Fanatismo, laico o religioso, tanto monta monta tanto.

Eric Finch

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Fanatismo, laico o religioso, tanto monta monta tanto.

Posted by Al under La cuestión Israel/Palestina, medios y manipulación, sociedad, Superioridad jovenlandesal izquierdista
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La mezcolanza de banderas LGTBI junto con las palestinas de Hamas en las manifas mas que propalestinas, antijudías, son tan surrealistas como la agenda 2030 y su no tendrás nada y serás feliz. La empanada mental de nuestra sociedad “de progreso» de este tercer milenio no tiene parangón.

Porque sinceramente, tras la exhibición de la mas profunda degradación humana con las que los barbudos de Hamas nos han obsequiado hace bien poco, familias enteras asesinadas, bebés quemados vivos, mujeres forzadas arrastradas como trofeos de guerra, y que debiera abrir los ojos a tantísima gente que les paga las armas y los túneles a base de ayuda humanitaria, que acaba en esto, queramos o no, junto a los miles de millones que les aporta también Qatar, que mira que sinergias fabricamos, ver a quienes enarbolan banderas arcoiris enarbolando también banderas palestinas (imaginen lo que durarían esas personas en manos de la autoridad nacional palestina, o sea Hamas) tiene un puntito gore que no me negarán…

Dicen que no hay nada mas orate que un obrero votando a la derecha, pero les aseguro que un tras* o una lesbiana apoyando a Hamas y “comprendiendo» que violen y asesinen mujeres occidentales es infinitamente peor. Pero bueno, los mil cuatro cientos asesinatos ya están amortizados, incluso los mas de doscientos rehenes que mantienen en sus túneles excavados bajos los colegios y los hospitales. Ahora se trata de repetir con fervor religioso las cifras que da Hamas de muertos palestinos, muertos, sean los que sean, que ellos han buscado con política astucia para someter a los judíos a un callejón sin salida. Hagan lo que hagan, salen perdiendo, ahora que cada vez llegaban a mejores relaciones con mas países árabes, que es lo que ha truncado Hamás, (Irán mas bien, sus amos) con su martirio con cuarenta vírgenes por barba obtenido a base de violar y asesinar occidentales.
En fin, les dejo hoy con un Perez Reverte aun mas cabreado de lo habitual, y no es que le falte razón.
Alahu Akbar: Dios es Grande
Mujeres secuestradas, asesinadas, paseadas como carne desnuda y muerta, trofeos que una turba enloquecida de gozo –turba masculina, detalle básico–, grababa con teléfonos móviles al grito de Alahu Akbar: Dios es Grande, o Alá es el más Grande. Pese a la censura fulastre de
las televisiones que pixelaron las imágenes –el horror también es educativo–, las redes sociales permitieron verlo todo con la claridad necesaria. E insisto en eso: necesaria.
Entre las imágenes que, hace unas semanas, se dieron en la frontera entre Israel y Gaza, hubo unas que se me quedaron especialmente en la cabeza: ese enfervorizado Alahu Akbar ante una joven con los pantalones ensangrentados a la que arrastraban sujeta por el pelo, o ante el cuerpo desnudo –hermoso hasta momentos antes– de otra joven malherida, mientras barbudos milicianos, sentados encima, la paseaban como trofeo para solaz de quienes voceaban Dios es Grande, Alá es el más Grande, con fanática saña (me entristece que los combatientes palestinos que conocí en los años 70 y 80, tipo Al Fatah, revolucionarios y laicos, hayan dejado espacio a los fanáticos de Hamás, manejados a distancia por los siniestros ayatolás iraníes: aquellos que, cuando la caída del Sha, pese a las advertencias de quienes andábamos por allí contando aquello, fueron aplaudidos por una izquierda europea que no tenía ni fruta idea de lo que traía Jomeini bajo el turbante).

No es la primera vez, ni siempre está Alá de por medio, aunque suele estar Dios. También lo hace el nacionalismo, otro cáncer de la Humanidad bajo el que tanta rata se ampara. El pasado abunda en ejemplos, desde Susana y los viejos en la Biblia hasta el inquisidor que tortura a la hereje o la bruja, y también la Historia reciente. Lo destacado es que esa gente se ceba especialmente en las mujeres: aceite de ricino, asesinatos y violaciones en la Guerra Civil, sacerdotes señalando desde el púlpito a las pecadoras, colaboracionistas rapadas y forzadas en la Segunda Guerra Mundial. Pero no hace falta mirar atrás: ortodoxos judíos escupen hoy a unas monjas o acosan a una mujer que viste poca ropa, desde un cafetín moruno se insulta a una joven de falda corta llamándola fruta, chicas jóvenes son apaleadas en Irán por no llevar bien puesto el velo… Lugares sombríos cerrados a la razón, donde a las mujeres libres se las desprecia y daña, como a la viuda de Zorba el griego. Como a las adúlteras afganas apedreadas por los varones felices de participar en el castigo, también al grito de Dios es Grande.

Todo eso, en mi opinión, responde a una vieja pulsión muy masculina: insultar, infamar, mancillar a la mujer que no puedes conseguir. Y más si es hermosa. Lo he visto tanto en el mundo que llamamos civilizado como en lugares desdichados de la tierra. Y los peores son los regidos por quienes dicen actuar, y obligan a hacerlo, bajo mandato divino. En Europa –derechos y libertades hoy en regresión– costó mucha lucha y sacrificio liberarnos de sacerdotes y dioses. Por eso detesto el velo de las mujeres fiel a la religión del amoras y lo que simboliza. Países y pueblos regidos por un Islam que no es sólo religión sino también dictadura social caen con frecuencia en ese extremo. En esa infamia.
En el mundo del extremismo islámico, en las dictaduras teocráticas, azuzados por los obispos de allí y por la podredumbre que muchos de éstos tienen bajo sus pestilentes sotanas, hombres frustrados y condenados a la soledad, la represión, la insatisfacción sensual y la exclusiva compañía social de otros hombres estallan, cuando se presenta la ocasión, bajo formas de violencia camuflada de religión que, como en el reciente caso de Israel y Gaza, son pretextos para pasear, fotografiar, manosear y destruir, si pueden, el cuerpo de mujeres a las que sus curas prohíben acercarse de otra manera. Los de Hamás las vejaban en Gaza no sólo por ser judías, sino por ser mujeres libres, poco vestidas, sin velo,​
ofensoras de Dios. Por eso el grito Alahu Akbar era esclarecedor, pues traslucía todo el fanatismo, hipocresía, represión sensual, bajeza de que es capaz el ser humano, varón en este caso: masturbación mental –y no sólo mental–, ante mujeres antes inalcanzables y ahora indefensas, deseo insatisfecho que al fin se venga disfrazado de piadosa, farisaica jovenlandesalidad. Por eso el Islam, excelente en tantas cosas –familia, dignidad, disciplina, respeto– es tan sucio en ésta: hombres llamando pilinguis a mujeres a las que se amarían si pudieran. El problema es que ni a ellos ni a ellas sus curas se lo permiten. Unos curas que probablemente también se las amarían si pudieran: basta con verles la cara, los ademanes, el hipócrita dedo índice alzado hacia Dios. No hay más que escuchar sus sórdidas razones y sus cochinas palabras.
 
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