Loignorito
Mirad que os avisé...
Leyendo esto, uno se siente pequeño ¿que éramos, que fuimos? ¿cuando nos cambiamos nosotros a lo que ahora somos? ¿de que forma lo que fuimos se desgarró de nosotros? ¿acaso nos lo robaron? lo cierto es que ya no está, no queda, se fue ¿volverá? qui lo sá. Ahora solo veamos lo que significaba ser español (y quien no se altere o emocione, quien no se vea pequeño y expoliado. A quien no le encuentre significado a esto: sábelo, ya estás muerto, solo que no te diste cuenta, amasijo de huesos secos):
Dichos de Quevedo
Por José Alberto Cepas Palanca
Soy La Ingratitud, sólo en hueso, pues la carne la dejé en el otro mundo. Yo nunca reconozco el beneficio que recibo, desprecio a quien me lo da, olvido a quien me lo dio, porqué me lo ha dado y acuso y persigo a quien me lo ha proporcionado. Sólo beso la mano del que me lo da, mientras me lo da, beso el regalo, después nunca vuelvo a besar la mano, porque la muerdo antes que besarla. Soy tan maldita y depravada que prometo con humildad para recibir con soberbia.
Cuando llega el momento en que tengo que agradecer lo que me han dado siempre pido tiempo, no por pagar, sino para pedir más. Soy una poco apreciable cortesana que al recibir mercedes, beneficios y socorros, me declaro enemiga de quien me los ha dado y pretendiendo negociar lo que me ofrecen y procuro no acordarme nunca de nada ni de nadie. Me conocen porque conmigo hago que el bien se vuelva mal, la honra, afrenta, y el beneficio, enemistad. Soy una hija ruin de la envidia y por tanto tengo muchos hermanos tan bastardos y viles como yo. Atormento al bien y a la virtud y hago que los beneficios que recibo sean aflicción y pesar de quien me los da y concede.
Soy tan abominable, que conviene alejarse de mí y de los que son como yo. Cuando alguien hace bien y recibo beneficios procuro acarrear enemistad y afrentas y maldigo a la biblia cuando dice que hay que hacer el bien pero mirando a quien. Como soy tan ingrata dando o negando, haciendo o dejando de hacer, hago mucho mal de lo cual me alegro. Evito que se conozca cuáles son los bienes verdaderos y cuáles aparentes, porque disimulo en algunos bienes el bien que yace secreto en algunos males; la felicidad que cierran las desdichas, y las desdichas que ocultan las felicidades. En lo único que soy agradecida es al mal que creo. Piensa en mis malas costumbres y en ella hallarás todos los pecados mortales, y agradéceme todos ellos; la soberbia, por ser una de sus principales causas el tener amor propio; la envidia, porque constituye el aborrecimiento del prójimo; la avaricia de la misma avaricia de los bienes propios y de los ajenos, de lo que tiene y de lo que los otros tienen; soy homicida en el hijo, deseando la fin al padre por la herencia; en el hermano contra el hermano; en el amigo contra el amigo; soy ira rabiosa, nacida del beneficio contra el bienhechor.
El peor de los ladrones es tan ingrato como yo, pues él halla el modo de añadir abominación a la infamia del robo. El ladrón es aborrecido por el robado; yo no aborrezco al que roba. El robado persigue al ladrón y yo persigo al que ha sido robado. El ladrón hurta lo que le niegan y le esconden; yo hurto lo que le dan y lo que pide y recibe. Del ladrón se preocupan todos; pero de mí, La Ingratitud, muy pocos. Soy un mal contagioso y hereditario. La grandeza y los puestos principales son la disposición más poderosa para inducir a la gente a que sea como yo; ingrata. Hago que el hombre pretenda con engaños lo que no tiene; que reciba con malignidad lo que le dan; que tenga por desdicha el no alcanzarlo, y por afrenta, el reconocerlo. El que está en la cumbre, ha de mirar con mucho cuidado cómo tiene los pies sobre la cabeza del monte que pisa, de igual forma tiene que mirar de qué manera tiene la suya sobre sus pies: por eso miro muy bien quien es el que me da ¿Quién en el mundo no aborrece al testigo de su miseria, y al que le recuerda las ignominias que le vio padecer?
Yo no señalo precio, pues los que son como yo, lo son por poco, por mucho y por cualquiera cosa. Me gusta que mis seguidores sean verdugos de sí mismos. Hago que a quien se le dio la honra y beneficios desconozca quien se lo dio y se vuelva más ruin cada día. Soy tan ingrata que soy la que más me quejo de la ingratitud, porque soy mentirosa de las obras; soy avarienta del bien, por ser pródigo del mal y tan venenosa que hago desdichada la buena dicha. Soy el vientre de las herejías y de los herejes de todos los tiempos. Parto mío son todos los venenos de la verdad y de la fe. Persuado a los padres a preocuparse por sus hijos para que sean ricos antes que virtuosos, y a los hijos, que por la herencia aborrezcan la vida de los padres, siendo mi mayor beneficio que hago que piensen en que se mueran aunque los hayan engendrado, educado y sufrido por ellos. Soy una perpetua dolencia del hombre que vivo incorporada en él, pues hago que cada día y cada hora su cuerpo sea ingrato a su alma; su voluntad, a su entendimiento y su memoria a todos. Soy la cizaña de sus sentidos, pues pretendo que cada uno sea ingrato a los demás, y a todos con cada uno. Me valgo de todo tipo de maldades y traiciones para conseguir mi propósito. Soy tan perversos que no me contento con perseguir a los vivos, persigo a los muertos más allá de las sepulturas. Trato que la gente sea ingrata aún después de muerta procurando que los que viven todavía sean los más ingratos posibles y que hagan que sus descendientes lo sean aún más. Y así estaré contenta. Que me conozcan como el polvo que ciega al hombre que le levanta, le ensucia, oscurece y enturbia el aire que le alza.
El Juicio Final, que he vivido engañado, y ahora lo veo como es, me doy cuenta que el que hay en el mundo no es juicio, que no hay hombre con juicio, y que hay muy poco juicio en el mundo y que prefiero la fin con Juicio que la vida sin él.
La Justicia: Hacía tiempo que no hablaba con nadie, pues todo el que viene entra directamente sin decir ni buenos días, ya que es tanta la prisa con la que vienen, que volar y llegar y entrar es todo uno, ni siquiera se ven en el camino, los pleitos no son sobre si lo que uno debe se lo han de pagar a otro, pues eso no tiene necesidad de discusión ni preguntas ni respuestas; los pleitos son sobre si el dinero es del letrado o del procurador sin justicia, ya que yo no puedo vivir sin dinero de alguna de las partes ¿Quieres saber porque son tan malos los abogados? Ten en cuenta que si no hubiera letrados, no habría disputas; y si no hubiera disputas, no habría pleitos; y si no hubiera pleitos, no habría procuradores; y si no hubiera procuradores, no habría enredos; y si no hubiera enredos, no habría delitos; y si no hubiera delitos, no habría policías; y si no hubiera policías, no habría cárceles; y si no hubiera cárceles, no habría jueces; y si no hubiera jueces, no habría litigios y si no hubiera litigios, no habría cohechos ni la retahíla de sucesos malos o buenos que puede haber en un juicio. Saca tú mismo la consecuencia de todo esto; la retahíla de infernales sabandijas que se producen de un letrado: lo que disimula una toga y lo que autoriza una gorra, un uniforme y una porra.
Los jueces son mis faisanes, mis platos exquisitos y la simiente que más provecho y fruto me da, porque de cada juez que siembro recojo seis procuradores, dos informadores, cuatro notarios, cinco abogados y cinco mil negociantes, y esto cada día. De cada notario saco veinte oficiales; de cada oficial treinta policías; de cada policía diez escoltas, y si el año es fértil en trampas resulta que no hay sitio donde acoger a tanta gente fruto de la maldad. La Verdad no encuentra sitio precisamente por estar desnuda y yo por ser rigurosa. La Verdad no puede decir verdades mientras que yo, La Justicia, tengo que ir de casa en casa pidiendo ayuda, pero nadie me ayudaba hasta que me fui desesperada. Tan desnuda está La Mentira como La Verdad, si las alabanzas no las vistiera de todos los colores. Todos roban; la novia la voluntad del enamorado, el letrado a la ley con el entendimiento, el discreto con la boca, el amor con los ojos, el fuerte con los brazos, el valiente con las manos, el músico con los dedos, el etniano y ladrón con las uñas, el médico con la fin, el boticario con la salud y el astrólogo con el cielo. Sólo el policía hurta con todo el cuerpo, pues acecha con los ojos, sigue con los pies, coge con las manos y atestigua con la boca. En todos los pleitos lo más barato es la “parte contraria”, porque ella pide lo que pretende que le den y lo pide a su costa y la defensa pide y cobra a la contraria; el procurador, lo que le dan; el notario y el informador o el testigo lo que le pagan.
En el pleito puede ser que se condene o absuelva, pero puedo hacer que se condene a alguna de las partes hasta cinco veces cada día. Al final puedo hacer justicia, pero no dinero. Todos esos autores, textos, decisiones y consejos no evitarán que no sea abominable la estulta idea de gastar lo que tiene cada parte para conseguir lo que otro tiene y lo malo es que puede ser que no lo consigan. Cuando una parte gana el pleito, el pleito ha perdido a la parte en cuestión. Los letrados defienden a los litigantes en los pleitos como los pilotos en las borrascas a los navíos, sacándoles todo cuanto tienen en el cuerpo para que lleguen sin nada a la orilla. El mejor jurisconsulto es la concordia, que da lo que se quita. Por eso todos van corriendo a negociar con los contrarios. Al juez le valen las rentas y tributos que tiene basados en la terquedad de los litigantes y en los costes de los procesos y cuando por la conveniencia, pierde una parte cuanto pretende, gana cuanto el juez pierde.
Hace más de ochocientos años que vine a fundar las Dueñas, y hasta los diablos no se han atrevido a recibirme, diciendo que ando ahorrando penas a los condenados, escondiendo y robando todo lo que pillo. Rezo para ir al purgatorio y todas las almas en cuanto me ven dicen: “No quiero ninguna Dueña en mi casa”. Al cielo no quiero ir pues no tengo a quien atormentar y pereceré. Los muertos se quejan de que no les dejo estar muertos como ellos quieren y todos piensan que he decidido ser la Dueña en el mundo. Pero quiero estar aquí toda la vida, y no sentada en la orilla de una tarima esperando muchachas que vengan, que ese es mi trabajo. Cuando recibo una visita, siempre hay alguien que dice “Llame a la Dueña”, y de la pobre Dueña a todas horas, durante todo el día y la noche, todos los días del año y todos los años, todos se acuerdan de mí. Si falta algo; un plato, una sábana, una manta, una llave o no hay luz, oigo decir: “Llamar a la Dueña, ella sabrá que hacer” o “La Dueña estaba allí”. Me tienen por una cigüeña, tortuga y erizo de las casas, y dicen que me como todas las fieras. Si hay algún chisme, los cotillas siempre dicen “Eso lo sabe bien la Dueña” o “preguntarle a la Dueña”. Pero es el caso que soy la gente más bien aposentada del mundo, porque en el invierno me colocan en los sótanos y los veranos en los desvanes.
Y lo peor es que nadie me puede ver: las criadas porque dicen que las controlo; los señores porque no les dejo en paz con mis preguntas; los criados porque me escondo de ellos. Te aseguro que prefiero estar antes entre muertos y vivos pereciendo, que volver a ser Dueña. Hasta dicen que en cierta ocasión un caminante preguntó dónde se podía resguardar una noche de mucho frío cuando iba a Valladolid, y un fulano le dijo que cerca había un lugar que se llama Dueñas y preguntó dónde estaba. Tanto se asustó que dicen que contestó: “Prefiero que me ahorquen antes que parar en Dueñas”, y se quedó a dormir al raso. Sólo quiero que metan otra Dueña en el refrán y me dejen descansar a mí, que estoy muy vieja para andar entre refranes, y que prefiero andar con zancos porque estoy cansada de andar de boca en boca.
Me llamo El Otro porque todo el mundo me llama así, incluso tú me has citado muchas veces sin saberlo. Soy un hombre muy viejo a quien levantan mil testimonios y achacan millones de mentiras. Me conoces muy bien o ¿es que nunca has dicho en una conversación? “Cómo dijo El Otro”, “Que te lo diga El Otro”, “Opinas igual que El Otro”, “Me recuerdas al Otro”, “Hay Otros que no opinan así” cuando yo no he dicho nada, ni despego la boca. Habrás visto que en toda clase de libros me hallarás agrandando renglones y rellenando cláusulas. Deseo que digas cómo has visto al Otro, que no tiene nada escrito, y que no dice nada, ni lo dirá, ni nunca lo ha dicho, y desmiente a cuantos me citan y me achacan lo que no saben, pues soy el autor de los petulantes y el texto de los ignorantes. Y si escuchas los chismes, siempre oirás “Cierta persona me dijo” y en los enredos y líos, “No sé quién lo dijo”, y en los ámbitos literarios habrás oído muchas veces “Cierto autor”, y ese soy yo, el desdichado Otro. Quiero ser yo y no el famoso Otro. Pero es el caso que no me dejan.
Soy El Testador, y pensaba que sabía hacer testamento. La enfermedad más peligrosa, después del médico, es hacer testamento cuando se está muy enfermo ¡Tenéis que saber hacer testamento y viviréis como los cuervos! ¡Aprended a hacer testamento y llegaréis a viejos, los viejos a decrépitos y moriréis todos hartos de vida! ¡Yo fui un con poca gracia que enfermé a causas de mis excesos y mi médico no me ayudó en nada y para colmo fallecí a causa de mi testamento! Los médicos dijeron que era causa perdida, y yo, con mucha piedad y cordura, hice mi testamento: dejé a mi hijo como único heredero, a mi mujer una cantidad fija mensual y joyas de mi progenitora. A Tomás José, mi amigo, para que se acordara de mí, un lote de libros; a Tomás Luis que era también amigo mío un conjunto de mapas muy valiosos en recuerdo de los viajes que hicimos juntos; a Tomás Juan los mejores vinos que tenía y a Tomás Sólo, hermano de los anteriores, que el pobre no tenía más nombre que Tomás y que era con el que más congeniaba, un conjunto de piezas de cocina muy buenas para que aprendiera a cocinar, pues era soltero y no es bueno depender de las cocineras. También dejé a mi criado un buen fajo de billetes, ya que tanto le gustaban los cuartos, y al médico que me atendió hasta el final, una taza de plata dorada que tengo, porque siempre me hacía beber en ella sus inútiles brebajes en mis últimos momentos
¿Y sabes lo que ocurrió en el momento que firmé el testamento? Pues que la tierra tembló y se abrió en canal cual cochinillo que rajan; mi hijo quería heredar al instante; mi mujer quería tener todo el dinero de inmediato; mi criado insistía en que le dieran todo el dinero porque tenía que comprar no sé qué cosa en ese momento; todos mis amigos necesitaban para ayer lo que les había dejado. A todos les había dado un ataque de locura y de necesidad económica repentina, y cómo no me podía morir cuando ellos quisieran, se pusieron de acuerdo en que me matasen allí mismo, y en ese momento, encomendándoselo al matasanos para que con la rapidez del rayo obtuvieran lo que les había dejado en herencia, incluida la del médico. Entre todos me mataron. Si yo volviera a la vida, te aseguro que mi testamento sería éste otro: que a mi hijo el heredero universal le sentara mal todo lo que fuera a comer y que mi maldición cayera sobre él, y que de muy mala gana se convirtiera en mi único heredero y la pena es que no pueda dejarle todas las enfermedades y males de este mundo para que los disfrutara a gusto y que se lo lleve el diablo, que se haga tasar lo que justamente vale el haber acabado conmigo, porque ha encarecido mi calavera, como si yo se lo rogara, y pido a todos que lo apedreen; a mi mujer, que siempre huela mal y Dios le dé mala peste, discordias y catástrofes. A mi criado, mando que cuando yo muera que le persigan y se gasten mis bienes en destruirle, que le encadenen como si fuera un esclavo neցro y que lo tiznen tres veces al día durante todos los días que le quede de vida. Al doctor que me trató, que me persiguió sano y me mató enfermo, le pido su fin y si viviere que no le den ni ropa para vestirse pues ya se vistió bastante a costa de mis dineros. Y a todos mis amigos, si falleciere, mando que no les dejen parar ni a sol ni a sombra, y declaro que son unos perros. Y si me muero, quiero que todas mis deudas pasen a mis herederos. Éste sería mi nuevo testamento.
Soy El Casamentero, o sea sastre de hombres y mujeres a los que zurzo, junto, miento en todo y a todos, robo lo que puedo, en dónde puedo y a quien puedo. Soy embaucador de por vida, instigador de divorcios; vivo de engordar dotes inexistentes; añado dineros; remiendo abuelos; agrando apellidos; pongo virtudes postizas como cabelleras; embadurno donde hiciera falta y a quien lo necesite; no tengo límite ni quiero tenerlo; acaramelo condiciones y quito años a los novios. Digo que los partos y embarazos nunca existieron, y soy muy discreto cuando se trata de hijos, sustituyo abuelas por nietas. Al fin, yo hago suegros y suegras, y trascamudo lo necesario.
Prefiero llamarme Nadie me entiende, porque no me entiende el marido, cuando le doy más dote mintiendo con relación a la que lleva la novia, cuando en realidad le hago aparentar virtudes que no tiene; atributos que sólo existen en su cabeza pero que hago que las finja; tampoco me entiende la novia, a la que le doy hermosura para que disimule su antiestéticaldad, ya que hay que cuidarla y al mismo tiempo evitar el peligro. Sin mí, ninguna boda se concertaría. Por tanto aconsejo a todos los hombres y mujeres que quieren casarse que cierren los ojos y que se dejen gobernar. Yo sé lo que conviene en cada caso. Y digo a los hombres que tienen posibles y que buscan mujer, que no las rebusquen con muchas entendederas, pues puede resultar que manden de más, que están para ser gobernadas y no para ser letradas, que no la busquen nobles, ni ricas, ni hermosas que pueden ser un peligro y que tengan sólo lo que no tienen y a las mujeres que buscan marido, que su mejor papel es ser el cuello del marido y no la cabeza, pues si no hay cuello, la cabeza del esposo no puede moverse o se moverá a donde la mujer quiera. Y todos estos consejos los cobro, siempre en especie, para que nadie se entere.
Yo soy El Pero, que ni maduro ni dejo madurar ninguna honra ni credibilidad. Dime cuantas veces has oído: “Es muy educada, trabajadora y hacendosa, ferviente religiosa y amante de su familia, Pero habla con todo bicho viviente”; “Es un hombre muy educado, Pero no sé qué he oído”; “Es hombre de posibles, Pero muy soberbio”; “Es muy buena persona, Pero a veces se pasa de bueno”, “Es muy amena, Pero tiene la lengua muy larga”. Siempre hay un Pero en todas las lenguas, y los hay de invierno y de verano.
Yo el Bien Visto puedo enseñar a ser majadero a cualquiera, hasta a los más tercos. Maté a unos cuantos que se aprovecharon de mí ¡Y yo que creía que con ser Bien Visto iba a ser feliz, cosa que me aconsejaron los bribones y pedigüeños! Yo invitaba para ser Bien Visto y gastaba en comidas y bebidas mi patrimonio y había muchos que siempre estaban cerca de mí. Prestaba cuanto me pedían para ser Bien Visto. Yo pagaba a todos para ser Bien Visto. Todos me alababan, prestaba lo que me pedían para ser Bien Visto. Decían de mí que era “como un príncipe”, “no hay nadie como tú”, “es muy agradable estar conmigo”, “todo el mundo habla bien de ti”, “todos son tacaños excepto tú”. Tenía como mayordomo a un zascandil, mi lacayo era el encargado de mi despensa y como cocinera a una ama, pues bien, por ser tan Bien Visto me quedé sin dineros, sin que comer, vistiendo andrajos por ser Bien Visto. Hombre del mundo: ¡No prestes! ¡No convides! ¡No des! Pide y no devuelvas, que ser Bien Visto no es tan bueno como ser ahorrador, y ser rico es mejor que estar con los pedigüeños. No hay cosa tan cara como ser Bien Visto, ni tan cómodo y práctico como ser Mal Visto. Es bueno ser un caballero, pero que vean que ayunas. Es mejor que hablen mal de ti y así no escucharás que te alaben en un hospital porque no tienes donde caerte muerto.
Soy El Testigo y tengo muchas caras, soy barato y además me vendo fácil, juro por Dios y contra Dios las veces que haga falta, por eso tengo muchos que se acuerdan de mí. ¿Has visto algún policía que persiga a alguien o que denuncie sin Testigo? Seguro que no, porque aunque topen con un inocente lo llevarán a la guandoca sin motivo aparente, porque tienen que comer y como para eso me necesitan y como soy comprensivo y tengo buenas entendederas, siempre me pongo de acuerdo con ellos, lo malo es que tengo mucha competencia, que somos como un tintero, hay tantos que hacen de Testigo como gotas de tinta tiene, y más en los malos notarios y escribientes que lo que escriben es lo que se les dice, sea verdad o mentira, máxime cuando la codicia anda por medio. Si yo, como Testigo, cambio de opinión muchas veces, no pasa nada, alego que ha sido un fallo de memoria, y así las veces que haga falta, siempre que me paguen.
Perico de los Palotes es un bobo que sólo tañe instrumentos con dos palotes, cuando va precediendo al pregonero.
El Bobo de Coria es el más bobo de todos, y además orate y demorado, porque después de haber dejado preñadas a su progenitora y a sus hermanas, preguntaba a todo el mundo si había cometido pecado alguno.
Soy La Fortuna que todo lo ejecuto con mesura y bajo mis reglas. Tú que me llamas desconsiderada, acuérdate que hablas lo que otro te dice que digas, que todo lo haces por tu interés, que eres un ignorante y que has hecho cien mil picardías y locuras y que todos esos y esas que están contigo han sido pajarracos de mal agüero, urracas y grajos, cosas que no puedes decir de mí. Si hay buenos que están arrinconados y sin premio, no toda la culpa es mía; a muchos se lo ofrezco pero lo desprecian, y a causa de su moderación me echáis la culpa. Otros, por no alargar la mano y no coger lo que les doy, lo dejan pasar. Muchos me piden lo que no saben conservar: lo pierden y dicen que yo se lo quito. Muchos me acusan del mal que he hecho al dárselo a otros, cuando hubiera sido peor dárselo a ellos. No hay dichoso sin que exista envidia en muchos, ni desdichado sin desprecio de todos.
He visto muchas veces lo que les ha ocurrido a algunos cuando les di lo que se merecían, vi a algunos que por sentirse despreciados y pobres eran humildes y se han convertido de la noche a la mañana en demonios malditos, y los que eran reverenciados y ricos, que por el mero hecho de serlos, eran viciosos, tiranos, arrogantes y delincuentes, y al verse pobres y abatidos, están arrepentidos, llevando una vida de retiro y piedad. Los que eran buenos se han hecho sinvergüenzas, y los que eran ladrones y deshonestos se han vuelto hombres de bien. Para satisfacción de las quejas de los mortales, te diré que pocas veces saben lo que me piden. Doy mis favores y desprecios a sus prosperidades o trabajos, si así quieres llamarlo, con indiferencia y sin malicia; a los hombres corresponde usarlos bien o mal, según lo que a cada uno le toque. Nada es en sí mismo bueno o malo, ni la pobreza ni la riqueza, ni los favores ni los desdenes, sólo son ocasión de méritos y castigos y aprended de esta criada que me ha servido con fidelidad y no he dado ningún paso sin ella; se llama La Ocasión.
Yo soy una hembra, La Ocasión, que me ofrezco a todo el mundo. Muchos me hallan pero pocos me gozan. Soy una Sansona que tengo la fuerza en el pelo. Quien sabe asirse a mis cabellos sabrá defenderse de las piruetas de mi ama. Yo la dispongo, yo la reparto, y me acusan los hombres que no saben aprovecharse y disfrutarme. Tienen infinidad de malditas frases que no acabo de entender, como “¿Quién lo dijo? que lo dice el que no piensa, “No me di cuenta” el que no sabe nada, “Que importa”, “Ni viene ni va”, “Mañana lo haré”, “Sobra tiempo”, “Siempre tendré una ocasión”, “No soy bobo”, “Me río de todo eso”, “No me lo creo”, “Yo voy a mi aire”, “Eso no me faltará”, “Hay más días que longanizas”, “Donde una puerta se cierra, otra se abre”, “¿A él que le importa?”, “No es posible”, “No me digas nada”, “Estoy al cabo de la calle”, “El mundo seguirá”, “Bonito soy yo para eso”, “Lo diga quien lo diga”, “Todo llega”, “Dicen qué”, “Que cada uno que haga lo que quiera”, “No entiendo de eso” y muchas más. Estas necedades hacen a los hombres presumidos, perezosos y descuidados. Entre estas frases yo me muevo, mientras se trastorna mi alma a causa de las tonterías generalizadas de los hombres. Pues si los orates me dejan pasar ¿Qué culpa tengo yo de haber pasado? Si la vida de mi ama son todos tropezones y malos caminos ¿Porque se quejan de sus vaivenes? Si saben que mi señora es como una rueda que sube y baja, que baja para subir y sube para bajar ¿Por qué se devanan los sesos? Todo se puede parar pero la rueda de La Fortuna, nunca. Y si alguno piensa que poniendo un palo entre los radios de la rueda, la puede parar, no hace más que alentar su fuerza. Su movimiento dirige las felicidades y miserias, al igual que el tiempo controla las vidas del mundo y al mismo mundo. Y esta es la verdad.
Pedro Botero soy yo y esa es mi caldera, muy famosa entre los cuentos y muchachos, pero que es real. Aunque es grande, tendré que ensancharla pues me falta sitio para albergar a tanta gente que viene continuamente y eso sin contar a los que ya hay. Aquí hay una amplia variedad de cocinas; en ellas unos se tiñen como los viejos, a los que llamo los tiñosos de la edad, otros se cuecen, muchos se guisan, los hay que se fríen, también se asan, pero todos arden y se achicharran. Y lo peor de todo es el que entra aquí nunca sale, que ya me encargo que todos se quemen, pero sin derretirse, porque esto dura siempre. Aquí hay de todo: los que vivían cerca de tu casa y que comulgaban e iban a misa diariamente, bastantes curas y gente de aparente buen hacer, y los que tenían fama de buenos y honestos; maridos ejemplares, esposas recatadas y sumisas, hijos que creía agradecidos.
Nota del autor: Todos son personajes de las obras en prosa de D. Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645).
Fuente: El Espía Digital
Dichos de Quevedo
Por José Alberto Cepas Palanca
Soy La Ingratitud, sólo en hueso, pues la carne la dejé en el otro mundo. Yo nunca reconozco el beneficio que recibo, desprecio a quien me lo da, olvido a quien me lo dio, porqué me lo ha dado y acuso y persigo a quien me lo ha proporcionado. Sólo beso la mano del que me lo da, mientras me lo da, beso el regalo, después nunca vuelvo a besar la mano, porque la muerdo antes que besarla. Soy tan maldita y depravada que prometo con humildad para recibir con soberbia.
Cuando llega el momento en que tengo que agradecer lo que me han dado siempre pido tiempo, no por pagar, sino para pedir más. Soy una poco apreciable cortesana que al recibir mercedes, beneficios y socorros, me declaro enemiga de quien me los ha dado y pretendiendo negociar lo que me ofrecen y procuro no acordarme nunca de nada ni de nadie. Me conocen porque conmigo hago que el bien se vuelva mal, la honra, afrenta, y el beneficio, enemistad. Soy una hija ruin de la envidia y por tanto tengo muchos hermanos tan bastardos y viles como yo. Atormento al bien y a la virtud y hago que los beneficios que recibo sean aflicción y pesar de quien me los da y concede.
Soy tan abominable, que conviene alejarse de mí y de los que son como yo. Cuando alguien hace bien y recibo beneficios procuro acarrear enemistad y afrentas y maldigo a la biblia cuando dice que hay que hacer el bien pero mirando a quien. Como soy tan ingrata dando o negando, haciendo o dejando de hacer, hago mucho mal de lo cual me alegro. Evito que se conozca cuáles son los bienes verdaderos y cuáles aparentes, porque disimulo en algunos bienes el bien que yace secreto en algunos males; la felicidad que cierran las desdichas, y las desdichas que ocultan las felicidades. En lo único que soy agradecida es al mal que creo. Piensa en mis malas costumbres y en ella hallarás todos los pecados mortales, y agradéceme todos ellos; la soberbia, por ser una de sus principales causas el tener amor propio; la envidia, porque constituye el aborrecimiento del prójimo; la avaricia de la misma avaricia de los bienes propios y de los ajenos, de lo que tiene y de lo que los otros tienen; soy homicida en el hijo, deseando la fin al padre por la herencia; en el hermano contra el hermano; en el amigo contra el amigo; soy ira rabiosa, nacida del beneficio contra el bienhechor.
El peor de los ladrones es tan ingrato como yo, pues él halla el modo de añadir abominación a la infamia del robo. El ladrón es aborrecido por el robado; yo no aborrezco al que roba. El robado persigue al ladrón y yo persigo al que ha sido robado. El ladrón hurta lo que le niegan y le esconden; yo hurto lo que le dan y lo que pide y recibe. Del ladrón se preocupan todos; pero de mí, La Ingratitud, muy pocos. Soy un mal contagioso y hereditario. La grandeza y los puestos principales son la disposición más poderosa para inducir a la gente a que sea como yo; ingrata. Hago que el hombre pretenda con engaños lo que no tiene; que reciba con malignidad lo que le dan; que tenga por desdicha el no alcanzarlo, y por afrenta, el reconocerlo. El que está en la cumbre, ha de mirar con mucho cuidado cómo tiene los pies sobre la cabeza del monte que pisa, de igual forma tiene que mirar de qué manera tiene la suya sobre sus pies: por eso miro muy bien quien es el que me da ¿Quién en el mundo no aborrece al testigo de su miseria, y al que le recuerda las ignominias que le vio padecer?
Yo no señalo precio, pues los que son como yo, lo son por poco, por mucho y por cualquiera cosa. Me gusta que mis seguidores sean verdugos de sí mismos. Hago que a quien se le dio la honra y beneficios desconozca quien se lo dio y se vuelva más ruin cada día. Soy tan ingrata que soy la que más me quejo de la ingratitud, porque soy mentirosa de las obras; soy avarienta del bien, por ser pródigo del mal y tan venenosa que hago desdichada la buena dicha. Soy el vientre de las herejías y de los herejes de todos los tiempos. Parto mío son todos los venenos de la verdad y de la fe. Persuado a los padres a preocuparse por sus hijos para que sean ricos antes que virtuosos, y a los hijos, que por la herencia aborrezcan la vida de los padres, siendo mi mayor beneficio que hago que piensen en que se mueran aunque los hayan engendrado, educado y sufrido por ellos. Soy una perpetua dolencia del hombre que vivo incorporada en él, pues hago que cada día y cada hora su cuerpo sea ingrato a su alma; su voluntad, a su entendimiento y su memoria a todos. Soy la cizaña de sus sentidos, pues pretendo que cada uno sea ingrato a los demás, y a todos con cada uno. Me valgo de todo tipo de maldades y traiciones para conseguir mi propósito. Soy tan perversos que no me contento con perseguir a los vivos, persigo a los muertos más allá de las sepulturas. Trato que la gente sea ingrata aún después de muerta procurando que los que viven todavía sean los más ingratos posibles y que hagan que sus descendientes lo sean aún más. Y así estaré contenta. Que me conozcan como el polvo que ciega al hombre que le levanta, le ensucia, oscurece y enturbia el aire que le alza.
El Juicio Final, que he vivido engañado, y ahora lo veo como es, me doy cuenta que el que hay en el mundo no es juicio, que no hay hombre con juicio, y que hay muy poco juicio en el mundo y que prefiero la fin con Juicio que la vida sin él.
La Justicia: Hacía tiempo que no hablaba con nadie, pues todo el que viene entra directamente sin decir ni buenos días, ya que es tanta la prisa con la que vienen, que volar y llegar y entrar es todo uno, ni siquiera se ven en el camino, los pleitos no son sobre si lo que uno debe se lo han de pagar a otro, pues eso no tiene necesidad de discusión ni preguntas ni respuestas; los pleitos son sobre si el dinero es del letrado o del procurador sin justicia, ya que yo no puedo vivir sin dinero de alguna de las partes ¿Quieres saber porque son tan malos los abogados? Ten en cuenta que si no hubiera letrados, no habría disputas; y si no hubiera disputas, no habría pleitos; y si no hubiera pleitos, no habría procuradores; y si no hubiera procuradores, no habría enredos; y si no hubiera enredos, no habría delitos; y si no hubiera delitos, no habría policías; y si no hubiera policías, no habría cárceles; y si no hubiera cárceles, no habría jueces; y si no hubiera jueces, no habría litigios y si no hubiera litigios, no habría cohechos ni la retahíla de sucesos malos o buenos que puede haber en un juicio. Saca tú mismo la consecuencia de todo esto; la retahíla de infernales sabandijas que se producen de un letrado: lo que disimula una toga y lo que autoriza una gorra, un uniforme y una porra.
Los jueces son mis faisanes, mis platos exquisitos y la simiente que más provecho y fruto me da, porque de cada juez que siembro recojo seis procuradores, dos informadores, cuatro notarios, cinco abogados y cinco mil negociantes, y esto cada día. De cada notario saco veinte oficiales; de cada oficial treinta policías; de cada policía diez escoltas, y si el año es fértil en trampas resulta que no hay sitio donde acoger a tanta gente fruto de la maldad. La Verdad no encuentra sitio precisamente por estar desnuda y yo por ser rigurosa. La Verdad no puede decir verdades mientras que yo, La Justicia, tengo que ir de casa en casa pidiendo ayuda, pero nadie me ayudaba hasta que me fui desesperada. Tan desnuda está La Mentira como La Verdad, si las alabanzas no las vistiera de todos los colores. Todos roban; la novia la voluntad del enamorado, el letrado a la ley con el entendimiento, el discreto con la boca, el amor con los ojos, el fuerte con los brazos, el valiente con las manos, el músico con los dedos, el etniano y ladrón con las uñas, el médico con la fin, el boticario con la salud y el astrólogo con el cielo. Sólo el policía hurta con todo el cuerpo, pues acecha con los ojos, sigue con los pies, coge con las manos y atestigua con la boca. En todos los pleitos lo más barato es la “parte contraria”, porque ella pide lo que pretende que le den y lo pide a su costa y la defensa pide y cobra a la contraria; el procurador, lo que le dan; el notario y el informador o el testigo lo que le pagan.
En el pleito puede ser que se condene o absuelva, pero puedo hacer que se condene a alguna de las partes hasta cinco veces cada día. Al final puedo hacer justicia, pero no dinero. Todos esos autores, textos, decisiones y consejos no evitarán que no sea abominable la estulta idea de gastar lo que tiene cada parte para conseguir lo que otro tiene y lo malo es que puede ser que no lo consigan. Cuando una parte gana el pleito, el pleito ha perdido a la parte en cuestión. Los letrados defienden a los litigantes en los pleitos como los pilotos en las borrascas a los navíos, sacándoles todo cuanto tienen en el cuerpo para que lleguen sin nada a la orilla. El mejor jurisconsulto es la concordia, que da lo que se quita. Por eso todos van corriendo a negociar con los contrarios. Al juez le valen las rentas y tributos que tiene basados en la terquedad de los litigantes y en los costes de los procesos y cuando por la conveniencia, pierde una parte cuanto pretende, gana cuanto el juez pierde.
Hace más de ochocientos años que vine a fundar las Dueñas, y hasta los diablos no se han atrevido a recibirme, diciendo que ando ahorrando penas a los condenados, escondiendo y robando todo lo que pillo. Rezo para ir al purgatorio y todas las almas en cuanto me ven dicen: “No quiero ninguna Dueña en mi casa”. Al cielo no quiero ir pues no tengo a quien atormentar y pereceré. Los muertos se quejan de que no les dejo estar muertos como ellos quieren y todos piensan que he decidido ser la Dueña en el mundo. Pero quiero estar aquí toda la vida, y no sentada en la orilla de una tarima esperando muchachas que vengan, que ese es mi trabajo. Cuando recibo una visita, siempre hay alguien que dice “Llame a la Dueña”, y de la pobre Dueña a todas horas, durante todo el día y la noche, todos los días del año y todos los años, todos se acuerdan de mí. Si falta algo; un plato, una sábana, una manta, una llave o no hay luz, oigo decir: “Llamar a la Dueña, ella sabrá que hacer” o “La Dueña estaba allí”. Me tienen por una cigüeña, tortuga y erizo de las casas, y dicen que me como todas las fieras. Si hay algún chisme, los cotillas siempre dicen “Eso lo sabe bien la Dueña” o “preguntarle a la Dueña”. Pero es el caso que soy la gente más bien aposentada del mundo, porque en el invierno me colocan en los sótanos y los veranos en los desvanes.
Y lo peor es que nadie me puede ver: las criadas porque dicen que las controlo; los señores porque no les dejo en paz con mis preguntas; los criados porque me escondo de ellos. Te aseguro que prefiero estar antes entre muertos y vivos pereciendo, que volver a ser Dueña. Hasta dicen que en cierta ocasión un caminante preguntó dónde se podía resguardar una noche de mucho frío cuando iba a Valladolid, y un fulano le dijo que cerca había un lugar que se llama Dueñas y preguntó dónde estaba. Tanto se asustó que dicen que contestó: “Prefiero que me ahorquen antes que parar en Dueñas”, y se quedó a dormir al raso. Sólo quiero que metan otra Dueña en el refrán y me dejen descansar a mí, que estoy muy vieja para andar entre refranes, y que prefiero andar con zancos porque estoy cansada de andar de boca en boca.
Me llamo El Otro porque todo el mundo me llama así, incluso tú me has citado muchas veces sin saberlo. Soy un hombre muy viejo a quien levantan mil testimonios y achacan millones de mentiras. Me conoces muy bien o ¿es que nunca has dicho en una conversación? “Cómo dijo El Otro”, “Que te lo diga El Otro”, “Opinas igual que El Otro”, “Me recuerdas al Otro”, “Hay Otros que no opinan así” cuando yo no he dicho nada, ni despego la boca. Habrás visto que en toda clase de libros me hallarás agrandando renglones y rellenando cláusulas. Deseo que digas cómo has visto al Otro, que no tiene nada escrito, y que no dice nada, ni lo dirá, ni nunca lo ha dicho, y desmiente a cuantos me citan y me achacan lo que no saben, pues soy el autor de los petulantes y el texto de los ignorantes. Y si escuchas los chismes, siempre oirás “Cierta persona me dijo” y en los enredos y líos, “No sé quién lo dijo”, y en los ámbitos literarios habrás oído muchas veces “Cierto autor”, y ese soy yo, el desdichado Otro. Quiero ser yo y no el famoso Otro. Pero es el caso que no me dejan.
Soy El Testador, y pensaba que sabía hacer testamento. La enfermedad más peligrosa, después del médico, es hacer testamento cuando se está muy enfermo ¡Tenéis que saber hacer testamento y viviréis como los cuervos! ¡Aprended a hacer testamento y llegaréis a viejos, los viejos a decrépitos y moriréis todos hartos de vida! ¡Yo fui un con poca gracia que enfermé a causas de mis excesos y mi médico no me ayudó en nada y para colmo fallecí a causa de mi testamento! Los médicos dijeron que era causa perdida, y yo, con mucha piedad y cordura, hice mi testamento: dejé a mi hijo como único heredero, a mi mujer una cantidad fija mensual y joyas de mi progenitora. A Tomás José, mi amigo, para que se acordara de mí, un lote de libros; a Tomás Luis que era también amigo mío un conjunto de mapas muy valiosos en recuerdo de los viajes que hicimos juntos; a Tomás Juan los mejores vinos que tenía y a Tomás Sólo, hermano de los anteriores, que el pobre no tenía más nombre que Tomás y que era con el que más congeniaba, un conjunto de piezas de cocina muy buenas para que aprendiera a cocinar, pues era soltero y no es bueno depender de las cocineras. También dejé a mi criado un buen fajo de billetes, ya que tanto le gustaban los cuartos, y al médico que me atendió hasta el final, una taza de plata dorada que tengo, porque siempre me hacía beber en ella sus inútiles brebajes en mis últimos momentos
¿Y sabes lo que ocurrió en el momento que firmé el testamento? Pues que la tierra tembló y se abrió en canal cual cochinillo que rajan; mi hijo quería heredar al instante; mi mujer quería tener todo el dinero de inmediato; mi criado insistía en que le dieran todo el dinero porque tenía que comprar no sé qué cosa en ese momento; todos mis amigos necesitaban para ayer lo que les había dejado. A todos les había dado un ataque de locura y de necesidad económica repentina, y cómo no me podía morir cuando ellos quisieran, se pusieron de acuerdo en que me matasen allí mismo, y en ese momento, encomendándoselo al matasanos para que con la rapidez del rayo obtuvieran lo que les había dejado en herencia, incluida la del médico. Entre todos me mataron. Si yo volviera a la vida, te aseguro que mi testamento sería éste otro: que a mi hijo el heredero universal le sentara mal todo lo que fuera a comer y que mi maldición cayera sobre él, y que de muy mala gana se convirtiera en mi único heredero y la pena es que no pueda dejarle todas las enfermedades y males de este mundo para que los disfrutara a gusto y que se lo lleve el diablo, que se haga tasar lo que justamente vale el haber acabado conmigo, porque ha encarecido mi calavera, como si yo se lo rogara, y pido a todos que lo apedreen; a mi mujer, que siempre huela mal y Dios le dé mala peste, discordias y catástrofes. A mi criado, mando que cuando yo muera que le persigan y se gasten mis bienes en destruirle, que le encadenen como si fuera un esclavo neցro y que lo tiznen tres veces al día durante todos los días que le quede de vida. Al doctor que me trató, que me persiguió sano y me mató enfermo, le pido su fin y si viviere que no le den ni ropa para vestirse pues ya se vistió bastante a costa de mis dineros. Y a todos mis amigos, si falleciere, mando que no les dejen parar ni a sol ni a sombra, y declaro que son unos perros. Y si me muero, quiero que todas mis deudas pasen a mis herederos. Éste sería mi nuevo testamento.
Soy El Casamentero, o sea sastre de hombres y mujeres a los que zurzo, junto, miento en todo y a todos, robo lo que puedo, en dónde puedo y a quien puedo. Soy embaucador de por vida, instigador de divorcios; vivo de engordar dotes inexistentes; añado dineros; remiendo abuelos; agrando apellidos; pongo virtudes postizas como cabelleras; embadurno donde hiciera falta y a quien lo necesite; no tengo límite ni quiero tenerlo; acaramelo condiciones y quito años a los novios. Digo que los partos y embarazos nunca existieron, y soy muy discreto cuando se trata de hijos, sustituyo abuelas por nietas. Al fin, yo hago suegros y suegras, y trascamudo lo necesario.
Prefiero llamarme Nadie me entiende, porque no me entiende el marido, cuando le doy más dote mintiendo con relación a la que lleva la novia, cuando en realidad le hago aparentar virtudes que no tiene; atributos que sólo existen en su cabeza pero que hago que las finja; tampoco me entiende la novia, a la que le doy hermosura para que disimule su antiestéticaldad, ya que hay que cuidarla y al mismo tiempo evitar el peligro. Sin mí, ninguna boda se concertaría. Por tanto aconsejo a todos los hombres y mujeres que quieren casarse que cierren los ojos y que se dejen gobernar. Yo sé lo que conviene en cada caso. Y digo a los hombres que tienen posibles y que buscan mujer, que no las rebusquen con muchas entendederas, pues puede resultar que manden de más, que están para ser gobernadas y no para ser letradas, que no la busquen nobles, ni ricas, ni hermosas que pueden ser un peligro y que tengan sólo lo que no tienen y a las mujeres que buscan marido, que su mejor papel es ser el cuello del marido y no la cabeza, pues si no hay cuello, la cabeza del esposo no puede moverse o se moverá a donde la mujer quiera. Y todos estos consejos los cobro, siempre en especie, para que nadie se entere.
Yo soy El Pero, que ni maduro ni dejo madurar ninguna honra ni credibilidad. Dime cuantas veces has oído: “Es muy educada, trabajadora y hacendosa, ferviente religiosa y amante de su familia, Pero habla con todo bicho viviente”; “Es un hombre muy educado, Pero no sé qué he oído”; “Es hombre de posibles, Pero muy soberbio”; “Es muy buena persona, Pero a veces se pasa de bueno”, “Es muy amena, Pero tiene la lengua muy larga”. Siempre hay un Pero en todas las lenguas, y los hay de invierno y de verano.
Yo el Bien Visto puedo enseñar a ser majadero a cualquiera, hasta a los más tercos. Maté a unos cuantos que se aprovecharon de mí ¡Y yo que creía que con ser Bien Visto iba a ser feliz, cosa que me aconsejaron los bribones y pedigüeños! Yo invitaba para ser Bien Visto y gastaba en comidas y bebidas mi patrimonio y había muchos que siempre estaban cerca de mí. Prestaba cuanto me pedían para ser Bien Visto. Yo pagaba a todos para ser Bien Visto. Todos me alababan, prestaba lo que me pedían para ser Bien Visto. Decían de mí que era “como un príncipe”, “no hay nadie como tú”, “es muy agradable estar conmigo”, “todo el mundo habla bien de ti”, “todos son tacaños excepto tú”. Tenía como mayordomo a un zascandil, mi lacayo era el encargado de mi despensa y como cocinera a una ama, pues bien, por ser tan Bien Visto me quedé sin dineros, sin que comer, vistiendo andrajos por ser Bien Visto. Hombre del mundo: ¡No prestes! ¡No convides! ¡No des! Pide y no devuelvas, que ser Bien Visto no es tan bueno como ser ahorrador, y ser rico es mejor que estar con los pedigüeños. No hay cosa tan cara como ser Bien Visto, ni tan cómodo y práctico como ser Mal Visto. Es bueno ser un caballero, pero que vean que ayunas. Es mejor que hablen mal de ti y así no escucharás que te alaben en un hospital porque no tienes donde caerte muerto.
Soy El Testigo y tengo muchas caras, soy barato y además me vendo fácil, juro por Dios y contra Dios las veces que haga falta, por eso tengo muchos que se acuerdan de mí. ¿Has visto algún policía que persiga a alguien o que denuncie sin Testigo? Seguro que no, porque aunque topen con un inocente lo llevarán a la guandoca sin motivo aparente, porque tienen que comer y como para eso me necesitan y como soy comprensivo y tengo buenas entendederas, siempre me pongo de acuerdo con ellos, lo malo es que tengo mucha competencia, que somos como un tintero, hay tantos que hacen de Testigo como gotas de tinta tiene, y más en los malos notarios y escribientes que lo que escriben es lo que se les dice, sea verdad o mentira, máxime cuando la codicia anda por medio. Si yo, como Testigo, cambio de opinión muchas veces, no pasa nada, alego que ha sido un fallo de memoria, y así las veces que haga falta, siempre que me paguen.
Perico de los Palotes es un bobo que sólo tañe instrumentos con dos palotes, cuando va precediendo al pregonero.
El Bobo de Coria es el más bobo de todos, y además orate y demorado, porque después de haber dejado preñadas a su progenitora y a sus hermanas, preguntaba a todo el mundo si había cometido pecado alguno.
Soy La Fortuna que todo lo ejecuto con mesura y bajo mis reglas. Tú que me llamas desconsiderada, acuérdate que hablas lo que otro te dice que digas, que todo lo haces por tu interés, que eres un ignorante y que has hecho cien mil picardías y locuras y que todos esos y esas que están contigo han sido pajarracos de mal agüero, urracas y grajos, cosas que no puedes decir de mí. Si hay buenos que están arrinconados y sin premio, no toda la culpa es mía; a muchos se lo ofrezco pero lo desprecian, y a causa de su moderación me echáis la culpa. Otros, por no alargar la mano y no coger lo que les doy, lo dejan pasar. Muchos me piden lo que no saben conservar: lo pierden y dicen que yo se lo quito. Muchos me acusan del mal que he hecho al dárselo a otros, cuando hubiera sido peor dárselo a ellos. No hay dichoso sin que exista envidia en muchos, ni desdichado sin desprecio de todos.
He visto muchas veces lo que les ha ocurrido a algunos cuando les di lo que se merecían, vi a algunos que por sentirse despreciados y pobres eran humildes y se han convertido de la noche a la mañana en demonios malditos, y los que eran reverenciados y ricos, que por el mero hecho de serlos, eran viciosos, tiranos, arrogantes y delincuentes, y al verse pobres y abatidos, están arrepentidos, llevando una vida de retiro y piedad. Los que eran buenos se han hecho sinvergüenzas, y los que eran ladrones y deshonestos se han vuelto hombres de bien. Para satisfacción de las quejas de los mortales, te diré que pocas veces saben lo que me piden. Doy mis favores y desprecios a sus prosperidades o trabajos, si así quieres llamarlo, con indiferencia y sin malicia; a los hombres corresponde usarlos bien o mal, según lo que a cada uno le toque. Nada es en sí mismo bueno o malo, ni la pobreza ni la riqueza, ni los favores ni los desdenes, sólo son ocasión de méritos y castigos y aprended de esta criada que me ha servido con fidelidad y no he dado ningún paso sin ella; se llama La Ocasión.
Yo soy una hembra, La Ocasión, que me ofrezco a todo el mundo. Muchos me hallan pero pocos me gozan. Soy una Sansona que tengo la fuerza en el pelo. Quien sabe asirse a mis cabellos sabrá defenderse de las piruetas de mi ama. Yo la dispongo, yo la reparto, y me acusan los hombres que no saben aprovecharse y disfrutarme. Tienen infinidad de malditas frases que no acabo de entender, como “¿Quién lo dijo? que lo dice el que no piensa, “No me di cuenta” el que no sabe nada, “Que importa”, “Ni viene ni va”, “Mañana lo haré”, “Sobra tiempo”, “Siempre tendré una ocasión”, “No soy bobo”, “Me río de todo eso”, “No me lo creo”, “Yo voy a mi aire”, “Eso no me faltará”, “Hay más días que longanizas”, “Donde una puerta se cierra, otra se abre”, “¿A él que le importa?”, “No es posible”, “No me digas nada”, “Estoy al cabo de la calle”, “El mundo seguirá”, “Bonito soy yo para eso”, “Lo diga quien lo diga”, “Todo llega”, “Dicen qué”, “Que cada uno que haga lo que quiera”, “No entiendo de eso” y muchas más. Estas necedades hacen a los hombres presumidos, perezosos y descuidados. Entre estas frases yo me muevo, mientras se trastorna mi alma a causa de las tonterías generalizadas de los hombres. Pues si los orates me dejan pasar ¿Qué culpa tengo yo de haber pasado? Si la vida de mi ama son todos tropezones y malos caminos ¿Porque se quejan de sus vaivenes? Si saben que mi señora es como una rueda que sube y baja, que baja para subir y sube para bajar ¿Por qué se devanan los sesos? Todo se puede parar pero la rueda de La Fortuna, nunca. Y si alguno piensa que poniendo un palo entre los radios de la rueda, la puede parar, no hace más que alentar su fuerza. Su movimiento dirige las felicidades y miserias, al igual que el tiempo controla las vidas del mundo y al mismo mundo. Y esta es la verdad.
Pedro Botero soy yo y esa es mi caldera, muy famosa entre los cuentos y muchachos, pero que es real. Aunque es grande, tendré que ensancharla pues me falta sitio para albergar a tanta gente que viene continuamente y eso sin contar a los que ya hay. Aquí hay una amplia variedad de cocinas; en ellas unos se tiñen como los viejos, a los que llamo los tiñosos de la edad, otros se cuecen, muchos se guisan, los hay que se fríen, también se asan, pero todos arden y se achicharran. Y lo peor de todo es el que entra aquí nunca sale, que ya me encargo que todos se quemen, pero sin derretirse, porque esto dura siempre. Aquí hay de todo: los que vivían cerca de tu casa y que comulgaban e iban a misa diariamente, bastantes curas y gente de aparente buen hacer, y los que tenían fama de buenos y honestos; maridos ejemplares, esposas recatadas y sumisas, hijos que creía agradecidos.
Nota del autor: Todos son personajes de las obras en prosa de D. Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645).
Fuente: El Espía Digital