Grecia rural, la revolución de los huertos

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1 Ene 2011
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behind the musgo
Nos encontramos en Paranesti, al norte de Drama, en las estribaciones de las Ródope, la cadena montañosa que corre a ambos lados de la frontera con Bulgaria, donde empieza nuestro viaje. Es el municipio más grande y menos poblado de Grecia, rico en inmensas extensiones de bosque. Hemos venido a participar en una bolsa de semillas y un encuentro internacional de tres días organizado por Peliti, una asociación creada hace diez años por Panagiotis y Sonia Sainatoudis.
En esta estancia de apenas dos semanas en Grecia descubriremos hasta qué punto este país se corresponde poco con la imagen caricaturesca ampliamente proyectada por nuestros medios de comunicación. No voy a recordar aquí la profunda crisis económica, social y humana, los daños causados por los dictados europeos y por la tristemente célebre Troika (1), las reducciones salariales del 20%, el 30% y a veces incluso el 50% o el 70%, las jubilaciones recortadas el 20%, los cortes drásticos en los gastos de sanidad, las cifras astronómicas del paro, los 40.000 nuevos sin techo, el millón de raciones de comida distribuidas diariamente por diferentes organizaciones, entre ellas la Iglesia… (2) Es otra realidad la que quiero recordar, la que hemos descubierto en las zonas rurales profundas.

Primera gran sorpresa: en Paranesti nos encontramos en medio del mayor acontecimiento europeo relacionado con las semillas, impulsado por una energía y un entusiasmo increíbles. Alrededor de 7.000 personas han venido de todos los rincones de Grecia, de varias regiones e islas, para aportar (y sobre todo tras*portar) saquitos de semillas de variedades antiguas o locales de verduras y cereales.

Todo empezó en los años 90 cuando Panagiotis decidió recorrer su país haciendo auto-stop, sin dinero, viajando de una región rural a otra en busca de variedades tradicionales que se estaban perdiendo. Reunió alrededor de 1.200 y enseguida se encontró sobrepasado por la tarea de conservar y multiplicar esa inmensa riqueza. De ahí la creación de una red, Peliti -el nombre de un roble-, que reunió a una decena de grupos locales: En Komitini cerca de la frontera turca, en Ioannina al lado de Albania, en islas como Egina y Lefkada… La agrupación lleva a cabo una gran actividad en las escuelas de varias regiones. Este año ha sido la décima y la mayor reunión organizada por la asociación.

Más de 20.000 saquitos de semillas se han distribuido o intercambiado gratuitamente; se invitó a los participantes a una cena, también gratuita, gracias a una tonelada y media de verduras proporcionadas por una cincuentena de agricultores locales. Este año Peliti tiene la intención de construir un nuevo edificio para su banco de semillas y seguirá extendiendo su actividad por todo el país.

Al hilo de las conversaciones (y de las entrevistas grabadas por Radio Zinzine), comenzamos a identificar ciertos rasgos esenciales de la sociedad griega, sobre todo en lo que se refiere al medio rural.

Hace relativamente poco que Grecia existe como nación. De 1453 a 1828 formó parte del Imperio Otomano. Fue reconocida en 1928 formada por la Ática, Atenas, el Peloponeso y las Cícladas. Entre 1928 y 1948, el país duplicó su superficie más o menos cada 30 años (3). Pero entre los otomanos no existía propiedad privada de la tierra. Todas las tierras pertenecían al sultán, que concedía el usufructo de grandes superficies a sus servidores fieles. En las provincias, los otomanos privilegiaron a los pequeños agricultores, menos susceptibles de amenazar su dominio que los grandes propietarios y los notables locales. Poco a poco, tras la salida de los turcos, los griegos ocuparon las tierras, a menudo sin títulos oficiales de propiedad; por su parte el Estado también recuperó superficies, sobre todo aquéllas que pertenecían al Imperio Otomano. Lo que explica, por ejemplo, que el 95% de los bosques en Grecia sean públicos.

En 1922, tras un grande y traumático intercambio de poblaciones turcas y griegas que vio a un millón y medio de refugiados abandonar el Asia Menor por Grecia, se llevó a cabo una importante reforma agraria entre los más radicales, en el oeste, que distribuyó las tierras a los que las trabajaban. Gracias a esa reforma, la distribución de tierras es relativamente igualitaria, en general entre 5 y 20 hectáreas por explotación.

El éxodo rural de Grecia data sobre todo del período que siguió a la Segunda Guerra Mundial y la feroz guerra civil entre 1945 y 1949. Apenas se sabe que los alemanes destruyeron casi todas las grandes ciudades de montaña de más de 2.000 habitantes, lo que supuso un golpe terrible al tejido rural. El éxodo también ha sido favorecido por la política, apoyada por Estados Unidos, dirigida a incrementar la oferta inmobiliaria en las ciudades. Y ha continuado desde la entrada de Grecia en la Comunidad Europea en 1981.

Pero el hecho de que ese fuerte movimiento de población hacia las ciudades sea relativamente reciente tiene como consecuencia que los vínculos entre el medio rural y las ciudades se mantienen muy vivos. La gran mayoría de los griegos tiene parte de su familia en la ciudad y otra parte en un pueblo. De todas formas, la familia sigue siendo una unidad fundamental en la vida helénica. Los habitantes de la ciudad mantienen una relación afectiva y constante con «su» pueblo y acuden regularmente para los festejos. Además existe un fenómeno muy extendido, el de las asociaciones de la diáspora que reúnen a los ciudadanos de un pueblo o una provincia determinados.

Todo eso favorece mucho el actual movimiento inverso de las ciudades hacia el campo. Algunos sondeos revelan la sorprendente cifra (difícil de verificar) de un millón y medio de griegos que estarían tentados por ese enfoque. Alrededor de 50.000 ya lo habrían emprendido.

Dimitris Goussios, profesor de geografía de la Universidad de Tesalia, recuerda Ellinopyrgos, un pueblecito de las estribaciones que rodean la planicie de Tesalia, actualmente poblado por un centenar de personas, casi todas mayores. Pocas perspectivas, se diría. Falso: existen desde hace mucho tiempo seis asociaciones creadas por la diáspora originaria de ese pueblo en Australia, Alemania, Estados unidos, Atenas… que agrupan a 2.500 personas. Varios jóvenes, todos de familias originarias de Ellinopyrgos, quieren iniciar actividades agrícolas y hortofrutícolas. Una conferencia por satélite organizada con la ayuda de un laboratorio dirigido por Dimitris Goussius ha podido reunir a los habitantes del pueblo, los jóvenes y los miembros de las seis asociaciones de la diáspora para determinar con precisión cómo podrá llevarse a cabo el regreso a la tierra de la mejor forma posible. Además, esas asociaciones urbanas vinculadas estrechamente con el pueblo constituyen un mercado privilegiado y muy motivado de los productos que se elaboren. Así, esas asociaciones superan su carácter tradicional, festivo, cultural y patrimonial para asumir cuestiones económicas y la instalación de nuevos agricultores. Acaban de firmar una carta de gobernanza territorial que tiene como objetivo la integración de la diáspora en el desarrollo de la comunidad.

Uno de los jóvenes urbanos ha explicado a Dimitris Goussios: «No quiero venir para ganar dinero. Si trabajo en una empresa en Atenas ganaré 400 o 500 euros. Eso para mí es esclavitud. Aquí, incluso aunque gane menos, sobre todo encuentro la libertad». Según Goussios, «la mentalidad cambia hacia lo cualitativo, hacia la calidad con lo colectivo. El individualismo no ha terminado, pero ya no es tan fuerte como antes».

Al preguntarle sobre el sorprendente espíritu de generosidad del trabajo de Peliti continúa: «Al menos en Grecia, después de tres decenios de hiperconsumismo, la crisis está ayudando a hacer una nueva evaluación de lo que había, de lo que ya no habrá. Hace mucho tiempo no solo existía la generosidad, sino también la reciprocidad. Aquí, por ejemplo, cuando se construía una casa todo el pueblo participaba. Ahora estamos recuperando todo eso, la solidaridad, la reciprocidad, la generosidad. Lo positivo es que en Grecia eso todavía existe, al menos en la memoria de las personas, mientras que en Francia, donde el éxodo data principalmente del siglo XIX, hay una ruptura. Ya no hay puentes o pasarelas, mientras que aquí cualquiera, aunque sea la tercera generación, participa en las fiestas del pueblo, viene a pasar diez o quince días, el abuelo le lleva a ver los animales en el establo. Por lo tanto existe un contacto, y aunque sea débil el proceso será más fácil».

Durante nuestra estancia en Tesalónica, la segunda ciudad de Grecia, visitamos un huerto creado por doscientos ciudadanos de diferentes generaciones y profesiones en un terreno militar que ocuparon. Las verduras crecen, los hortelanos elaboran planos de las plantaciones y de momento nadie se lo impide. Pero seguramente tendrán que pelear para quedarse. Desde que empezó la crisis han aparecido numerosos huertos colectivos en las ciudades griegas.

Otro fenómeno nuevo se desarrolla rápidamente, el que se conoce en general como «la revolución de las patatas». A principios de este año los productores de patatas de la región de Nevrokopi, en el norte del país, se encontraron con una gran cosecha que no conseguían vender a un precio justo. Los supermercados ofrecían 15 céntimos por kilo, que no cubren los costes de producción, y las revendían a más de 70 céntimos. Los agricultores reaccionaron distribuyendo toneladas de patatas gratis en las plaza de las grandes ciudades. Al verlo, un profesor de gimnasia de Katerini, Elías Tsolakidis, se puso en contacto con ellos y puso en marcha un sistema de pedidos directos de los consumidores por internet. Ahora los productores bajan a muchas ciudades, se instalan con sus camiones en los aparcamientos y venden las patatas a 25 céntimos el kilo. Todo el mundo gana salvo los supermercados, obviamente, que han tenido que bajar su precio de venta, aunque sigue siendo muy alto. Este sistema se ha extendido progresivamente a otros productos como el aceite de oliva, la harina y el arroz. La operación, coordinada por voluntarios, ha permitido a los productores de Nevrokopi vender 17.000 toneladas de patatas en cuatro semanas. Ya han participado más de 3.000 familias en Katerini, una ciudad de 60.000 habitantes. Recientemente más de 2.500 personas de Katerini cataron diversos aceites de oliva e hicieron su elección, un «ejercicio democrático», según Tsolakidis.

En Tesalónica también asistimos a una manifestación contra el proyecto de una inmensa mina de oro a cielo abierto en la región de Halkidiki que destruirá varios pueblos y el bosque de Skouries, una de las forestas más ricas de Europa en biodiversidad. Parece que los proyectos mineros se reavivan, se recuerda en particular la presencia de uranio en el norte, cerca de la frontera búlgara. Durante la manifestación entrevistamos a Alexis Benos, un profesor de medicina que se declara asustado por las inevitables consecuencias en la salud pública, en los obreros de la mina, en la población de los alrededores e incluso más lejos debido a la gran volatilidad del polvo que genera la mina. Además se prevén problemas graves de contaminación de las capas freáticas a causa de la utilización masiva de cianuro para extraer el oro del mineral.

Muchos griegos temen que el Estado, bajo presión, malvenda las riquezas minerales del subsuelo. Tanto más porque en una época de crisis profunda los movimientos ecologistas tienen más difícil movilizar a la población. También están preocupados por los bosques griegos, casi todos públicos y poco explotados.

Alexis Benos: «Es cierto que esto es un desastre, como una calamidad natural que se abatiera en las islas por todas partes. Como médico te diré que en los dos últimos años he conocido un aumento significativo de suicidios, así como de los problemas de salud y de los trastornos psicológicos. Y al mismo tiempo el gobierno recorta y destruye el sistema sanitario público.

¿Qué podemos hacer? Aquí, en Tesalónica, se está desarrollando un movimiento de solidaridad, hemos creado un centro médico solidario. Somos más de 60 personas del sector de la salud, médicos, enfermeros, psiquiatras. Trabajamos en el centro fuera de nuestro horario laboral y atendemos a personas que ya no tienen ningún acceso a la atención porque ya no hay servicios públicos o porque ya no tienen seguro. Antes, mientras estabas en el paro, tenías un seguro; ahora eso se acabó. Mucha gente se encuentra en esa situación. Realmente es una crisis brutal para las personas que antes no eran pobres. Tenían un empleo o un negocio y de la noche a la mañana perdieron todo. Esos son nuestros pacientes. Cuando abrimos el centro médico solidario pensábamos que la mayoría de las personas que acudirían a nosotros serían pagapensiones. Pero en la actualidad el 70% son griegos.

Lo que nos mantiene optimistas es que tenemos un movimiento con diversas expresiones de solidaridad, como veis ahora en la manifestación contra la mina de oro. Es un movimiento que se agranda en solidaridad y también en resistencia, por supuesto. Tenemos un lema fundamental: «No dejar a nadie solo frente a la crisis».

Dimitris Goussios: «Pienso que el gran descubrimiento de los tres o cuatro años del imperio de la crisis es que las personas han empezado cada vez más a entender y aceptar que de lo que se rechazaba en los años 70 hay cosas que son como diamantes. Por ejemplo la solidaridad, los festejos. Desde ese punto de vista creo que la crisis tiene aspectos positivos; el más positivo de todos es que las personas son capaces de buscar vías alternativas.

Hace poco en un café hubo una discusión sobre si íbamos a pasar de la carne a los garbanzos. Aquí en los cafés también se hacen risas y bromas, es como el teatro de la Grecia Antigua, nunca se sabe cuándo se habla en serio y cuándo en broma. Un viejo dijo: «Escuchad, yo hice grandes festejos en mi juventud con garbanzos y después vi que cada vez aparecía más la carne en la mesa. Así que poned atención, la auténtica cuestión no es si comeremos carne o garbanzos, ¡el verdadero problema es que dejásemos de festejar!

Rebelión
 
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