Abu_lense
Madmaxista
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Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados© LA Razón
Aumenta la intensidad del rechazo al Gobierno tras las concesiones últimas a los separatistas vascos y catalanes, los casos de corrupción y los consiguientes problemas judiciales que cercan al ejecutivo y a su partido. La multitudinaria manifestación de protesta el pasado domingo en Madrid, exigiendo la dimisión del presidente y la convocatoria de elecciones, es sólo una muestra de ese extenso malestar popular que la oposición alienta y procura capitalizar. La crítica a Pedro Sánchez en los medios no complacientes con su política está adquiriendo unas dimensiones desconocidas. Lo más florido del mundo intelectual, que se mueve generalmente –o se movía hasta hace poco– en la izquierda o en el centro-izquierda muestra ahora una despiadada ferocidad contra el sanchismo. La crítica ha dejado de ser comedida. Basta recopilar un día cualquiera el rosario de descalificaciones vertidas por firmas conocidas y respetables, sin necesidad de acercarse al hediondo arroyo de insultos, generalmente anónimos, en las redes sociales. Al presidente del Gobierno se le ha perdido el respeto en España.
Dada su errática trayectoria con constantes «cambios de opinión» va a ser imposible que Sánchez recupere la respetabilidad, imprescindible para gobernar en un sistema de opinión pública. No basta con aprobar los Presupuestos y mantener puntualmente, a trancas y barrancas, los apoyos de los variopintos socios al precio que sea. Un gobernante necesita tener el favor del pueblo y Pedro Sánchez no lo tiene. Las últimas encuestas lo confirman. Observadores independientes hablan abiertamente de «final de régimen» o final del ciclo político. La prensa internacional se ocupa ya de la crítica situación española como en el final del franquismo. Existe el convencimiento de que los descubrimientos sobre la red de corrupción que rodea al Gobierno y a su partido no han terminado. Habrá pronto nuevas revelaciones. La vulnerabilidad del presidente parece evidente. Hasta el punto de que en su entorno de La Moncloa empieza a cundir el temor a que el presidente pueda ser procesado.
Dada la comprobada capacidad de resistencia del personaje y la polarización política existente, el inevitable «final de régimen» puede resultar más largo y agitado que el final del régimen franquista. La campaña sistemática contra «la derecha extrema y la extrema derecha», contra la prensa crítica y contra los jueces ha hecho mella en el núcleo duro del sanchismo e incendiará, en la hora del cambio, a «la izquierda extrema y la extrema izquierda». Tampoco dejará indiferentes a los separatistas vascos y catalanes, obligados a acomodarse a la nueva situación, menos favorable a sus intereses. La única salida del laberinto pasa por las urnas.