Familiares y víctimas de la represión franquista relatan las atrocidades

TYRELL

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"¿Juzgar? ¿Y a quién van a juzgar si están todos muertos?"

Familiares y víctimas de la represión franquista relatan las atrocidades a las que fueron sometidos



Cuentan en El Real de la Jara, un pueblo de Sevilla de apenas 1.600 habitantes, que un vecino se encontró un día, hace años, con la hija del mismísimo Franco en persona. Se dirigía a cazar a una finca de la sierra, pero no encontraba el camino. El vecino en cuestión, amablemente o porque no tuvo más remedio, guió en burra a la comitiva. "Te voy a dar una recompensa", aseguran que le dijo Carmencita. "Tengo mucha ilusión por entrar en la Policía", le respondió él. Y en muy poco tiempo, el vecino servicial cambió la burra por el uniforme. Es, quizás, el recuerdo menos desagradable que circula por este pueblo sobre el franquismo.

"A mi padre, que huyó al monte porque le amenazaron por ser de izquierdas, lo mataron cuando yo tenía cuatro años. Se lo llevaron y lo fusilaron en Sevilla, seguramente porque les daría vergüenza matarlo en el pueblo, pues los canallas esos eran de nuestra misma familia, primos-hermanos", cuenta Daniel Martín, en conversación telefónica, desde Alemania.
El padre de Daniel fue fusilado cuando tenía 4 años y su tío murió en Mauthausen

Allí se fue consumido por la rabia cuando era un chaval. Empezó a trabajar de niño, pasó hambre y anduvo descalzo. "Una tía mía para la que trabajaba me quitó las botas porque sí, se veían atrocidades de todo tipo, como cuando a una mujer le quitaron a su bebé de los brazos para fusilarla", recuerda aún con indignación. "Dejaron a mi progenitora viuda con 29 años, conmigo y con mi hermana pequeña, y no lo soportó, se volvió loca, murió en vida, asfixiada por los nervios".

Hoy, Daniel tiene 76 años y sigue queriendo encontrar los restos de su padre, Higinio. "Yo sigo desde Alemania las noticias y me parece perfecta la iniciativa de Garzón, claro que hay que removerlo todo, no como ha dicho Fraga, porque yo tengo derecho a saber dónde está mi padre", explica. Pero cree que el juicio a los responsables de los crímenes, pese a parecerle justo, ya no arregla nada: "Aquí sabemos todos quiénes eran, pero ya no queda ni uno, únicamente sus raíces, sus hijos". En El Real de la Jara, hay tres fosas comunes una en el cementerio y dos en cunetas con al menos 37 víctimas, según la Asociación Memoria Histórica y Justicia. Dos fueron exhumadas en los años ochenta. La tercera, en una cuneta, fue buscada sin éxito.
Una iniciativa tardía
El cura dijo a los Fortuny que haría algo importante: mataron a Josep

Daniel no perdió solamente a su padre. Su tío Manolo, un hermano de Higinio, también huyó al comenzar la guerra. Logró llegar a Francia. Pero sus huesos terminaron en el campo de concentración de Mauthausen, en Austria. Daniel y su familia no conocieron la trágica noticia hasta 2006, gracias al libro Andaluces en los campos de Mauthausen, editado por el Centro de Estudios Andaluces, que recoge los nombres de los 1.494 deportados a los campos de exterminio nancy. "Y luego me preguntan las beatas del pueblo que por qué no voy a la iglesia. Pues porque yo a Dios lo veo en la cara de la gente buena y los que mataron a mi padre se decían cristianos", afirma.

Nati Risco, su prima, no pierde su indignación ni aun estando convaleciente de una operación de hernia. "Muchos familiares de víctimas se callaron por vergüenza cuando aquello fue una represión en toda de regla de ricos sobre pobres. Yo quiero recoger los huesos de mi tío, por eso veo estupendo lo de Garzón, pero ¿juzgar? ¿A quién van a juzgar, si están todos muertos?", se pregunta. "Esa parte de la historia se acaba ahí, con ellos, pero no para nosotros", añade. Cuenta Nati que a algunos de los criminales se los llevó el remordimiento. "Es una pena que los juicios no se hayan producido antes, en tiempos de Felipe González, con ellos vivos".
La extraña visita del cura

Pere Fortuny tenía seis años el día que llamaron a la puerta mientras él y su familia comían. Fue a abrir y se encontró al párroco del pueblo. "Abuela, es el cura", anunció. Le dejaron pasar y, en tono solemne, hizo un anuncio: "Esta tarde me voy a Barcelona a hacer una gestión que recordaréis toda la vida". La familia al completo se arrodilló ante el mosén Josep. "Fue una escena de familia italiana, le estábamos muy agradecidos porque creíamos que iba a sacar de la guandoca a mi padre".

En efecto, Josep Fortuny llevaba semanas en prisión esperando a que las gestiones de su abogado, Trias de Bes, surtieran efecto. Había sido alcalde de Mollet y se exilió en Francia, pero respondió al anuncio de Franco de no perseguir a quienes tuvieran las manos limpias de sangre volviendo a España. Fue detenido en Hendaya y, tras un penoso periplo por el sistema penitenciario de la época que incluyó torturas, fue condenado a fin, orden que su letrado logró revocar.

Pero la visita del cura de su pueblo fue definitiva: "Al día siguiente, mi progenitora fue a la guandoca a llevarle comida y ropa. Le anunciaron que lo habían fusilado de madrugada". Para la familia, fue el inicio de un suplicio orquestado por el mismo sacerdote. "Nos quitaron la pastelería, obligaron a mi abuela a pagar 50.000 pesetas para recontruir la iglesia y prohibieron a todas las tiendas del pueblo vendernos comida", relata Josep hoy, que no olvida que su padre le salvó la vida a quien sería su verdugo poniéndole guardaespaldas y que incluso llevó a las monjas del convento de Mollet a vivir a casa de su propia progenitora para protegerlas.

Lo que la Policía quería oír

Amando Miguel Muñiz y Águeda Campos eran marido y mujer, y murieron ante un mismo pelotón de fusilamiento el 5 de abril de 1941 en Paterna, Valencia. Dejaban atrás dos hijos que por entonces tenían 7 y 5 años. Fueron detenidos como causantes de la fin de tres mujeres de las que nunca se supo ni el nombre ni la procedencia.

En una visita a la prisión, el hijo menor sufrió un accidente y ambos permanecieron bajo el cuidado de su progenitora en la celda. "Era un convento reconvertido, las carceleras eran las monjas y fuera del recinto estaba el Ejército". Vicente, el mayor de los dos niños, tiene hoy 74 años y sabe perfectamente por qué murieron: "Un señor con apellidos alemanes y una vecina les delataron". En el caso de la vecina, su delación presentaba contradicciones evidentes, que para Vicente tienen una explicación lógica. "Todo valía por conseguir una ración de comida, dijo lo que la Policía quería oír".
 
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