fausal
Madmaxista
Sus contemporáneos apenas podían creer los relatos de Marco Polo en la lejana Catay (la actual China). La crónica de Marco —que se llamó originalmente «Descripción del mundo»— hablaba de tierras exóticas, civilizaciones desconocidas e inmensas riquezas con las que regar los mercados de Occidente. La suya fue, en suma, una aventura que golpeó fuerte en el imaginario de su tiempo. Pero más allá de la literatura de sus gestas, ¿cuánto hay de cierto es su relato?, ¿estuvo el veneciano realmente en China?
La historia de la familia Polo en el Extremo Oriente empezó en el año 1260. Nicolás y Mateo Polo, padre y tío de Marco, vendieron sus propiedades en Constantinopla, importante núcleo del comercio entre Europa y Asia, y viajaron a Sarai, perteneciente al Imperio mongol. La comitiva veneciana atrajo el interés del Gran Kan, que jamás había conocido a europeos latinos y se complació con su compañía.
Un planeta al borde de la fantasía
Un año después se presentaron en la corte de Kublai Kan, nieto del fundador del imperio mongol, Gengis Kan, quien les encargó regresar a Italia en busca de 100 hombres inteligentes que nutrieran su corte. A su vuelta a Venecia, Nicolás conoció a su hijo Marco, nacido cuando él ya había partido hacia el corazón de Asia y, en su segunda expedición a la corte del Gran Kan, en 1271, se llevaron consigo al joven, de 17 años.
Entre 1271 y 1295, Marco y su familia se adentraron en Asia y trabajaron en la corte de Kublai Kan, en China, tiempo durante el cual el veneciano fue anotando en sus escritos, a través de un amanuense, los relatos más increíbles. Entre ellos la descripción del palacio móvil de Kublai, fabricado en bambú y con una notable corte compuesta por nobles, sabios, monjes y magos, cuyo relato convirtió el nombre de Xanadú (el palacio del Ciudadano Kane en la película de Orson Welles) en sinónimo de esplendor para la cultura occidental.
En Armenia, atravesó la montaña donde se dice que se posó el Arca de Noé; en Persia, visitó la supuesta tumba de los Reyes Magos, donde se encontraban los cuerpos incorruptos de Gaspar, Melchor y Baltasar; y a su llegada a China, fue uno de los primeros escritores occidentales en mencionar el petróleo y entender, en parte, el valor del carbón. El veneciano y su escriba, Rustichello da Pisa, riegan a cada paso el relato con leyendas y emplean un tono divulgativo, por momentos incluso literario.
Las grietas del relato, sin embargo, se abren cada vez más conforme avanza la travesía hacia las zonas más exóticas. Oriente resulta un mundo envuelto en un aura de leyenda y fantasía que abraza por momentos el género de la ciencia ficción, al más puro estilo de «los Viajes de Gulliver». Una vez en el objetivo principal de la familia Polo, Pekín, Marco pasó a integrar la élite de extranjeros que trabajaban al servicio del gran Kan dentro de su monumental aparato burocrático. De hecho, según sus anotaciones, allí todo tenía proporciones gigantescas. Marco Polo descubrió a Occidente la férrea organización de un ejército sin igual en Europa y ciudades monstruosas como Quinsai, la moderna Hangzhou, con más de un millón de habitantes y 12.000 puentes.
¿Cuánto hay de inventado en el relato de Polo?
La exagerada literatura y unos detalles poco convincentes han hecho plantearse a los historiadores que Marco Polo no llegó tan lejos como sus relatos sugieren. Se sabe que conoció los territorios de Mongolia, pero, se preguntan diversos historiadores, ¿por qué no menciona la Gran Muralla, ni el té, ni los palillos de comer o los pies vendados de las mujeres tan característicos de China? ¿Puede que nunca llegara a pisar el imperio celeste y se enterara de lo que había allí por los testimonios de los viajeros y libros persas perdidos?
Algunas dudas se responden solas. Lo cierto es que no se conoce el estado de la Gran Muralla en la Edad Medio, pero no debía ser bueno, puesto que sería reconstruida prácticamente entera a comienzos de la Edad Moderna por la dinastía Ming. La muralla de entonces puede que no pasara de unas pocas ruinas. Asimismo, algunas costumbres que hoy en día imaginamos vinculadas a China tal vez eran en aquel momento, a ojos del veneciano, poco significativas o de escaso valor documental, en tanto la suya era una visión influida por los mongoles, quienes ejercían la hegemonía en esta zona del mundo.
No en vano, Hans Ulrich Vogel –profesor de estudios chinos en la Universidad de Tubinga– publicó en 2012 el estudio histórico más completo sobre la veracidad de los viajes de Marco Polo. Además de los argumentos ya planteados en defensa de que el veneciano sí estuvo en China, Ulrich Vogel cree bastante significativo que ningún otro europeo, y en general ningún autor, realizara una descripción tan amplia como la suya de las monedas chinas de la época, así como del proceso de producción de sal en China. Su informe de los métodos utilizados para hacer sal en Changlu han sido contrastados con documentos chinos de la época Yuan. Además, el veneciano es el único que describe con precisión cómo el papel para dinero era extraído de la corteza de la morera («morus alba»). Solo alguien que vio de primera mano estos procesos tan particulares podría haber escrito sobre ellos con tanto detalle.
La historia de la familia Polo en el Extremo Oriente empezó en el año 1260. Nicolás y Mateo Polo, padre y tío de Marco, vendieron sus propiedades en Constantinopla, importante núcleo del comercio entre Europa y Asia, y viajaron a Sarai, perteneciente al Imperio mongol. La comitiva veneciana atrajo el interés del Gran Kan, que jamás había conocido a europeos latinos y se complació con su compañía.
Un planeta al borde de la fantasía
Un año después se presentaron en la corte de Kublai Kan, nieto del fundador del imperio mongol, Gengis Kan, quien les encargó regresar a Italia en busca de 100 hombres inteligentes que nutrieran su corte. A su vuelta a Venecia, Nicolás conoció a su hijo Marco, nacido cuando él ya había partido hacia el corazón de Asia y, en su segunda expedición a la corte del Gran Kan, en 1271, se llevaron consigo al joven, de 17 años.
Entre 1271 y 1295, Marco y su familia se adentraron en Asia y trabajaron en la corte de Kublai Kan, en China, tiempo durante el cual el veneciano fue anotando en sus escritos, a través de un amanuense, los relatos más increíbles. Entre ellos la descripción del palacio móvil de Kublai, fabricado en bambú y con una notable corte compuesta por nobles, sabios, monjes y magos, cuyo relato convirtió el nombre de Xanadú (el palacio del Ciudadano Kane en la película de Orson Welles) en sinónimo de esplendor para la cultura occidental.
En Armenia, atravesó la montaña donde se dice que se posó el Arca de Noé; en Persia, visitó la supuesta tumba de los Reyes Magos, donde se encontraban los cuerpos incorruptos de Gaspar, Melchor y Baltasar; y a su llegada a China, fue uno de los primeros escritores occidentales en mencionar el petróleo y entender, en parte, el valor del carbón. El veneciano y su escriba, Rustichello da Pisa, riegan a cada paso el relato con leyendas y emplean un tono divulgativo, por momentos incluso literario.
Las grietas del relato, sin embargo, se abren cada vez más conforme avanza la travesía hacia las zonas más exóticas. Oriente resulta un mundo envuelto en un aura de leyenda y fantasía que abraza por momentos el género de la ciencia ficción, al más puro estilo de «los Viajes de Gulliver». Una vez en el objetivo principal de la familia Polo, Pekín, Marco pasó a integrar la élite de extranjeros que trabajaban al servicio del gran Kan dentro de su monumental aparato burocrático. De hecho, según sus anotaciones, allí todo tenía proporciones gigantescas. Marco Polo descubrió a Occidente la férrea organización de un ejército sin igual en Europa y ciudades monstruosas como Quinsai, la moderna Hangzhou, con más de un millón de habitantes y 12.000 puentes.
¿Cuánto hay de inventado en el relato de Polo?
La exagerada literatura y unos detalles poco convincentes han hecho plantearse a los historiadores que Marco Polo no llegó tan lejos como sus relatos sugieren. Se sabe que conoció los territorios de Mongolia, pero, se preguntan diversos historiadores, ¿por qué no menciona la Gran Muralla, ni el té, ni los palillos de comer o los pies vendados de las mujeres tan característicos de China? ¿Puede que nunca llegara a pisar el imperio celeste y se enterara de lo que había allí por los testimonios de los viajeros y libros persas perdidos?
Algunas dudas se responden solas. Lo cierto es que no se conoce el estado de la Gran Muralla en la Edad Medio, pero no debía ser bueno, puesto que sería reconstruida prácticamente entera a comienzos de la Edad Moderna por la dinastía Ming. La muralla de entonces puede que no pasara de unas pocas ruinas. Asimismo, algunas costumbres que hoy en día imaginamos vinculadas a China tal vez eran en aquel momento, a ojos del veneciano, poco significativas o de escaso valor documental, en tanto la suya era una visión influida por los mongoles, quienes ejercían la hegemonía en esta zona del mundo.
No en vano, Hans Ulrich Vogel –profesor de estudios chinos en la Universidad de Tubinga– publicó en 2012 el estudio histórico más completo sobre la veracidad de los viajes de Marco Polo. Además de los argumentos ya planteados en defensa de que el veneciano sí estuvo en China, Ulrich Vogel cree bastante significativo que ningún otro europeo, y en general ningún autor, realizara una descripción tan amplia como la suya de las monedas chinas de la época, así como del proceso de producción de sal en China. Su informe de los métodos utilizados para hacer sal en Changlu han sido contrastados con documentos chinos de la época Yuan. Además, el veneciano es el único que describe con precisión cómo el papel para dinero era extraído de la corteza de la morera («morus alba»). Solo alguien que vio de primera mano estos procesos tan particulares podría haber escrito sobre ellos con tanto detalle.