JDD
Madmaxista
(Del blog de Ernesto Milá)
El PP acaricia el poder. Si Sánchez fuera un político inteligente, convocaría hoy mismo elecciones anticipadas, amparándose en que las discrepancias con Podemos son cada vez mayores. Sánchez contaría ahora con dos factores que se irán atenuando con el paso del tiempo: en primer lugar, no podrá seguir explicando la crisis económica -probablemente, mas grave que la de 2007-2011- solamente responsabilizando a “Rusia”; ni tampoco contará con una nueva pérdida del norte por parte del PP que, dejada atrás la crisis de Casado, volverá a repuntar en las encuestas.
Pero Sánchez es sólo un político ambicioso de pocos escrúpulos, como su colega canadiense Justin Trudeau: dos piezas troqueladas por el Fondo Económico Mundial, a medida de su proyecto mundialista y globalizador. No en vano, se han sentado juntos en la cumbre de la OTAN, han departido, han aparecido como hermanos en todas las fotos. A Sánchez, ni siquiera le ha importado que Trudeau esté tan quemado como la brasa de una barbacoa al atardecer. Simplemente, el Foro Económico Mundial los crea y ellos se juntan. Esa ambición por satisfacer a los poderosos y engañar al ciudadano es lo que tienen en común Sánchez y Trudeau y, por eso mismo, ni uno ni otro convocan elecciones anticipadas y no lo harán hasta que no se lo ordene la “superioridad”: es decir, la asamblea de “señores del dinero”.
El problema es que una serie de arribistas, de derechas y de izquierdas, de centro-derecha y de centro-izquierda, liberales y socialdemócratas, cortejan a la corte de la riqueza y el poder mundial. Casado no era completamente consciente de quién mandaba, lo intuía, pero no sabía hasta qué punto, incluso en el interior de su partido, tenían fuerza y poder. Se enteró cuando dudó sobre si mantener los pactos con Vox. Y los “señores del dinero” no permiten dudas ni vacilaciones. Si dudas sobre quién van a ser tus aliados, has perdido. Casado no le prestó mucho interés al asunto. Intuía que la compañía de Vox -no aceptada por esos círculos mundialistas- podía ser peligrosa, pero si le ayudaba a mantener el poder en algunas comunidades autónomas y, en las próximas elecciones generales, a cambia de algunas prebendas, Vox le cedía sus votos para la sesión de investidura, mejor que mejor. Error de apreciación.
Vivimos una época dominada por lo que podríamos llamar “la dictadura del dinero”: no importa que haya elecciones libres, no importa que gobiernen unos y otros, de lo que se trata es de que todos los que toquen poder acepten el hecho inconfesable pero muy real de que los “señores del dinero”, organizados en el Foro Económico Mundial, mandan por encima de cualquier otra instancia, por encima de constituciones y soberanía, y, hoy por hoy, son la única fuente de legitimación del poder. Si alguien duda de ellos, si un político no está dispuesto a ofrecer todo, absolutamente todo él, en cuerpo y espíritu, a los “señores del dinero”, puede darse por políticamente muerto. Ahora, Casado ya se ha enterado. Feijóo no quiere que le pase lo mismo.
Ayer, Feijóo presentó los miles de firmas que avalan su candidatura única a la presidencia del PP. Candidato único, elegido seguro. No habrá sorpresas. Nadie en el PP quiere, ahora, que vuelva a pasar lo que ha pasado con Casado y Ayuso, que una polémica interne les quite una victoria que casi tocan con las manos. No volverá a pasar, por supuesto. Todos los dirigentes del PP formarán junto a Feijóo, barones y marqueses, mandarines y caciques, todos con su tropa. No está claro que todos sean conscientes de quién manda en el partido. La mayoría creen que manda el secretario general, sea quien sea. Se equivocan: el secretario general, en el PP tanto como en el PSOE, mandan mientras cumplen las consignas que les llegan de instancias superiores, de los “amos del dinero”. Su iniciativa es mínima y nunca en asuntos de capital importancia. Mandan, mientras sigan obedeciendo y haciéndose acreedores de la confianza del verdadero poder. Si Feijóo se desvía un ápice, muere políticamente, como ha muerto Casado, mientras que otros, como la Ayuso, saben que su techo es el actual y que, más allá de dónde están, ya no podrán escalar. Almeida, por su parte, opta por reconocer que están más cómodos en la alcaldía de Madrid (capital de una nación de la periferia europea y, por tanto, políticamente, insignificante) y prefiere hacerse olvidar a nivel nacional.
Lo hemos dicho y lo hemos repetido: la crisis que llevó a Casado a la tumba, no ha sido por una polémica absurda sobre una facturita perversos (que son unos cuántos cientos de miles de euros por unas mascaras inútiles, cuando lo que se dirime es el destino de un país) con la Ayuso, sino la actitud del Partido Popular ante Vox. Y existían dos posiciones: la de Casado (“con Vox, mejor que no, pero si no hay más remedio, pactad…”) y la de Ayuso (“como no tenemos, ni probablemente tengamos mayoría absoluta, mejor empezar a pensar en pactar con Vox, antes que con el PSOE”).
Feijóo, en cambio, lo tiene mucho más claro, quizás porque procede de una región en donde el PP nunca ha tenido que pactar para mantenerse en el poder autonómico gallego. Además de esto, Feijóo ha extraído una enseñanza del duelo Casado-Ayuso: nunca oponerse a los designios de los “señores del dinero”, sino, antes bien, seguir por el camino que trazan –“ellos, que saben…”- sin dudas, sin vacilaciones, sin medias tintas. Por eso, Feijóo es el único candidato y por eso mismo será elegido por una base que, lo que quiere, es disfrutar de las mieles del poder y colocar a hermanos, primos, cuñados y amigos del alma en los resortes del poder.
Feijóo ha demostrado hoy su "valía". Antes de la celebración del congreso, antes de que se cierren los pactos en Castilla y León, a despecho de las necesidades del PP de esa autonomía y de los intereses de la Ayuso en Madrid, Feijóo lo ha dicho en voz bien alta: “El PP descarta a Vox como socio preferente y orecerá al PSOE que gobierne siempre la lista más votada”… La frase es característica del espíritu que reina entre los aspirantes a gobernar por cuenta de los “señores del dinero”: se trata, ante todo, de demostrar el espíritu que les guía (pactar con el PSOE y cerrar el paso a los “populistas”). Todo lo demás (incluso, cuando desde el punto de vista técnico, el que “gobierne la lista más votada” es una garantía de inestabilidad y de parálisis política que se demostraría en cada votación parlamentaria, a la vista de que la “lista más votada” no es, necesariamente -y menos en estos tiempos en los que las “mayorías absolutas” ya han quedado lejos- la que pueda ganar votaciones en los parlamentos) absolutamente todo lo demás es secundario.
¿Por qué el PP se opone de una manera tan encarnizada a Vox, que, empezó siendo una especie de PP(auténtico) antes de encontrar su propio camino en la estela de los populismos europeos? Es fácil responder a esta pregunta: Vox está por la “soberanía nacional”, extrae votos de los sectores anti-inmigracionistas (y el mestizaje y la multiculturalidad son valores intocables que debe asumir todo perro fiel de los “señores del dinero”), no tiene confianza en la Agenda 2030, ni cree en los “grandes problemas” que ésta sitúa (LGTBIQ+, igualdad, cambio climático, multiculturalidad, etc.) y, antes bien, se identifica con todo lo que es hostil en el terreno político internacional, a estos objetivos. Por tanto, Vox es “otra cosa”, como Marina Le Pen lo es, al igual que Viktor Orban o el propio Donald Trump… Esta es la cuestión de fondo.
El nuevo mundialismo cultural y la globalización económica que proponen los “señores del dinero”, o se acepta o se rechaza. Y si se acepta, esto implica que se asumen todas las consecuencias. Entonces, se está en el “buen camino”. Cualquier duda, cualquier vacilación, cualquier mano tendida a los que se sitúan fuera de esa línea roja, equivale a la “fin política”, al ostracismo, a hacerse acreedor de calificativos denigratorios (“ultra”, “violento”, “extremista”, “radical”, “populista”, “xenófobo y racista”, “machista y homófobo”…).
El mundo político está dividido en dos por esa línea roja: o a favor del “nuevo orden mundial”, de la “agenda 2030”, de la “corrección política”, del “pensamiento único”, a favor del mundialismo y de la globalización, o bien en contra de algo de todo esto, o contra todo esto, o por las ideas de nación, soberanía, liberalismo tradicional, identidad étnica y cultural. O se está con los intereses de los “señores del dinero” o bien se están con los intereses de una ciudadanía a la que se requiere su voto y para ello hace falta articular un discurso con aceptos populistas. Cuanto antes la clase política de derechas reconozca la existencia de esa “línea roja” que ya no está marcada por la divisoria “izquierda-derecha”, antes se reorganizarán las fuerzas contrarias al mundialismo y a la globalización.
El PP, en su interior, tiene tres almas: la que piensa en términos de derecha tradicional y no tiene problemas en pactar con otros grupos de la derecha (Ayuso), los oportunistas que pactarían a su derecha si hiciera falta y con la socialdemocracia cuando se prestara la ocasión (Casado) y, los que tienen claro el axioma de “nunca pactar con el populismo” (Feijóo). Gana esta última tendencia, sí, pero el problema es que, esta actitud va a tener consecuencias electorales en forma de corrimientos de votos.
Si bien la actitud de Feijóo puede atraer a antiguas electores de Ciudadanos (grupo que ya puede darse por finiquitado y al que solo le queda entonar el morituri), también es muy posible que pierda electores por su derecha y que estos vayan a parar a Vox que, en tanto que “frente del rechazo” puede atraer a sectores que hasta ahora han votado a la izquierda, pero que no están identificados (o, incluso, han llegado a horrorizarse) con las temáticas y obsesiones de esa izquierda en materia LGTBIQ+, o en materia de inmi gración, y que sienten verdadera náusea por el PP, pero no así por un partido “populista”. Vox crecerá en esa dirección, a condición de que adopte sin excepción los mismos temas en función de los que ha crecido el populismo europeo. Ahora bien, la duda es si Vox y sus cuatros locales son conscientes de dónde están y de por qué están marginados y condenados al ostracismo por el resto de fuerzas políticas.
Feijóo, de momento, se ha cubierto las espaldas: de su “programa” y de cómo piensa dotar al PP de algo parecido a una estrategia, solamente sabemos que, “nada con Vox”. Ahí, ha dado en el clavo, porque el resto importa poco: a partir de ahora, si nos creemos a que los medios de comunicación serán benévolos con él, a que, incluso el PSOE procurará no erosionarlo más de la cuenta e incluso pensará que, aunque en las próximas elecciones pierda las riendas de La Moncloa, siempre podrá llegar a un acuerdo con el PP. A fin de cuentas, el PP es, para la UE mucho más presentable que Podemos. Y, mira por dónde, el PSOE es también, para Feijóo, más asumible que Vox, a la hora de establecer pactos.
Pero no lo olvidemos. El Foro Económico Mundial no es una reunión de mil-millonarios con influencia. Antes bien, es el punto de encuentro de “trillonarios”, dinastías económicas tejidas desde el siglo XVII, fondos de inversión monstruosos. Élites económicas cuyo único plan consiste en encontrar virreyes políticos y mediáticos lo suficientemente débiles, ambiciosos y desaprensivos como para seguir sus consignas al pie de la letra. El día que los electores lo entiendan, posiblemente, las actuales siglas que han protagonizado los últimos 45 años de política española desaparecerán para siempre.
El PP acaricia el poder. Si Sánchez fuera un político inteligente, convocaría hoy mismo elecciones anticipadas, amparándose en que las discrepancias con Podemos son cada vez mayores. Sánchez contaría ahora con dos factores que se irán atenuando con el paso del tiempo: en primer lugar, no podrá seguir explicando la crisis económica -probablemente, mas grave que la de 2007-2011- solamente responsabilizando a “Rusia”; ni tampoco contará con una nueva pérdida del norte por parte del PP que, dejada atrás la crisis de Casado, volverá a repuntar en las encuestas.
Pero Sánchez es sólo un político ambicioso de pocos escrúpulos, como su colega canadiense Justin Trudeau: dos piezas troqueladas por el Fondo Económico Mundial, a medida de su proyecto mundialista y globalizador. No en vano, se han sentado juntos en la cumbre de la OTAN, han departido, han aparecido como hermanos en todas las fotos. A Sánchez, ni siquiera le ha importado que Trudeau esté tan quemado como la brasa de una barbacoa al atardecer. Simplemente, el Foro Económico Mundial los crea y ellos se juntan. Esa ambición por satisfacer a los poderosos y engañar al ciudadano es lo que tienen en común Sánchez y Trudeau y, por eso mismo, ni uno ni otro convocan elecciones anticipadas y no lo harán hasta que no se lo ordene la “superioridad”: es decir, la asamblea de “señores del dinero”.
El problema es que una serie de arribistas, de derechas y de izquierdas, de centro-derecha y de centro-izquierda, liberales y socialdemócratas, cortejan a la corte de la riqueza y el poder mundial. Casado no era completamente consciente de quién mandaba, lo intuía, pero no sabía hasta qué punto, incluso en el interior de su partido, tenían fuerza y poder. Se enteró cuando dudó sobre si mantener los pactos con Vox. Y los “señores del dinero” no permiten dudas ni vacilaciones. Si dudas sobre quién van a ser tus aliados, has perdido. Casado no le prestó mucho interés al asunto. Intuía que la compañía de Vox -no aceptada por esos círculos mundialistas- podía ser peligrosa, pero si le ayudaba a mantener el poder en algunas comunidades autónomas y, en las próximas elecciones generales, a cambia de algunas prebendas, Vox le cedía sus votos para la sesión de investidura, mejor que mejor. Error de apreciación.
Vivimos una época dominada por lo que podríamos llamar “la dictadura del dinero”: no importa que haya elecciones libres, no importa que gobiernen unos y otros, de lo que se trata es de que todos los que toquen poder acepten el hecho inconfesable pero muy real de que los “señores del dinero”, organizados en el Foro Económico Mundial, mandan por encima de cualquier otra instancia, por encima de constituciones y soberanía, y, hoy por hoy, son la única fuente de legitimación del poder. Si alguien duda de ellos, si un político no está dispuesto a ofrecer todo, absolutamente todo él, en cuerpo y espíritu, a los “señores del dinero”, puede darse por políticamente muerto. Ahora, Casado ya se ha enterado. Feijóo no quiere que le pase lo mismo.
Ayer, Feijóo presentó los miles de firmas que avalan su candidatura única a la presidencia del PP. Candidato único, elegido seguro. No habrá sorpresas. Nadie en el PP quiere, ahora, que vuelva a pasar lo que ha pasado con Casado y Ayuso, que una polémica interne les quite una victoria que casi tocan con las manos. No volverá a pasar, por supuesto. Todos los dirigentes del PP formarán junto a Feijóo, barones y marqueses, mandarines y caciques, todos con su tropa. No está claro que todos sean conscientes de quién manda en el partido. La mayoría creen que manda el secretario general, sea quien sea. Se equivocan: el secretario general, en el PP tanto como en el PSOE, mandan mientras cumplen las consignas que les llegan de instancias superiores, de los “amos del dinero”. Su iniciativa es mínima y nunca en asuntos de capital importancia. Mandan, mientras sigan obedeciendo y haciéndose acreedores de la confianza del verdadero poder. Si Feijóo se desvía un ápice, muere políticamente, como ha muerto Casado, mientras que otros, como la Ayuso, saben que su techo es el actual y que, más allá de dónde están, ya no podrán escalar. Almeida, por su parte, opta por reconocer que están más cómodos en la alcaldía de Madrid (capital de una nación de la periferia europea y, por tanto, políticamente, insignificante) y prefiere hacerse olvidar a nivel nacional.
Lo hemos dicho y lo hemos repetido: la crisis que llevó a Casado a la tumba, no ha sido por una polémica absurda sobre una facturita perversos (que son unos cuántos cientos de miles de euros por unas mascaras inútiles, cuando lo que se dirime es el destino de un país) con la Ayuso, sino la actitud del Partido Popular ante Vox. Y existían dos posiciones: la de Casado (“con Vox, mejor que no, pero si no hay más remedio, pactad…”) y la de Ayuso (“como no tenemos, ni probablemente tengamos mayoría absoluta, mejor empezar a pensar en pactar con Vox, antes que con el PSOE”).
Feijóo, en cambio, lo tiene mucho más claro, quizás porque procede de una región en donde el PP nunca ha tenido que pactar para mantenerse en el poder autonómico gallego. Además de esto, Feijóo ha extraído una enseñanza del duelo Casado-Ayuso: nunca oponerse a los designios de los “señores del dinero”, sino, antes bien, seguir por el camino que trazan –“ellos, que saben…”- sin dudas, sin vacilaciones, sin medias tintas. Por eso, Feijóo es el único candidato y por eso mismo será elegido por una base que, lo que quiere, es disfrutar de las mieles del poder y colocar a hermanos, primos, cuñados y amigos del alma en los resortes del poder.
Feijóo ha demostrado hoy su "valía". Antes de la celebración del congreso, antes de que se cierren los pactos en Castilla y León, a despecho de las necesidades del PP de esa autonomía y de los intereses de la Ayuso en Madrid, Feijóo lo ha dicho en voz bien alta: “El PP descarta a Vox como socio preferente y orecerá al PSOE que gobierne siempre la lista más votada”… La frase es característica del espíritu que reina entre los aspirantes a gobernar por cuenta de los “señores del dinero”: se trata, ante todo, de demostrar el espíritu que les guía (pactar con el PSOE y cerrar el paso a los “populistas”). Todo lo demás (incluso, cuando desde el punto de vista técnico, el que “gobierne la lista más votada” es una garantía de inestabilidad y de parálisis política que se demostraría en cada votación parlamentaria, a la vista de que la “lista más votada” no es, necesariamente -y menos en estos tiempos en los que las “mayorías absolutas” ya han quedado lejos- la que pueda ganar votaciones en los parlamentos) absolutamente todo lo demás es secundario.
¿Por qué el PP se opone de una manera tan encarnizada a Vox, que, empezó siendo una especie de PP(auténtico) antes de encontrar su propio camino en la estela de los populismos europeos? Es fácil responder a esta pregunta: Vox está por la “soberanía nacional”, extrae votos de los sectores anti-inmigracionistas (y el mestizaje y la multiculturalidad son valores intocables que debe asumir todo perro fiel de los “señores del dinero”), no tiene confianza en la Agenda 2030, ni cree en los “grandes problemas” que ésta sitúa (LGTBIQ+, igualdad, cambio climático, multiculturalidad, etc.) y, antes bien, se identifica con todo lo que es hostil en el terreno político internacional, a estos objetivos. Por tanto, Vox es “otra cosa”, como Marina Le Pen lo es, al igual que Viktor Orban o el propio Donald Trump… Esta es la cuestión de fondo.
El nuevo mundialismo cultural y la globalización económica que proponen los “señores del dinero”, o se acepta o se rechaza. Y si se acepta, esto implica que se asumen todas las consecuencias. Entonces, se está en el “buen camino”. Cualquier duda, cualquier vacilación, cualquier mano tendida a los que se sitúan fuera de esa línea roja, equivale a la “fin política”, al ostracismo, a hacerse acreedor de calificativos denigratorios (“ultra”, “violento”, “extremista”, “radical”, “populista”, “xenófobo y racista”, “machista y homófobo”…).
El mundo político está dividido en dos por esa línea roja: o a favor del “nuevo orden mundial”, de la “agenda 2030”, de la “corrección política”, del “pensamiento único”, a favor del mundialismo y de la globalización, o bien en contra de algo de todo esto, o contra todo esto, o por las ideas de nación, soberanía, liberalismo tradicional, identidad étnica y cultural. O se está con los intereses de los “señores del dinero” o bien se están con los intereses de una ciudadanía a la que se requiere su voto y para ello hace falta articular un discurso con aceptos populistas. Cuanto antes la clase política de derechas reconozca la existencia de esa “línea roja” que ya no está marcada por la divisoria “izquierda-derecha”, antes se reorganizarán las fuerzas contrarias al mundialismo y a la globalización.
El PP, en su interior, tiene tres almas: la que piensa en términos de derecha tradicional y no tiene problemas en pactar con otros grupos de la derecha (Ayuso), los oportunistas que pactarían a su derecha si hiciera falta y con la socialdemocracia cuando se prestara la ocasión (Casado) y, los que tienen claro el axioma de “nunca pactar con el populismo” (Feijóo). Gana esta última tendencia, sí, pero el problema es que, esta actitud va a tener consecuencias electorales en forma de corrimientos de votos.
Si bien la actitud de Feijóo puede atraer a antiguas electores de Ciudadanos (grupo que ya puede darse por finiquitado y al que solo le queda entonar el morituri), también es muy posible que pierda electores por su derecha y que estos vayan a parar a Vox que, en tanto que “frente del rechazo” puede atraer a sectores que hasta ahora han votado a la izquierda, pero que no están identificados (o, incluso, han llegado a horrorizarse) con las temáticas y obsesiones de esa izquierda en materia LGTBIQ+, o en materia de inmi gración, y que sienten verdadera náusea por el PP, pero no así por un partido “populista”. Vox crecerá en esa dirección, a condición de que adopte sin excepción los mismos temas en función de los que ha crecido el populismo europeo. Ahora bien, la duda es si Vox y sus cuatros locales son conscientes de dónde están y de por qué están marginados y condenados al ostracismo por el resto de fuerzas políticas.
Feijóo, de momento, se ha cubierto las espaldas: de su “programa” y de cómo piensa dotar al PP de algo parecido a una estrategia, solamente sabemos que, “nada con Vox”. Ahí, ha dado en el clavo, porque el resto importa poco: a partir de ahora, si nos creemos a que los medios de comunicación serán benévolos con él, a que, incluso el PSOE procurará no erosionarlo más de la cuenta e incluso pensará que, aunque en las próximas elecciones pierda las riendas de La Moncloa, siempre podrá llegar a un acuerdo con el PP. A fin de cuentas, el PP es, para la UE mucho más presentable que Podemos. Y, mira por dónde, el PSOE es también, para Feijóo, más asumible que Vox, a la hora de establecer pactos.
Pero no lo olvidemos. El Foro Económico Mundial no es una reunión de mil-millonarios con influencia. Antes bien, es el punto de encuentro de “trillonarios”, dinastías económicas tejidas desde el siglo XVII, fondos de inversión monstruosos. Élites económicas cuyo único plan consiste en encontrar virreyes políticos y mediáticos lo suficientemente débiles, ambiciosos y desaprensivos como para seguir sus consignas al pie de la letra. El día que los electores lo entiendan, posiblemente, las actuales siglas que han protagonizado los últimos 45 años de política española desaparecerán para siempre.
FEIJO, ÚNICO CANDIDATO. EL PP, CON EL FORO ECONOMICO MUNDIAL, FRENTE A VOX
El PP acaricia el poder. Si Sánchez fuera un político inteligente, convocaría hoy mismo elecciones anticipadas, amparándose en que las dis...
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