Diríjase usted a una zona rural, elija el campo que más le guste, desnúdese y espere a que anochezca.
Cruce entonces el alambrado con cuidado de no perder ninguno de los atributos del poder, y camine hasta que se sienta que está en medio de la soledad más absoluta.
Una vez allí levante la cabeza al cielo y mire las estrellas.
En ese instante, usted visto desde el espacio debe ser algo así como un bichito instalado sobre una pelota de fútbol.
Piense entonces que está usted parado sobre un minúsculo planeta que gira alrededor del sol, y que el sol es nada más que una pequeña estrella entre los millones de estrellas que usted está viendo y que forman nuestra galaxia.
Recuerde además que nuestra galaxia es una de las millones de galaxias que desde hace millones de años giran a través del espacio.
Una vez que haya hecho esto, coloque los brazos en jarra sobre la cintura en actitud desafiante o adopte cualquier otra postura que le parezca lo suficientemente cabal como para expresar el inmenso poder que usted tiene, e hinchando las venas del cuello grite con toda la voz que sea capaz de juntar en ese momento: ¡Yo sí que soy alguien verdaderamente poderoso!
Luego espere a ver el resultado. Si ve que algunas estrellas se sacuden, no se preocupe demasiado. Es Dios, que a veces no puede aguantar la risa.