FRANCO, ESTADOS UNIDOS Y “EL CÍRCULO” (O LOS ORÍGENES DEL CLUB BILDERBERG)

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5 Mar 2022
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Cuando uno se aproxima al franquismo por primera vez, entiende que nunca hubo un movimiento monolítico o uniforme. Franco fue un gobernante pragmático, y fue modificando su forma de llevar el país según pasaban los años. En mi humilde opinión, el franquismo como tal, solo duró hasta 1959, y si me apuran, hasta 1953 (solo un año después, el teniente general Muñoz Grandes, héroe de la División Azul y ahora ministro del ejército, visitará Washington en viaje oficial, siendo recibido “con todos los honores”, afirmaba el diario ABC, “como símbolo de la colaboración entre España y Estados Unidos”; Muñoz Grandes, que llega a Estados Unidos uniformado y en un avión de Iberia, afirma al corresponsal del ABC lo siguiente: “Estoy convencido de que el pacto militar hispano-norteamericano se basa en el espíritu de colaboración (…) Los Estados Unidos necesitan a España y España necesita a Estados Unidos”). A partir de aquel año, se produce un hecho que no cabe denominarse de otra manera que de “lacayuno”, sumiso o servil.

Fue en 1953 cuando se produce la “cesión” a los yanquis de varias bases militares en territorio español, tres aéreas y una naval. En el camino se quedaron otras, sitas en Mahón, Ferrol, Santander, Cartagena o Cádiz. A cambio, España obtendría algunos beneficios materiales, más allá de la operación de maquillaje exterior que se obtenía colaborando con la gran potencia americana. Entre otras cosas, nuestro país recibiría algo más de mil quinientos millones de dólares, con los que se comprarían productos de primera necesidad, como alimentos, carbón, algodón y material de guerra de segunda mano, previamente utilizado por los Estados Unidos durante la segunda guerra mundial. La guerra, como nos demuestra la historia, es una permanente fuente de ingresos.

Algunos historiadores hablan de “un franquismo sin Franco”, más allá de su fin en 1975, y hasta 1977. Otros consideran, más atinadamente, que el franquismo acaba con el asesinato de Carrero Blanco, en 1973 (Moscú, a través de la agencia oficial de noticias soviética TASS, acusó a la CIA de aquel magnicidio, algunos años después, tal y como publicaba la edición de “El País” un 10 de febrero de 1981: lo hacía basándose en las informaciones de un ex espía español apodado “El Cisne”). Los menos vienen a decir que el franquismo acaba en 1969, cuando el Caudillo designa a Juan Carlos como sucesor a título de rey, en un nombramiento ratificado por las Cortes Españolas a día 22 de julio de 1969. Aquel franquismo, en mi modesta opinión, era ya un franquismo muy “light”, una especie de “franquismo pop” que, desarrollismo mediante, había convertido España en una especie de interesante experimento político de economía mixta, nada que ver con ese modelo autárquico, gris y proteccionista que la izquierda nos quiere presentar.

La ley de sucesión de 1947 no era otra cosa que el primer paso en la “desfranquización” del régimen. Consciente de la dificultad de levantar un país en posguerra, Franco afrontó en aquellos últimos años de la década de los cuarenta, y en los primeros de los cincuenta, el final de la autarquía. Pronto llegarían Mister Hilton y Mister Marshall, los acuerdos con Estados Unidos y el concordato con la Santa Sede. Fernando Vizcaíno Casas describió aquel periodo como “la hora de ponerse en marcha”, el final de “los años difíciles”, y no se equivocaba: todos los periódicos occidentales se deshacieron en elogios, durante unos días, con el régimen de Franco: el Daily Telegraph o el Daily Mail británicos, el Frankfurter Allgemeine alemán, o el New York Times y el Washington Post usanos, coincidieron en que aquellos convenios firmados por una potencia, sobre el papel, de corte “fascista”, suponían un avance en la defensa de los intereses atlantistas, sin necesidad de someterse a una improbable incorporación española a la OTAN.

El franquismo durante los años sesenta y setenta fue capaz de desarrollar medidas socialistas, gracias a ministros falangistas, pero también supo subirse al carro de la incipiente moda del turismo, algo que nuestros vecinos portugueses no supieron hacer (cosas de Salazar). Franco quería demostrarle al mundo occidental que España no era una dictadura, ni siquiera una “dictablanda”: sus relaciones con Estados Unidos, la nación líder de aquello que se llamó “el mundo libre”, eran cada vez mejores, como demostraría una visita privada y poco publicitada de Nixon a Barcelona, en 1963.

La reunión de Nixon y Franco en Barcelona está documentada en las memorias del primero. La impresión que le causó el gallego al americano fue muy positiva, definiéndolo como “un líder sutil y pragmático”. España había cambiado mucho en muy poco tiempo, gracias en gran medida a perfiles como el de José María de Areílza o el de Manuel Fraga Iribarne, ministro de Información durante la década de los sesenta, y responsable de una serie de medidas orientadas a “modernizar” el país (nueva ley de prensa, promoción del turismo y de la cultura, apertura editorial a la utilización de las denominadas “lenguas regionales”, leyes de libertad religiosa, etcétera). Fraga fue uno de los invitados al famoso “Club Bilderberg”, así como a las reuniones de una organización “discreta” bautizada como “El Círculo de Caballeros de Pinay”, una especie de “think-tank” de la época fundado en 1951, y con especial presencia en Francia y Reino Unido. El fundador de “El Círculo”, el francés Antoine Pinay, uno de los pesos pesados de la Francia de posguerra y habitual como Fraga del Club Bilderberg, se reunió con Franco un 12 de diciembre de 1957, siendo invitado por el ministro Federico Muñoz Silva, secretario general de la “Asociación Católica de Propagandistas”, una asociación católica privada fundada por un jesuita a principios de siglo. “El Círculo” se reuniría durante varias décadas en ciudades icónicas como Bonn o Washington, acudiendo con asiduidad miembros españoles como el citado Fraga, Carlos Robles Piquer, Alfredo Sánchez Bella o Aline Griffith, más conocida como la Condesa de Romanones, todo un personaje del momento (informante de la CIA, la Condesa tenía contacto continuo con Archibald Roosevelt, nieto del presidente Theodore Roosevelt y responsable de los servicios secretos norteamericanos en nuestro país).

Franco fue un gobernante inteligente y pragmático, y supo jugar sus cartas en todo momento, evitando cualquier riesgo innecesario. El franquismo no fue en absoluto un régimen fascista, sino un régimen autoritario, una especie de “dictablanda” en la que progresivamente, se fue abriendo la mano hasta reconvertir el país en una democracia occidental al uso, con sus partidos políticos, sus sindicatos, sus medios de comunicación y sus administraciones públicas. España fue “relativamente soberana” hasta la incorporación del país en la OTAN y la Unión Europea, aunque en la práctica el franquismo ya había cedido parte de esa autonomía en la década de los cincuenta, tras rendirse ante el imperio hegemónico, los Estados Unidos de América.

No se equivocaba Trevijano cuando decía que los elementos más valientes y valiosos de aquella España anterior a la guerra civil, perdieron la vida en el conflicto. Eso que se ha venido en llamar “tercera España” es una mentira evidente: aquellos que renegaron tanto del franquismo como de la II república, lo hicieron siempre desde el exilio, desde la distancia, sin jugarse el tipo. Para 1975, España se había convertido en un país tranquilo, sin violencia política, a excepción de la ejercida por ETA, con notorios apoyos internacionales (Cuba, Argelia, la URSS, incluso Francia).
 
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