Pinovski
Madmaxista
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Sin ánimo de menospreciar a los rebeldes rifeños que operaban en el norte a su gusto con el vacío de poder del estado central jovenlandés, por otra parte desaparecido por la oleada turística francesa. Lo mejor que tenían estratégicamente Abd-el-Krim que se benefició de estudiar en Salamanca. Las explicaciones del famoso informe ya las he leído, más oficiales que soldados, jóvenes pobres poco motivados, generales sedientos de fama que estiran las líneas hasta lo indecible sin asegurar línea de suministros, etc. El tema es que Francia llegó ahí con el desembarco famoso en coalición y fue llegar y besar el santo, se quedarían en plan...
Esto no es ser endófobo, España tiene muchísimos hitos militares, es criticar un periodo oscuro.
Luis de Oteyza entrevista a Abdelkrim y su hermano - Frontera Digital entrevista a abdelkrim muy interesante, un tipo inteligente y que conocía al dedillo el mundo occidental, para nada el estereotipo de jovenlandés loco.
Es la plácida hora en que la tarde refresca, y grato el lugar: una de las galerías de la casa de Mohamed Azarkan, abierta al verde de la Vega y a los azules del mar y del cielo. Con el Pajarito, que en mi honor los ha convocado, me rodean Abd-el-Krim el joven; Mohammedi Ben Hadj, su ayudante en el ministerio de Estado; El Maal-lem, jefe de los guardias del mar; Abd-el-Krim Ben Siam, segundo de Abd-Salam en el ministerio del Interior, y Mohamed Quijote, el comandante de la artillería. Platicamos, o como ellos dicen onomatopéyicamente, nos entregamos al chau-chau.
El momento y la ocasión son propicios para obtener informes.
—¿Os causaría una gran sorpresa, al atacar Annual, no que la posición cayera, pues al atacarla es porque esperabais conseguirlo, pero sí que todas las demás posiciones se desplomasen también?
Tomo un sorbo de mi taza, doy una chupada a mi pipa, y espero. Los rifeños se miran unos a otros. Pajarito sonríe. Al fin, M’hammad Abd-el-Krim toma la palabra:
—Pero, ¿cree usted eso? ¿Hay alguien en España que crea eso?
—¿El qué? –pregunto, haciéndome el ignorante.
—Que el levantamiento de las cabilas sometidas no estaba preparado –me contesta.
Hago un esfuerzo tal para contener mi emoción, que siento contraérseme los músculos al tirón de los nervios. Logro así que no me tiemble ni la voz, y puedo decir entonadamente:
—Estaba, pues, preparado el alzamiento.
—Desde abril –responde M’hammad–. Y crea usted que no nos costó gran trabajo hacerlo.
Cambia unas palabras en árabe con Mohammedi Ben Hadj, quien, volviéndose a mí, dice:
—Poco trabajo. ¿Sabes tú? Nadie querer obedecer españoles. Estar quietos por fuerza. Yo, yo decirles que luchar, y todos, todos ponerse contentos. Yo ser el que ir.
—Pero –pregunto–, ¿y nuestra Policía indígena no se enteró?
—Enterarse, claro que enterarse. Y no decir nada. Policía decir lo que querer, sólo lo que querer. Y cobrar duros. Encima cobrar duros.
Ríe Ben Hadj con risa de lobo y ríen los demás. Luego me miran, como extrañados de que no me ría yo con cosa tan cómica.
M’hammad Abd-el-Krim, considerando lo que me pasa, me dice:
—Es triste, pero así es. Hágase usted cargo. Además, que odian la ocupación. No tiene usted idea de la que les hacen sufrir, de lo que les vejan, de lo que les torturan.
— Pero serán excepciones…
—No, no; son todos. Y la mayor parte sin malicia. ¡Si es que no comprenden! Nuestra justicia es nuestra religión. Ya sabe usted que las leyes todas están contenidas en el Corán. Nuestros jueces son por eso sacerdotes juntamente. Y se pone a ejercer de juez un capitán de mía, que, por desconocer cuanto a nuestros usos se refiere, ignora hasta el idioma. Aun siendo bueno, y los ha habido muy malos, tiene que proceder mal. ¡No comprenden! Pero, ¿cómo van a comprender ellos si ni los más encumbrados comprenden? Un detalle, señor: en Nador han hecho una iglesia, que no sé qué falta haría, ya que el poblado no tiene cincuenta españoles y está a un cuarto de hora de Melilla, y en el altar mayor han colocado a Santiago matando jovenlandeses.
—Comprendo lo de que no se lleve nuestra dominación con gusto –digo, sin saber lo que decir–; pero la deslealtad de los que se brindan a servirnos… ¡Que no hubiese uno que avisara de lo que se preparaba!
—¿Avisar?… Bastante se avisó.
—Hágame usted el favor, Mahomed. ¿Quiere darme los verdaderos antecedentes de la cuestión?… Ustedes, su padre, su hermano, su tío, eran amigos de España. ¿Cómo y por qué dejaron de serlo? Esta enemistad es lo que ha traído la resistencia de los beniurriagueles, y con ello todo lo demás. Cuénteme.
El joven Abd-el-Krim se concentra un momento, y luego habla pausado, pero sin interrupción. He aquí lo que dijo:
—Los beniurriagueles no se habían sometido jamás a ningún dominio extraño. ¡Ni el poder del sultán reconocían! Y mi familia, los Abd-el-Krimnes, eran en la tribu la suprema autoridad. Mi padre, al morir el suyo, tomó el mando. Mi padre era un hombre ilustrado y progresivo, que comprendió la necesidad de civilizar el Rif. Para ello preparó a sus hijos. Yo, que era un niño, fui enviado a Málaga a un colegio, donde cursé el bachillerato y la carrera de maestro normal, siendo mandado a Madrid después a estudiar para ingeniero. Mi hermano, ya mayor, abogado y sacerdote de la religión del amor, marchó a Melilla. Mi padre, considerando que lo que se proponía había de conseguirlo con la ayuda de una nación europea, escogió a España, la más próxima y la de carácter más parecido al nuestro. Quería una unión con ella y preparaba la aceptación del protectorado, de un protectorado de verdad.
Éste había de ser conservando a los rifeños sus usos, sus costumbres y sus leyes, y la ocupación militar, poniendo las fuerzas al servicio, a la orden de las autoridades indígenas. Esto esperaba mi padre; pero vio que era al contrario. Y vio que era, además, con arbitrariedades, con abusos, con atropellos. Protestó entonces ante los gobernantes de España y de jovenlandia. La contestación fue decirle que se pusieran en manos de Jordana. Se negó y encarcelaron a Mohamed.
Pacientemente esperó mi padre a que éste fuera liberado y pudiera retirarse de Melilla. Enseguida aguardó el fin del curso para que llegase yo a Alhucemas sin obstáculos en el camino. Y teniéndonos ya seguros, rompió todo trato con España.
Mi hermano tampoco quería ya nada más. Sin embargo, yo… Al comenzar el nuevo curso, Ximénez, el director de la Residencia de Estudiantes, y Aguirre, el del ministerio de Estado, me escribieron diciéndome que volviese, a lo cual respondí con largas cartas explicando lo ocurrido, pidiéndoles que se interesasen por la situación de jovenlandia, y advirtiéndoles que si España seguía así habría una guerra, porque estaban muy excitados los ánimos; principalmente, en las cabilas sometidas. Acababa diciéndoles que se nombrase una persona civil inteligente que hiciera un viaje de inspección. No me contestaron. Y supe que se habían enviado copias de mis cartas a los Comandantes de Melilla y Tetuán, los cuales decían que había que escarmentarme por la falta de respeto.
Ha callado un momento el joven Abd-el-Krim. Vacila… Al fin se decide a decirme:
—No voy a ocultarte nada. Mi padre quería atacaros, y cuando operasteis sobre Tafersit salió con una harka; pero regresó enfermo, y al poco tiempo murió.
—¿Entonces tomó el mando el hermano de usted? –pregunto.
—Sí; mi tío Abd-Salam, que es El Jatabi hoy, y yo, le apoyamos. Tuvo el mando supremo. Y decidió permanecer a la defensiva. Claro que preparando fuerzas, uniendo a las cabilas, previniendo, esto es, un ataque.
—¿Y esperaban ustedes quietos?
—Quietos del todo. No hablamos siquiera a las cabilas sometidas.
—Queríamos aún –añade Mahomed– ver si la paz era posible.
—¿Hicieron ustedes gestiones para ello?
—Verá usted. Ocurrió la toma de Annual, ¿sabe cuándo? Entonces se avisó a Silvestre por mediación de Got y de Idris (ya ve usted que atestiguo con vivos) de que allí había de detenerse. Supimos que quería tomar Quilates, y éste –señala a Pajarito– fue a verle y le dijo que no moviera un soldado. Que hablaríamos, porque deseábamos de veras que no estallase la guerra. Pero que si antes movía un soldado, pasaría algo irremediable.
—¿Y fuiste tú –pregunto a Pajarito– a llevar ese recado?
—Sí, yo mismo.
—¿Y no te tiró Silvestre por la ventana?
Pajarito dice riendo:
—Faltó poco.
Hace una pausa evocadora, y añade:
—Me dijo que España tenía poder para ir donde le diera gana, sin mirar quién se ponía delante; que él estaba dispuesto a entrar en Beniurriaguel aunque se opusieran todos los Abd-el-Krimnes del mundo, y que prefería llegar por la fuerza mejor que templando gaitas.
Vuelve a hablar Mahomed Abd-el-Krim:
—Vuestros soldados salieron de Annual y tomaron Abarrán. Atacamos la posición apenas colocada, y la tomamos en el día. Los jovenlandeses que estaban con vosotros se limitaron a huir. La orden de atacaros no era hasta después de tomar Annual.
—Todavía –sigue diciendo– mi hermano intentó detener los acontecimientos. Por mediación del coronel Civantos mandó una carta a Silvestre. No tuvo contestación.
—¿Y que decía esa carta?
—Lo mismo de siempre: que se detuvieran los soldados en Annual.
¿Contestó Silvestre? No lo he podido saber. Las respuestas que a esto me dan no son claras.
—Mi hermano –dice al fin Abd-el-Krim, dominando la confusión–, pasó a Temsaman y estableció su cuartel en Amezauro. Allí estuvo reuniéndonos a todos, y desde allí envió emisarios a las cabilas sometidas, avisándolas de que se acercaba tal vez el instante. Se preparó todo en un par de semanas.
—¿Lo que se preparó fue el ataque a Igueriben?…
—Sí, el ataque a Igueriben. Lo de atacar a Annual se decidió luego. Al ver lo quebrantadas que quedaron vuestras fuerzas, y, sobre todo, al enterarnos de que Silvestre estaba allí, decidimos cogerle.
Calla un instante.
—Mi hermano dirigió el ataque, que duró cinco días. Cortamos el camino entre Annual y Sunma. Enseguida vino el intento de auxilio, y al rechazarse éste, la evacuación.
—El decidirse a proceder sobre Annual, ¿se debió principalmente al deseo de coger a Silvestre? –inquiero.
—¡Oh, claro! –me contesta Mahomed.
—Según eso, ¿se le odiaba mucho?
Es Pajarito quien responde:
—No se le odiaba a él sólo. La culpa no la tenía toda él. Era su rivalidad con Berenguer la que le había vuelto loco. Ya lo sabíamos. Y también que le empujaban desde Madrid.
Mahomed Abd-el-Krim interrumpe:
—El querer cogerle era sólo para privar de él a sus tropas.
—Murió, ¿verdad? –pregunto.
—¡Claro!
Las cabilas se alzaron todas, como estaba convenido, al enterarse de la toma de Annual. Esto no sorprendió a los beniurriagueles. Pero sí les sorprendió la rapidez con que cayeron nuestras posiciones. Tanto no esperaban. No podían esperar que su victoria fuese tan pronta y tan absoluta.
Esto no es ser endófobo, España tiene muchísimos hitos militares, es criticar un periodo oscuro.
Luis de Oteyza entrevista a Abdelkrim y su hermano - Frontera Digital entrevista a abdelkrim muy interesante, un tipo inteligente y que conocía al dedillo el mundo occidental, para nada el estereotipo de jovenlandés loco.
Es la plácida hora en que la tarde refresca, y grato el lugar: una de las galerías de la casa de Mohamed Azarkan, abierta al verde de la Vega y a los azules del mar y del cielo. Con el Pajarito, que en mi honor los ha convocado, me rodean Abd-el-Krim el joven; Mohammedi Ben Hadj, su ayudante en el ministerio de Estado; El Maal-lem, jefe de los guardias del mar; Abd-el-Krim Ben Siam, segundo de Abd-Salam en el ministerio del Interior, y Mohamed Quijote, el comandante de la artillería. Platicamos, o como ellos dicen onomatopéyicamente, nos entregamos al chau-chau.
El momento y la ocasión son propicios para obtener informes.
—¿Os causaría una gran sorpresa, al atacar Annual, no que la posición cayera, pues al atacarla es porque esperabais conseguirlo, pero sí que todas las demás posiciones se desplomasen también?
Tomo un sorbo de mi taza, doy una chupada a mi pipa, y espero. Los rifeños se miran unos a otros. Pajarito sonríe. Al fin, M’hammad Abd-el-Krim toma la palabra:
—Pero, ¿cree usted eso? ¿Hay alguien en España que crea eso?
—¿El qué? –pregunto, haciéndome el ignorante.
—Que el levantamiento de las cabilas sometidas no estaba preparado –me contesta.
Hago un esfuerzo tal para contener mi emoción, que siento contraérseme los músculos al tirón de los nervios. Logro así que no me tiemble ni la voz, y puedo decir entonadamente:
—Estaba, pues, preparado el alzamiento.
—Desde abril –responde M’hammad–. Y crea usted que no nos costó gran trabajo hacerlo.
Cambia unas palabras en árabe con Mohammedi Ben Hadj, quien, volviéndose a mí, dice:
—Poco trabajo. ¿Sabes tú? Nadie querer obedecer españoles. Estar quietos por fuerza. Yo, yo decirles que luchar, y todos, todos ponerse contentos. Yo ser el que ir.
—Pero –pregunto–, ¿y nuestra Policía indígena no se enteró?
—Enterarse, claro que enterarse. Y no decir nada. Policía decir lo que querer, sólo lo que querer. Y cobrar duros. Encima cobrar duros.
Ríe Ben Hadj con risa de lobo y ríen los demás. Luego me miran, como extrañados de que no me ría yo con cosa tan cómica.
M’hammad Abd-el-Krim, considerando lo que me pasa, me dice:
—Es triste, pero así es. Hágase usted cargo. Además, que odian la ocupación. No tiene usted idea de la que les hacen sufrir, de lo que les vejan, de lo que les torturan.
— Pero serán excepciones…
—No, no; son todos. Y la mayor parte sin malicia. ¡Si es que no comprenden! Nuestra justicia es nuestra religión. Ya sabe usted que las leyes todas están contenidas en el Corán. Nuestros jueces son por eso sacerdotes juntamente. Y se pone a ejercer de juez un capitán de mía, que, por desconocer cuanto a nuestros usos se refiere, ignora hasta el idioma. Aun siendo bueno, y los ha habido muy malos, tiene que proceder mal. ¡No comprenden! Pero, ¿cómo van a comprender ellos si ni los más encumbrados comprenden? Un detalle, señor: en Nador han hecho una iglesia, que no sé qué falta haría, ya que el poblado no tiene cincuenta españoles y está a un cuarto de hora de Melilla, y en el altar mayor han colocado a Santiago matando jovenlandeses.
—Comprendo lo de que no se lleve nuestra dominación con gusto –digo, sin saber lo que decir–; pero la deslealtad de los que se brindan a servirnos… ¡Que no hubiese uno que avisara de lo que se preparaba!
—¿Avisar?… Bastante se avisó.
—Hágame usted el favor, Mahomed. ¿Quiere darme los verdaderos antecedentes de la cuestión?… Ustedes, su padre, su hermano, su tío, eran amigos de España. ¿Cómo y por qué dejaron de serlo? Esta enemistad es lo que ha traído la resistencia de los beniurriagueles, y con ello todo lo demás. Cuénteme.
El joven Abd-el-Krim se concentra un momento, y luego habla pausado, pero sin interrupción. He aquí lo que dijo:
—Los beniurriagueles no se habían sometido jamás a ningún dominio extraño. ¡Ni el poder del sultán reconocían! Y mi familia, los Abd-el-Krimnes, eran en la tribu la suprema autoridad. Mi padre, al morir el suyo, tomó el mando. Mi padre era un hombre ilustrado y progresivo, que comprendió la necesidad de civilizar el Rif. Para ello preparó a sus hijos. Yo, que era un niño, fui enviado a Málaga a un colegio, donde cursé el bachillerato y la carrera de maestro normal, siendo mandado a Madrid después a estudiar para ingeniero. Mi hermano, ya mayor, abogado y sacerdote de la religión del amor, marchó a Melilla. Mi padre, considerando que lo que se proponía había de conseguirlo con la ayuda de una nación europea, escogió a España, la más próxima y la de carácter más parecido al nuestro. Quería una unión con ella y preparaba la aceptación del protectorado, de un protectorado de verdad.
Éste había de ser conservando a los rifeños sus usos, sus costumbres y sus leyes, y la ocupación militar, poniendo las fuerzas al servicio, a la orden de las autoridades indígenas. Esto esperaba mi padre; pero vio que era al contrario. Y vio que era, además, con arbitrariedades, con abusos, con atropellos. Protestó entonces ante los gobernantes de España y de jovenlandia. La contestación fue decirle que se pusieran en manos de Jordana. Se negó y encarcelaron a Mohamed.
Pacientemente esperó mi padre a que éste fuera liberado y pudiera retirarse de Melilla. Enseguida aguardó el fin del curso para que llegase yo a Alhucemas sin obstáculos en el camino. Y teniéndonos ya seguros, rompió todo trato con España.
Mi hermano tampoco quería ya nada más. Sin embargo, yo… Al comenzar el nuevo curso, Ximénez, el director de la Residencia de Estudiantes, y Aguirre, el del ministerio de Estado, me escribieron diciéndome que volviese, a lo cual respondí con largas cartas explicando lo ocurrido, pidiéndoles que se interesasen por la situación de jovenlandia, y advirtiéndoles que si España seguía así habría una guerra, porque estaban muy excitados los ánimos; principalmente, en las cabilas sometidas. Acababa diciéndoles que se nombrase una persona civil inteligente que hiciera un viaje de inspección. No me contestaron. Y supe que se habían enviado copias de mis cartas a los Comandantes de Melilla y Tetuán, los cuales decían que había que escarmentarme por la falta de respeto.
Ha callado un momento el joven Abd-el-Krim. Vacila… Al fin se decide a decirme:
—No voy a ocultarte nada. Mi padre quería atacaros, y cuando operasteis sobre Tafersit salió con una harka; pero regresó enfermo, y al poco tiempo murió.
—¿Entonces tomó el mando el hermano de usted? –pregunto.
—Sí; mi tío Abd-Salam, que es El Jatabi hoy, y yo, le apoyamos. Tuvo el mando supremo. Y decidió permanecer a la defensiva. Claro que preparando fuerzas, uniendo a las cabilas, previniendo, esto es, un ataque.
—¿Y esperaban ustedes quietos?
—Quietos del todo. No hablamos siquiera a las cabilas sometidas.
—Queríamos aún –añade Mahomed– ver si la paz era posible.
—¿Hicieron ustedes gestiones para ello?
—Verá usted. Ocurrió la toma de Annual, ¿sabe cuándo? Entonces se avisó a Silvestre por mediación de Got y de Idris (ya ve usted que atestiguo con vivos) de que allí había de detenerse. Supimos que quería tomar Quilates, y éste –señala a Pajarito– fue a verle y le dijo que no moviera un soldado. Que hablaríamos, porque deseábamos de veras que no estallase la guerra. Pero que si antes movía un soldado, pasaría algo irremediable.
—¿Y fuiste tú –pregunto a Pajarito– a llevar ese recado?
—Sí, yo mismo.
—¿Y no te tiró Silvestre por la ventana?
Pajarito dice riendo:
—Faltó poco.
Hace una pausa evocadora, y añade:
—Me dijo que España tenía poder para ir donde le diera gana, sin mirar quién se ponía delante; que él estaba dispuesto a entrar en Beniurriaguel aunque se opusieran todos los Abd-el-Krimnes del mundo, y que prefería llegar por la fuerza mejor que templando gaitas.
Vuelve a hablar Mahomed Abd-el-Krim:
—Vuestros soldados salieron de Annual y tomaron Abarrán. Atacamos la posición apenas colocada, y la tomamos en el día. Los jovenlandeses que estaban con vosotros se limitaron a huir. La orden de atacaros no era hasta después de tomar Annual.
—Todavía –sigue diciendo– mi hermano intentó detener los acontecimientos. Por mediación del coronel Civantos mandó una carta a Silvestre. No tuvo contestación.
—¿Y que decía esa carta?
—Lo mismo de siempre: que se detuvieran los soldados en Annual.
¿Contestó Silvestre? No lo he podido saber. Las respuestas que a esto me dan no son claras.
—Mi hermano –dice al fin Abd-el-Krim, dominando la confusión–, pasó a Temsaman y estableció su cuartel en Amezauro. Allí estuvo reuniéndonos a todos, y desde allí envió emisarios a las cabilas sometidas, avisándolas de que se acercaba tal vez el instante. Se preparó todo en un par de semanas.
—¿Lo que se preparó fue el ataque a Igueriben?…
—Sí, el ataque a Igueriben. Lo de atacar a Annual se decidió luego. Al ver lo quebrantadas que quedaron vuestras fuerzas, y, sobre todo, al enterarnos de que Silvestre estaba allí, decidimos cogerle.
Calla un instante.
—Mi hermano dirigió el ataque, que duró cinco días. Cortamos el camino entre Annual y Sunma. Enseguida vino el intento de auxilio, y al rechazarse éste, la evacuación.
—El decidirse a proceder sobre Annual, ¿se debió principalmente al deseo de coger a Silvestre? –inquiero.
—¡Oh, claro! –me contesta Mahomed.
—Según eso, ¿se le odiaba mucho?
Es Pajarito quien responde:
—No se le odiaba a él sólo. La culpa no la tenía toda él. Era su rivalidad con Berenguer la que le había vuelto loco. Ya lo sabíamos. Y también que le empujaban desde Madrid.
Mahomed Abd-el-Krim interrumpe:
—El querer cogerle era sólo para privar de él a sus tropas.
—Murió, ¿verdad? –pregunto.
—¡Claro!
Las cabilas se alzaron todas, como estaba convenido, al enterarse de la toma de Annual. Esto no sorprendió a los beniurriagueles. Pero sí les sorprendió la rapidez con que cayeron nuestras posiciones. Tanto no esperaban. No podían esperar que su victoria fuese tan pronta y tan absoluta.
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