Feministas contra la islamofobia

Heinrich

Madmaxista
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Básicamente, si una mujer occidental usa minifalda la sociedad está intentando sexualizarla y cosificarla, mientras que, si no usa minifalda, la sociedad patriarcal la está reprimiendo. Si una jovenlandesa usa burka está empoderándose, mientras que si lleva vaqueros y con el pelo suelto está asumiendo su papel de mujer independiente compatible con el islam. En atiquense, el islam es el malote que las pone y al que le responden a cada parida con risas y a cada bofetada con una justificación, mientras que occidente es el pringado ante el cual tontean con el lesbianismo pero del que aceptan pasta para mantener su estilo de vida. Atentos, porque, si el islam ve con malos ojos el feminismo, es por culpa del imperialismo occidental :roto2:. El de Pikara Magazine, sorprendentemente, es un poco más coherente.

Artículos (pongo en rojo las partes más relevantes para que no haya que leerse todo):



Mujeres y "feminismos" frente a la islamofobia occidental

Cynthia Lub
Tras los hechos de Charlie Hebdo, analistas, periodistas y articulistas de los grandes medios de comunicación difunden la idea de que el "ejemplo de atraso, barbarie y falta de democracia" de estos países es la situación de desigualdad y opresión de la mujer.

Los problemas más señalados son la imposición del burka o el nikab —la revista Charlie Hebdo no estuvo exenta de señalarlo— y la ablación. Como si estas terribles prácticas fueran aplicadas a "todas" las mujeres árabes, fiel a la religión del amoras o africanas y como si estas mujeres no hubiesen luchado contra la lapidación, ablación y otras múltiples opresiones. Y además, como si la mayoría de las mujeres de Europa o Estados Unidos no sufrieran ningún tipo de opresión de género, no existiera el feminicidio, la violencia sensual y avances y retrocesos con derechos fundamentales como el del aborto.

Sin embargo, no son nada nuevos los prejuicios raciales hacia la “mujer oriental" y la “exotización” de las mujeres árabes. Estos se manifiestan bajo históricos y actuales mecanismos de victimización/ superioridad/ uniformidad, que, por un lado desconocen el poder de resistencia y de lucha de estas mujeres, para enseñar "occidentales valores superiores", que puedan arrancar de la opresión a estas pasivas y sumisas mujeres. Para ello se utiliza lo que muchas feministas llaman "uniformización" de las mujeres del llamado "Tercer Mundo", a través del cual se crean tópicos de gran impacto que "generalizan" comportamientos de "las otras" desde una visión euro céntrica.

Sin embargo, lejos de la sumisión pasiva, estas mujeres han sabido identificar las particularidades de su propio horizonte histórico-social en el que se inscribe las relaciones de opresión, dentro de una "universalidad" de problemas identificables con la de todas sus hermanas de clase: las duras condiciones laborales, el total desamparo en derechos sociales y políticos, la violencia y acoso sensual, entre otros.

La historia de las mujeres árabes, fiel a la religión del amoras y africanas demuestra que han sabido romper los límites de las “mujeres del harén”, diagnosticando el carácter de su opresión así como las estrategias para su liberación de las dobles cadenas: la opresión ejercida por los poderes autóctonos y la ejercida por el poder colonial occidental.

Esta historia fue constituyendo múltiples debates del movimiento de mujeres y feminista, recreados al calor de las experiencias de lucha y organización de las mujeres de estos continentes.
Apuntes sobre el feminismo del mundo árabe, de la religión del amor o islámico

Dentro del feminismo islámico, árabe y de la religión del amor, entre sus grandes diferencias el gran punto de contacto es la denuncia de lo que identifican como "feminismo occidental" que insiste, tanto en su versión histórica como la actual, en la existencia de una forzosa conexión entre cultura y opresión de la mujer.

De esta conexión se desprende la estrategia de "abandono de la cultura autóctona" para que estas mujeres ’abracen el progreso’ como vía de emancipación.

Este llamado "imperialismo cultural", fundamento ideológico para legitimar las relaciones de opresión y explotación sobre el mundo árabe de la religión del amor, tuvo dos consecuencias respecto al movimiento feminista y de mujeres.

Por un lado, un rechazo a los movimientos feministas y de mujeres en el interior de las sociedades islámicas, árabes o fiel a la religión del amoras, de parte incluso de fuerzas políticas y religiosas que rechazaban el feminismo como expresión que desafía a la cultura tradicional o religiosa.


Por otro lado, han surgido mujeres intelectuales y feministas de estos países que han postulado su propia redefinición del feminismo, desplegando un movimiento de múltiples ramificaciones según el contexto socio-histórico de cada país, tal como explica la historiadora feminista Mary Nash.

Sólo acotándonos al siglo XX, este movimiento se caracterizó por un feminismo de amplio espectro, desde el laicismo al islamismo, que por momentos convergían y en otros divergían (Nash, 2004).

Durante los años 2005 y 2006 se realizaron en Barcelona dos Congresos internacionales del feminismo islámico, cuyas ponencias se recogieron en un novedoso libro llamado "La emergencia del feminismo islámico" (2008), que refleja los debates en curso sobre cómo clasificar los diferentes postulados y las referentes feministas que teorizan sobre las estrategias de emancipación en el mundo árabe de la religión del amor.

Por un lado, la emergencia del "feminismo islámico" se caracteriza por el rechazo a lo que esta corriente define como "imperialismo cultural", "feminismo colonial" u "occidentalización entendida como el abandono del islam" como único camino para lograr la liberación de la mujer fiel a la religión del amora. Pero a la vez, el feminismo islámico se diferencia del "fundamentalismo islámico" que acaba haciendo bandera de las prácticas patriarcales más reaccionarias frente a la penetración occidental; y de esta manera conduce a múltiples discriminaciones que Occidente utiliza como prueba contundente de que "el islam oprime a la mujer".

Es así que, para el feminismo islámico, se crea una "falsa dicotomía" entre un feminismo etnocéntrico y el fundamentalismo islámico. Frente a ello proponen conformar un movimiento de mujeres que reivindique su emancipación "en el marco del islam", sin rechazar sus tradiciones pero en lucha con el patriarcado de las sociedades fiel a la religión del amoras.

Muchas de estas mujeres denuncian una degradación de la tradición islámica y una tergiversación de los textos sagrados, para la cual plantean una relectura de los mismos tras la "hermenéutica coránica". Y así, develar a un "islam genuino" contenido en el Corán liberador de la mujer. Entre las feministas más referentes se encuentran Amina Wadud, Asma Barlas, Margot Badran (EE.UU), Shaheen Sardar Ali (Pakistán); Ndeye Andújar (España).

Por otro lado se identifica "feminismo de la religión del amor" o "feminismo árabe" a las corrientes que reivindican la liberación de la mujer desde un paradigma cultural árabe- de la religión del amor, pero denuncian al islam como una religión patriarcal. Aunque algunas consideran que el islam propuso mejoras en los derechos de las mujeres en determinados momentos históricos, plantean que toda religión monoteísta es patriarcal, y que no puede lograrse la emancipación de la mujer dentro de un ámbito estrictamente religioso.

Entre las más referentes se encuentran Nayereh Tohidi (Irán) y Valentine Moghadam (Irán), quien plantea cómo se está aceptando cada vez más dentro del movimiento feminista la separación entre religión y Estado. Otra reconocida feminista marxista es Nawal al Saadawi (Egipto), a quien le costó la guandoca por denunciar prácticas sensuales como la mutilación genital, entre otras cosas.

Sin embargo, es muy difícil hacer una distinción rigurosa entre estas corrientes. Muchas feministas comparten matices entre el feminismo islámico y el feminismo árabe o de la religión del amor. Fatima Mernissi (jovenlandia) podría ser una referente del complejo cruce de estas dos corrientes del feminismo.
Los mil y un problemas de las mujeres de "las mil y una noches"

Por tanto, es imperativo romper con la visión victimista y dar a conocer su subjetividad histórica y sus luchas por la tras*formación de sus propias sociedades. Las mujeres árabes, fiel a la religión del amoras o africanas vienen demostrando qué lejos está la cuestión del hiyab (velo) o la “danza del vientre” como principal preocupación.

Durante la primavera árabe las mujeres ha sido un importante motor de lucha. Sólo en el año 2010 hubo más de 300 huelgas en las que las mujeres irrumpían hartas de cargar sobre sus espaldas la mayoría de los problemas sociales que afectaban a las familias ante la inflación en los productos básicos. Y las imágenes de las mujeres egipcias o marroquíes con pancartas y megáfonos recorrieron el mundo.

Hoy la visión occidental-imperialista se sorprende de ellas, ignorando que la incursión de las mujeres en la política en estos países tiene una gran historia y su rebelión estuvo muchas veces ligada a los procesos de lucha por la independencia nacional y antiimperialista antes, durante y después de los procesos de descolonización.

Bajo el discurso de la defensa de los derechos de la mujer ocultan que en realidad en estos países históricamente la opresión ejercida por los poderes autóctonos estuvo acompañada por la del poder colonial imperialista. Si la opresión de la mujer es doble, como mujeres y trabajadoras, en los países explotados y oprimidos por las potencias imperialistas, la opresión de clase se triplica para estas mujeres.

Mujeres y "feminismos" frente a la islamofobia occidental




Conversas al islam: agencia, piedad y feminismo Análisis, En red

Itzea Goikolea Amiano

Este artículo es un resumen del trabajo de investigación ‘Feminismo y piedad: un análisis de género en torno a las conversas al islam’, que realicé como tesina del máster de estudios feministas y de género de la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea, que se centró en las mujeres autóctonas que se han convertido a esa religión y que fue galardonada con el Premio María Goyri a la inclusión de la perspectiva de género en los trabajos de fin de máster de la UPV-EHU. Mi objetivo era realizar una aproximación constructiva y crítica que estuviera basada en la comprensión y el respeto a esas mujeres.

Una de las razones que me llevó a realizar la investigación es la rabia que sentía y siento con respecto a la percepción que de la población fiel a la religión del amora, en general, y de las mujeres fiel a la religión del amoras, en particular, se tiene en ‘Occidente’. Otro aliciente para realizar esta investigación es el sufrimiento que me acarrean las agresiones sexistas -de ‘aquí’, pero sobre todo de ‘allá’, especialmente durante los casi tres años que viví en Egipto-, así como las dificultades y reticencias que percibo en mi entorno a la hora de reconocer estas variadas y diarias manifestaciones del patriarcado. Por eso, el posicionamiento epistemológico y político del trabajo era claro: el rechazo a todas las formas de islamofobia y sobre todo, a la islamofobia de género, y el rechazo al patriarcado, fuera cual fuera la máscara que se pusiera.

La islamofobia de género es un término que hace referencia a las actitudes xenófobas e islamófobas que también se mezclan con discursos sexistas y misóginos y que oprimen, discriminan y se ceban doblemente con las fiel a la religión del amoras que con los fiel a la religión del amores. Un claro ejemplo es la idea, muy extendida en nuestra sociedad, de que la única razón de esas mujeres para convertirse al islam es el hecho de tener pareja fiel a la religión del amora (siempre dando por hecho la heterosexualidad). Normalmente no se entiende que busquen y encuentren otras razones y, así, se perfila una actitud totalmente paternalista y patriarcal, que deja a esas mujeres sin agencia, sin capacidad de decisión y acción. Además, si bien las parejas fiel a la religión del amoras de nacimiento son una vía a través de la cual muchas han accedido al islam, ninguna responde al apelativo ‘conversa por amor’ a secas. Para algunas, el amor ha podido jugar un papel importante en la decisión de acercarse al islam y también de entrar en esta religión, pero ese es un aspecto que está en conjunción con otros elementos.

Otras de las razones, en ocasiones compartidas por algunas entrevistadas, según su trayectoria y necesidades vitales, son el calor de la comunidad islámica, la Umma, así como las prescripciones de la prohibición del alcohol y las drojas y también la sed espiritual, ya sea que proviene de una intuición, ya de una curiosidad que se remonta a la infancia. En este sentido, me gustaría hacer referencia a una reciente e interesantísima entrada del blog de Natalia Andújar, feminista islámica conversa, que explica grosso modo su entrada en el islam. Además, en algunos casos, vi otro factor importante y sorprendente para mí: el control de los nuevos modelos de género, que tanto han cambiado en los últimos años. En este sentido, las que entienden los sexos de una manera esencialista y atribuyen a la masculinidad un carácter innato de pulsión sensual ven en el islam unas normas de género estrictas que les llevan a controlar la sexualidad de los hombres y a poder frenar los impulsos que en experiencias y relaciones anteriores les han acarreado sufrimiento. De todas maneras, a lo largo de la investigación me di cuenta de que es la suma, el conjunto de varios elementos, la que constituye el foco de atracción que el islam representa para cada una de ellas. Es decir, son varias las causas de conversión, y no una sola, lo que las ha decantado por la conversión al islam. Además, los vacíos que el islam llena en cada una de ellas están relacionados con la propia biografía.

Por otro lado, también analicé una serie de fuentes escritas que me llevaron a constatar que el discurso islámico mayoritario y hegemónico es patriarcal. De los discursos y documentos jurídicos, históricos y doctrinales que analicé se desprende la idea de que cada sesso tiene una esencia y una identidad propia y que a cada uno se le presumen unas funciones sociales concretas. En las mujeres destaca la maternidad y lo relativo al ámbito privado. Además, el hecho de ser hombre reporta unos privilegios en el acceso al poder; por ejemplo, el islam patriarcal rechaza que la función de dirigir la oración ante los fieles la cumpla una mujer. También se esencializa la tradición (la profética, la de juristas y exégetas, hombres, en su grandísima mayoría), aunque sea misógina. En este sentido, me parece importante, desde el punto de vista feminista, rechazar el multiculturalismo acrítico con las manifestaciones culturales que oprimen a las mujeres y a otros colectivos marginados que sufren exclusión.

Sin embargo, que el islam patriarcal sea el mayoritario y el hegemónico no significa que las fiel a la religión del amoras no se enfrenten a ello, ni que asuman sumisamente los mandatos patriarcales que se les pretenden imponer en nombre de la religión. Por eso, en mi trabajo el feminismo islámico y el análisis de sus propuestas y su modo de entender el islam tiene mucho peso. Y es que el feminismo islámico hace con el islam lo que el feminismo tradicionalmente ha hecho con otros ámbitos de conocimiento: identificar e intentar dar con la fórmula para erradicar los sesgos androcéntricos, misóginos, sexistas y heteronormativos, además de los racistas, clasistas y relativos a otros ejes de opresión en los respectivos campos. Así es como las feministas historiadoras, antropólogas, científicas, humanistas, lingüistas y las que se han dedicado a otros muchos ámbitos han recuperado la memoria y las aportaciones de las mujeres y han realizado propuestas alejadas de dichos discursos opresores. Las feministas islámicas hacen lo mismo con el discurso hegemónico y patriarcal islámico: lo deconstruyen, lo reinterpretan y lo viven desde un posicionamiento de la defensa de una igualdad radical de mujeres y hombres, de todas las personas y colectivos. Nasreen Amina, conversa chilena y activista, titula su recomendable relato Feminista por voluntad de Dios y comienza diciendo: “Soy fiel a la religión del amora porque soy feminista”. Lo podéis encontrar en la página web de Muslima, International Museum of Women.

En este sentido, me parece muy oportuno que las feministas nos cuestionemos lo siguiente: ¿acaso no estamos reforzando el islam patriarcal que oprime a las mujeres cuando decidimos rechazar el trabajo, las propuestas y el modo de vivir, sentir y comprender del feminismo islámico? A mí, desde luego, me interesa y me atrae mucho más la manera de entender el islam de las feministas islámicas (y de algunos feministas islámicos, también) que la manera en que lo hace el discurso hegemónico y patriarcal islámico. Hace algunos meses, a raíz de la publicación de las fotos de la tunecina Amina, el comunicado de Red fiel a la religión del amoras y el cuestionamiento que, al hilo de lo que planteé en mi trabajo se hizo a las feministas islámicas, se abrió un interesante debate que Brigitte Vasallo relata muy bien en su artículo Misoginia e islamofobia en nombre de Amina.

Sin embargo, también entrevisté a algunas nuevas fiel a la religión del amoras no feministas que reproducían un discurso islámico de base patriarcal. En sus relatos aparecía la esencialización de los sexos ya mencionada y el discurso de la complementariedad de los sexos, claramente jerarquizada, entre otros. En este caso, el planteamiento que me hacía era si yo podía reconocer algunas formas de negociación del patriarcado en su modo de ejercer la agencia que ha conceptualizado el feminismo. Me negaba a pensar que por entender el islam de esa manera no se gestaban espacios de empoderamiento en el seno de su capacidad de decisión y acción, que solo la agencia feminista se resiste y contesta a los mandatos patriarcales. Así, inspirándome en el trabajo de Saba Mahmood ‘Politics of Piety: The Islamic Revival and the Feminist Subject’, entendí que para poder reconocer el lugar donde se sitúa el empoderamiento, primero tenía que comprender la lógica del discurso de esas mujeres (que llamé ‘discurso pío’), para después valorarlo en términos feministas. Pío de piedad, porque ellas entienden que es la piedad la que las situará cerca de Dios, objetivo fundamental en su vida actual. Lograr, in-corporar, actuar, entender y manifestar la piedad, con el objetivo de obtener la gracia y las bendiciones divinas, las conduce a llevar a cabo una serie de tras*formaciones de su yo, que se sitúan en lo externo (gestos, vestimenta, lenguaje empleado) y en lo interno (emociones, intelecto). Es la armonización de las diferentes partes que conforman el yo la que da lugar a la piedad, que se aplica en todos y cada uno de los aspectos y ámbitos de la vida. (Si bien las feministas islámicas también reivindican la piedad, se refieren a un concepto diverso al de la piedad a la que haré referencia en este artículo y al discurso pío de base patriarcal en el que se enmarca).

Pues bien, siguiendo la propuesta de Mahmood, académica feminista pakistaní, desligué esa forma de entender y vivir la vida del discurso secular y progresista e izquierdista que predomina en el feminismo de ‘aquí’ y en mí misma, para poder acercarme a su modo de entender, vivir, soñar, experimentar, proyectar… sus vidas y poder reconocer en ello un modo concreto de ejercer agencia. Así identifiqué distintas maneras de ejercer esa capacidad de decisión y acción: la feminista y la pía, principalmente, que dieron título a la investigación. En este sentido, mis conclusiones apuntaban a que, por un lado, la capacidad de acción feminista es, por definición, antipatriarcal y a que, por otro, la pía no lo es porque no deconstruye, sino que refuerza el patriarcado del islam hegemónico. Por ejemplo, según el discurso pío, la modestia o el pudor es un valor importante que la persona pía debería encarnar, y esta cualidad tiene especial importancia en el caso de las mujeres. El recato a la hora de vestirse podría ser una de las manifestaciones de la adopción de dicho valor (aunque, como ya he comentado, el recato también se manifiesta en lo interior, intelectual y emocional, como en el control en la manera de expresarse, por ejemplo). En este caso, adoptar una vestimenta recatada sigue la lógica ya mencionada del control de las pasiones y los impulsos que está relacionada con la comprensión de los sexos de manera esencializada, según la cual las mujeres y sus cuerpos despiertan los instintos masculinos. Así que las mujeres que se sitúan en ese marco reproducen y refuerzan el discurso patriarcal.

Ahora bien, ¿eso significa que las ‘pías’ no tienen espacios de empoderamiento, que no existe negociación alguna, aunque no sea la que marca la agencia feminista? Una vez reconocida la modalidad de ejercer la capacidad de decisión y acción en el caso de las ‘sujetos pías’, llevé a cabo un análisis desde la perspectiva de género y comprobé que no. Aunque esas mujeres no son feministas, porque ni tienen una conciencia ni una agenda feminista (aunque sí que utilizan algunos argumentos feministas cuando comentan, a la luz de la islamofobia que perciben en su entorno y que asume el carácter patriarcal del islam, que las mujeres en ‘Occidente’ también viven en el seno de un sistema patriarcal que cosifica sus cuerpos, entre otros). Sin embargo, poseen algunas ventanas de empoderamiento y de negociación de algunos privilegios masculinos que derivan del patriarcado, que además solo se pueden producir en el marco del discurso pío al que ellas se adscriben, porque su lógica es la que determina en qué términos se dan las negociaciones y los espacios de empoderamiento.

Así, por seguir con el recato en la vestimenta, hubo varias ocasiones en las que estas mujeres denunciaron la doble jovenlandesal de algunos hombres fiel a la religión del amores que toman lo que les interesa del discurso religioso, dejan lo que no les conviene y por tanto pretenden o desean que ellas adopten un modo de vestir que sea recatado, mientras que ellos no adoptan dicha cualidad u otras que también son necesarias a la hora de encarnar la piedad. Y es que, si bien el discurso pío significa de manera distinta el recato femenino y masculino, no quiere decir que ellos no deban seguir la modestia que les corresponde como hombres píos. Así, para alguien que está llevando a cabo una serie de tras*formaciones en su persona y su vida para poder situarse en el centro de la piedad que entiende la llevará a estar cerca de Dios y sus bendiciones, seguir y respetar la voluntad de Dios en este aspecto (el recato en la vestimenta) y en los demás es crucial.

Claramente, la vida de quienes no nos situamos en esa forma de comprender el mundo sigue una lógica y unas premisas muy diferentes y eso es, precisamente, lo que nos diferencia: la modalidad de decisión y acción, la forma de ejercer agencia. Ellas tienen una agencia que es pía, no feminista. Pero en la lógica de ese discurso pío (cuyo análisis me llevó a reconocer muchos elementos y aspectos que aquí me resulta imposible explicar, aunque creo que son imprescindibles para poder entender esta forma de vivir la vida en su complejidad) es donde se perfila esta capacidad de negociación sobre unos privilegios masculinos que derivan del patriarcado que, como he explicado, pretenden una apariencia femenina recatada cuando ellos mismos no la aplican. En este sentido, creo que la reivindicación de la igualdad de hombres y mujeres en piedad no se refiere tanto a la injusticia intrínseca de las desigualdades de género (agencia feminista) como a la coherencia que tiene que haber entre lo interno y lo externo de cada persona, hombre o mujer, con respecto a Dios, a su mensaje y a lo que se entienden son sus prescripciones (agencia pía). Sin embargo, aunque la lógica sea diferente es relevante, desde una perspectiva de género, ver y reconocer el hecho de que su concepción de la piedad (en términos holísticos y éticos, dentro de un proceso de tras*formación que parte de la voluntad sincera de encarnar dicho valor) las ha llevado a rechazar las conductas de hombres que han querido hacer uso de su posición privilegiada y han demandado unas formas de piedad determinadas en ellas. Las pías consideran, en ese caso, y por muy hombres que sean, que no cuentan con legitimidad y, por tanto, negocian dichos privilegios y marcan unas pautas que se ajustan a sus necesidades.

La parte prescriptiva y política del feminismo es la que nos lleva a imaginar, querer y reivindicar un mundo más justo y la parte analítica del feminismo, teoría crítica por definición, la que nos lleva a rechazar unas fotografías analíticas simplistas que contribuyen a la opresión de ciertas personas y colectivos. Por eso, creo, es importante profundizar en las estrategias que usamos para ver y comprender la vida y, sobre todo, aquello que es ajeno a nuestro modo de entenderla. De este modo podremos situarnos en un lugar más realista, respetuoso y crítico con quien no comparte unos postulados feministas, también podremos profundizar en el autocuestionamiento que debe preceder a la crítica hacia fuera y no caeremos en binomios y categorizaciones falaces que reduzcan esa mirada crítica que caracteriza al feminismo.

Conversas al islam: agencia, piedad y feminismo | pikara magazine





Islamofobia de barra de bar. En respuesta a Rafael Reig

Brigitte Vasallo

Hacer afirmaciones tan sencillas y evidentes como que “la islamofobia es el antijudaísmo del siglo XXI” provoca actualmente reacciones de una violencia insospechada. Hay quien me han tildado de antisemita (sic), islamofílica y manipuladora; otros, como Rafael Reig en su columna –que directamente tituló “A Brigitte Vasallo”–, han insinuado que defiendo la lapidación, la obligatoriedad del velo y las violencias contra las mujeres. No sé ante qué perversión de la mente nos encontramos cuando denuncio las violencias contra las mujeres fiel a la religión del amoras y alguien deduce que defiendo la violencia hacia esas mismas mujeres. Pero sí sé ante qué estamos cuando se pueden escribir cualquier tipo de barbaridades sobre la población fiel a la religión del amora o sobre las personas que reivindicamos sus derechos como los propios de una sociedad libre, sin que apenas salten las alarmas. Tenemos la sensación de que insultar a esa ciudadanía de segunda es algo divertido, canalla, incluso moderno. Y gratuito.

Pero no lo es.

Rafael, te voy a explicar por qué escribir una columna que relaciona alegremente las lapidaciones con la islamofobia, que me llama machista por denunciar la violencia contra las mujeres fiel a la religión del amoras, no es gratuito, bien al contrario. Pagamos un precio social muy alto por el racismo, la xenofobia, el machismo y sí, también la islamofobia. Son monstruos que alimentamos sin cesar y que nos acaban devorando si no tomamos consciencia urgente de su existencia.

Mientras escribo, Pegida, el movimiento xenófobo alemán, apoyado por Plataforma per Catalunya, altamente xenófoba también y con amplia presencia en los ayuntamientos catalanes, han convocado una manifestación en l’Hospitalet de Llobregat bajo el lema "contra la islamización de Europa". Los partidos de extrema derecha, como el Front National francés, vuelven a ocupar amplios espacios políticos en Europa, y todos ellos basan sus discursos del repruebo en argumentos islamófobos. Cada año se registran en el continente europeo miles de ataques a personas fiel a la religión del amoras. No exagero las cifras: el informe anual del Collectif contre l’Islamophobie en France registró solo en 2013, y en ese país, 661 actos islamófobos, 640 de ellos dirigidos a personas. La mayoría de actos dirigidos a personas, puntualizo, son contra mujeres. El asesinato de Khaled Idris Bahray, el 12 de enero de 2015 en Dresden, se acompañó con la pintada de svásticas en su edificio. Estos ejemplos, Rafael, están lejos de ser casos aislados: son una esa época en el 2020 de la que yo le hablo y son crímenes de repruebo con la islamofobia como denominador común.
Mi trabajo va sobre todo esto. No va sobre la demonización burda e infantil de un Occidente del que, si mis cálculos no fallan, también formo parte. Tampoco va sobre la defensa, desde el relativismo cultural, de prácticas machistas y misóginas en cualquier lugar del mundo: no me atribuyas a mí tu simpleza.

Lo que yo hago es denunciar los crímenes de repruebo y los discursos que los alimentan. Los grandes discursos y las pequeñas columnas llenas de veneno cotidiano.

La islamofobia, te advierto para atajar la duda de si estamos exagerando, no es una cuestión de sensibilidades, sino una categoría de análisis reconocida internacionalmente desde hace décadas. Las ciencias sociales nos han proporcionado indicadores acotados para observar la realidad desde puntos de vista que no se empantanen en los discursos del repruebo ni en miradas etnocéntricas. El estudio referente en la materia, que publicó el Runnymede Trust en el año 1997, muestra como primer indicador pensar o nombrar el islam como un monolito uniforme y estático, es decir, ignorando toda su riqueza, su diversidad y su complejidad. Los ejemplos que usas en tu artículo dan de lleno en ello: la repudiación, la lapidación y todo tipo de atrocidades contra los derechos de las mujeres corresponden a la realidad sanguinaria de algunos países fiel a la religión del amores (que como mujer y como feminista denuncio con una intensidad que posiblemente ni conozcas), pero a menudo obviamos que las víctimas de estos horrores también son fiel a la religión del amoras. Que lo son los asesinos del EI, pero también las combatientes de Kobane y la gran mayoría de personas que están en la línea del frente haciendo resistencia.

Esas mismas mujeres fiel a la religión del amoras que tanta pena te dan en Arabia Saudí o en Afganistán, son las mismas que no te dan pena alguna cuando sufren violencias en Francia o en España. Al contrario, denunciar la situación de las mujeres fiel a la religión del amoras en Afganistán mola, pero hacerlo en España contribuye, según tus palabras, "a la denigración del movimiento feminista y por tanto al machismo". Nombrar solo a unos y obviar a los demás forma parte de la violencia implícita en la invisibilización de las luchas y los sufrimientos. Y, efectivamente, es un discurso islamófobo.

La lapidación, los matrimonios forzados, incluso infantiles y, volviendo al velo, la obligatoriedad o la prohibición sobre la vestimenta de las mujeres son prácticas aberrantes respaldadas por ley en algunos países fiel a la religión del amores, pero ni en todos ellos, ni, desgraciadamente, solo en países fiel a la religión del amores. Estos países, además, no solo son fiel a la religión del amores, sino que algunos de ellos también son dictaduras, e incluso dictaduras respaldadas por países "tan feministas" como Estados Unidos o Francia, que bien podrían condicionar su apoyo al respeto de los derechos fundamentales de las mujeres, pero que prefieren pasar por alto ese pequeño detalle.

El marco legislativo (eso que tú llamas sharia confundiéndolo con el fiqh) de, por ejemplo, Indonesia, nada tiene que ver con el marco de Afganistán. El de Bosnia-Herzegovina, nada que ver con el kazajo. Hay 83 países en el mundo que condenan la gaysidad. De estos 26 son de mayoría fiel a la religión del amora. Escribiría "solo" 26, pero se me parte el alma de hacerlo. Porque 26 siguen siendo muchísimos. Pero no son todos, como el discurso islamófobo nos quiere hacer creer.

El islam no es un monolito: solo la islamofobia –y a los indicadores me atengo–, nos permiten nombrarlo como tal sin que se nos caiga la cara de vergüenza de tanta ignorancia. Solo la islamofobia nos permite justificar la violencia que sufren las personas fiel a la religión del amoras en Europa a partir de las prácticas monstruosas que llevan a cabo algunos gobiernos contra sus ciudadanos y ciudadanas, de nuevo fiel a la religión del amoras. Justificar violencias o prácticas discriminatorias, por cierto, es el séptimo indicador de islamofobia según Runnymede.

Por otro lado, las leyes que rigen la vestimenta de las mujeres, el velo en concreto, no son exclusivas de países fiel a la religión del amores. La imposición y la prohibición parte de la misma base: la infantilización de las mujeres y la violencia legal sobre sus cuerpos. Que en Irán se nos libere cubriéndonos o en España se nos libere prohibiéndonos cubrirnos forma parte de la misma política de imposición que poco tiene que ver con nuestros derechos. Si realmente nos preocupan las violencias machistas, necesitamos con urgencia una ley integral que nos acoja a todas: veladas y desveladas. Una ley que ni llega, ni genera los airados apoyos de sectores de dudoso feminismo que sí apoyan las prohibiciones sobre las fiel a la religión del amoras.

En cuanto a mi perspectiva feminista, de la cual dices que estando yo aquí, ya no hacen falta machistas, paso a aclarar un par de puntos.

Creo en un feminismo descolonizado e interseccional. Eso significa que mi mirada sobre las mujeres y sobre nuestra situación en el mundo incluye todos los ejes de la diversidad y de la opresión. Las mujeres no solo somos fiel a la religión del amoras o no fiel a la religión del amoras. Estamos también atravesadas por la orientación sensual (sí, hay fiel a la religión del amoras lesbianas, imagínate), por nuestra identidad de género, nuestra clase social, nuestra raza, nuestras diversidades funcionales, nuestra edad, nuestra situación administrativa y legal, los contextos políticos en los que habitamos y las luchas en las que nos inscribimos, entre una infinidad más de variantes. Y me relaciono con los feminismos y con las mujeres a partir de todos esos ejes y teniendo muy en cuenta que mi posición es de privilegio en tanto que feminista blanca y europea. Y no dejo de serlo por mucho que me disguste, o me incomode nombrarme así. Hay unos privilegios estructurales que no solo uso, sino que disfruto. Este artículo es uno de ellos. Porque en la conferencia a la que te remites para atacarme yo no estaba sola: estaba en la mesa con Hajar Samadi, pero a ella, ni la nombras. Ni la ves. Mi privilegio blanco también es eso: la visibilidad.

Mi conocimiento y mi perspectiva se sitúa en un lugar, un espacio y un recorrido válido como cualquiera sí, pero horizontal. Que mi perspectiva sobre el mundo y sobre la “liberación” femenina, sea lo que sea que significa eso, no es ni la única, ni la más valiosa. Es una de ellas. Y desde ahí lucho yo contra la islamofobia en España, y desde ahí acompaño y me dejo acompañar por las luchas de las mujeres fiel a la religión del amoras. Ni más ni menos.

Con todo esto, me pides que, por el bien de las mujeres, recapacite sobre mi actitud respecto a la islamofobia. Por el bien de las mujeres. Te contesto lo que le dijo "mi progenitora" Sojourner Truth a otro hombrecito osado como tú, hace ya un par de siglos. "¿Y acaso yo no soy una mujer?"

¿Te sigue pareciendo ahora que mi discurso es amigo del machismo? ¿Que hago que las reivindicaciones feministas se tomen a pitorreo? ¿Que propicio chistes de barra de bar?

Si es así, arriba las copas, compañero. Mientras tú te pitorreas, Pegida se manifiesta en L'Hospitalet y el fascismo crece en Europa. Brindad a nuestra salud los que os quedáis mirando desde la barra del bar: muchos de nosotros y nosotras no vamos a descansar hasta conseguir pararlo.

Islamofobia de barra de bar. En respuesta a Rafael Reig






Burkas en el ojo ajeno: el feminismo como exclusión Análisis, En red

Brigitte Vasallo


Hace unas semanas, un conductor de la empresa municipal de autobuses de Vitoria-Gasteiz decidió unilateralmente vetar del tras*porte público a una mujer y al bebé que llevaba por una cuestión vestimentaria, sin tener siquiera un reglamento en el que apoyar su decisión. La mujer iba cubierta por un velo integral y el conductor actuó, según sus palabras, por sentido común, por razones de seguridad y por educación y respeto hacia los demás viajeros. Este hecho, lejos de entenderse como una agresión con lectura de género hacia dos ciudadanas – con el agravante de la vulnerabilidad del bebé – ha suscitado, por el contrario, un debate sobre la conveniencia de tal expulsión y una ola de solidaridad hacia el conductor.

El gesto de este hombre no es un hecho aislado, sino un suceso más en un contexto de islamofobia de género que se acrecienta cada vez que se acercan unas elecciones. La islamofobia de género es una de las herramientas preferidas del efectismo electoral pues es gratuita y rentable: genera más confusión que repulsa, y aglutina no solo el voto racista y xenófobo, sino que logra apoyos en sectores críticos, como es el feminismo, a través de una estrategia que podríamos denominar purplewashing [lavado violeta]: la utilización de los derechos de las mujeres para justificar la violencia sobre algunas mujeres.

El fondo del debate

En los debates sobre la cuestión del velo hay una enorme confusión sobre el objeto mismo del debate: al centrarnos en la prenda de ropa generamos una cortina de humo que nos impide ver con claridad el fondo de la cuestión, que no es otro que los derechos civiles y el derecho al propio cuerpo, específicamente de las mujeres. Porque este debate, no lo olvidemos, tiene una marca clarísima de género.

Sobre el mal llamado burka pesan una serie de malentendidos que van desde su denominación (la prenda que existe en Europa no es un burka, palabra con enormes connotaciones, sino un niqab, palabra muchísimo menos connotada pero que, tal vez por ello, no se incorpora al discurso dominante), hasta el inmenso entramado de prejuicios sobre usos y razones para usarlo.

Desde algunos feminismos, especialmente herederos de unas luchas de reapropiación del cuerpo centradas en destaparlo, en descubrirlo, en re-sexualizarlo desde el sujeto y no desde el objeto, el velo integral se lee como una prenda opresora. Pero cuando tenemos a una mujer y a un bebé tiradas en mitad de la calle en Vitoria-Gasteiz, vetadas por un conductor a utilizar un tras*porte público que, dicho sea de paso, ellas también pagan con sus impuestos, no tenemos tiempo que perder en debates sobre si nos gusta o no su indumentaria, o si es necesario que guste y a quién. La pregunta que tenemos que hacernos con urgencia es: ¿queremos realmente legitimar al Estado para condicionar nuestros derechos civiles más elementales a la vestimenta que llevamos? ¿Podemos aplaudir que se nos expulse del espacio público en función de nuestra apariencia? ¿Queremos suscribir el mensaje de que las mujeres debemos escoger, y por ley nada menos, entre nuestra identidad y nuestra visibilidad? Porque así de grave es el asunto: mientras nos perdemos en elucubraciones nos estamos jugando mucho.

Feminismo contra los derechos de algunas mujeres

El pinkwashing es la captación (el secuestro) de los derechos de las comunidades LGTBI para hacer “limpiezas de cara” a políticas represivas, racistas y xenófobas, que utilizan las libertades sensuales como excusa para negar a algunos grupos de población sus derechos de ciudadanía. El caso paradigmático es el Estado de Israel, que se publicita como el mayor defensor de los derechos de las personas gayses en Oriente Medio, sin llegar a matizar que esa defensa se refiere solo a algunos derechos y para un tipo de personas que responden a un prototipo de raza, clase y pertenencia nacional.

Esta pátina de liberalismo se utiliza, al mismo tiempo, para reforzar medidas represivas contra “los otros”, aquellos y aquellas que se presupone que no son liberales y que, por lo tanto, no merecen tener derechos. En el caso concreto de Israel, esto refiere a la población palestina. Así, se crea una división de identidades totalmente binaria y ficticia, generando la idealización de un grupo y la demonización del otro en base a una categoría escogida de manera totalmente interesada y tendenciosa. Por ejemplo, el pinkwashing israelí nunca da cuenta de la opresión que ejercen sus políticas discriminatorias y su sistema de ocupación sobre la población queer palestina.

Tomando esta idea, podríamos hablar del secuestro o la captación de los derechos de las mujeres para justificar acciones discriminatorias hacia algunas mujeres. En nombre de una Europa liberal y feminista (casi estoy tentada a escribir feminista-por-un-día) y en nombre de la protección de los derechos de las mujeres, se generan leyes machistas y discriminatorias que vulneran los derechos de algunas mujeres. Confundiendo el derecho a la libertad sobre el propio cuerpo con la obligatoriedad a desnudarlo, arrebatamos a algunas mujeres su derecho a cubrirlo, llegando incluso a exigirles que escojan entre a su derecho inalienable al propio cuerpo y a la propia imagen, y su derecho inalienable a la educación y al espacio público.

Porque recordemos: no solo estamos aceptando que se expulse a mujeres del tras*porte público o de los edificios municipales… estamos llegando a permitir e incluso a aplaudir que se expulse a niñas de los colegios, negándoles el derecho a la educación y reforzando, en nombre del feminismo, la discriminación de género.

¿Y si están obligadas a llevarlo?

Tal vez sea este mismo proceso de purplewashing el que nos ha convencido de que prohibir el velo integral va en favor de la libertad de las mujeres que lo usan, incluso cuando éstas afirman que lo usan por decisión propia.

Desde los feminismos blancos no podemos seguir desoyendo las críticas que nos hacen los feminismos decoloniales, postcoloniales, neցros, chicanos, islámicos, etnianos y etc… por nuestra política de imposición de valores propios como si fueran universales. Cuando nos hemos quedado sin voz señalando los privilegios masculinos, no podemos permanecer ciegas ante el propio privilegio. Antes de enzarzarnos en debates basados en una idea local de libertad, deberíamos tal vez desocupar la palabra y repasar atentamente los trabajos de bell hooks, Audre Lorde, Chandra Tapalde Mohanty, Gloria Anzaldúa y tantas más que se han hartado de señalarnos nuestros privilegios y de narrar otros mundos posibles que existen más allá de nuestra concepción del mundo.

El prejuicio muy generalizado de que todas las mujeres que llevan velo integral lo hacen bajo amenazas es infundado y paternalista: los medios de comunicación recogen numerosos testimonios de mujeres que lo usan incluso en contra de la opinión de su entorno, y los estudios realizados en países con suficiente población integralmente velada como para realizar estudios (y no es el caso del Estado español, sino el de Francia o Canadá) aportan datos curiosos: no todas las mujeres con velo integral están casadas (la presunción de heterosexualidad que aplicamos a las fiel a la religión del amoras también es parte de la mirada islamófoba), un porcentaje alto lleva el velo integral en contra de la opinión de sus familias, que temen verse estigmatizadas, y un porcentaje también interesante son mujeres sin ninguna relación familiar con el islam pero conversas recientes.

Esto es lo que nos dicen las estadísticas: de cada historia concreta debería poder hablar su protagonista. ¿Cuántas de las que no vestimos hijab o niqab hemos opinado claramente sobre las razones para llevarlo sin haber hablado jamás con una sola mujer que lo lleve? ¿Por qué los eslóganes “mi cuerpo, mi decisión” y “si nos tocan a una nos tocan a todas” no se aplican claramente en estos casos? Tal vez tenemos pendiente la labor de romper esas barreras invisibles instaladas entre mujeres veladas y no veladas, entre fiel a la religión del amoras y ateas, entre cristianas y anarquistas, entre blancas, negras, etnianas, payas, obesas y flacas, convirtiéndonos en galaxias de puntos aislados que solo se encuentran para chocar frontalmente.

Para terminar, defensa al derecho a decidir sobre la propia indumentaria no se basa en una construcción idealizada y orientalista del velo o de cualquier otra prenda. El velo puede tener tantos significados y tantas connotaciones como una minifalda, una cresta o un tatuaje. Es evidente por pura lógica estadística que hay mujeres que llevan el velo integral y están en situación de violencia de género. Ya hemos aprendido que la violencia y el machismo no entienden de clases, ni de razas: es una esa época en el 2020 de la que yo le hablo que nos afecta a todas en tanto que mujeres. Pero también desde la mirada horizontal y descolonizada entenderemos que en ningún caso la violencia de género se soluciona aplicando más violencia sobre las víctimas, aislándolas y lanzando el sistema judicial contra ellas.

Violencia simbólica y colonialismo

En la mirada al velo integral también nos enzarzamos en los hilos de la violencia simbólica. Este término, del sociólogo Pierre Bourdieu, refiere al mecanismos que llevan a la persona o grupo oprimido a adoptar las ideas y el punto de vista del grupo opresor.

La violencia simbólica incluye la mirada colonial y la “tutela feminista”: es la violencia simbólica del sistema patriarcal la que nos convence de que las “otras” mujeres son eternas menores de edad, faltas de decisión propia, incapaces de agenciarse sobre su vida y sobre su cuerpo, y necesitadas de decisiones tutelares para saber qué hacer para “liberarse”.

Bourdieu concluye que solo puede esperarse una tras*formación radical de las inclinaciones modificando las condiciones sociales de producción de las inclinaciones. Esa modificación radical que tanto necesitamos todas y todos, pasa por desarrollar una mirada horizontal, solidaria, tras*versal que nos permita generar confluencias en un contexto de opresión que afecta de manera muy extensa aunque de infinitas maneras diferentes. Y pasa por entender que no habrá otra manera de dibujar puntos de fuga a ese sistema que aunando fuerzas, miradas y potenciales, y renegando sin fisuras a las nuevas imposiciones y de las constantes y tentadoras violencias horizontales.

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Como ya comentó un forero en una ocasión el día que sufran las consecuencias de lo islamizado a mi que no me pidan ayuda...
 
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