ferro: La palabra de Josele Sánchez
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