Ha muerto mi suegra.

Estimados compañeros, terrible, ha sido terrible. Perdonen el posible tochazo, pero aún tiemblo, lloro y sufro desconsoladamente, y lo único que aplaca el ansía y la congoja que atenaza mi alma es escribir compulsivamente. Hoy tenéis ante ustedes a un Bastiani hundido por la fuerza del turbión y completamente perdido. Os pido comprensión, cristiano consuelo y respeto.

Es quizás éste el post más difícil y doloroso de todos los que a lo largo de los años he ido dejando en este foro. Murallas de pudor he tenido que derribar antes de aparecer aquí tan quejumbroso y apesadumbrado como en estos durísimos y difíciles momentos me siento. En estos casos el miedo escénico siempre me sumerge en la duda. Soy consciente de que soy un forista de bajo perfil, que no ha logrado despertar muchas simpatías, que los post que he ido esparciendo a lo largo de mi andadura en la Burbuja están salpicados de desaciertos y errores, e incluso de alguna que otra contradicción; pero en momentos tan amargos y terribles como los que atravieso, he querido compartir con todos ustedes mi largo pesar y la profunda aflicción sin límites que me corroe el alma, a riesgo de que me tildéis de blando y sensiblero. Aun así, soy de la opinión de que los seres humanos debemos compartir tanto nuestra cuitas como nuestras alegrías.

Ha muerto mi suegra, mi Espinita Indolora como siempre la llamé cariñosamente. La fin, incansable y pertinaz, siempre acecha escondida a la vuelta de cualquier esquina o en algún inoportuno recodo del camino. Somos como diminutos peces que fugazmente chapoteamos en el basto océano del tiempo, donde apostado en su atalaya de tinieblas, el implacable pescador de la fin, unas veces a unos y otras a otros, con las lacerantes redes de la enfermedad, la vejez o la trágica desaparición, nos va dando caza y nos atrapa inexorablemente; porque al final, aquí no se queda ni el Tato.

Tras la fin hace ya casi cinco años de mi querida esposa Aurelia, mi corazón quedó malherido y desolado; ahora, repentina e inesperadamente, ha caído mi santa suegra. Ya sabéis: un pequeño mareo, dolor en el pecho y brazo izquierdo, ansiedad, rigidez en la mandíbula, perdida de consciencia, desfibrilador, varios ml de Atropina y Metoprolol vía intravenosa, leve recaída, inútil y fallido masaje cardíaco, electroshock más inútil todavía.... y al final entre todos la mataron y ella sola se murió. El caso es que este nuevo y duro golpe que el destino me ha asestado justo en el centro de mi alma, ha truncado las pocas ganas de vivir que me quedaban.

Mi suegra era una mujer virtuosa, recta y muy eficiente. Reforzaba su carácter una constitución fornida y resolutiva. Propensa a la histeria y poseedora de un disuasorio poderío físico fuera de lo común, ante su hercúlea presencia cualquier hombre cauto, precavido y remilgado tendía a encogerse y amilanarse, por la cuenta que le traía. Confieso con aprecio y cariño que a veces no sabía si tenía frente a mí a un sargento de semana o a un inspector de hacienda -------------------------------------------------------
----------------------------------------------------------------- Perdón siento esta pequeña interrupción en el decurso del texto, me he quedado en blanco, si me pudieseis ver comprobaríais que lloro amargamente. Es demasiado dolor para un solo hombre. Decía que mi suegra era recta y tajante. Aunque la rigidez y lo monolítico de su comportamiento no era más que el trasunto de una actitud sana y solidaria, encaminada siempre a la consecución del bienestar de sus nietos y el mío propio. Siempre le estaré agradecido por su dedicación y entrega. Nunca permitió que tomase bebidas alcohólicas, ni que fumase, ni que saliese con mis amigos los fines de semanas. Siempre me conminaba y conseguía que me acostase muy temprano y que trabajase muy duro en el cortijo, de sol a sol en inacabables jornadas rayanas en la fatiga y la extenuación. Incluso no permitía que en verano vistiese con pantalón corto y ropa moderna, y se tiraba a la yugular, cual jaguar enloquecido, de cualquier mujer que osase poner sus ojos sobre mis cansados huesos. No hace falta que diga que todo lo hacía por mi bien y el de mis hijos y que la quería mucho. Más que a nada en este mundo.

Y aquí estoy, ahogado en este pozo de dolor, en este infierno en vida, en este frío páramo de desolación, desesperado y perdido como un pobre niño que abandonado en la oscuridad de la noche no encuentra a su progenitora. Porque mi suegra era mi segunda progenitora. Y me lo hizo saber y me lo dejó muy claro cada vez que, con inmisericorde saña, me pellizcaba en el brazo o me apaleaba.

Tras su óbito, estoy inmerso en un profundo desfiladero de tristeza en el que no cabe ningún consuelo ni resignación, y en el que a medida que tras*curren los minutos y avanzo hacia un mañana sin futuro, la escasa luz desaparece y sus paredes de angustia y congoja se estrechan a mi paso y se recrecen. Siento que después de esta nueva cuchillada trapera de la vida mi existencia en este mundo carece de cualquier sentido, significado o valor.

Ante el temor de que me derrumbe del todo, mis amigos y parientes se han acercado a casa con la loable intención de prestarme pronto consuelo y calor humano. Por mi parte y para no parecer descortés ni desagradecido, he comprado 10 botellas de Whisky y casi medio kilo de caviar. ¿Qué otra cosa podía hacer? Siempre me gustó atender bien a la gente.

Y aquí estamos todos en este valle de lágrimas, ante el cuerpo presente de mi queridísima y difunta suegra, bebiendo y comiendo algo, pues cierto es que aunque la mente y el corazón sufran, no debemos descuidar el cuerpo. También he contratado a unos mariachis y a unos raperos de moda para despedir a mi señora suegra como se merece. Estoy seguro que me agradecerá eternamente haber llegado junto al Altísimo acompañada de la más bella vibración sonora que el ser humano inventó: la música. Es increíble los inverosímiles y acrobáticos brincos, piruetas y volteretas que los raperos realizan sobre el ataúd. Resultan espectaculares sus cabriolas.

Lo que no me esperaba es que mis amigos, también por su parte, hayan contratado a un grupo de samba brasileira. No debían haberse tomado tantas molestias. El alivio de mi pena no se merece tal gasto y derroche. Pero ya que están aquí y veo tan de cerca a estas chicas tan exuberantes y curvilíneas, hablando con simpático gracejo y moviéndose con inusitada soltura y oficio, reconozco que estas brasileñas son unas mujeres muy sensuales, dulces y cariñosas, que me han elevado un poco mi compungido espíritu. Son ya cinco whiskiys los que me he tomado y casi no he parado de bailar con la del bikini rojo.

Aunque en honor a la verdad debo reconocer y reconozco que el recuerdo de mi suegra me desgarra el alma con tal ímpetu que no tengo el cuerpo para nada. No sé cómo voy a continuar viviendo.

Pido disculpas por la larga extensión del texto si es que alguno lo ha leído hasta el final. Comprendan que de alguna manera necesitaba desahogarme

Lo lamento mucho.