Garrote vil

El Juani

Madmaxista
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Lo prometido es deuda, así que ahí va la entrada en la que hablaremos detenidamente de las distintas tipologías de garrote que funcionaron en España desde su implantación hasta la abolición de la pena de fin. Ojo, ciudadanos especialmente sensibles quedan advertidos de que es un tema un tanto desagradable. Sirva pues de aviso y, sin más historias, vamos al tema.

Cultos y avanzados ciudadanos europeos enrodando a un reo. Ese tipo de
suplicio jamás se usó en España. Como se puede apreciar por la indumentaria
del personal, la escena no tiene lugar en la Alta Edad Media precisamente
Desde tiempos inmemoriales, a los españoles se nos ha considerado como un pueblo extremadamente cruel. La "leyenda de color" nos retrató ahorcando, quemando y descuartizando indios, e incluso matando a sus críos volteándolos y estrellando sus cabezas contra un árbol. Sin embargo, la realidad es que no exterminamos tribus enteras ofreciéndoles mantas contaminadas con la viruela. Tampoco metimos en cámaras de gas a millones de personas, ni permitimos jamás que millones de compatriotas o de pueblos bajo nuestro dominio murieran de hambre. Tampoco desencadenamos tormentas de fuego en las ciudades enemigas ni arrojamos bombas atómicas. A la hora de ejecutar reos los ahorcamos, los decapitamos o los estrangulamos, pero jamás los sometimos a los atroces y sádicos métodos que se emplearon hasta el siglo XVIII en las avanzadas y cultas Inglaterra, Francia o Alemania, en donde se enrodaba, se abría en canal, se destripaba, se castraba, se cegaba y se mutilaba al reo, pero procurando mantenerlo con vida durante todo el tiempo que duraba el suplicio ante el regocijo de los avanzados y cultos ingleses, franceses y alemanes, que debían ser muy aficionados a las clases de anatomía en directo. Antes al contrario, en España se guardaba cierto respeto al condenado, el suplicio solía estar envuelto con una extraña mezcla de pompa, solemnidad y morbosidad y, sobre todo, se procuraba aliñar al reo con prontitud, evitando todo tipo de excesos ya que se consideraba que bastante desgracia tenía con ser apiolado.

Virgen de Nuremberg, ingenioso artefacto introducido
por los tedescos hacia el siglo XVI, estuvo en uso hasta
el siglo XIX
Puede que alguno de los que me leen salten con lo de la Inquisición, pero ya se explicó en su día que hasta en eso nos achacaron de ser extremadamente crueles mientras que en la culta Inglaterra se perseguía a fin a los católicos, en la educada y civilizada Suiza se quemaba a todo el que se le pusiera entre ceja y ceja a Calvino, y en la refinada y cosmopolita Francia se tiraron décadas matándose entre unos y otros por cuestiones religiosas y, de paso, masacrando en una noche a más hugonotes que los relapsos que fueron enviados a la hoguera en España en años. Y, por supuesto, en la avanzada Alemania, el Sacro Imperio en aquellos tiempos, los seguidores de Lutero también tuvieron su inquisición para imponer sus dogmas y eliminar a la competencia, así que no me vale lo del Santo Oficio porque la religión fue la principal causa de fin en toda Europa desde la Edad Media hasta el siglo XVII, solo superada por la peste.

Nuestros queridos vecinos del norte practicando su modalidad de
enrodamiento. Como vemos, la escena tampoco tiene lugar en la Edad Media
Así pues, y volviendo al tema que nos ocupa, mientras que más allá de los Pirineos las ejecuciones eran una verdadera orgía de sangre que haría palidecer a un gladiador, en la atrasada e inculta España se procuraba cumplir la sentencia lo más rápidamente posible, intentando que el reo no sufriera en exceso y, quizás lo más importante, sin humillarlo. Esto, lógicamente, no quiere decir que determinadas ejecuciones, como las de un sanguinario malo o un famoso bandolero, se convirtieran en un espectáculo para una sociedad ávida de venganza y para la que la contemplación de la fin en directo no suponía ningún quebranto emocional. Ojo, al decir en directo debemos añadir en vivo ya que nosotros, tan sensibles y tan solidarios, presenciamos diariamente en los noticieros de la televisión o en la red infinidad de asesinatos a cual más cruel, desde la decapitación de un con poca gracia a manos de un yihadista a como un dron o un helicóptero vaporiza a un grupo de insurgentes de un misilazo.

Última ejecución pública en Francia en la persona de Eugen Weidmann
el 17 de junio de 1939. En España se suprimieron a principios del siglo XX
Por otro lado, la ejecución tenía incluso su vertiente educativa, siendo habitual que los padres obligaran a sus nenes a presenciar el suplicio para, una vez finiquitado el reo, endilgarle dos palos al retoño mientras le decían eso de "¡Para que aprendas!". Obviamente, muchos no aprendieron, pero colijo que a muchísimos más no se les borró de la memoria en su vida la visión de tal malo o del famoso bandido colgando de una soga con cuatro dedos de lengua fuera o con el pescuezo roto y los ojos muy abiertos. En resumidas cuentas, esta introducción no pretende ser un alegato ni a favor ni en contra de la pena de fin, ni siquiera una comparativa entre los distintos sistemas de ejecución empleados en Europa, sino solo dejar claro a los acomplejados de siempre que no hemos sido tan crueles como nos han pintado nuestros enemigos.
 
¿Que por qué he dedicado cuatro párrafos a explicarlo? Pues simplemente para hacer ver que el ancestral y españolísimo garrote vil- que por cierto ni siquiera inventamos nosotros- no era ese cruel e inhumano método de tortura que proclaman los buenistas de turno, que por cierto no se paran nunca a dar detalles de lo que suponía ser ejecutado con artificios tan modernos como la cámara de gas o la silla eléctrica, para no hablar del chute de porquerías que actualmente te meten en vena los "líderes del mundo libre" para escabechar a sus reos de fin y que se ha demostrado que ni remotamente es instantáneo ni tampoco indoloro. Pero, por desgracia, el principal defecto de los españoles o, al menos, de una gran parte, son sus complejos, que hacen que tomen como artículo de fe los infundios, camelos, mentiras y embustes que cuentan de nosotros, y en vez de indagar para ver si son verdad o mentira pues prefieren creérselo todo, seguir en la inopia y, lo que es peor, aumentar aún más sus complejos.

En la Francia de Voltaire y Moliere se publicaban en la prensa las fotos
de las cabezas de los reos dando fe de la ejecución
Como colofón a este introito, una curiosidad: la tolerante, garantista, super guay y europeísta Bélgica, refugio de terroristas y golpistas siempre y cuando procedan de España, no abolió la pena de fin hasta 1996, y no quedó prohibida por su constitución hasta el 2005. En la malvada y represiva España se abolió en 1978 salvo para la jurisdicción militar, quedando definitivamente suprimida en 1995. Así pues, que esos soplapollas protagonistas de todos los chistes de orates de pueblo que se cuentan en Francia vayan de adalides de los derechos humanos mirándonos por encima del hombro solo hace que me entren ganas de enviar de nuevo a aquellos lares al duque de Alba, pero esta vez con carta blanca para demostrarles la mala leche que podemos llegar a tener los españoles llegado el caso con los perros malsines y los bellacos.


Los "líderes del mundo libre" demostrando que son los más guays de la galaxia







De izquierda a derecha, Anatole Deibler y Albert Pierrepoint
Y un apunte final para que quede constancia de lo malos malosos que somos los españoles y lo guays y enrollados que son en otras partes. Esto ya se comentó en una entrada anterior, pero lo pongo para los que no la leyeron en su día. Anatole Deibler, verdugo de la refinada y culta Francia entre los años 1899 y 1939 ejecutó a un total de 299 reos. Si añadimos los aliñados durante los 17 años en los que actuó como ayudante entre 1882 y 1899, la cifra ascendería hasta los 395 reos. En la moderna y avanzada Inglaterra, Albert Pierrepoint llevó a cabo 435 ejecuciones, aumentando algunas fuentes la cifra a las 600 si bien ahí están incluidos los condenados por crímenes de guerra alemanes en la inmediata posguerra. Operó como asistente entre 1932 y 1941, y como verdugo jefe hasta su retiro en 1956. Sin embargo, nuestra última generación de verdugos, los denominados "de la promoción de 1948" por ser la última vez que se convocaron candidatos para ocupar tres plazas, ni remotamente se acercaron a semejantes cifras, y eso que en aquella época los tribunales no eran precisamente dados a imponer condenas flojitas, y los indultos no eran habituales. Estas son sus cifras:
 



Bernardo Sánchez Bascuñana (foto 1), verdugo titular de la Audiencia de Sevilla, activo entre los años 1949 y 1972, ejecutó a 19 reos.
Antonio López Sierra (foto 2), verdugo titular de la Audiencia de Madrid, activo entre los años 1949 y 1975, ejecutó a 17 reos.
Vicente López Copete (foto 3), verdugo titular de la Audiencia de Barcelona, activo entre 1953 y 1974, ejecutó a 12 reos.
Habría que añadir a la lista a José Monero Renomo, que sustituyó a Sánchez Bascuñana tras su fallecimiento en 1972. Con todo, su vida operativa fue un tanto breve ya que solo ejerció una vez para ejecutar a Heinz Ches en Tarragona el 2 de marzo de 1974. Con escasos minutos de diferencia se llevó a cabo la del anarquista Puig Antich en Barcelona por López Sierra. Estas fueron las últimas ejecuciones mediante garrote en España.

Así pues, entre 1949 y 1975 se ejecutaron por la justicia ordinaria un total de 49 reos. Lógicamente, en esta cifra no se incluyen los ejecutados por la represión de la inmediata posguerra ni los terroristas de ETA y FRAP fusilados tras ser sentenciados en consejos de guerra, pero en lo tocante a reos culpables de delitos comunes la diferencia es abrumadora, y ni en Francia ni en Inglaterra habían tenido una guerra civil. Por cierto que en Francia habría que incluir, ya puestos, los ejecutados por colaboracionismo con los alemanes que serían equiparables a los represaliados en España, pero no dispongo de datos y, además, tampoco viene al caso. Sea como fuere, la diferencia entre los asesinos, forzadores, etc. condenados a fin en los tres países es abismal, y que cada cual piense lo que quiera. No obstante y para no pecar de chovinista, añadiremos que el verdugo más prolífico de España fue José González Irigoyen, verdugo titular de la Audiencia de Zaragoza que, tras 56 años de servicio, mandó al Más Allá a 192 reos, siendo su última actuación con nada menos que 81 años. Y dicho esto, vamos al ajo, que el camino es largo.


El garrote mecánico apareció durante la primera mitad del siglo XVII. Anteriormente se había usado un simple torniquete, o sea, una cuerda y un palo que permitía estrangular al reo de forma razonablemente rápida. Este sistema, como dejó testimonio Berruguete en su obra "Auto de fe presidido por Sto. Domingo de Guzmán" (c. 1495), se empleaba con los herejes que, ya en la hoguera y acojonados en grado sumo ante la perspectiva de ser convertido en un torrezno, clamaban su arrepentimiento y mandaban a paseo sus heréticas creencias. En ese caso y aunque ya de nada le valía echarse atrás- bastantes ocasiones habían tenido de hacerlo antes de llegar a ese extremo-, pues en un gesto de piedad se ordenaba al verdugo que los estrangulara antes de meter fuego a la hoguera. Por cierto que la escena que muestra esta obra es totalmente anacrónica ya que durante la vida del famoso fundador de la Orden de los Predicadores aún no se celebraba este tipo de eventos justiciero-religiosos. En todo caso, en el fragmento que mostramos se pueden ver a dos herejes con el garrote en el cuello.


Así pues, como decíamos, a lo largo del siglo XVII se fue extendiendo el uso de este chisme, si bien quedaba al arbitrio del juez. Con todo, ya en aquellos tiempos era considerado como un sistema menos agónico que la horca, que se aplicaba subiendo al reo a una escalera y, tras colocarle el dogal en el cuello, se le dejaba colgando sin más. Obviamente, esto no producía una rotura instantánea del cuello, por lo que la fin no llegaba hasta pasados varios interminables minutos en los que el con poca gracia pataleaba mientras se le iba poniendo la jeta jovenlandesada por la falta de aire y el bloqueo de la sangre venosa que, por la presión de la soga, no podía volver al corazón. Algunos verdugos, bien motu proprio o bien porque la familia del reo les pagaban por ello, abreviaban el horripilante trance sentándose a horcajadas sobre sus hombros o tirándole de las piernas. Así, con el peso añadido, se lograba finiquitar al condenado con bastante más rapidez. En todo caso, no era un espectáculo agradable, mientras que el garrote daba a la ejecución un matiz de solemne consumación justiciera porque el reo palmaba sentado, sin patalear en el aire, con su cura al lado reconfortándolo y tal para que se largase de una puñetera vez al cielo y hasta acompañado por señorones de las cofradías de caridad que solían participar en estos eventos y que se hacían cargo del cadáver y los gastos de enterramiento en caso de que nadie reclamara el cuerpo del condenado.
 
Fue Felipe V el primero que estableció el garrote como sistema de ejecución, pero solo para la nobleza, que para eso era una forma menos desagradable y más cómoda de ser ejecutado. Así pues, en una real pragmática firmada en febrero de 1734 se iniciaba oficialmente la vida operativa del método que desde entonces quedaría unido de forma indeleble a España en el magín de todo el planeta, sin tener en cuenta que ya lo usaban los chinos desde hacía mucho tiempo o que en otros países de Europa también se había empleado, si bien de forma poco relevante ya que, como eran más cultos y avanzados que nosotros, preferían seguir enrodando y descuartizando vivos al personal. No obstante, el garrote tenía en sí mismo un defecto de difícil solución. Dicho problema consistía en que, para que resultase verdaderamente eficaz, dependía por entero de la destreza y la fuerza del verdugo. Para ahorcar a alguien solo hacía falta ponerle una soga al cuello y dejar que la ley de la gravedad actuase por sí misma, pero apretar un collarín y lograr vencer la resistencia de los músculos y huesos del reo con la debida celeridad era otra cosa, por lo que la rapidez o lentitud de la consumación de la condena dependían totalmente del que la aplicaba.


Garrote de alcachofa de la Audiencia de Sevilla
El garrote fue aprobado como método de ejecución de la justicia ordinaria por el ladrón impuesto como rey títere por el acondroplásico corso (Dios lo maldiga un trillón de veces), o sea, su hermano Pepe Botella allá por 1809. Cuando el ladrón se largó en buena hora con una caravana de cientos de carros atestados de tesoros robados a España, las cortes de Cádiz corroboraron el empleo del garrote hasta la llegada del rey felón que se pasó la Constitución de 1812 por el forro, por lo que la horca volvió a convivir con este nuevo sistema al arbitrio de los jueces ya que no fue hasta 1832 cuando fue nuevamente instituido como único método en todos los dominios españoles. Ya desde antes del siglo XIX el garrote al uso era el denominado como garrote de alcachofa, del que podemos ver un ejemplar en la foto de la derecha. Lo de la alcachofa era en referencia al disco dentado que vemos al final del tornillo y que permitía afianzarlo contra el poste al apretarlo. Como vemos, era un aparato bastante simple formado por dos tirantes que sujetaban el corbatín- también llamado collarín- que apretaba el cuello del reo, y una manivela giratoria que accionaba el husillo. El husillo es un tornillo ideado para apretar mordazas, bancos de trabajo, etc. que, al tener un paso de rosca con muy pocas entradas, le permitía efectuar un rápido avance girando apenas la manivela, lo que en teoría abreviaría el trámite. Pero en la realidad no era tan simple. Veamos las siguientes láminas...



A la derecha vemos un garrote de alcachofa con un hipotético reo ya preparado para su ejecución. Ha sido inmovilizado al poste con una gruesa correa y el verdugo ha colocado su cuello dentro del corbatín. En la tras*parencia podemos apreciar como las uñas de la alcachofa se han clavado en el poste. En teoría, este sistema no requeriría regular previamente la altura del aparato en función de la estatura del reo, pero parece ser que los verdugos tenían en cuenta este detalle y lo colocaban al nivel adecuado apoyando los tirantes en unos clavos. Esto le permitiría tener las manos libres para los preliminares a la ejecución. Aparte de esto, observemos que la cabeza no permite apoyar la nuca en el poste, por lo que una vez se empiece a apretar el tornillo la presión del corbatín se ejercerá en su totalidad contra la parte delantera del cuello. Por otro lado, el garrote de alcachofa no disponía inicialmente de ningún sistema de retenida, por lo que el verdugo no podía dejar de apretar para que no cediera la presión.



En la siguiente figura vemos como el tornillo empieza a hacer retroceder el corbatín, presionando cada vez más la tráquea pero sin que ni remotamente pueda hacer llegar sus efectos a las vértebras cervicales. Ojo, tengamos en cuenta que lo que aquí estamos detallando paso a paso era un proceso que duraba apenas unos segundos, así que nadie piense que una ejecución de este tipo se desarrollaba a cámara lenta porque no era así. De hecho, y según testigos de la época, era "...un instrumento ingenioso con que a dos vueltas de tornillo, en un abrir y cerrar de ojos, se está en la otra vida". Ni tanto ni tan alopécico. Como decimos, la rapidez radicaba en la fuerza y la destreza del verdugo, que debía colocar el cuello en el lugar exacto y apretar con la energía y la decisión necesarios.



En esta tercera figura se ha completado el proceso. Por la presión, la cabeza del reo se ha visto empujada hacia adelante, logrando que el cuello quede apoyado en el poste. A esas alturas, el hierro del corbatín ha aplastado la tráquea, el hioides, ha cerrado el paso de la sangre que fluye al cerebro y, con suerte, ha logrado dislocar las primeras vértebras cervicales (marcadas en rojo), en cuyo caso la médula espinal habría sido seccionada causando una fin fulminante. No obstante, y aunque esta última lesión no se hubiese logrado, el aplastamiento de la tráquea y la anoxia bastaban para acabar con la vida del reo. Los efectos del garrote eran rotundos. Al decir de los que lo tuvieron que ver, el diámetro del cuello se reducía de forma asombrosa en los pocos segundos que duraba todo el proceso.
 
Con todo, repetimos, la rapidez radicaba siempre en el verdugo, y más de una y más de dos fueron un completo desastre en los que hasta los presentes abuchearon al verdugo como si fuera un tenor que desafina dando el do de pecho o incluso tuvieron que pedir ayuda para poder finiquitar al reo porque, por el motivo que fuera, no eran capaces de rematar la faena ellos solos. Se registraron casos en los que, bien por indecisión, bien por debilidad, por las dos cosas o incluso por tener el condenado un cuello robusto en demasía, como el caso de Jarabo, fue imposible dar término al lance con la brevedad adecuada, demorándose el deceso incluso un cuarto de hora o veinte minutos. Este fiasco en concreto lo protagonizó Antonio López Sierra que, aparte de no ser precisamente un Sansón, solía presentarse en las ejecuciones hasta las cejas de alpiste para soportar el difícil trance, lo que lo debilitaba aún más. Por cierto que lo que ningún testigo ha dejado constancia es de si esos 15 o 20 minutos tras*currieron con los reos debatiéndose durante todo el tiempo estando plenamente conscientes o si, por el contrario, aún les latía el corazón pero habían perdido el conocimiento. Sea como fuere, lo cierto es que cuando se proveyó a estas máquinas de un sistema de trinquete se facilitaron las cosas ya que, al menos, una vez que se apretaba el manubrio el verdugo no tenía que mantener la presión por sí mismo. Este mecanismo surgió en algún momento a lo largo del último cuarto del siglo XIX, y no se sabe quién lo introdujo ya que, en sí, no había un modelo oficialmente establecido y, dentro del tipo de alcachofa, un verdugo podía modificarlo si lo estimaba oportuno para perfeccionarlo o mejorar su rendimiento. En todo caso, lo del trinquete fue toda una innovación muy celebrada por el honorable cuerpo de verdugos. Como decía Vicente López Copete, "...se le da a la manivela, (...) se le echa el trinquete y ya puede uno irse tranquilamente, porque eso queda hecho".


No deja de llamar la atención que todos los testigos que aparecen en la foto
sean críos, llevados a presenciar las ejecuciones con fines educativos. Hoy
día ardería Troya ante algo semejante pero, sin embargo, nadie apaga la tele
cuando salen en las noticias escenas infinitamente peores. ¿O no?
Como conclusión a este tipo de garrote, en la foto de la derecha se pueden ver sus efectos. Se trata de la ejecución de José Foliá (a) el Chato y Miguel Vilaplana, acaecida en Vich (Barcelona) en 1890 por el llamado crimen de Manlleu. Si amplían la imagen pinchando en la misma podrán observar, sobre todo en Foliá, situado en segundo término, la posición de la cabeza y el grado de hundimiento del corbatín en el cuello, que se le debió quedar del diámetro de un macarrón. Estos dos prendas asaltaron una posada para robar y, aprovechando la coyuntura, no dudaron en asesinar a la dueña de la misma. Quien mal anda, mal acaba... Bueno, eso era antes, ahora hay asesinos que cumplen menos de un año de guandoca por crimen. En fin, prosigamos.


Garrote de corredera junto a sus "complementos": la silla de nea donde se
sentaba el reo y las dos robustas correas que lo inmovilizaban al poste. Como
salta a la vista, era un mamotreto mucho más grande y pesado que el garrote
de alcachofa de siempre
La otra versión más moderna del garrote surgió en algún momento a principios del siglo XX, aunque no se sabe cuándo ni quién fue el que lo diseñó si bien podría haber sido una variante del garrote que fabricó Gregorio Mayoral y con el que, según él, "bastaban dos segundos" para escabechar al reo. Hablamos del denominado como garrote de corredera, una tipología más pesada, robusta y mecánicamente más compleja que el de alcachofa. Inexplicablemente, este garrote no se hizo reglamentario, y hasta la abolición de la pena de fin coexistió con el de alcachofa. Por ejemplo, los tres garrotes disponibles en la Audiencia de Sevilla siguieron siendo del modelo antiguo mientras que en otras, como la de Madrid, el garrote disponible era el moderno. En aquella época, cuando los verdugos ya no eran los poseedores de su herramienta de trabajo sino que debían actuar con el de la Audiencia a la que pertenecían, pues era una siniestra lotería el ser ejecutado por un verdugo en cuyo destino tuvieran el modelo de corredera que, al menos, era mucho más eficaz. Una concreción: al haber tres verdugos para toda España, como es lógico debían desplazarse llegado el caso fuera del ámbito de su jurisdicción, pero el garrote que usaban no era el de la Audiencia de destino, sino el de la de origen. Por ejemplo, José Monero tuvo que viajar desde Sevilla hasta Tarragona con dos garrotes de la Audiencia de Sevilla en vez de usar el que hubiera disponible en aquellos lares. Bien, veamos como funcionaba ese chisme.



A la derecha tenemos un gráfico con la vista en planta de este aparato. Constaba de dos partes separables, una corredera (fig. A) formada por una pieza en forma de U en cuyo extremo se cerraba el corbatín que, como vemos, tiene un resalte en forma de media luna para favorecer la presión sobre la tráquea. Esta pieza se deslizaba por un armazón (fig. B) en cuya parte delantera tenía una protuberancia de sección semicircular que se encargaba de presionar las cervicales. El armazón se fijaba al poste con dos tornillos conforme a la altura del reo. Finalmente vemos el husillo con su manivela, que podía ser de dos brazos o, como la que hemos reflejado en la ilustración, un gran manubrio curvado para imprimir más fuerza. Además, el husillo tenía una velocidad de avance mucho mayor, bastando poco más de media vuelta para que el corbatín retrocediera a tope. En la parte superior vemos el garrote completo, y para facilitar su manejo estaba provisto de un trinquete que impedía que se aflojara la presión. Podía ser, como en este caso, una rueda dentada que giraba dentro de una carcasa, o bien una cremallera colocada junto al husillo.
 
Cuando se accionaba la manivela, la corredera se deslizaba hacia atrás empujando el cuello del reo contra la protuberancia que anteriormente vimos en el armazón. O sea, que con este modelo la presión se ejercía por ambas partes, delante y detrás, aplastando la tráquea y dislocando las cervicales. En este caso, y ya que la cabeza del reo quedaba más separada del poste, el verdugo podía ajustar la altura de forma que dicha protuberancia estuviese al nivel de la base del cráneo. De ese modo se dislocaría la vértebra axis y cortaría la médula. Si el ejecutor daba el golpe de manivela con decisión y energía la fin del reo era prácticamente instantánea ya que las dos primeras cervicales carecen de menos masa muscular que las rodee, ergo son más vulnerables. Ahí es donde radicaba el principal defecto del garrote de alcachofa, que cuando finalmente se apoyaba el cuello contra el poste lo hacía con las cervicales más inferiores, mucho más resistentes y con más músculos alrededor. Sin embargo, como ya comentamos anteriormente este tipo de garrote no se instauró de forma oficial, y solo algunas Audiencias disponían del mismo no se sabe por qué, aunque quizás solo haya una explicación: que el verdugo de turno se preocupó de que se fabricara uno de estos garrotes porque, al cabo, le facilitaba el trabajo. En otras, por el contrario, siguieron conservando los viejos garrotes de alcachofa cuya eficacia, como hemos visto, estaba muy lejos del modelo de corredera.

Parece ser, aunque tampoco se sabe a ciencia cierta, que la idea podría haber partido de Gregorio Mayoral que, como ya narramos en la entrada anterior, se hizo construir uno diseñado enteramente por él mismo hacia el año 1890. Jocosamente le daba el nombre de "la guitarra", porque cuando finiquitaba a un reo soltaba siempre la misma frase: "¡Con la música a otra parte!", en referencia a lo rápido que había sido el proceso y lo aún más rápido que podía largarse de allí si bien tenía que esperar una hora antes de la puesta de sol para retirar los hierros. Recordemos que el reo debía permanecer expuesto hasta ese momento, que era cuando legalmente era liberado del garrote y su cadáver entregado a la familia o a la cofradía de caridad de turno para su entierro.



Nicomedes Méndez (izqda.) y Gregorio Mayoral (dcha.), entre los que hubo
una peculiar competencia por ser el más eficiente y rápido en su oficio
Al parecer, Mayoral era un sujeto perfeccionista que, bien por el empeño en hacer su trabajo lo mejor posible, bien por buscar la forma de evitar al reo sufrimientos innecesarios o por ambas cosas, durante sus comienzos en su carrera verduguil empezó a darle vueltas al tema y a ir perfeccionando un modelo exclusivamente suyo, mucho mejor y más eficaz que el garrote de alcachofa. Además, existía incluso una curiosa competencia entre los verdugos de distintas Audiencias de la misma forma que las ha habido siempre entre determinadas figuras del toreo. Esto quedaba patente cuando se llevaban a cabo ejecuciones múltiples en las que, por ley, no se podía dar garrote a los reos de uno en uno, sino todos al mismo tiempo. Para ello se construía un patíbulo de las dimensiones necesarias y se colocaban tantos postes como reos. Lógicamente, para este menester se requería a más de un verdugo, momento en que, como si de un mano a mano entre Belmonte y Joselito el Gallo se tratase, cada cual hacía gala de su habilidad y destreza, siendo luego comidilla para el vulgo lo bien o mal que había "actuado" Fulano o Mengano. Aunque parezca algo surrealista, esto pasaba en España y pasaba en todas partes. Recordemos como el personal jaleaba a Charles-Henri Sanson cuando descabezaba a algún aristócrata de peluca empolvada.



Bien pues el invento de Mayoral podemos verlo a la derecha. Estaba formado por dos partes. Una trasera, donde estaba el husillo con su manivela, y otra delantera con unos tirantes en los que se alojaba el corbatín y unas guías por donde se deslizaba una pieza que, unida al husillo, actuaba justo al revés que los garrotes convencionales, es decir, no tiraba del cuello del reo hacia el poste, sino que lo empujaba por la nuca hacia adelante. De ese modo se presionaba sobre la parte que debía ser lesionada en primer lugar, las cervicales, y al mantener la cabeza alejada del poste no había ningún impedimento para que la presión dislocara la axis "en dos segundos", según Mayoral, quedando el reo literalmente fulminado y, también según sus palabras, "sentados como estando de visita", aludiendo a la típica posición erguida y apoyado en el borde de la silla que antes se consideraba como la correcta en personas educadas. En la figura A vemos el garrote con el corbatín abierto, preparado para recibir al reo. Obsérvese que el husillo atraviesa el poste, teniendo al otro lado la pieza que desnucaba al reo. En la figura B lo vemos apretado a tope, lo que se conseguía con solo tres cuartos de vuelta. La protuberancia del corbatín habría aplastado la tráquea, mientras que la barra trasera habría dislocado la axis y seccionado la médula en un instante.



En esa vista de perfil podemos apreciar que era mucho más liviano y simple que el posterior modelo de corredera. Se pueden ver las ranuras por las que se deslizaba la barra, y lo separada que queda la cabeza del poste. Una vez que el verdugo girase la manivela avanzaría aún más, quedándose el reo, como ya hemos dicho, erguido y separado del poste, pero con el cuello roto antes de darse cuenta. Por desgracia para los que tuvieron que pasar por el horrible trance de ser ejecutados, el garrote ideado por Mayoral murió con él. La administración de Justicia parecía no querer contaminarse estudiando la eficiencia de tal o cual modelo, y obviamente los que cortaban el bacalao jamás tenían que pasar el mal trago de ver a un reo agonizando durante varios minutos porque el verdugo no había sabido manejar su instrumento de fin con eficiencia. De hecho, tras el fiasco de la ejecución de Jarabo, que en realidad se debió ante todo al hercúleo cuello del reo- era un atleta, cinturón neցro de judo y asiduo cliente de gimnasios-, así como al estado de embriaguez de López Sierra, una comisión de médicos elevaron un informe para mejorar el modelo de corredera, resultando un nuevo garrote que fue fabricado en la Fábrica Nacional de Toledo. Sin embargo, los mismos verdugos aseguraron que las mejoras no servían para nada, y que preferían seguir con los modelos de siempre. En cualquier caso, como ya hemos dicho, nunca hubo unanimidad al respecto, cada Audiencia siguió usando el modelo que le dio la gana sin preocuparse por introducir mejoras y así tras*currió el tiempo hasta que fue abolida la pena de fin. Aún existen garrotes en los sótanos de algunas Audiencias Provinciales que, guardados en sus cajas de madera como si fueran genios perversos encerrados, siguen ahí porque nadie quiere ni acercarse a ellos.



En fin, dilectos lectores, con esto terminamos, que ya le he dado a la tecla a base de bien. Imagino que con todo lo dicho a nadie le quedarán dudas acerca de los distintos tipos de garrote que se emplearon, así como su funcionamiento. He omitido el llamado garrote catalán porque ya se hizo referencia al mismo en una entrada anterior y tampoco tiene mucho que contar salvo que, por lo visto, era denominado así por ser el que usaba Nicomedes Méndez, verdugo de la Audiencia de Barcelona entre 1877 y 1912. Este garrote requería de una especial pericia ya que si la puya que en teoría debería desnucar al reo no coincidía exactamente en su sitio exacto la ejecución podía convertirse en una matanza. Por lo demás, una vez que Méndez cesó en el cargo este tipo de garrote pasó a la historia. A modo de conclusión, a la derecha vemos lo que parece una procesión de Semana Santa, con sus nazarenos, sus estandartes y demás parafernalia. Sin embargo, el personaje que se ve a la derecha no es el santo sobre unas andas, sino Isidro Mompart, ejecutado en Barcelona por Nicomedes Méndez el 16 de enero de 1892 por haber apiolado a tortas a dos crías de 5 y 11 años en la casa donde entró a robar. A ver en qué país te sacan una procesión para ayudar a bien morir a un hijo de la gran fruta, y luego dicen que somos crueles. ¡Unos santos es lo que somos, qué carajo!

Bueno, ya'tá

Hale, he dicho
 
Gran artículo de Castra in Lusitania: Garrote Vil, tipos y funcionamiento

 
Más económico y eficiente que cualquier otro medio.

Propongo el instalar un motoreductor al tornillo y que éste sea activado mediante un detector de mentiras.
 
morir de esas formas es lo mejor que le puede pasar a alguien .

Se mueren al instante.

Lo estropeado es estar agonizando en los hospitales españoles con una enfermedad terminal hasta que por fin el cuerpo no aguanta más torturas y encarnizamiento terapéutico.


110.000 españoles al año pasan un suplicio de meses, semanas , días , horas , minutos antes de morir . Ellos y sus familiares .

También de los casi medio millón de muertos que hay en España cada año , la inmensa mayoría mueren ( morimos ) de formas terribles .

Una suerte los que se mueren de un infarto fulminante . Está a disposición ya lo de la eutanasia y el testamento vital. No dejen que orates vestidos de sanitarios le torturen más que la inquisición .

VIVAN CUANDO TOCA VIVIR, Y MUERAN CON DIGNIDAD CUANDO TOCA MORIR.
 
El burgalés que perfeccionó el garrote vil
«Tres cuartos de vuelta y en un segundo, fin». Gregorio Mayoral Sendino, el último verdugo de Burgos mejoró el instrumento de fin, para evitar sufrimientos al reo


Una de las figuras más misteriosas, temidas y crueles de la historia es la del verdugo. Era el funcionario público encargado de dar fin al reo condenado a la pena capital. El de Burgos, a comienzos del siglo XX, era Gregorio Mayoral Sendino. Más allá de su oficio, era un genio, un innovador; un narrador de historias trágicas de las que era testigo y protagonista. Era un finísimo ejecutor con manos de artista. Fue el maestro del garrote vil y el último verdugo de Burgos.

Activamos el cronovisor y viajamos en el tiempo. Estamos a principios del siglo XX. Mayoral recibe el aviso de la guandoca de Burgos. Se dispone a acudir al penal de Santa Águeda. Coloca con mimo el instrumento en una maleta de color de guitarra; toma su librito de notas y se apresta a bajar desde su domicilio, en el número 7 de la calle Hospital de los Ciegos, hasta la guandoca. Apenas un recorrido de 7 minutos para ajusticiar a un reo.

En el trayecto solo mira al suelo y al frente. Los vecinos con los que se cruza en Saldaña, Fernán Gonzalez y Santa Águeda le miran mal. Todo el mundo sabe adónde va. Solo hay silencio en los 500 metros que separan su casa del penal. Es despreciado, abucheado y alguna ha sido apedreado por el vecindario tras dar garrote a algún ajusticiado. Sus relaciones sociales son escasas. Tan solo juega a las cartas con algunos cercanos en el Ventorro de Benito, en el camino de Villatoro.

Sube las escaleras del penal embutido en su levita de color y sombrero de copa. Cruza el umbral del pórtico de la guandoca y aguarda en el patio. En un extremo, lejos de las miradas de los presos y los funcionarios, aguarda una silla de madera con cinchas en sus brazos y en las patas. En la parte más alta del respaldo, la sujeción de hierro para la cara; en la parte trasera la fatal pieza a rosca para empujar el émbolo que dará fin al reo.


Sale el reo con las manos atadas y la cabeza tapada con un capuchón neցro. De neցro también, el párroco de Santa Águeda y Santiago dialoga al oído con el preso; pide al funcionario que le suelte las manos para que pueda persignarse; él hace la señal de la cruz; el cura le da la extrema unción y lo sientan en el patíbulo.

Gregorio Mayoral ha visto la escena decenas de veces. Aguarda tranquilo. Coloca su instrumental. Gira el manubrio. Tres cuartos de vuelta y en un segundo, fin. Tan frío como los carámbanos helados que cuelgan de los alares del maltrecho tejado de la guandoca, pronuncia su frase: «Con la música a otra parte», tras guardar de nuevo los aparejos en su maleta de guitarra.

Antes ha anotado en su libreta todos los acontecimientos que rodean a las ejecución: Cómo era el reo y la reacción tras aplicarle el garrote. Su libro neցro es el compendio de la desgarradora crónica de cada una de las muertes de las que era protagonista. Un documento que hoy sería un tesoro, si es que no se ha perdido.

Técnica propia
Mayoral Sendino llegó a ejecutar a 60 reclusos condenados a garrote por un sueldo de 1.750 pesetas al mes. Siempre aplicó su técnica en cada una de ellas. Entre cada uno de sus trabajos, lo mejoraba. Con las notas de su cuaderno como guía, modificaba e innovaba hasta convertirlo en el mejor de los instrumento para apiolar, con el menor daño posible para el reo de fin.

En sus comienzos, mayoral Sendino se dio cuenta de la precariedad de los medios de las cárceles. Realizaba sus servicios allá donde le fueran requeridos. Viajaba a muchos penales y comprobó que el garrote tenía fallos que envolvían la fin de los reos de enormes sufrimientos, porque los instrumentos eran malos y estaban deteriorados, como relata el profesor José María Deira en su ensayo 'No matarás: célebres verdugos españoles'.

La académica de la Institución Fernán González María Jesús Jabato cuenta en un interesante ensayo publicado en el Boletín número 250, editado por la Real Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, que tanto era el celo y la escrupulosidad de su experiencia que, lo experimentaba en sí mismo. Sentado en la silla macabra comprobó la altura del corbatín y sin inmutarse lo probó metiéndolo en su cuello. Es una referencia que toma la académica de la crónica de la ejecución de los reos Jesús Pascual Aguirre y Jesús Saleta. Si el lector quiere conocer a fondo más cosas de este funcionario, puede leer ese interesante artículo: https://riubu.ubu.es/bitstream/handle/10259/6270/0211_8998_n250_p193-228.pdf?sequence=1&isAllowed=y

Ejecutor del malo de Cánovas
El agosto de 1897 el presidente del Gobierno, Antonio Cánovas del Castillo, es asesinado en el balneario de Santa Águeda, cerca de San Sebastián, donde tomaba las aguas. El autor del magnicidio, el anarquista italiano Michele Angiolillo, fue detenido. Un rápido juicio lo condenó a fin. El 20 de agosto, Gregorio Mayoral Sendino ejecutó a Angiolillo en la guandoca de Vergara (Guipúzcoa), lo que le supuso alcanzar fama internacional.

Mayoral, natural de Cavia donde nació el 24 de diciembre de 1861, había sido pastor, zapatero y albañil antes que verdugo. Quiso ingresar en el Ejército, sin fortuna. Realizó su primera ejecución en Miranda de Ebro en 1892 al reo Domingo de Bezares y acabó con la vida de 60 condenados.

Sus colegas de profesión le apodaban 'El abuelo'. Su última ejecución fue la de Guillermo Roldán, en marzo de 1928 en León. En la ciudad de Burgos, ejecutó a dos reos, Demetrio Fernández, en 1904 y Daniel Ayala, 1920. Ejerció este oficio desde que fue nombrado ejecutor de la justicia en 1890 y desempeñó este cargo durante 38 años, hasta su fin en 1928.

Gregorio Mayoral vivió en la calle Hospital de los Ciegos, 7/J.C.R.

Gregorio Mayoral vivió en la calle Hospital de los Ciegos, 7 / J.C.R.
La vida del verdugo en el cine
Una buena forma de entender lo que sentía este funcionario es la película 'El verdugo', rodada en 1963 por Luis García Berlanga. El genio valenciano bien pudo tomar la biografía del burgalés. Sin embargo se inclinó por el sentimiento y la antropología a la hora de escribir la vida de un vulgar madrileño que sólo quería ser feliz.
José Luis es un empleado de una funeraria. Quiere prosperar y sus sueño es cambiar de oficio e ir a Alemania para convertirse en un buen mecánico. Amadeo, verdugo profesional y padre de su novia, los sorprende en la intimidad y los obliga a casarse. La boda trastoca todos los planes; el dinero escasea.
Amadeo se jubila y propone a José Luis tomar la plaza que él deja vacante como verdugo y que da derecho a sueldo y vivienda.Y acepta convencido de que nunca tendrá que ejecutar a reo alguno; pero se equivoca. La historia relata la angustia de un buen hombre incapaz de quitar la vida a nadie.
En este enlace se puede escuchar el relato completo del último verdugo de Burgos.
Pena de fin, hasta ayer
Parece que han pasado siglos desde la abolición de la pena de fin en España. Sin embargo, la Historia desmiente esta máxima. En España se ajusticiaba a presos comunes, a personas con delitos menores, hasta hace apenas un siglo. Y para delitos mayores, solo hace 47 años, regía en España y se podía condenar a fin.

La pena capital estuvo vigente en España hasta que fue abolida a medias en la Constitución de 1978. Antes, los últimos ejecutados fueron dos militantes de ETA y tres del FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota). No será hasta 1995, que fue abolida también de los códigos militares, por Ley Orgánica, porque sus leyes penales para tiempos de guerra la mantenían vigente.

 
Jarabo, el último ejecutado con garrote vil de la crónica de color de Madrid
En el aniversario de su fin, repasamos el cuádruple asesinato que perpetro en el corazón de la capital y que conmocionó a toda España. Un orate desalmado cuyo recuerdo causa aún espanto


En 1958, un cuádruple crimen conmociona a toda España. Hay cuatro muertos, dos son mujeres, una de ellas embarazada. El malo es un señorito de buena familia, chulesco, pendenciero, mujeriego, bebedor y derrochador a manos llenas: José María Manuel Pablo de la Cruz Jarabo Pérez Morris (Madrid, 1923-1959). Hoy pocos le pondrán cara, pero la memoria popular reciente quizá le identifique con el físico de Sancho Gracia, que en 1985 le puso empeño y carácter en una actuación soberbia, dirigido por Juan Antonio Bardem, compañero de Jarabo en el colegio Nuestra Señora del Pilar.

Regresamos a los escenarios donde todo ocurrió. En el número 57 de la madrileña calle Lope de Rueda es fácil situarse en el mes de julio de los hechos. Poco ha cambiado el bloque de cinco pisos donde cayeron asesinadas tres de las víctimas, no así la de derechasda de la tienda de empeños Jusfer, en Alcalde Sainz de Baranda 19, a 200 metros, donde se desplomó el cuarto cadáver.


El portal de la vivienda de Lope de Rueda 57 donde Jarabo empezó su fin de semana de fin FOTO: LA RAZÓN DAVID JAR
¿Quién es Jarabo? Miembro de una familia adinerada, había sido un niño bien, educado en el Pilar, con una progenitora sobreprotectora y un padre autoritario. Cuando era solo un adolescente le fue diagnosticada una incipiente esquizofrenia paranoide. Luego sumaría a lo largo de su vida una serie de golpes en la cabeza por accidentes de automóvil y peleas que no fueron eximente cuando llegó su hora.

En 1940 se traslada a Puerto Rico. Allí, tras varios días de juerga sin saber cómo llega a casa de Luz Álvarez Mas y, según contó: «Salí con ella, fui al juez de paz y me casé». El matrimonio, condenado al fracaso, estuvo cuajado de malos tratos e infidelidades –ella acabó tildándole de «loco»–, aunque hubo un hijo, José Ronaldo Jarabo, que tenía 8 años cuando la esposa interpone una demanda de divorcio. Aquel niño llegará a ser presidente de la Cámara de Representantes de Puerto Rico y en 1992 es absuelto por el Tribunal Superior del país de cuatro cargos criminales que le imputaron tras un «altercado violento» con una mujer.

La vivienda de Lope de Rueda en una imagen de los días posteriores

La vivienda de Lope de Rueda en una imagen de los días posteriores FOTO: LA RAZÓN LA RAZÓN
Jarabo sigue camino y se marcha a Estados Unidos, donde no tarda en complicarse la existencia. Tras coquetear con las drojas y seguir unos hábitos poco recomendables –el alcohol siempre presente–, en 1946 ingresa en la prisión de Springfield, condenado a 9 años de prisión por montar un laboratorio fotográfico al que llevaba mujeres para retratarlas en actitudes obscenas; cuando no obedecían, las maltrataba física y mentalmente. En 1949 obtiene la libertad bajo fianza, que rompe el 20 de mayo de 1950, y huye a España mientras queda en busca y captura en Estados Unidos.

En Madrid su vida no se endereza, sino todo lo contrario. En dos años se gasta un patrimonio, 15 millones de pesetas de entonces, que su progenitora le había dado para establecerse. Cuando el dinero se acaba ya se ha convertido en el rey de la noche y el alterne madrileño –es habitual de «Zambra», «Pasapoga», «El Molino Rojo»–, metido de lleno en el mundo de la prespitación y las drojas –había llegado con un cargamento de morfina y bencedrina– y con una lista interminable de amantes.


El local comercial de Alcalde Sainz de Baranda 19 donde se encontraba la tienda Jusfer FOTO: LA RAZÓN LA RAZÓN
Vestido siempre como un dandy, alto y fornido, dotado de la mejor labia (y según parece de otros atributos con los que satisfacer un «apetito sensual desmesurado»), vive con la pensión que le pasa su progenitora –7.500 pesetas al mes–, empeñando objetos de valor de la casa familiar de Arturo Soria, hipotecando la propia vivienda y con el dinero que saca de sus oscuros negocios, siempre acuciado por las deudas y usando diferentes nombres: «Señor Mendoza», «Morris» o «Doctor Valmaseda», como quedó reflejado en una tarjeta de visita que conservó el difunto Francisco Pérez Abellán, experto en el personaje y fuente fidedigna sobre el caso.

En 1956 Jarabo vive una tórrida aventura con una joven inglesa, Beryl Martin Jones, casada, con dos hijos, que está de paso por España. Lejos de su mejor época y con problemas de dinero, puesto que la pensión mensual no cubre sus manejos, decide junto con su amante empeñar una sortija de brillantes regalo del marido. Elige la tienda de compraventa y empeños Jusfer, en Alcalde Sainz de Baranda, pues ya conoce a los dueños del negocio, Emilio Fernández Díaz y Félix López Robledo, con los que ha tenido tratos anteriormente.

La tienda de compraventa y empeños Jusfer propiedad de Félix y Emilio

La tienda de compraventa y empeños Jusfer propiedad de Félix y Emilio FOTO: LA RAZÓN LA RAZÓN
Mientras languidece la relación con la amante, el marido regresa a buscarla y se la lleva a Francia, desde donde Beryl reclama el anillo y apremia a Jarabo, que intenta por todos los medios que se lo devuelvan.

Los prestamistas, que le dieron 4.000 pesetas por una pieza cuyo valor oscilaba entre 50.000 y 200.000, según las fuentes, le ponen todo tipo de excusas y exigen más dinero. Además, obra en su poder una comprometedora carta autógrafa de Beryl, por lo que al final reclaman el 200 por ciento del valor de la joya y amenazan con un chantaje. Su codicia les condena.

La noche del sábado 19 de julio, Jarabo esquiva al sereno y no deja huellas –con la puerta de la calle aún a su disposición a esa hora, abre al ascensor con el codo y llama al timbre con la uña del pulgar– en su camino al cuarto exterior izquierda de Lope de Rueda 57, donde asesina a Emilio y a su mujer, María de los Desamparados Alonso Bravoembarazada de pocos meses–, a punta de pistola y con una heladora sangre fría. La criada, Paulina Ramos, recibe una puñalada mortal en el corazón tras un forcejeo durante el que es golpeada con la culata de la pistola.

Consumado el triple crimen, se queda esa noche en el piso y monta una escena de discusión en el salón. Incluso pinta con carmín una copa para simular una presencia femenina. Bebe lo que encuentra y duerme en el sofá.


La puerta de entrada a la tienda Jusfer desde el portal, por donde accedió Jarabo, tal como se encuentra en la actualidad FOTO: LA RAZÓN DAVID JAR
Pasa el domingo en otra de sus habituales correrías y el lunes va a la casa de empeños con las llaves de Emilio. Cuando Félix entra para atender su negocio, Jarabo aguarda tras la puerta y le dispara dos veces en la nuca. Busca infructuosamente la carta y el anillo y en una maleta se lleva dinero, joyas y el arma del crimen.

Finalmente es detenido el martes por la mañana cuando acude a una tintorería –Julcan, en la calle Orense 49– a recoger el traje empapado en sangre que había dejado el día anterior.

Su juicio se convierte en un espectáculo mediático, la gente no habla de otra cosa, y el caso inquieta a la psiquiatría forense. Hay colas a diario para seguir las sesiones, con Sara Montiel entre el público. Dada la peculiar personalidad del reo, intervienen cinco médicos, de los que dos resuelven que está perturbado y tres determinan su cordura. A la hora de la sentencia pesan especialmente las muertes de las dos mujeres.

«No sé si soy un orate o no. Ni me importa. Lo único que sé es que soy el autor de cuatro muertes; dos quizá un poco más justificadas, aunque en realidad ninguna pueda serlo...», dirá Jarabo al tomar la última palabra en el proceso.

Condenado a fin, el 4 de julio de 1959 se convierte en el último ejecutado con garrote vil por la justicia ordinaria. Tarda veinte minutos en morir a manos del verdugo titular en la Audiencia Territorial de Madrid –Antonio López Sierraebrio e incapaz de doblegar aquel cuello de atleta.

Hoy día, el barrio donde llevó a cabo sus crímenes ha olvidado casi por completo a Jarabo, aunque aún quedan testimonios directos de la tragedia y no faltan reacciones de indiferencia –las menos– o asombro.

En Lope de Rueda 57 Gloria Castellano (81 años) regenta una tienda de artículos de piel desde noviembre de 1972. Más allá de lo que le han contado, no recuerda mucho pero sí el rodaje de la película de Bardem, cuando les «modificaron un poco el escaparate para que pareciera más antiguo». Explica que colocaron un puesto de churros en la acera de enfrente y que conoció a Sancho Gracia, que compartía «con mucha gente» un alborotado plató callejero y se refrescaba en un bar junto al portal. Paquita, empleada del negocio, asiente mientras atiende a una clienta.

Julián García Aguilera, socio con su hermano de la tintorería Julcan, señala el lugar donde Jarabo dejó el maletín en el que llevaba efectos robados y su traje ensangrentado

Julián García Aguilera, socio con su hermano de la tintorería Julcan, señala el lugar donde Jarabo dejó el maletín en el que llevaba efectos robados y su traje ensangrentado FOTO: LA RAZÓN LA RAZÓN
Hasta hace poco quedaba algún vecino de la época del crimen, «pero creo que no hay nadie ya», asegura Gloria, que confirma que el cuarto exterior izquierda ha estado deshabitado «muchos años, porque no querían meterse ahí, claro». De hecho, la vivienda estuvo vacía durante 50 años, hasta que las herederas de la última dueña, una mujer británica, la vendieron en 2008. Hoy franquear la entrada del portal es complicado por el empeño de la conserje de la finca, «propietaria también» –según asegura– de uno de los pisos, que tuerce el gesto y amenaza con llamar a la policía en cuanto asoma nuestra cámara.

Sobre el recuerdo de aquel 1958, Gloria dice creer que «en esta zona está olvidado», aunque no del todo, según comprobamos. Antonio Rodríguez ha regentado durante 20 años una tienda de reparación de calzado en el mismo local donde estaba Jusfer, que conservó la estructura de la época hasta que se reformó por completo en 2020 para albergar un negocio de interiorismo. Él nos habla de Ana Serrano (72 años), vecina del 19 de Alcalde Sainz de Baranda cuyo padrino era propietario del bloque. Miembro de una de las familias más conocidas y adineradas de Asturias, desde Oviedo delegaba en el padre de Ana –Raúl Serrano Guillén– para administrar el inmueble. La tienda Jusfer «era, por tanto, de mi padrino, y se la administraba mi padre también», remata ella.

Según el relato de Ana Serrano sobre las memorias familiares que acaban enlazando con Jarabo, su padre, «rojo y represaliado, era catedrático de Derecho, pero fue depurado por el franquismo porque había creado la Juventud Republicana de Aragón, y se dedicaron mi padre, mi hermana y mi progenitora a morirse de hambre. Mi padrino le prestó dinero y montó una librería, hoy día la más antigua de Madrid».

Desde allí se dedicaba el padre de Ana a hacer «todas las tras*acciones» de la vivienda de Alcalde Sainz de Baranda. Y llegó un día en que Félix y Emilio, los socios marcados por el destino, fueron a verle para interesarse por el local, cuando su mujer tuvo un presentimiento: «No se lo alquiles, que me han hecho un efecto muy raro». Asegura Ana que su progenitora era «muy de pálpitos y al darles la mano había notado una sensación extraña». Pero a pesar de que el oficio de prestamista «en esa época no estaba muy bien visto, resultaron ser tan buenos pagadores que mi padre estaba encantado».

Cuando ambos socios «no llevaban mucho tiempo» en el local, «unos dos años», una mañana –«yo era muy pequeñita», rememora Ana–, «me estaba lavando los dientes. Entonces los teléfonos estaban en el sitio más incómodo, en medio del pasillo, en la pared, y debía ser muy temprano porque mi padre aún no se había ido. Lo cogió y le llamaba el portero para contarle lo que había pasado. Y mi padre repetía lo que le decía: “¿Sangre por debajo de la puerta? ¿Qué hay muchos muertos? ¿Que han apiolado a un niño en la cuna? [en vez de que la mujer estaba embarazada]... A ver Paco, tranquilícese y cuéntemelo bien”».

La pistola empleada para los asesinatos fue una semiautomática de modelo clásico, calibre 7,65. Jarabo declaró que se la compró a un sereno para su defensa. Entre sus efectos se encontró otra pistola, una Walther PPK también calibre 7,65 mm. Las dos armas, junto con el cuchillo con el que mató a la sirvienta, se guardan en el Museo de la Policía en Ávila

La pistola empleada para los asesinatos fue una semiautomática de modelo clásico, calibre 7,65. Jarabo declaró que se la compró a un sereno para su defensa. Entre sus efectos se encontró otra pistola, una Walther PPK también calibre 7,65 mm. Las dos armas, junto con el cuchillo con el que mató a la sirvienta, se guardan en el Museo de la Policía en Ávila FOTO: LA RAZÓN LA RAZÓN
El portero, que hoy tiene 89 años, sigue viviendo en la casa, pero una sordera «hace imposible entenderse con él». Esa llamada que hizo entonces alertaba al administrador, pero fue Ángeles Mayoral, pareja de Félix López, la que entró en Jusfer y avisó a la policía. Ella pudo ser la quinta víctima si hubiera atendido el ruego de Jarabo, que la telefoneó para que acudiera a la tienda.

Afirma Ana que ha tenido «pesadillas con aquella historia, porque además aunque tardaron muy poco en encontrar a Jarabo, se hizo eterno». Una vecina le contó que «fue horrible, salía a la compra y había dos policías que le preguntaban dónde iba; volvía y le preguntaban otra vez que de dónde venía. Esto estaba tomado por la policía», relata sentada en un banco del bulevar que divide en dos su calle.

En los recuerdos de esta testigo de excepción –«me persigue la historia de Jarabo»– hay otro vecino de su actual casa «que vivía de soltero en Lope de Rueda 57», donde según le contó «lo que más se comentaba era lo de que [Jarabo] hubiera dormido con los cadáveres». Se hablaba sobre «qué tipo depravado y extraño era para haber hecho algo así». Y «sobre todo» se nombraba a «la pobre chica, la criada, todo el mundo lamentaba que se la cargara de esa manera horrible». También se rumoreó «que aprovechó los fuegos artificiales para hacer los disparos», y que «las fieras del Retiro [en el zoológico] se pasaron toda la noche aullando e inquietas, no se sabía si por los cohetes o porque habían olido la sangre del crimen».


Ana Serrano, cuyo padre era administrador del bloque de Alcalde Sainz de Baranda 19, en el portal FOTO: LA RAZÓN DAVID JAR
El padre de Ana Serrano tuvo un gran problema con la tienda, que no había manera de alquilar. Pero la mujer matiza con humor que el encargado de enseñarla era el portero, que «como si fuera un timbre de gloria, anunciaba a los interesados: “En esta tienda mató Jarabo a una de sus víctimas”. Al final mi padre, desesperado, la vendió. La malvendió», lamenta.

Sus padres también le contaron sobre la progenitora de Jarabo que era «la típica progenitora condescendiente que le daba todo lo que quería, pero que era una buenísima persona angustiada con lo que había hecho su hijo, al que iba a ver todos los días a la guandoca. Como muestra de arrepentimiento, fue a pedir perdón a los familiares y hasta a gente de la casa, la pobre señora», cuenta Ana. María Teresa le visitaba a diario, pero «muchas mujeres le escribían declarándole su amor y queriéndole ver».

Así que según Ana Serrano, «todo el mundo lo recuerda, es curioso porque mira que han pasado tantos años», dice. «Y ahora que han repuesto ‘La huella del crimen’ más aún. “¿Fue en esta casa, verdad?”, preguntan. Es que fue muy rellenito, como el crimen de los marqueses de Urquijo. Son crímenes que quedan ahí».

Ya lo había dicho uno de los letrados de la acusación particular contra Jarabo: «No recuerdo ningún crimen tan sensacional. Ni el llamado crimen de Cuenca, ni el de Jalón, ni el del Expreso de Andalucía fueron de tanta sangre».

Jarabo, en un retrato unido a su expediente policial

Jarabo, en un retrato unido a su expediente policial FOTO: LA RAZÓN LA RAZÓN

 
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