Marqués de Santillana
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La humanidad está inmersa en un devastador y premeditado plan de exterminio. Si en los orígenes (Génesis 1:28), se daba el mandato divino de crecimiento y multiplicación de la especie, para poblar la tierra, hoy se está provocando una inversión de la vida, un trueque por la fin, una minoración progresiva, que provoca el quebranto de la demografía, orientada y diseñada por los entes carroñeros que, arropados en sus levitas y en sus pingües y adoradas riquezas, comandan, en las altas esferas de los centros de poder y decisión, el destino de las personas más vulnerables.
Los métodos puestos en práctica, para lograr sus macabros y perversos objetivos, son múltiples y de una crueldad y perfidia infinitas.
El fomento del aborto, despenalizado, alentado y extendido por la faz de la tierra, es la prueba evidente de sus malévolas y criminales intenciones. Se ha generalizado, con la práctica del aborto, el asesinado en masa de los seres inocentes, que estaban ya concebidos y aspiraban, con pleno derecho, a la vida de la que gozaban en su gestación hasta que fue traumáticamente interrumpida. Las expectativas vitales del feto, con el aborto, son catastróficas, violenta e impunemente truncadas con sádico instinto criminal, por los mismos quienes, farisaicamente, demonizan la pena de fin, a la que se pudieran hacer merecedores por el genocidio que propician; por eso, despenalizan, por una parte, con su fistro y oprobiosa actuación aniquiladora, mientras que abominan y exoneran, por otra, contra la pena de fin a los criminales, a la que podían ser merecedores sus autores, cómplices y encubridores, por el terrible sacrificio humano que perpetran, contra los más débiles de la creación. Quienes implantan o practican el aborto, que no es más que la extirpación y fin, por métodos violentos, de un ser vivo, en la primera fase de su existencia, son, sin paliativos, los implacables verdugos de los seres más puros, inofensivos, de las indefensas criaturas humanas, garantes y esperanza, de no haber sido liquidadas, de la vida futura que les pertenecía.
El perverso movimiento feminista, un apéndice terminal y mediático del plan exterminador, reivindica, sin rubor, el derecho a decidir, impunemente, la fin deliberada del relevo generacional humano; es el mismo feminismo que hace desgañitar, a las mujeres que lo integran, consignas degeneradas y denigrantes, tales como “solas y borrachas queremos llegar a casa”, poniendo así de relieve su calaña. El movimiento feminista es, pues, con su libertinaje un colaborador imprescindible y necesario para la gran matanza del infanticidio terrenal.
Según fuentes de la Organización Mundial de la Salud (OMS), los abortos provocados, asesinatos consumados, durante el año 2020 en el mundo, ascendieron a 42,6 millones de víctimas inocentes por repruebo desalmado de sus progenitoras e inductores; decenas y decenas de millones de seres vivos, inmaculados, fueron eliminados sin piedad, por el único “delito” de estar, alegres y confiados, llamando, con una sonrisa dibujada en sus labios, a la puerta de la vida, desde el seno materno. Sólo en España se eleva, durante ese periodo, a más de cien mil la matanza de los nasciturus. El aborto, además de ser una hecatombe humana, es un gran negocio sucio, público o privado, de elevadas y cuantiosas cifras de millones de euros, facturados por los carniceros sin escrúpulos, defensores y socios de la cultura de la fin, con las que saquean impunemente, incluso, al erario público, que es, en definitiva, quien financia y sufraga mayoritariamente, con nuestros impuestos, el mortífero y siniestro aparato de tortura y masacre, perfectamente calculado, como es la práctica abortiva que en sus centros de salud se realizan.
Para hacer una evaluación comparativa basta citar que, mientras los crímenes por aborto, durante el año 2.020, fueron más de cuarenta y dos millones y medio de seres vivos, sin levantar aspavientos de ningún género, la esa época en el 2020 de la que yo le hablo de el bichito 19, durante el mismo periodo de tiempo, que ha encendido la alarma universal, según los datos aportados por la OMS, ha sido de un millón ochocientos mil los muertos por su causa, y se ha armado la marimorena mundial y el desquiciamiento informativo.
El feminismo es también otro de los fenómenos contemporáneos, que va en detrimento de la procreación natural, por los efectos que provoca, al haberse erigido en un foco infecto de repruebo, en un semillero de lucha y encono, al pretender generar una artificial y ficticia pugna, inexistente en absoluto, entre hombres y mujeres, que son, por su propia definición y naturaleza, seres armónicos y complementarios dentro de la misma especie. Con su estrategia de la falsa tensión que propician, las virulentas y exaltadas feministas, inoculan en las relaciones humanas distanciamientos y desencuentros provocados, que repercuten en la destrucción, de la que debe ser pacífica y entrañable convivencia familiar y, en consecuencia, afecta a los futuros nacimientos, cuya base es el amor, el respeto y la dignidad de los integrantes de dicha unidad, que constituye el pilar de la célula social por antonomasia, basada en el respeto mutuo y el afecto, y no en la lucha que pregonan y alientan las desarraigadas feministas, cuyas proclamas de promiscuidad y libertinaje entroncan más con el vicio y el hedonismo, que con la responsabilidad, el buen criterio y el equilibrio sosegado y racional de las relaciones humanas y sociales, de las personas civilizadas.
Se pretende vender como un logro “progresista”, el divorcio, la ruptura y el quebranto de los matrimonios, lo efímero de las relaciones familiares, cuando el progreso social es todo lo contrario, pues lo que da estabilidad, progreso y solidez a las relaciones sentimentales y humanas, es la permanencia, el respeto, el afecto, salvo casos extremos de patológicos desequilibrios, de los miembros que integran la unidad familiar.
El divorcio, como tubo de escape, no favorece en las familias, en absoluto, la natalidad, sino todo lo contrario.
Si la natalidad es torpedeada en sus prolegómenos, por la práctica del aborto, para reducir la presencia de humanos sobre la faz de la tierra, otra de las medidas “progresistas” en boga, para constreñir el número de habitantes, es mediante la aplicación de la eutanasia, es decir, la aceleración e inducción de la fin de personas mayores, ancianos y enfermos, envuelta bajo el señuelo de darles una “fin digna”, mediante un gesto indigno como es el de anticipar la hora de su fin, de incitar al exterminio deliberadamente, para reducir a grandes núcleos de población que consideran, los diseñadores del proyecto exterminador, inútiles para sus expectativas de lucro.
La degeneración actual, que se opone a los cánones de la normalidad natalicia, llega al extremo de contemplar incluso la pedofilia como una opción de libertad sensual, por da repelúsnte y antinatural que sea su anomalía o tara de quien lleva a cabo tales tendencias demenciales.
Otra espita que se abre y catapulta, como signo de los tiempos de tenebrosa caducidad y decadencia de la natalidad, es la proliferación de gayses, propia según algunos autores de las épocas de inversión o de final de ciclo, lesbianas y tras*exuales, que no dejan de ser, según se constata en el repaso del proceso histórico y en las diferentes culturas, anomalías, lacras, alteraciones genéticas, mutaciones, trastornos, patologías, y aberraciones sensuales, e incluso vicios, de la naturaleza humana, en materia de procreación y una degeneración de la raza, tal y como fue concebida de forma natural y primigenia.
La gaysidad fue considerada, históricamente, como una enfermedad psiquiátrica, hasta fecha relativamente reciente, por la Organización Mundial de la Salud, criterio de dolencia que entonces era compartido por eminentes sociólogos, sacerdotes y siquiatras. El científico alemán Richard von Kraft Ebing , la consideraba sencillamente como una “perversión sensual”. Había bastante consenso científico en tildar la gaysidad como una patología del trastorno de la personalidad y, por tanto, una orientación sensual egodistónica –no conforme con el yo-, por apartarse de la función natural, lo que originaba, según los expertos, un conflicto de personalidad, basados en que lo natural era lo propio de la naturaleza de las cosas, lo otro no lo es, y que lo normal en el ser humano, es ser heterosexual, de cuyas relaciones depende la supervivencia de la especie, pues sus órganos genitales están diseñados para la reproducción natural. Lo que no cabe duda es que dicha conducta gays, si nos atenemos a la historia del pensamiento humano, fue merecedora en el tras*curso de los siglos y en términos generales, del rechazo social.
Las religiones habían denostado también, desde la más remota antigüedad, la condición de la gaysidad. En la Biblia judía (Levítico 18:22), se describen las relaciones sensuales entre varones como una “abominación”, como algo pecaminoso. El judaísmo condena su práctica en la Torá. Para la Iglesia católica, la gaysidad fue calificada, durante siglos, como “crimen nefando”. El islam condena, expresamente, en el Corán y el Hadiz, los actos sensuales realizados entre personas del mismo sesso y la sodomía es castigada, incluso hoy, severamente, por ser considerada un delito grave.
En España se llega en la actualidad al esperpento de querer implantar en la enseñanza, para que desde la escuela más elemental se adoctrine a los párvulos, en dichas prácticas no convencionales de la procreación, para que los niños experimenten esas tendencias, para una gran parte de la población desviadas, que debilitan o anulan la descendencia y que pueden llegar, incluso, a da repelúsr en muchos ambientes más tradicionales y conservadores. Nada es casual y la explosión del lobby LGTBI, en una sociedad afeminada y sodomizada, es fruto de un diseño destructivo de la vida.
La propaganda, para no tener hijos, es incesante. Se va abriendo camino la pérdida del instinto paternal y maternal, los valores del milagro de la procreación de nuevas vidas, porque ello, según los destructores de la existencia humana, conlleva sacrificios y se aleja del materialismo que se inculca, sin cesar, como meta egoísta e insolidaria en los seres humanos.
Para impedir la procreación y evitar la descendencia, se han puesto en la actualidad, al alcance de todos, una serie de métodos anticonceptivos, que refuerzan el ataque biológico desatado contra el milagro de la vida, sistemas que abarcan, desde la píldora anticonceptiva y, si hay descuidos, se remata con la “píldora del día después”, para producir la hemorragia que desangra y expulsa la semilla de la vida, en caso el de haber sido fecundada; se aplica, en otros casos, el sistema intrauterino –SIU-, para evitar los embarazos; algunos utilizan, dentro de la anticoncepción, parches, anillos, implantes o inyecciones; a veces, se recurre al dispositivo intrauterino –DIU-; se ha generalizado en las relaciones sensuales el uso de los preservativos, tanto masculinos como femeninos; otros emplean el diafragma o el capuchón cervical; también es frecuente la ligadura de trompas; hay espermaticidas o aplicaciones que esterilizan; o incluso la vasectomía, por citar algunos de los recursos más comunes para imposibilitar el embarazo y posterior alumbramiento, en el mantenimiento de relaciones entre parejas heterosexuales.
Son incesantes las campañas publicitarias, abiertas o subliminales, que tras*miten el mensaje reiterativo animando a la pérdida de la conciencia de la fertilidad o a la anulación de los instintos naturales de la maternidad o la paternidad, en aras de posibilitar ventajas materiales, para quienes renieguen a perpetuar la especie.
Entre las prioridades del perverso Nuevo Orden Mundial –NOM-, están todas las planificaciones metódicas referidas anteriormente y en el patético plan Kalergi, por mencionar una cita obligada de exterminio calculado, se puede también constatar las intenciones de los “elegidos” para acometer y beneficiarse de tal monstruosidad, que afecta a la supervivencia, y en ello nos va la vida.
Quien luche, pues, contra esa guano empoderada y muchas veces invisible, que trata, de forma taimada e interesada, limitar o anular la supervivencia de la especie, estará laborando por la obra y el mandato del Supremo Creador.
GENOCIDIO MUNDIAL | Por José Luis Jerez Riesco, abogado y escritor (afan.es)
Los métodos puestos en práctica, para lograr sus macabros y perversos objetivos, son múltiples y de una crueldad y perfidia infinitas.
El fomento del aborto, despenalizado, alentado y extendido por la faz de la tierra, es la prueba evidente de sus malévolas y criminales intenciones. Se ha generalizado, con la práctica del aborto, el asesinado en masa de los seres inocentes, que estaban ya concebidos y aspiraban, con pleno derecho, a la vida de la que gozaban en su gestación hasta que fue traumáticamente interrumpida. Las expectativas vitales del feto, con el aborto, son catastróficas, violenta e impunemente truncadas con sádico instinto criminal, por los mismos quienes, farisaicamente, demonizan la pena de fin, a la que se pudieran hacer merecedores por el genocidio que propician; por eso, despenalizan, por una parte, con su fistro y oprobiosa actuación aniquiladora, mientras que abominan y exoneran, por otra, contra la pena de fin a los criminales, a la que podían ser merecedores sus autores, cómplices y encubridores, por el terrible sacrificio humano que perpetran, contra los más débiles de la creación. Quienes implantan o practican el aborto, que no es más que la extirpación y fin, por métodos violentos, de un ser vivo, en la primera fase de su existencia, son, sin paliativos, los implacables verdugos de los seres más puros, inofensivos, de las indefensas criaturas humanas, garantes y esperanza, de no haber sido liquidadas, de la vida futura que les pertenecía.
El perverso movimiento feminista, un apéndice terminal y mediático del plan exterminador, reivindica, sin rubor, el derecho a decidir, impunemente, la fin deliberada del relevo generacional humano; es el mismo feminismo que hace desgañitar, a las mujeres que lo integran, consignas degeneradas y denigrantes, tales como “solas y borrachas queremos llegar a casa”, poniendo así de relieve su calaña. El movimiento feminista es, pues, con su libertinaje un colaborador imprescindible y necesario para la gran matanza del infanticidio terrenal.
Según fuentes de la Organización Mundial de la Salud (OMS), los abortos provocados, asesinatos consumados, durante el año 2020 en el mundo, ascendieron a 42,6 millones de víctimas inocentes por repruebo desalmado de sus progenitoras e inductores; decenas y decenas de millones de seres vivos, inmaculados, fueron eliminados sin piedad, por el único “delito” de estar, alegres y confiados, llamando, con una sonrisa dibujada en sus labios, a la puerta de la vida, desde el seno materno. Sólo en España se eleva, durante ese periodo, a más de cien mil la matanza de los nasciturus. El aborto, además de ser una hecatombe humana, es un gran negocio sucio, público o privado, de elevadas y cuantiosas cifras de millones de euros, facturados por los carniceros sin escrúpulos, defensores y socios de la cultura de la fin, con las que saquean impunemente, incluso, al erario público, que es, en definitiva, quien financia y sufraga mayoritariamente, con nuestros impuestos, el mortífero y siniestro aparato de tortura y masacre, perfectamente calculado, como es la práctica abortiva que en sus centros de salud se realizan.
Para hacer una evaluación comparativa basta citar que, mientras los crímenes por aborto, durante el año 2.020, fueron más de cuarenta y dos millones y medio de seres vivos, sin levantar aspavientos de ningún género, la esa época en el 2020 de la que yo le hablo de el bichito 19, durante el mismo periodo de tiempo, que ha encendido la alarma universal, según los datos aportados por la OMS, ha sido de un millón ochocientos mil los muertos por su causa, y se ha armado la marimorena mundial y el desquiciamiento informativo.
El feminismo es también otro de los fenómenos contemporáneos, que va en detrimento de la procreación natural, por los efectos que provoca, al haberse erigido en un foco infecto de repruebo, en un semillero de lucha y encono, al pretender generar una artificial y ficticia pugna, inexistente en absoluto, entre hombres y mujeres, que son, por su propia definición y naturaleza, seres armónicos y complementarios dentro de la misma especie. Con su estrategia de la falsa tensión que propician, las virulentas y exaltadas feministas, inoculan en las relaciones humanas distanciamientos y desencuentros provocados, que repercuten en la destrucción, de la que debe ser pacífica y entrañable convivencia familiar y, en consecuencia, afecta a los futuros nacimientos, cuya base es el amor, el respeto y la dignidad de los integrantes de dicha unidad, que constituye el pilar de la célula social por antonomasia, basada en el respeto mutuo y el afecto, y no en la lucha que pregonan y alientan las desarraigadas feministas, cuyas proclamas de promiscuidad y libertinaje entroncan más con el vicio y el hedonismo, que con la responsabilidad, el buen criterio y el equilibrio sosegado y racional de las relaciones humanas y sociales, de las personas civilizadas.
Se pretende vender como un logro “progresista”, el divorcio, la ruptura y el quebranto de los matrimonios, lo efímero de las relaciones familiares, cuando el progreso social es todo lo contrario, pues lo que da estabilidad, progreso y solidez a las relaciones sentimentales y humanas, es la permanencia, el respeto, el afecto, salvo casos extremos de patológicos desequilibrios, de los miembros que integran la unidad familiar.
El divorcio, como tubo de escape, no favorece en las familias, en absoluto, la natalidad, sino todo lo contrario.
Si la natalidad es torpedeada en sus prolegómenos, por la práctica del aborto, para reducir la presencia de humanos sobre la faz de la tierra, otra de las medidas “progresistas” en boga, para constreñir el número de habitantes, es mediante la aplicación de la eutanasia, es decir, la aceleración e inducción de la fin de personas mayores, ancianos y enfermos, envuelta bajo el señuelo de darles una “fin digna”, mediante un gesto indigno como es el de anticipar la hora de su fin, de incitar al exterminio deliberadamente, para reducir a grandes núcleos de población que consideran, los diseñadores del proyecto exterminador, inútiles para sus expectativas de lucro.
La degeneración actual, que se opone a los cánones de la normalidad natalicia, llega al extremo de contemplar incluso la pedofilia como una opción de libertad sensual, por da repelúsnte y antinatural que sea su anomalía o tara de quien lleva a cabo tales tendencias demenciales.
Otra espita que se abre y catapulta, como signo de los tiempos de tenebrosa caducidad y decadencia de la natalidad, es la proliferación de gayses, propia según algunos autores de las épocas de inversión o de final de ciclo, lesbianas y tras*exuales, que no dejan de ser, según se constata en el repaso del proceso histórico y en las diferentes culturas, anomalías, lacras, alteraciones genéticas, mutaciones, trastornos, patologías, y aberraciones sensuales, e incluso vicios, de la naturaleza humana, en materia de procreación y una degeneración de la raza, tal y como fue concebida de forma natural y primigenia.
La gaysidad fue considerada, históricamente, como una enfermedad psiquiátrica, hasta fecha relativamente reciente, por la Organización Mundial de la Salud, criterio de dolencia que entonces era compartido por eminentes sociólogos, sacerdotes y siquiatras. El científico alemán Richard von Kraft Ebing , la consideraba sencillamente como una “perversión sensual”. Había bastante consenso científico en tildar la gaysidad como una patología del trastorno de la personalidad y, por tanto, una orientación sensual egodistónica –no conforme con el yo-, por apartarse de la función natural, lo que originaba, según los expertos, un conflicto de personalidad, basados en que lo natural era lo propio de la naturaleza de las cosas, lo otro no lo es, y que lo normal en el ser humano, es ser heterosexual, de cuyas relaciones depende la supervivencia de la especie, pues sus órganos genitales están diseñados para la reproducción natural. Lo que no cabe duda es que dicha conducta gays, si nos atenemos a la historia del pensamiento humano, fue merecedora en el tras*curso de los siglos y en términos generales, del rechazo social.
Las religiones habían denostado también, desde la más remota antigüedad, la condición de la gaysidad. En la Biblia judía (Levítico 18:22), se describen las relaciones sensuales entre varones como una “abominación”, como algo pecaminoso. El judaísmo condena su práctica en la Torá. Para la Iglesia católica, la gaysidad fue calificada, durante siglos, como “crimen nefando”. El islam condena, expresamente, en el Corán y el Hadiz, los actos sensuales realizados entre personas del mismo sesso y la sodomía es castigada, incluso hoy, severamente, por ser considerada un delito grave.
En España se llega en la actualidad al esperpento de querer implantar en la enseñanza, para que desde la escuela más elemental se adoctrine a los párvulos, en dichas prácticas no convencionales de la procreación, para que los niños experimenten esas tendencias, para una gran parte de la población desviadas, que debilitan o anulan la descendencia y que pueden llegar, incluso, a da repelúsr en muchos ambientes más tradicionales y conservadores. Nada es casual y la explosión del lobby LGTBI, en una sociedad afeminada y sodomizada, es fruto de un diseño destructivo de la vida.
La propaganda, para no tener hijos, es incesante. Se va abriendo camino la pérdida del instinto paternal y maternal, los valores del milagro de la procreación de nuevas vidas, porque ello, según los destructores de la existencia humana, conlleva sacrificios y se aleja del materialismo que se inculca, sin cesar, como meta egoísta e insolidaria en los seres humanos.
Para impedir la procreación y evitar la descendencia, se han puesto en la actualidad, al alcance de todos, una serie de métodos anticonceptivos, que refuerzan el ataque biológico desatado contra el milagro de la vida, sistemas que abarcan, desde la píldora anticonceptiva y, si hay descuidos, se remata con la “píldora del día después”, para producir la hemorragia que desangra y expulsa la semilla de la vida, en caso el de haber sido fecundada; se aplica, en otros casos, el sistema intrauterino –SIU-, para evitar los embarazos; algunos utilizan, dentro de la anticoncepción, parches, anillos, implantes o inyecciones; a veces, se recurre al dispositivo intrauterino –DIU-; se ha generalizado en las relaciones sensuales el uso de los preservativos, tanto masculinos como femeninos; otros emplean el diafragma o el capuchón cervical; también es frecuente la ligadura de trompas; hay espermaticidas o aplicaciones que esterilizan; o incluso la vasectomía, por citar algunos de los recursos más comunes para imposibilitar el embarazo y posterior alumbramiento, en el mantenimiento de relaciones entre parejas heterosexuales.
Son incesantes las campañas publicitarias, abiertas o subliminales, que tras*miten el mensaje reiterativo animando a la pérdida de la conciencia de la fertilidad o a la anulación de los instintos naturales de la maternidad o la paternidad, en aras de posibilitar ventajas materiales, para quienes renieguen a perpetuar la especie.
Entre las prioridades del perverso Nuevo Orden Mundial –NOM-, están todas las planificaciones metódicas referidas anteriormente y en el patético plan Kalergi, por mencionar una cita obligada de exterminio calculado, se puede también constatar las intenciones de los “elegidos” para acometer y beneficiarse de tal monstruosidad, que afecta a la supervivencia, y en ello nos va la vida.
Quien luche, pues, contra esa guano empoderada y muchas veces invisible, que trata, de forma taimada e interesada, limitar o anular la supervivencia de la especie, estará laborando por la obra y el mandato del Supremo Creador.
GENOCIDIO MUNDIAL | Por José Luis Jerez Riesco, abogado y escritor (afan.es)