Goliath (vehículo teledirigido) nancy

urano

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Levantaba del suelo más o menos lo mismo que un triciclo y a simple vista más parecía un juguete para niños que un arma mortífera, pero cuando en plena Segunda Guerra Mundial los nazis tuvieron que decidir cómo bautizar el SdKfz —su último dispositivo para atacar con explosivos a objetivos aliados— optaron por un nombre épico y de resonancias bíblicas: Goliath. Con el tiempo, para las tropas británicas se convirtió sin embargo, simple y llanamente, en el “tanque escarabajo”.




Hacia finales de 1940 Alemania creía tener entre manos el recurso definitivo para acabar con los tanques enemigos. Basándose en un diseño del ingeniero militar francés Adoplhe Kégresse que habían rescatado poco antes de las aguas del Sena, los mandos de la Wehrmacht encargaron al fabricante alemán de vehículos Carl FW Borgward que elaborase un pequeño vehículo capaz de tras*portar explosivos. La idea era sencilla: querían un “aparato suicida” que se pudiese acercar con sigilo hasta los carros, las bases, puentes, construcciones... enemigas y hacerlas saltar por los aires. Todo, por supuesto, a distancia, con cables y sin causar ni una sola baja entre los nazis.

La solución que salió de la factoría de Borgward en Bremen fue el Sdkfz, alias Sonderkrafahzeug, Leichter Ladungsträger o directamente "Goliath", como acabaría pasando a la historia, un vehículo oruga en miniatura de unos 30,5 centímetros de alto y 1,2 metros de largo capaz de cargar con 60 kilos de explosivos. El dispositivo se dirigía a distancia gracias a un mando de control similar a un joystick conectado a la parte posterior de Goliath mediante un cable de 650 metros y tres hilos. Con él, los operadores nazis podían acelerar y maniobrar la "mina móvil" o detonar su carga mortífera.

Goliath empezó a desplegarse por los frentes alemanes a partir de la primavera de 1942, si bien su "bautismo de fuego" —precisa Eurasia1945— fue la Batalla de Kursk, en el verano de 1943, contra las tropas soviéticas. Con el paso de los meses seguirían viéndose con mayor o menos fortuna en batallas como la de Anzio, el Alzamiento de Varsovia o incluso durante la campaña de Normandía. En total, recoge Military History, se estima que llegaron a fabricarse unas 7.564 unidades.

Como pasa con frecuencia, la idea de Goliath era sin embargo mucho más atractiva sobre el papel que en la práctica. El SdKfz era una auténtica mina andante: sigiloso y dinámico, permitía a los nazis aproximarse sin hacer ruido a los carros de combate, puentes o bases enemigas, cierto; pero esa ventaja no compensaba sus inconvenientes. El principal, el evidente: al encargarse de misiones suicidas, eran dispositivos para un solo uso. Los Goliath saltaban por los aires junto a su carga y objetivo, una característica que no casaba demasiado bien con su coste de fabricación.

Su velocidad era también limitada, de apenas 9,6 kilómetros por hora, y para más inri su armadura lo hacía vulnerable a la artillería. Eso sin tener en cuenta que si se cortaban sus cables perdía toda su eficacia, lo que en ocasiones condenaba a los Goliath a convertirse en trofeos de guerra para las tropas enemigas. Se conservan por ejemplo imágenes de soldados británicos posando con una recua de SdKfz defenestrados antes de explotar su carga. Con ese historial, acabó descartándose.

A pesar de esas rémoras, recuerda Military History, el Goliath ocupa un papel relevante en la industria de la ingeinería bélica. Quizás ayudó a batir menos tanques de los que hubiera querido la Wehrmacht, pero abrió camino y contribuyó al desarrollo de otros ingenios controlados a distancia.
 
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