EL CURIOSO IMPERTINENTE
Será en Octubre
- Desde
- 17 May 2011
- Mensajes
- 29.088
- Reputación
- 60.501
Pernoud fue una historiadora francesa que se interesó especialmente por el papel de las mujeres en la sociedad europea medieval. El libro en cuestión es una aproximación al tema dirigida al gran público y en él se abordan diversos aspectos, usos y costumbres, la familia, la religión y la vida espiritual, la tecnología, la economía, la vida cotidiana, la organización política y social bajo el prisma del lugar que ocupaban las mujeres, nobles, religiosas, campesinas, burguesas en aquel mundo.
La tesis principal del libro es que, debido por una parte al influjo del cristianismo y por otra a una simbiosis entre las conquistadores germanos y al sustrato cultural prerromano (céltico), en el período medieval las mujeres cobraron un protagonismo en la sociedad europea mucho mayor que el que tuvieron bajo la civilización grecorromana. El modelo de organización familiar basado en el Derecho Romano, en el que el pater familias disfrutaba de un poder casi absoluto sobre su mujer e hijos fue sustituido por otro más igualitario, basado en la cooperación entre sus miembros. A finales de la Edad Media. A partir del siglo XIV, coincidiendo con la reintroducción del Derecho Romano se produjo una inversión que culminó a principios del XIX con el Código Napoleónico.
Otro factor coadyuvante a esta temprana "emancipación femenina" fueron ciertos avances técnicos que liberaron a las mujeres de la Europa cristiana de algunas de las tareas más ingratas que venían desempeñando tradicionalmente, como moler el grano.
La tesis principal del libro es que, debido por una parte al influjo del cristianismo y por otra a una simbiosis entre las conquistadores germanos y al sustrato cultural prerromano (céltico), en el período medieval las mujeres cobraron un protagonismo en la sociedad europea mucho mayor que el que tuvieron bajo la civilización grecorromana. El modelo de organización familiar basado en el Derecho Romano, en el que el pater familias disfrutaba de un poder casi absoluto sobre su mujer e hijos fue sustituido por otro más igualitario, basado en la cooperación entre sus miembros. A finales de la Edad Media. A partir del siglo XIV, coincidiendo con la reintroducción del Derecho Romano se produjo una inversión que culminó a principios del XIX con el Código Napoleónico.
Otro factor coadyuvante a esta temprana "emancipación femenina" fueron ciertos avances técnicos que liberaron a las mujeres de la Europa cristiana de algunas de las tareas más ingratas que venían desempeñando tradicionalmente, como moler el grano.
Para comprender lo que fue en sus orígenes la liberación de la mujer conviene saber lo que era la condición femenina en Occidente, es decir en el mundo romano, en el siglo I de nuestra era: juristas e historiadores del derecho nos informan sobre el tema con toda claridad.
En efecto, más que a las obras literarias o a los ejemplos individuales mencionados aquí y allá, nos conviene remitirnos al derecho, o para mayor precisión a la historia del derecho, si queremos conocer las costumbres; el derecho las revela al mismo tiempo que las determina: a través de su historia se reflejan las evoluciones y las constantes interferencias entre gobernantes y gobernados, entre lo deseado y lo vivido.
Ahora bien, es indudable que el derecho romano es entre los diversos sistemas de legislación antigua el que mejor conocemos; ha sido objeto de estudios abundantes y pormenorizados. La admiración que se le profesó a partir del siglo XIII y más aún del XVI se tradujo en múltiples tratados, investigaciones y comentarios; y en consecuencia el código napoleónico adoptó en el siglo XIX casi todas sus disposiciones.
En lo que a la mujer se refiere, lo esencial de este derecho fue expuesto luminosamente por el jurista Robert Villers: «En Roma, la mujer, sin exageración ni paradoja, no era sujeto de derecho... Su condición personal, la relación de la mujer con sus padres o con su marido
son competencia de la domus, de la que el padre, el suegro o el marido son jefes todopoderosos... La mujer es únicamente un objeto».4Aun cuando su condición se mejora bajo el Imperio, cuando el poder absoluto del padre se hace menos riguroso, los historiadores constatan: «La idea que prevalece entre los juristas del Imperio es la de una inferioridad
natural de la mujer, y en este aspecto no hacen otra cosa que expresar el sentimiento común de los romanos». Así es como la mujer no ejerce ninguna función oficial en la vida política y no puede cumplir ninguna función administrativa: ni en la asamblea de los ciudadanos, ni en
la magistratura, ni en los tribunales. Sin embargo la mujer romana no está confinada en el gineceo como lo estaba la griega, ni como lo estará más tarde la mujer en las civilizaciones del Islam, enclaustrada en el harem: puede participar en las fiestas, los espectáculos, los
banquetes, aunque no tenga otro derecho que el de permanecer sentada, cuando de acuerdo con las costumbres de la época para comer hay que estar echado. En los hechos, prevalece intacto el poder del padre en cuanto al derecho de vida o fin sobre sus hijos: su voluntad, en lo que se refiere al matrimonio de su hija, por ejemplo, sigue siendo «muy importante»; en caso de adulterio, es el único que tiene derecho a apiolar a su hija infiel, mientras que el marido sólo tiene derecho a apiolar a su cómplice; en cambio en el Bajo Imperio el adulterio del hijo es sancionado exclusivamente con la restitución de la dote de la mujer...
...Entre estos progresos tal vez el más importante sea el conducto de chimenea propiamente dicho, invento del siglo XI. ¿Cómo se pudo vivir durante tanto tiempo sin chimenea?... En efecto, en todos los tiempos, o casi, existió el hueco en el techo para evacuar el humo, en el centro o a un costado de la vivienda, pero la chimenea supone no sólo conductos y tubos, sino también el conocimiento de las corrientes y presiones de aire, de la orientación de las casas, la preocupación por aprovechar los vientos de acuerdo con su dirección, propia del valle, la colina o la llanura. Para dominar el conjunto de estos elementos hicieron falta siglos de braseros y de hogueras a la intemperie.
Entre todos los grandes inventos que señalan el comienzo de la era feudal, tal vez sea el que contribuyó de modo más radical a cambiar la vida. En efecto, quien dice chimenea dice hogar. Ahora existe un sitio donde se reúne toda la comunidad, apaciblemente, para calentarse, iluminarse, distenderse. Durante las veladas de invierno es allí donde la gente se dedica a tareas menudas y tranquilas: descortezar nueces, castañas o piñas; y en el caso de las mujeres, además a hilar, tejer, bordar.
Sentimos aquí despertarse la inquietud de los medios feministas siempre dispuestos a escuchar con recelo y a hacer estallar reivindicaciones apasionadas cuando se pronuncia el término hogar, que evoca demasiado fácilmente la famosa consigna de «la mujer en el hogar» tal como la emplearon los medios burgueses a partir del siglo XIX. Apresurémonos a decir que las comprendemos demasiado bien, pero que esas reacciones implican lagunas en la perspectiva histórica. Habría que invertir los datos habituales haciendo notar que la aparición del hogar en el sentido estricto del término desempeñó una función cierta en el nuevo lugar que ocupó la mujer en el seno de la comunidad familiar. Para ella fue un símbolo de la integración en la vida común, lo contrario de lo que fue el gineceo y de lo que es el harem; uno y otro confinan a la mujer en un sitio aparte, son símbolos de su exclusión. Evidentemente simplifica las tareas domésticas, y por consiguiente aligera el trabajo de la mujer. El hogar es el sitio donde se irradia luz y calor, donde la familia en el sentido más amplio del término se re-úne cada día por un tiempo cuya duración varía de acuerdo con las estaciones. Su configuración implica esa suerte de igualdad de la Mesa Redonda magnificada por las novelas, aunque ya no se trate de un semicírculo. Muy pronto, en las campiñas, encontramos la chimenea circular colocada en el centro de la casa, y que en algunas zonas del sudoeste se mantuvo hasta que los arquitectos de hoy las redescubrieron y las aplicaron a las residencias secundarias. Para apreciar este cambio, podríamos comparar el hogar con la televisión, con la diferencia de que contrariamente a lo que sucede con la pequeña pantalla el hogar se encuentra indiscutiblemente al servicio de la familia y de la casa toda.
La casa empezaba a adquirir importancia. Ya no era solamente un refugio, un lugar para comer y dormir. Era el hogar. La solidaridad familiar, ya primordial en las costumbres célticas y nórdicas, cobraba allí su rostro y su andadura; se forjaba junto al fuego, con sus diversidades —en ninguna parte tan estridentes como en el seno de la misma familia— y sus afinidades. Mientras que las batallas, el trabajo en el campo, el cuidado del ganado, la forja, el molino, son lugares donde se ejerce la fuerza masculina, ahora hay un sitio que la mujer puede considerar propio, donde ella es dama, domina, y es el hogar.
La primera mejoría que se nos ocurre es la que aportó el molino a todas las regiones de Occidente; el gesto ancestral de la mujer que aplasta el grano para convertirlo en harina se realiza ahora mecánicamente.
Si en la actualidad la máquina de lavar constituye una liberación para las mujeres, responde sin embargo a una necesidad menos inmediata, menos cotidiana que la del pan, fundamento de la alimentación, entonces mucho más que ahora. El espectáculo de la mujer uncida a la rueda era familiar en la Antigüedad, incluso en la Antigüedad hebrea que proscribe la esclavitud, en todo caso la de las mujeres judías: «De dos mujeres uncidas a la misma rueda, una será elegida y la otra desechada», leemos en el Evangelio. Se trata de un detalle de la vida cotidiana elegido intencionalmente como el más banal. Todavía hoy el movimiento de machacar el mijo caracteriza a la mujer del sur muy sur. A partir de entonces en nuestro Occidente feudal esta imagen es sustituida por la de las comadres conversando a la entrada del molino o del horno, esos dos elementos esenciales para la vida de la campiña.30 El señor local suele adelantar los fondos necesarios para la instalación, de allí la renta que percibe sobre uno y otro; todos los historiadores de técnicas destacan el rápido acrecentamiento del número de molinos en la época feudal en Francia, que en este sentido se vio muy favorecida por la cantidad de sus cursos de agua, a los que se añaden cuando es necesario derivaciones y canales,31 porque al principio se trata de molinos de agua. Bertrand Gille ha puesto de relieve que «de todos os progresos técnicos que tuvieron lugar entre el siglo X y el XIII tal vez ninguno sea tan destacable ni tan espectacular como la expansión de los molinos de agua».32 Los contemporáneos tuvieron de entrada conciencia de ello. El texto más antiguo en que encontramos una mención lo enuncia expresamente: la vida de san Ours de Loches refiere cómo el santo hizo construir un molino en su monasterio para ahorrar trabajo a los hermanos y dejarles más tiempo para la oración.
En realidad en el siglo VI Galia ya conocía una decena de ruedas hidráulicas (es cierto que hay que tener en cuenta la escasez de documentos escritos de esa época). En cambio en el momento de la redacción del Domesday Book después de la conquista de Inglaterra por Guillermo el Conquistador, en 1066, sólo en Inglaterra se contabilizan 5.624. En el siglo XII se los cuenta por centenares en todas partes, y en el XIII por millares. En esta época su función se ha diversificado; tengan ruedas horizontales o verticales, sirven no solamente para moler el trigo y los cereales, sino también para pisar las olivas y extraer aceite, para batanar paños, para forjar hierro, para aplastar materiales de tintura. A partir del siglo XII en España, en Xativa, cerca de Valencia, se instala el primer molino de papel; precisemos que se trata de la zona reconquistada y no de la España fiel a la religión del amora donde ya se emplea el papel, pero no se lo fabrica mecánicamente; el autor de
esta precisión es el historiador norteamericano de técnicas Lynn White.
Además esta tras*formación está vinculada con otro progreso tecnológico también decisivo: uncir al caballo de modo tal que pueda arrastrar pesos multiplicados haciendo fuerza con los hombros. La Antigüedad clásica ignoraba este equipo racional. Todos los bajorrelieves nos muestran al caballo con un petral que le rodea el pecho y que lo estrangula en cuanto la carga es demasiado pesada: las cuadrigas que tras*portan al héroe en sus triunfos están tirados por caballos que tienen la cabeza echada hacia atrás, porque aunque sean cuatro para un carro liviano, están sofocados por el esfuerzo. La obra maestra de ingenio que es el horcate, que desplaza la carga del cuello a los hombros del animal, se introduce entre nosotros en una época imprecisa, hacia el siglo VIII: a partir de ese momento, la iconografía del caballo lo representa con la cabeza hacia adelante, ya no echada hacia atrás. Más rápido que el buey, el caballo arrastra ahora una carga que puede decuplicar su propio peso, y por primera vez en la historia, al menos en Occidente y Oriente Próximo, el hombre llega a ser conductor de fuerzas. El invento del horcate rígido se completa con la herradura con clavos y con la disposición de los animales en fila, que tal vez se conociera a fines de la Antigüedad clásica, pero que en los hechos era inoperante, dado el modo de uncir a los caballos.
Esto significa que el espectáculo todavía reciente en algunos países islámicos, por ejemplo, de la mujer que tira del arado, a veces al mismo tiempo que el burro, desapareció entre nosotros en la época feudal, y es otro valioso elemento de su liberación. Podríamos enumerar otras innovaciones tales como el empleo de vidrio para los cristales de las ventanas, que introdujo la luz en los sitios de trabajo y de estar, el espejo de vidrio en lugar de metal pulido; la aparición del jabón duro, que en Génova es mencionado a partir del siglo XII, y que reemplaza ventajosamente a la pasta jabonosa que habían inventado los celtas; el uso de botones en la vestimenta, que hasta entonces se cerraba mediante lazos, y por último la chimenea de la que ya hemos hablado.