Fuiste una mujer por la que apiolar y ahora ya nadie quiere estar a tu lado

Clavisto

Será en Octubre
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10 Sep 2013
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Vas a dar lástima hasta a los últimos que hemos soportado tus neuras. Ese será tu castigo, el castigo más grande para una mujer tan egocéntrica como tú. Pasarás por ahí (no sabes estar sola) y nadie te mirará, nadie te llamará por tu nombre con una sonrisa en la boca. Tú que has despreciado tanto, ahora te verás despreciada. Ya no eres la que fuiste, hace mucho tiempo que dejaste de serlo, aunque al menos hasta hace unas semanas todavía tenías (y esa es la palabra, "tenías") a un hombre en casa, en "tu" casa, al padre de tu tercera hija. Pero también él se cansó de ti. Se cansó, digo, y no "se ha cansado", porque la cosa viene de largo. En el bar hemos sido testigos de tantos desprecios tuyos hacia él, de tantas crueles humillaciones, que era maravilla veros juntos unos días después; y más en un hombre como él de tan turbulento pasado. Es increíble lo que puede aguantar un hombre que es padre de una hija pequeña.

El otro día quedasteis en el bar para hablar de la custodia de vuestra hija. Fue entonces cuando por ti me di cuenta de que ya no estabais juntos. De hecho él llegó un poco antes que tú y extrañado por su presencia al mediodía le pregunté si estaba de vacaciones.

- No, Kufisto. Estoy de noche -dijo con una sonrisa.

Sí, en muchas ocasiones está de noche, pero cuando lo está nunca viene al mediodía; a esas horas está durmiendo.

Al rato llegaste tú, os sentasteis en una mesa y enseguida todo el bar se enteró de qué iba la cosa.

La manutención de la hija.

Por tus voces vi que él no estaba de acuerdo con lo que pedías. Oí tus amenazas, tus ultimatums, "te doy de tiempo hasta mañana a tal hora para que firmes; si no lo haces lo pongo en manos de mi abogado", lo de su breve pasado presidiario, siempre tan socorrido en todos tus ***ones con él, ¡hasta lo de la fruta subida de peso colombiana que se está amando!, "¡cuidado con mi hija cuando estés con esa fruta!"...

Te llamaron al teléfono y saliste afuera. Él aprovechó para venir a la barra. Uno de mis hermanos, un buen amigo suyo (y tuyo en otro tiempo) acababa de entrar al bar. Hablaron de buen humor. Definitivamente ese hombre estaba bien amado. Tanto que cuando volviste a entrar al bar no volvió a sentarse contigo. Todo estaba dicho. Pero tú hablaste más, todo lo que llegaba a tu cabeza sentada en la silla de la que no mueves el ojo ciego desde hace cuanto, ¿quince años?

Al final te fuiste. Él se quedó media hora más en compañía de mi hermano. Lo vi feliz, muy feliz. Supongo que también tiene un abogado.

El domingo pasado vino al bar con su hija. Poco antes habías entrado tú para pillar tabaco, todo lo maquillada, arreglada y enfadada que puedes estar a estas alturas de tu vida para una reunión familiar por la venida al pueblo de tu hermana madrileña. Vino solo, ya te lo digo. Se bebió dos cervezas y la chica un aquarius de limón y una bolsa de patatas fritas. Parecía encantada de estar con su padre.

Te vi venir, sí te vi venir...


Te vi venir esta tarde, princesa. Yo estaba fuera, recogiendo los toldos, y te vi venir del bar de la esquina con el teléfono en la oreja. Ya no vienes tanto al nuestro; mis hermanos, mucho más jóvenes y sin recuerdo alguno de tu pasado esplendor, no se cortan un pelo. Tú tampoco. De hecho ellos no se cortan ni un pelo porque tú los has cortado con tus neuras de menopausica.

Te vi venir. Mi vista nunca fue gran cosa pero te vi venir. Y no andabas bien. No, no andabas bien. Andabas como uno que está medio borracho a las tres de la tarde. Pasé para adentro tras recoger el último toldo sin decirte nada.

Entraste. Pediste un J/B con naranja, tu bebida de alterne de siempre, sólo que eran las tres de la tarde. Sola te sentaste en uno de los taburetes de las mesas altas del ventanal. No dejabas de mirar el teléfono. Ibas vestida con una especie de chandal, sin maquillar, fofa, las berzas caídas, el ojo ciego desparramado...

Entonces recordé aquella noche en la que tuviste una fuerte discusión con quien luego sería el padre de tu tercera hija. De esto hará más de diez años, tú todavía no tenías cuarenta. Subiste arriba, a tu piso, y una hora después bajaste al bar tras*formada en una especie de diosa vestida de neցro. ¡Claro que te diste cuenta! ¡Como no ibas a darte cuenta!...¡progenitora mía qué pedazo de tía! Te quedaste conmigo un rato mientras bebías el J/B con naranja.


Tus hijas mayores pasan de ti y la pequeña quiere a su padre. Tus amigas, casi tan sencillas como tú, ya no quieren saber nada de ti. Te evitan, pequeña estulta, me doy cuenta. Tienen sus maridos, o sus nuevos novios, y no quieren sabe nada más de ti. La has liado tanto que nadie quiere saber nada más de ti. Hasta hace cuatro días todavía podía verte en compañía de alguna pero ya no: siempre andas sola.

Fuiste una mujer por la que apiolar.


Y desde ahora hasta la hora de tu fin darás pena.


Ese será tu castigo. Por mucho que nos odies a todos.
 
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