guano blanca, los olvidados de Estados Unidos... hasta que llegó Trump // "Intereconomía era la amante vergonzante del PP". Los madrileñeos de Peyró

M. Priede

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El ensayo 'White Trash' (2020, Capitán Swing), de Nancy Isenberg, repasa la historia oculta de la clase blanca, rural y pobre de la América profunda

Por lo que leo en el artículo debe de estar bien. Cuando la economía de una nación recién nacida y en plena expansión sigue un proceso de mejora en los niveles de vida de quienes participan en ella, tienden a formarse mitos que unifican a esa sociedad, pero cuando se produce una inversión del proceso salen a luz los problemas ocultos y el mito se cae.

Pobres y ricos hacían suya la mitología de la nación; ahora estamos viendo cómo aflora el racismo que lleva dentro desde antes de que se fundara. Trump los hace soñar de nuevo; si no gana en las próximas elecciones el problema de esos Estados seguramente se agrave al ver que su icono desaparece y que ellos pasarán a ser 'los perdedores poco apreciables', que así los definía la Hilaria. De nada ha servido lo que ya denunciaba el antropólogo Marvin Harris en los años 70 cuando explicaba que las ayudas sociales a madres solteras estaba destruyendo la comunidad de color al convertir el hecho de ser progenitora en un modo de vida. A día de hoy la mayor parte de los neցros no tienen padre reconocido y se han criado en hogares de un sólo progenitor, la progenitora, con frecuencia acompañada de una sucesión de parejas que no daban ninguna vertebración familiar sino todo lo contrario. Apartarlos en guetos, pagar para que te dejen en paz y lavar la conciencia no arregló el problema racial de fondo sino todo lo contrario. Se han acostumbrado a vivir así y a posar de víctimas en lugar de molestarse en sacarle algo de provecho a las ayudas; probablemente no estarían ante un problema tan grave si en su día el racismo no hubiese sido tan intenso y brutal, y a fin de cuentas no hace tanto de eso. Todavía en los años 70 una familia de raza de color era vilipendiada en la calle si trataba de asentarse en un barrio de blancos.



En cuanto a los pobres de raza blanca, los grandes perdedores a ojos de los de su raza, conviene recordar que muchos de ellos arrastran una pobreza también de larga data.



Si América necesitaba agricultores y artesanos, estos no podían salir de la metrópoli, puesto que entonces la matriz perdería competitividad frente a otras naciones en el nuevo organigrama comercial. Uno de los principales historiadores ingleses del siglo XVI, que alentó y registró la conquista de las colonias inglesas sin haber puesto un pie fuera de Londres, propuso a la reina Isabel I convertir las nuevas tierras en "un enorme asilo para indigentes".​
Por eso la guandoca londinense de Bridewell fue una de las principales canteras para reclutar colonos y "convertir el excedente de pobres, la morralla humana de Inglaterra, en activos económicos". Una suerte de reformatorio de los hijos de vagos y maleantes a los que, a cambio de asentarse al otro lado del globo, se les daba la oportunidad de no acabar como sus padres. A estos colonos de segunda no se les dieron las mejores tierras, evidentemente. En esa tierra de iguales, siguió perpetuándose una clase pudiente, una "casta norteamericana vehementemente entregada a las causas de la productividad y la expansión". Otro de los padres fundadores, Thomas Paine, alentó a los nuevos estadounidenses a alumbrar "una raza de hombres, quizá tan numerosa como la que pueda poblar la totalidad de Europa", formada por "los comerciantes de ultramar, los agricultores y ganaderos a gran escala, los constructores de barcos, los inventores y los norteamericanos terratenientes decididos a proteger el derecho de la propiedad (pero, desde luego, no los pobres carentes de tierras)". "Nunca ha habido realmente un libre mercado de la tierra", sentencia Isenberg, y Estados Unidos se ha cimentado en la "especulación de la tierra de los más poderosos, encargados de obligar al ocupante ilegal pobre a abandonar su parcela".​

https://www.ecestaticos.com/imagestatic/clipping/3ef/598/3ef598cfdfbb356ac573a64478a62ffb/guano-blanca-los-olvidados-de-estados-unidos-hasta-que-llego-trump.jpg?mtime=1602666186

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guano blanca, los olvidados de Estados Unidos... hasta que llegó Trump

Psdt/ Otro libro que debe de estar bien, por entretenido, es éste de Peyró. Hace memoria de cuando tenía 25 años (así que sólo han tras*currido quince años, porque Peyró es joven, tiene cuarenta); nos relata cómo eran los interiores de La Gaceta, periódico donde dirigía la sección de Cultura; también los de Intereconomía, y en definitiva la vida de un joven periodista en Madrid en la época de Zapatero. Narra bien:

“Se va perdiendo ese sabor, entre Baroja y El Vaquilla, tan propio del Abroñigal y Méndez Álvaro. Antes había toxicómanos, degradación, hampones, bares de obreros, naves de galvanizado, poca gente pero siempre peligrosa. Ahora hay tiendas, farmacias, sucursales de La Caixa, un asador de pollos, comercio y paz, padres con camisa de cuadros que llevan a un niño de la mano. No debería suceder pero sucede: somos partidarios de lo segundo, pero algo dentro de uno echa de menos lo primero”.​
“Hay un lujo diario que me permito: llegar en taxi a trabajar. Salir a la calle y meterse en un taxi tiene efectos balsámicos sobre la agresividad del mundo —y me permite cinco minutos de contemplación, alelamiento o cotilleo por teléfono antes de entrar al tostadero. El mullido del taxi viene a ser como ese último masajito cervical que dan al futbolista antes de saltar al campo: a las once es la reunión de temas, donde nos jugamos buena parte de la suerte del día, y la cara de Dávila [el director], que siempre parece haber desayunado fuego, no hace nada para restar trascendencia a la convocatoria. La reunión de temas tiene algo de lonja o de mercado al que llegamos a vender el género, aunque en este caso a alguien mucho más cruel que el mercado. Yo debo de haber nacido con alma de inspector de riesgos laborales y llevo estudiado lo mío desde el día anterior, pero aun así me gusta dedicar un buen rato a preparar mis temas… Cuento con la gran ventaja de que, en ‘La Gaceta’, el diario bronco de la mañana, tener una sección diaria de cultura es algo tan exótico como si el 'New York Times' dedicase una página cada día a, qué sé yo, los bolos cántabros”.​
“Siempre es igual. Nada más llegar, Dávila está embebido en la contemplación del periódico —de su periódico— como quien examina con atención su deposición mañanera. Sentado en la cabecera de la amplia mesa de reuniones, en mangas de camisa y con el botón de la corbata desabrochado, va pasando las páginas hasta que nota que hay quorum suficiente a su alrededor. Cuando ya estamos todos bien sentaditos... Dávila, sin levantar los ojos del diario, da los buenos días que podría dar quien te viene a embargar la casa... En alguna ocasión, cuando nos hemos comido algo o ‘El Mundo’ nos ha mojado la oreja de modo humillante, Dávila se enfada con una vehemencia que nos hace poner a todos cara de niños compungidos: es, exactamente, como cuando eras pequeño y habías liado alguna subida de peso. Lo más frecuente, sin embargo —dentro de que vive en un promedio de enfado de siete sobre diez— es que dramatice un poco su ira: tiene la manía de estampar el boli contra el periódico”.​
Tenemos, por último, una desternillante visita de Ariza y Peyró a la finca gallega de un accionista de ‘Intereconomía’ llamado... Mario Conde, cuyas características ínfulas sacan la versión más afilada del escritor:​
1) “Además de granito, en el patio también había un loro y dos perros alsacianos… Según nos dijo Conde, entre los perros y el loro había habido problemas de celos, por lo que se vieron obligados a recurrir a la terapia de un psicólogo animal: yo me imagino que una vacilada así es, ante todo, la manera de recordarnos o restregarnos que sigue siendo tan rico que puede tirar el dinero como le apetezca, incluso trayendo a psicólogos animales al interior de la provincia de Orense”.​
2) “En el aperitivo, Conde nos entretiene hablándonos de la casa, y de cómo su genialidad la ha reformado, porque él ‘ve’ las cosas primero, y luego las proyecta y construye, etcétera. Está claro que a nuestra vanidad no le sirve ser muy buenos en una cosa: quien es un gran banquero, quiere también dejar su huella como decorador de interiores… Luego, Ariza y Conde se van a hablar un rato de cosas de mayores y nosotros nos quedamos con su mujer. Paco, que compra la mística de Conde, estaba encantado, pero yo creo que la mujer y yo hubiésemos aceptado con más alegría una endodoncia”.​
 
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