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Mossad - NAFO
¿Es este el hecho cultural y político más determinante de los últimos 500 años en Europa y en occidente?
En la batalla de Lepanto (9 de septiembre de 1571) quedó sellada la suerte de la armada otomana a manos de la Santa Liga Cristiana, finalizando así el ciclo expansionista del lslam iniciado poco antes del año 700. Tomaría otros 350 años, luego de la Gran Guerra y a inicios del siglo XX, para que el Imperio Otomano colapsara y diera lugar al nacimiento de las naciones árabes que (con sus contradicciones internas y sus diversas formas de gobierno) persisten hasta nuestros días.
Solo a partir de estas últimas décadas hemos visto resurgir las tensiones que el Islam desató en las naciones europeas. Sin embargo, a diferencia de Lepanto, Europa hace años que dio la espalda a su identidad cultural cristiana, remplazándola por una serie de principios (en su mayoría una herencia cultural post-cristiana) con los que se elabora las leyes y normativas. Tarde o temprano todo es modificable; algunas cosas requieren de mayorías calificadas y por ello tomarán más tiempo. De esta manera los conceptos de ley natural, ley injusta y objeción de conciencia (patrimonio y herencia del cristianismo) se baten en retirada acosadas por la dictadura del relativismo en muchas naciones. En la Europa contemporánea ya no existe un límite absoluto a la autonomía del legislador ―solo persiste el sentido común de las mayorías, cuya opinión es mudable en una u otra dirección.
La separación de la iglesia y el estado es coherente y necesaria en la concepción cristiana de la sociedad. En La Divina Comedia, escrita en el siglo XIII, Dante critica a Constantino (el primer emperador romano cristiano) por ceder a la Iglesia ―tal vez con buena intención― riquezas y poder temporal. Ve ahí el origen de la corrupción generalizada que le tocó presenciar (quizá la época de mayor decadencia de la Iglesia). El Dante muestra una gran audacia al criticar al papado en su Canto XXXII del Purgatorio, pero también agudeza y sentido cristiano al señalar el origen del mal, insinuando lo que será doctrina y práctica sobre todo a partir del siglo XX: La separación de la iglesia y el estado no solo es tolerada por el cristianismo, sino que es doctrina evangélica: “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.” (Lc. 20, 25). Constituye una radical novedad en el mundo antiguo y tomó siglos en tomar la forma práctica que hoy conocemos.
Las fuentes del derecho occidental, y de la declaración universal de los derechos humanos, son el derecho romano y su especificación anglosajona (la Carta Magna) y francesa (el código napoleónico). El fracaso de las constituciones y formas de gobierno de inspiración occidental en el mundo árabe explican (entre otros factores) la radicalización del Islam, cuyo derecho reniega de estas fuentes.
La sharía es una legislación inherente al Islam, cuyo origen revelado le otorga un grado de autoridad y de adhesión muy superior a los de la ley positiva. Sus fuentes son el Corán y la Sunna (o revelación reflejada en la conducta y preferencias del Profeta). En el ámbito de la experiencia meramente material (es decir el de la ley civil) la sharía establece consecuencias comparables a las estipuladas por la ley positiva. Por su origen es de validez universal, ya que se presenta como un sistema que sirve a los intereses humanos siempre y en todo lugar. Es decir, forma parte del proyecto del Islam lograr su aplicación en todo el mundo.
Sin embargo la sharía no es un código que podamos consultar, y por ello está sujeto a interpretaciones más o menos extremas. Cuando se tras*greden los límites que Alá ha impuesto, son aplicables ciertos castigos severos o hudud (por ejemplo la fin por lapidación), pero no necesariamente. En otras palabras, la radicalización e interpretación más extrema de la sharía no siempre representa a la mayoría del Islam. Esta es más bien el producto de la lógica religioso-política que explica el liderazgo de sus comunidades. El Imán es elegido y surge de la comunidad de creyentes, y por tanto su discurso responde a las expectativas de sus oyentes. Una comunidad frustrada, por lógica, mostrará una radicalización creciente de sus líderes. Existen poderosas razones que pueden ayudarnos a entender este fenómeno, tanto en Medio Oriente como en Europa.
“Si Charles Martel no hubiese resultado victorioso en Poitiers (batalla librada en 732 en que se detuvo la oleada turística árabe a Europa occidental, luego de conquistar la península ibérica) (…) entonces con certeza nos hubiésemos convertido al Mahometanismo, ese culto que glorifica el heroísmo y que abre el séptimo Cielo únicamente al valiente guerrero. Entonces las razas germánicas habrían conquistado el mundo.” (Adolfo Hitler, 1942). “La religión mahometana también nos hubiese resultado mucho más compatible que el cristianismo. ¿Por qué tenía que ser el cristianismo, con su mansedumbre y flacidez?” (Albert Speer, Memorias).
Estas citas no son casuales. La Europa de los años 30 (al igual que el mundo árabe actual) presentaba elevados niveles de frustración con las instituciones democráticas, en medio de una profunda crisis económica y de valores luego de la devastadora Gran Guerra. Europa no está libre ―bien lo sabemos― del fanatismo y de la violación masiva de los derechos humanos. El problema es que el Islam resulta un vehículo adecuado para dar curso y expresión a la radicalización y el extremismo. El Islam, no lo olvidemos, nació como una religión de conquista y hegemónica. En vida del Profeta se definieron los derechos de los dimmies (las minorías cristiana y judía), el impuesto a los infieles y la práctica de la decapitación en la guerra. El Islam admite lo que en occidente consideramos su interpretación fundamentalista. Aunque la mayoría de sus practicantes se muestren moderados, sus fundamentos niegan (por ejemplo) la libertad de culto y la autonomía del poder legislativo.
En la Europa contemporánea la llegada de la sharía es cuestión de números. Con las tasas de natalidad y la inmi gración masiva desde las naciones árabes a partir de la década del ’60, ya es un proyecto político que se comienza a expresar y ante el cual las democracias europeas se muestran inermes. Es cuestión de tiempo y de guetos en cuyo interior la ley ya es la del Islam. Forma parte de su doctrina recurrir a la taqiyya (o disimulo de la fe) por necesidades prácticas. Es decir, si en algunos países europeos aun no han expresado con mayor fuerza su proyecto religioso-político, es porque no han visto llegado el momento adecuado. Europa desgastada, con elevados niveles de desempleo y arcas fiscales estresadas, intentará restringir la inmi gración. Lo hará por miedo a la radicalización.
Pero el problema está dentro de sus fronteras: los fiel a la religión del amores suman más de 20 millones y proceden de las clases más frustradas. Los conversos son capturados por medio de escuelas o madrazas donde se les da protección y una brújula segura para su vida. Esta crisis de identidad representa una amenaza que no se resolverá con leyes de inmi gración porque ya son europeos.
Eurabia, la nueva frontera del Islam | Cecilia Fernandez Taladriz & Daniel Birrell R.
En la batalla de Lepanto (9 de septiembre de 1571) quedó sellada la suerte de la armada otomana a manos de la Santa Liga Cristiana, finalizando así el ciclo expansionista del lslam iniciado poco antes del año 700. Tomaría otros 350 años, luego de la Gran Guerra y a inicios del siglo XX, para que el Imperio Otomano colapsara y diera lugar al nacimiento de las naciones árabes que (con sus contradicciones internas y sus diversas formas de gobierno) persisten hasta nuestros días.
Solo a partir de estas últimas décadas hemos visto resurgir las tensiones que el Islam desató en las naciones europeas. Sin embargo, a diferencia de Lepanto, Europa hace años que dio la espalda a su identidad cultural cristiana, remplazándola por una serie de principios (en su mayoría una herencia cultural post-cristiana) con los que se elabora las leyes y normativas. Tarde o temprano todo es modificable; algunas cosas requieren de mayorías calificadas y por ello tomarán más tiempo. De esta manera los conceptos de ley natural, ley injusta y objeción de conciencia (patrimonio y herencia del cristianismo) se baten en retirada acosadas por la dictadura del relativismo en muchas naciones. En la Europa contemporánea ya no existe un límite absoluto a la autonomía del legislador ―solo persiste el sentido común de las mayorías, cuya opinión es mudable en una u otra dirección.
La separación de la iglesia y el estado es coherente y necesaria en la concepción cristiana de la sociedad. En La Divina Comedia, escrita en el siglo XIII, Dante critica a Constantino (el primer emperador romano cristiano) por ceder a la Iglesia ―tal vez con buena intención― riquezas y poder temporal. Ve ahí el origen de la corrupción generalizada que le tocó presenciar (quizá la época de mayor decadencia de la Iglesia). El Dante muestra una gran audacia al criticar al papado en su Canto XXXII del Purgatorio, pero también agudeza y sentido cristiano al señalar el origen del mal, insinuando lo que será doctrina y práctica sobre todo a partir del siglo XX: La separación de la iglesia y el estado no solo es tolerada por el cristianismo, sino que es doctrina evangélica: “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.” (Lc. 20, 25). Constituye una radical novedad en el mundo antiguo y tomó siglos en tomar la forma práctica que hoy conocemos.
Las fuentes del derecho occidental, y de la declaración universal de los derechos humanos, son el derecho romano y su especificación anglosajona (la Carta Magna) y francesa (el código napoleónico). El fracaso de las constituciones y formas de gobierno de inspiración occidental en el mundo árabe explican (entre otros factores) la radicalización del Islam, cuyo derecho reniega de estas fuentes.
La sharía es una legislación inherente al Islam, cuyo origen revelado le otorga un grado de autoridad y de adhesión muy superior a los de la ley positiva. Sus fuentes son el Corán y la Sunna (o revelación reflejada en la conducta y preferencias del Profeta). En el ámbito de la experiencia meramente material (es decir el de la ley civil) la sharía establece consecuencias comparables a las estipuladas por la ley positiva. Por su origen es de validez universal, ya que se presenta como un sistema que sirve a los intereses humanos siempre y en todo lugar. Es decir, forma parte del proyecto del Islam lograr su aplicación en todo el mundo.
Sin embargo la sharía no es un código que podamos consultar, y por ello está sujeto a interpretaciones más o menos extremas. Cuando se tras*greden los límites que Alá ha impuesto, son aplicables ciertos castigos severos o hudud (por ejemplo la fin por lapidación), pero no necesariamente. En otras palabras, la radicalización e interpretación más extrema de la sharía no siempre representa a la mayoría del Islam. Esta es más bien el producto de la lógica religioso-política que explica el liderazgo de sus comunidades. El Imán es elegido y surge de la comunidad de creyentes, y por tanto su discurso responde a las expectativas de sus oyentes. Una comunidad frustrada, por lógica, mostrará una radicalización creciente de sus líderes. Existen poderosas razones que pueden ayudarnos a entender este fenómeno, tanto en Medio Oriente como en Europa.
“Si Charles Martel no hubiese resultado victorioso en Poitiers (batalla librada en 732 en que se detuvo la oleada turística árabe a Europa occidental, luego de conquistar la península ibérica) (…) entonces con certeza nos hubiésemos convertido al Mahometanismo, ese culto que glorifica el heroísmo y que abre el séptimo Cielo únicamente al valiente guerrero. Entonces las razas germánicas habrían conquistado el mundo.” (Adolfo Hitler, 1942). “La religión mahometana también nos hubiese resultado mucho más compatible que el cristianismo. ¿Por qué tenía que ser el cristianismo, con su mansedumbre y flacidez?” (Albert Speer, Memorias).
Estas citas no son casuales. La Europa de los años 30 (al igual que el mundo árabe actual) presentaba elevados niveles de frustración con las instituciones democráticas, en medio de una profunda crisis económica y de valores luego de la devastadora Gran Guerra. Europa no está libre ―bien lo sabemos― del fanatismo y de la violación masiva de los derechos humanos. El problema es que el Islam resulta un vehículo adecuado para dar curso y expresión a la radicalización y el extremismo. El Islam, no lo olvidemos, nació como una religión de conquista y hegemónica. En vida del Profeta se definieron los derechos de los dimmies (las minorías cristiana y judía), el impuesto a los infieles y la práctica de la decapitación en la guerra. El Islam admite lo que en occidente consideramos su interpretación fundamentalista. Aunque la mayoría de sus practicantes se muestren moderados, sus fundamentos niegan (por ejemplo) la libertad de culto y la autonomía del poder legislativo.
En la Europa contemporánea la llegada de la sharía es cuestión de números. Con las tasas de natalidad y la inmi gración masiva desde las naciones árabes a partir de la década del ’60, ya es un proyecto político que se comienza a expresar y ante el cual las democracias europeas se muestran inermes. Es cuestión de tiempo y de guetos en cuyo interior la ley ya es la del Islam. Forma parte de su doctrina recurrir a la taqiyya (o disimulo de la fe) por necesidades prácticas. Es decir, si en algunos países europeos aun no han expresado con mayor fuerza su proyecto religioso-político, es porque no han visto llegado el momento adecuado. Europa desgastada, con elevados niveles de desempleo y arcas fiscales estresadas, intentará restringir la inmi gración. Lo hará por miedo a la radicalización.
Pero el problema está dentro de sus fronteras: los fiel a la religión del amores suman más de 20 millones y proceden de las clases más frustradas. Los conversos son capturados por medio de escuelas o madrazas donde se les da protección y una brújula segura para su vida. Esta crisis de identidad representa una amenaza que no se resolverá con leyes de inmi gración porque ya son europeos.
Eurabia, la nueva frontera del Islam | Cecilia Fernandez Taladriz & Daniel Birrell R.